29 de diciembre de 2020

Reflexiones para 2021


Con los últimos compases de 2020 las excursiones a nuestra querida sierra de Gredos se suceden en busca de nuevas sendas. Siempre hay alguna que nunca hemos caminado, y esas son las que ahora más nos llaman la atención. Puede que quizás no lleguen a ninguna cumbre alta, esbelta o de imponente belleza, pero la soledad de algunos rincones olvidados recompensa sobradamente la falta de espectacularidad. Nos alejamos, pues, de los senderos trillados que llevan a las lagunas, cimas y gargantas clásicas, y aprovechamos las postrimerías ya de diciembre para recorrer algunos de esos caminos. Las fotos que nos hemos traído de recuerdo y que acompañan estos párrafos atestiguan el acusado retraso que viene sufriendo en los últimos años el Sistema Central a la hora de cubrirse con su manto blanco, cada comienzo de invierno. Es tan brutal que no deja de enmudecernos y entristecernos.

¿Dónde está la nieve a finales de diciembre?


Que la climatología del planeta está cursando un ciclo de calentamiento es algo que ya nadie en su sano juicio discute. Que el proceso está acelerado como consecuencia de la acción perturbadora del hombre, tampoco. Así las cosas, aquellos que ya peinamos unas décadas de vida, cada invierno de los últimos inviernos vamos confirmando que la nieve llega más tarde, menos copiosa, más irregular y se queda más alta. Y además soportamos menos frío, menos nieblas y menos persistentes en las llanuras de nuestra tierra. La superficie del agua a orillas del río Tormes a su paso por la ciudad ya apenas se congela por las noches formando una película de hielo, más o menos fina, más o menos gruesa, como quiero recordar de ocasiones lejanas en las que, siendo niño, llegaba a casi "candarse" el río, cuando por poco no se tocaba el hielo de una orilla con el de la otra en algún tramo de aguas especialmente tranquilas.

Ahora, cada vez que recorro la sierra de Béjar bien entrada la temporada de esquí, pero todavía sin nieve como viene sucediendo cada invierno de los últimos inviernos, no puedo por menos de acordarme de la lucha a cara de perro que mantuvimos muchos contra la insensatez que supuso destruir una parte importante de esta montaña con la construcción de su ridícula estación de esquí; estación de esquí de la que hubo que escuchar patéticos argumentos que la justificaran como que sería "una de las mejores estaciones de esquí de Europa" -sí, de Europa, habéis leído bien, no os riáis, que a mí me dan ganas de llorar-, que no existiría ningún impacto medioambiental "porque en la zona no había ni bosques, ni ríos, ni lagos", y que "solo había perdices y ratones", o que la nieve estaba "asegurada de diciembre a mayo". 


El lamentable proyecto no hacía ni siquiera un estudio nivológico de la sierra para saber si su acumulación, tanto en espesor como en espacio temporal, haría rentable una infraestructura así, simplemente daba por sentado que la nieve existiría en suficiente cantidad "por que sí" y que, además, todos los días de la temporada haría buen tiempo. Pero era tan surrealista que, aparte de los groseros errores gramaticales con que estaba tan penosamente redactado, calculaba que en enero se podría esquiar 32 días, en febrero 33 y en marzo 35. Además ya en diciembre se podrían aprovechar 29 días esquiables, lo que supondría abundante nieve ya en noviembre. Con estos y otros muchos razonamientos igual de científicos los especuladores y los políticuchos locales y provinciales arengaban a todos los comarcanos contra los que teníamos la osadía de opinar lo contrario desde fuera, desde la capital o desde otros puntos de la comunidad o de España. ¿Cómo se nos podía ocurrir semejante osadía, decirles a ellos cómo cuidar su propia tierra? Con la bandera enarbolada de la creación de cientos de puestos de trabajo y el resorte económico que necesitaba la comarca, los "de fuera" éramos, no ya sus conciudadanos con derecho a discrepar sobre cómo gestionar nuestro patrimonio natural, sino sus adversarios, los enemigos de su bienestar que veníamos a robar el futuro de sus hijos. Si eras vecino de la zona, te oponías al proyecto y, además, lo decías públicamente era aún peor; tildados de traidores, más de un enfrentamiento acabó en enemistades irreconciliables. Sí, todos esos éramos los mismos que ahora pagamos con nuestros impuestos las pérdidas anuales que siempre ha soportado la estación de esquí desde el mismo momento en que se inauguró, saltándose, dicho sea de paso, todas las limitaciones medioambientales que se le impusieron para concederles el permiso en el preceptivo Estudio de Impacto Ambiental. Este perverso EIA fue favorable al proyecto en base únicamente a su utilidad pública, pero lo fue en contra del criterio de los propios técnicos de la Junta que elevaron una Ponencia Técnica Provincial de Evaluación de Impacto Ambiental desfavorable. Al final, la estación no ha colmado las expectativas de la comarca y sus pueblos, ni ha llegado a ser el revulsivo laboral y económico tan esperado por sus habitantes y las esperanzas que muchos pusieron en las mentiras que quisieron creerse se desvanecieron hace tiempo.

No diré: "ya lo advertimos, por desgracia el tiempo nos ha dado la razón".

(*A fecha de 17 de enero de 2021, y tras el paso del temporal de nieve bautizado como "Filomena", y seguido de una ola de frío no menos histórica, que desde el 8 de enero han dejado gran parte de España tapizado de blanco durante varios días, Madrid colapsado con más de medio metro de nieve, sin que a fecha de hoy el Ayuntamiento haya podido todavía despejar al tráfico una gran cantidad de sus calles, ni normalizado completamente la situación en el aeropuerto de Barajas, alcanzándose temperaturas mínimas difícilmente registradas en el último siglo en nuestro país de hasta -25º en Teruel, ayer mismo la Estación de Esquí Sierra de Béjar-La Covatilla solo pudo abrir 1,7 km de pistas como para demostrar a los más escépticos que un poco de razón sí teníamos aquellos que nos opusimos a la destrucción de la sierra en base a una más que evidente escasez de nieve). 

De aquella época tampoco se me olvida cada vez que trasiego por estas laderas y vallejadas gredenses escasas de nieve, el intento de la Cámara de Comercio de Ávila de levantar en plena sierra de Gredos una infraestructura similar a la grotesca estación de esquí salmantina, aprovechando esta vez las laderas y valles de la vertiente norte de La Mira. 

¡Qué mediocreidad la de tantos y tantos miopes, incapaces de comprender el daño que estamos haciendo a la Tierra!


Y de juzgado de guardia fue la maquinación de la Junta de Castilla y León de sacar adelante el proyecto de la Estación de Esquí de San Glorio, urdiendo para ello un cambio de leyes que permitiera rebajar el nivel de protección del propio Parque Natural de Fuentes Carrionas y Fuente Cobre-Montaña Palentina, cuyo PORN prohibía este tipo de infraestructuras. Nunca antes un hecho como este se había visto en nuestro país, pero la Junta de Castilla y León no se cohibió en intentar menoscabar la conservación del citado espacio natural perpetrando un cambio de leyes ad hoc. Solo los jueces pudieron frenar, en los sucesivos juicios que tuvieron lugar promovidos por diversas ONGs y movimientos sociales, que el gobierno autonómico consiguiera su objetivo. De nuevo, todos nosotros pagamos de nuestro bolsillo las miserias políticas de nuestro gobierno autonómico y sus numerosos juicios, perdidos con reiteración, con el erario público que nutrimos con nuestros impuestos. El proceso, no por repetido ya mil veces dejaba de ser igual de efectivo que siempre: los de fuera diciéndoles a los locales cómo gestionar su tierra, ¡qué tropelía! ¡al paredón con semejantes ecologistas de salón!

¡Qué batallas me vienen a la memoria cada comienzo de temporada invernal cuando camino esos caminos sin nieve! ¡Qué tristeza cuando veo las estériles cicatrices en la que considero mi casa bejarana! ¡Y qué alivio cada vez que pienso en los osos trasteando libres por San Glorio!

Luchas y recuerdos. Mi conciencia, aunque triste, está tranquila. Lo intentamos y se hizo lo que se pudo.


Sí señores, la climatología del planeta está en un ciclo de calentamiento global acelerado por nosotros, y cada invierno, un poquito más lo vamos comprobando todos.

Cada año que pasa nos acercamos un poco más al punto de no retorno, si es que no lo hemos cruzado ya. El planeta no nos puede soportar mucho más. O mejor dicho, la vida en él tal como la conocemos en la actualidad ya no puede soportar a la especie humana por mucho más tiempo. Se avecinan cambios irreversibles que sin duda exterminarán muchas especies animales y vegetales, veremos la desaparición de gran parte del hielo en los casquetes glaciares, la modificación radical de las corrientes marinas que regulan el clima de nuestro Planeta Azul, así como su temperatura, se modificarán brutalmente muchos ecosistemas y sus organismos no tendrán tiempo de adaptarse y muchos desaparecerán, vendrán inviernos cálidos, se repetirán incendios devastadores nunca antes observados, como los sufridos en la Amazonía, Siberia o Australia, padeceremos veranos con desastres climatológicos que cada vez más azotarán a los países del primer mundo y no solo a ... sí, efectivamente, habéis acertado, es lo que estáis pensando, a "esos otros" que viven muy lejos de nosotros. 

Efectivamente señores, todo eso se avecina, junto con pandemias y enfermedades provocadas por la destrucción de esa biodiversidad que amortigua nuestro contacto con patógenos para los que nuestro organismo no está preparado para convivir.

Parece que el asteroide que aniquilará la vida en La Tierra tal y como la conocemos en la actualidad no vendrá del espacio; ese asteroide somos nosotros mismos. Y aunque cada uno localmente podemos actuar mientras pensamos globalmente, lo cierto es que o no lo hacemos, o es insuficiente para revertir la situación. Entramos de lleno en la sexta extinción masiva del planeta y seguimos viviendo como si eso no significara nada, como si no nos fuera a afectar. Nosotros seguimos con las mezquinas intenciones de perpetuar, e incluso aumentar, nuestro frenético ritmo de consumo. Expoliamos y destruimos la naturaleza que nos mantiene, y cerramos los ojos para que la ignorancia no arruine nuestra felicidad. Hemos perdido el Norte, hemos olvidado que la calidad de vida no está en los bienes materiales sino en la amistad y la gente de la que nos rodeamos. Y en, ¡cómo no!, la propia naturaleza de la que formamos parte. Estas sencillas cosas son las que nos harán ser felices, y no los lujos.


Como cada final de año, todos hacemos de una manera u otra el balance del período transcurrido y pensamos en los propósitos que deseamos se cumplan durante el año venidero. Yo ya imagináis que muy optimista no soy, lo siento. El ser humano siempre me ha demostrado que es egoísta y ciego por naturaleza, le encanta tropezar sucesivamente en la misma piedra. Pero, por pedir un deseo, pediré que nuestra especie aprenda de lo sucedido en este aciago e histórico 2020 que no olvidaremos nunca, y cambie definitivamente su tóxica relación con la Madre Tierra, de la que depende nuestra vida. Ojalá ese pensamiento individual que profesamos muchos de nosotros sepamos transformarlo en un pensamiento social, global. Ojalá que, como sociedad, nos pongamos del lado de la naturaleza definitivamente, para ponernos así del lado de nosotros mismos.

14 de diciembre de 2020

Un año más

Este año ha sido, sin duda alguna, uno al que bien podríamos ponerle el segundo apellido de los osos grizzlys, año horríbilis, ya que se hace evidente que ninguno lo vamos a olvidar en el resto de nuestras vidas. Quedará grabado en la historia de la humanidad a sangre y fuego; un año devastador del que todos estamos deseando pasar página lo antes posible. Todos estamos ansiando que corra el tiempo, que las manecillas del reloj se aceleren con la esperanza de que los próximos meses pasen rápidos y nos traigan una normalidad que a mí se me sigue antojando aún difícil y complicada de conseguir.

Cuando este modesto diario celebra un cumpleaños más de vida, repaso mis salidas, excursiones y viajes como cada mes de diciembre, y compruebo que ha sido, con diferencia, el peor año que recuerdo. Nada que nos sorprenda, en cualquier caso, ¿verdad?. Todos nos hemos visto obligados a olvidarnos de viajes y peregrinajes, algunos muy deseados desde hacía tiempo. Y en mi caso, además de ello, de algunos proyectos fotográficos que me hacían especial ilusión. Ha estado durante mucho tiempo la mochila guardada en el armario; demasiado tiempo. No pasa nada, durante el próximo año (o para el siguiente, ya da igual uno más, uno menos, que ya veis que muy optimista no soy) todos esos proyectos aparcados serán un estímulo que nos motivarán más aún en un futuro más o menos cercano. La verdadera aventura no está en viajar lejos, sino en vivir, ese es el gran desafío.

Sea como fuere, aquí quedan reflejados otros doce meses más, esos doce meses que nos han hecho un año más viejos y un año más sabios. Un año más duros y resistentes.

Y sinceramente espero que un año más humildes.

Pasa el tiempo y los años; genial, lo malo es que dejen de pasar. En este noveno cumpleaños os dejo doce imágenes de parte de lo que ha sido para mí este período de tiempo, un tiempo resumido en un pequeño puñado de andanzas y trasiegos camperos, como siempre, en busca de huellas, de bichos y de fotografías. De paisajes y caminos. De sensaciones, de experiencias y momentos que acabarán siendo recuerdos. De compañías y amistades. A veces de soledad. 

doce fotografías para doce meses.














10 de diciembre de 2020

Una nueva vida para Cabañeros: adiós a la caza


Cabañeros es algo distinto desde el pasado 5 de diciembre cuando finalmente entró en vigor la prohibición de practicar la caza deportiva y comercial en todos los parques nacionales españoles.

Sí, el Parque Nacional de Cabañeros comienza a ser un poco más ... parque nacional. La Ley de Parques Nacionales 30/2014, de 3 de diciembre prohibía la actividad cinegética de un modo irrevocable en estos espacios naturales, aunque daba un plazo de seis años para su entrada en vigor definitiva, tiempo más que suficiente para que los propietarios de los terrenos afectados y los propios espacios protegidos se adaptaran a la nueva norma. Se nos han hecho eternos estos seis años de plazo, pero por fin este sábado pasado finalizaba esa moratoria a la práctica de la caza deportiva en el interior de los parques nacionales españoles.



¡¡¡Por fin los gestores de estos espacios protegidos se tienen que adaptar a la nueva realidad del siglo XXI, donde la caza deportiva y todo lo que ella conlleva (control y persecución implacable de predadores, exterminio histórico de algunos de ellos -lobo, lince ibérico o grandes rapaces, por ejemplo- vallados cinegéticos, compartimentación del territorio, cebaderos de ungulados, sobreabundancia de algunas especies, afectación de la vegetación, en demasiadas ocasiones incluso el uso del veneno u otras "artes" prohibidas, ...) no es compatible con el concepto de Parque Nacional!!! Tardaron en darse cuenta, y perdónenme la ironía, pero es que era tan evidente como que la muerte de los animales para divertimento humano es lo más opuesto que existe a la filosofía que fundamenta la declaración de cualquier espacio natural protegido; y no digamos ya de los parques nacionales, figuras que teóricamente representan el máximo nivel de compromiso y protección con la conservación de la naturaleza. Esto que es de perogrullo ya lo hemos advertido en este blog en diversas oportunidades, criticando el uso de la caza deportiva como solución a un problema que la propia actividad cinegética ha creado: la sobrepoblación de algunos ungulados en nuestros campos. Así lo advertíamos respecto de las monterías celebradas en los últimos años en el emblemático Parque Nacional de Monfragüe.


Ahora ya solo hace falta que nuestras administraciones y nuestros gestores medioambientales se den cuenta de que esta nueva visión tiene que ira más allá de los propios parques nacionales y ser extensible a otras figuras de protección. Ya sé que son lentos de reacción, que tanto la política como las leyes siempre van a la zaga de lo que la sociedad demanda y que, sin lugar a dudas, generalmente llevan años de retraso respecto del clamor de la calle, pero se hace imperioso que se reconozca legalmente de una puñetera vez que hacer coincidir, por ejemplo, un espacio natural protegido y una reserva regional de caza es tan absurdo como lo era hasta ahora la actividad cinegética en los parques nacionales. Es algo de primero de carrera, que no tiene lógica alguna y que indigna a la sociedad conservacionista española, ampliamente contraria a ese pseudodeporte. La coincidencia de esas dos figuras de protección (ENP y reservas regionales de caza) es un verdadero sinsientido, un tremendo dislate imposible de justificar. O el espacio se dedica a matar animales, o se dedica a conservar la naturaleza con una filosofía inequívocamente contraria al sufrimiento animal para diversión de una minoría, pero los dos modelos de gestión no son compatibles. De esto hasta un niño pequeño se daría cuenta.


Pero vayamos por partes. Primero el uno y luego el dos.

Y digo esto porque conviene no adelantar ingenuos vítores de alegría por haber conseguido que legalmente se prohiba la caza deportiva y comercial como la entendemos hoy en día en nuestros parques nacionales -lo que se venía reclamando desde hacía décadas-, porque primero habrá que comprobar que no se flirtea la legalidad con acciones que pretendan camuflar como "gestión de las poblaciones de ungulados" lo que en realidad podría seguir siendo, al fin y al cabo, caza por diversión. Y esto viene a cuento porque ya el propio Presidente de la Comisión Mixta de Gestión de los Parques Nacionales de Castilla-La Mancha, el señor Félix Romero, plantea algunas opciones sospechosas de ser simples concesiones a los poderosos propietarios de algunas de las fincas que conforman el parque, cuando dice que una opción para manejar la sobrepoblación de ungulados dentro del mismo "podría ser una acción conjunta entre cazadores y propietarios, dentro de otro concepto de caza", o que "en ningún caso sería una actividad cinegética basada en una mejora de trofeos", admitiendo que esta actividad está todavía encima de la mesa, y posibilita la opción de que los propietarios "se impliquen en el control de ungulados con una actividad muy dirigida y muy controlada por parte de la administración", en palabras suyas. El propio señor Romero admite (o adelanta, más bien) que ante el escenario complejo que se les viene encima no descarta que las disyuntivas de cómo gestionar este problema acaben en los juzgados, algo que ya están valorando algunas ONGs conservacionistas, como Ecologistas en Acción, que temen que no quede otro remedio que ir a los tribunales ante la continuidad de la actividad cinegética por parte de algunos propietarios con la disculpa del control de las poblaciones, en lo que han denominado como un "cierre en falso de la actividad". ¿Cómo acabará este tira y afloja entre la razón o el sentido común y los intereses económicos del lobby cinegético? No lo sé, lo iremos viendo, pero la presión que se ejerce desde este último, y lo imbricado que se encuentra el sector de la escopeta en las altas esferas políticas y empresariales del país, lo van a poner difícil, tirando de los argumentos demagogos de siempre, las mentiras repetidas mil veces -pero que seguirán siéndolo por mucho tiempo que pase- y las mediaverdades que venden a la sociedad gracias a numerosos medios de comunicación que se hacen eco solo de su versión. En definitiva, más de lo mismo cuando se habla de la caza en nuestro país.



Es evidente que la sobrepoblación de algunas especies de ungulados en este u otros parques son la consecuencia directa del nefasto modelo de gestión cinegética de las fincas, basado en el productivismo económico en vez de en la sostenibilidad ecológica. Esas poblaciones absolutamente descontroladas de ungulados silvestres son la consecuencia directa de su mala gestión, y esta última es la única causa (del problema). Por lo tanto, es necesario que la gestión moderna de estos ecosistemas cambie radicalmente el planteamiento y ponga el foco de atención en las causas, para luchar contra sus consecuencias. Erradicar esas causas de sobrepoblación significa fomentar el regreso de los depredadores naturales, eliminar los vallados cinegéticos, perseguir un equilibrio natural con la mínima intervención humana y, si esta fuese necesaria, realizarla en base únicamente a estudios científicos que así lo justifiquen y por parte de la propia administración. Pero hay que partir de la base de que nunca se podrá resolver este problema mediante el mantenimiento de la actividad que lo ha generado. No es de recibo que la solución a un problema nacido de la caza en un espacio natural protegido se resuelva mediante el divertimento que supone para una minoría meterle un tiro a un animal. No en un espacio protegido. Divertirse matando animales choca frontalmente con el espíritu que propugna la declaración de esas figuras de protección.



Cabañeros y todos nuestros parques -tanto los naturales como los nacionales- necesitan un modelo de gestión que se base en estrictos planteamientos conservacionistas y que se abandonen definitivamente manejos insostenibles de los mismos, además de éticamente incompatibles. La caza deportiva no es admisible en ningún caso, como tampoco lo es la caza de los depredadores apicales como el lobo, practicada y dirigida de un modo vergonzoso por el propio Parque Nacional de los Picos de Europa, lo que se antoja como simplemente aberrante.



Puede que para el Parque Nacional de Cabañeros la vida haya cambiado radicalmente a partir de este 5 de diciembre pasado. No lo sabemos aún, el tiempo nos lo dirá, pero lo cierto es que esta fecha se ha convertido en un punto de inflexión importante, a partir del cual ya nada volverá a ser igual. Que la defensa de la nueva normativa que prohibe la caza deportiva en su interior llegue a los tribunales o no, dependerá de los gestores del parque y de cómo afronten el problema de una posible sobrepoblación de ungulados. Este parque se merece una buena gestión y los ciudadanos merecemos unos buenos gestores. Los diversos enclaves y ecosistemas del Parque Nacional de Cabañeros (el menos visitado de España, quizás porque la casi totalidad de su superficie esté vetada al tránsito y disfrute del ciudadano) ostentan un valor ambiental extraordinario, que las imágenes que acompañan este texto solo pueden hacer intuir. Como vemos en ellas, Cabañeros es mucho más que su famosa "raña" y las sierras, contando con una gran variedad de ambientes mediterráneos muy bien conservados, y una geología y una fauna dignas de la máxima protección jurídica, con especies emblemáticas como el águila imperial y una de las mayores colonias de buitre negro del mundo.

Un lugar para conocer y visitar reiteradas veces, sin duda. Un lugar que no te dejará indiferente.

7 de diciembre de 2020

La caza del lobo, ¿de qué estamos hablando?

Que el caso del lobo es especial lo saben incluso aquellos que no tienen un conocimiento o interés específicos sobre la especie. Ecológicamente, Canis lupus es una especie "apical", término que viene a indicarnos que se encuentra en el ápice de algo, que ocupa su extremo. Esta especie, efectivamente, se sitúa en la cúspide de la cadena trófica en gran parte del hemisferio norte, influyendo de un modo directo tanto sobre las presas de las que se alimenta como sobre el conjunto de predadores medianos y pequeños -denominados mesodepredadores- sobre los que ejerce también una labor de control inmediata, e indirectamente sobre el conjunto del ecosistema, ya que todo en él está íntimamente intercomunicado en una compleja red de relaciones interespecíficas. Su situación dominante en esta pirámide ecológica es la que determina el papel tan relevante que ejerce en lo que llamamos "cascada trófica", es decir, los efectos en cascada que cada componente de un ecosistema ejerce sobre los seres vivos que se sitúan transversalmente en su mismo nivel y, sobre todo, en los inferiores al suyo.


Así, por un lado, si los depredadores apicales desaparecen (en el caso que nos ocupa, el lobo ibérico) o ven mermadas drásticamente sus poblaciones, los mesodepredadores -como por ejemplo el zorro- aumentarán su número, impactando de un modo severo sobre sus presas -aves, micromamíferos, reptiles, anfibios, ...- que no soportarán la presión predatoria y se verán seriamente reducidas. Esta disminución afectará a su vez a insectos y plantas que, ante la ausencia de sus propios reguladores naturales, se propagarán sin control y facilitarán la transmisión de enfermedades y plagas tanto a la fauna y la vegetación silvestres, como al propio ganado y cultivos domésticos. 

Por otro lado, los grandes herbívoros -ciervos, jabalíes, corzos, rebecos y cabras monteses- verán también aumentar exponencialmente sus poblaciones ante la ausencia del lobo, generalizando problemas de diversa índole. Así, se generará un recurrente impacto negativo sobre los propios cultivos humanos -principalmente por especies como el ciervo o el jabalí, y a veces el corzo- y sobre la cubierta vegetal de nuestros montes, sobreexplotándola y menoscabando la alimentación, tanto de los animales silvestres como del ganado doméstico en extensivo, por competencia directa. Un ejemplo fácil de entender de cómo influye este sobrepastoreo en la cubierta vegetal provocado por el aumento descontrolado de herbívoros silvestres lo encontramos en la afectación que sufren algunos taxones botánicos escasos del Sistema Central como consecuencia del elevado número de cabras monteses existente en estas sierras. La excesiva abundancia de este rumiante se ha convertido en las últimas décadas en un serio problema para la conservación de algunos endemismos botánicos exclusivos de ecosistemas alpinos. Los efectos en cascada pueden ser tantos y tan diversos que pueden llegar a dañar al propio suelo en los casos más graves, por compactación del mismo si se da un exceso de ungulados de gran porte, propiciando así su impermeabilidad y, por consiguiente, la escorrentía superficial del agua de lluvia, lo que a su vez juega en detrimento de las propias comunidades botánicas.


Como ya estamos apuntando, están tan relacionados los efectos que unos seres vivos producen en otros que la existencia del lobo puede ser incluso beneficiosa para el sector agropecuario al reducir el número de jabalíes, ciervos y otros ungulados silvestres, que no solo afectan de un modo directo a las cosechas de los agricultores o al pasto de los ganaderos, sino que, además, suponen un importante reservorio de la tuberculosis bovina, temible enfermedad infecciosa que representa un serio peligro para la cabaña ganadera. Diversos estudios así parecen indicarlo, al considerar a estos herbívoros silvestres como importantes vectores de transmisión de esta y otras enfermedades y, por lo tanto, una seria amenza para el ganado. Siendo sobre los ungulados salvajes enfermos y débiles sobre los que, precisamente, depreda más intensamente Canis lupus signatus, se vuelve incontestable el papel de aliado que puede llegar a representar este cánido para el propio ganadero como controlador de enfermedades que tengan su origen en animales silvestres. 




Esta consideración de "aliado" que para los detractores del lobo resultará paradójica, no lo es tanto para los defensores del mismo, que llevamos décadas advirtiendo sobre los beneficios que su presencia aporta al medio en el que se desenvuelve. Lo mismo podríamos decir respecto de la propagación de la sarna sarcóptica que intermitentemente afecta a poblaciones importantes de rebecos, por ejemplo, u otras enfermedades infecciosas que pueden ser controladas por poblaciones saludables de lobos al mantener en densidades adecuadas las propias poblaciones del resto de mamíferos silvestres. El lobo se vuelve así en una importante barrera a la transmisión de enfermedades desde la fauna silvestre al ganado doméstico, un efectivo cortafuego contra las enfermedades.



Así pues, el papel de los grandes depredadores apicales se vuelve fundamental en la conservación de la biodiversidad y en el mantenimiento de poblaciones saludables de las propias presas sobre las que depreda, así como del resto de seres vivos, tanto silvestres como domésticos, que conviven en el medio natural. La telaraña de relaciones, influencias y conexiones que existen entre todos ellos es algo que a estas alturas no debería necesitar explicación, pero que en el caso del lobo siempre queda relegado al anecdotario en los planes de gestión de la especie. 



Un magnífico ejemplo de la necesidad de mantener poblaciones de lobo sanas lo encontramos en la famosa reintroducción de ellos que se llevó a cabo en los años 1995 y 1996 en el Parque Nacional de Yelowstone, y que en los años siguientes fue restableciendo el equilibrio natural en el parque, previamente alterado de un modo radical por la sobrepoblación de ciervos y coyotes, derivada de la extinción del lobo en la región por el hombre. Para quien no la conozca recomiendo la lectura del enlace anterior para comprender cuán importante es la presencia de los superdepredadores en el medio natural.

La significación que tienen los grandes depredadores como actores reguladores necesarios para el buen funcionamiento de todos los ecosistemas del planeta es algo que no necesita explicación, y diversos estudios y artículos científicos y divulgativos así nos lo cuentan. La eliminación de predadores apicales produce en todos los casos un acortamiento de la cadena trófica, y un desequilibrio poblacional en las presas y en los mesodepredadores que, en última instancia y como ya hemos visto, afecta al conjunto del ecosistema de diversas maneras. Por lo tanto, negar el valioso papel ecológico de los depredadores apicales sería como negar la existencia del oxígeno en el aire.

De la misma manera es indiscutible que el hombre NUNCA podrá sustituir los servicios ecosistémicos que proporcionan los grandes depredadores, ni podrá replicar el papel de aquellos en el medio ambiente, por mucho que los cazadores se empeñen en intentar convencer a la sociedad de que ellos son los sustitutos perfectos. De hecho, producen el efecto contrario menoscabando aún más el equilibrio del ecosistema de múltiples formas, entre las que podríamos destacar aquí el hecho de eliminar los mejores ejemplares de las especies objeto de caza, en vez de los enfermos, viejos o heridos, por lo que la acción cinegética puede incluso agravar la propagación de enfermedades infecciosas. El increíble subterfugio dialéctico empleado por el trasnochado mundo de la caza parece obvio y, tras ser colaboradores necesarios en el exterminio del lobo y provocar con ello graves alteraciones ambientales en el entorno natural, afectando colateralmente a los propios intereses humanos, ahora se enarbolan a sí mismos como los únicos valedores capaces de retornar el equilibrio a nuestros campos con su curioso, heroíco y "sacrificado" modo de amar la naturaleza, es decir, seguir matando seres vivos, ahora a esos herbívoros y mesodepredadores que han visto aumentar sus poblaciones como consecuencia del exterminio previo de su principal regulador natural. 


Llegados a este punto habría que hacer mención de una cuestión básica en zoología: biológicamente las poblaciones de depredadores apicales no se pueden descontrolar NUNCA, entendiendo el verbo "descontrolar" como el aumento sin control del número de individuos de su población. Y esto es así gracias a que cuentan con mecanismos de autorregulación que impiden que ello suceda, lo que hace innecesario, por otra parte, ningún tipo de control poblacional externo por parte del hombre. De hecho, no podría haber sobrepoblación de ellos en la naturaleza ni siquiera en situaciones de grandes desequilibrios, algo que sí ocurre como ya hemos visto con las especies sobre las que ejerce su papel regulador (presas y mesodepredaores) si estas especies apicales que dominan la cadena alimentaria desaparecen. Los dos principales mecanismos dirigidos a establecer esa fiscalización numérica son la territorialidad de la mayoría de las especies apicales y las limitaciones reproductivas que, en el caso concreto de los lobos, impiden que se reproduzcan todos los ejemplares adultos, haciéndolo solo las parejas dominantes de cada grupo familiar. En el caso de aquellos grandes depredadores no territoriales, como el oso polar, por ejemplo, sus poblaciones se ven directamente reguladas por la disponibilidad de alimento, no pudiendo haber más osos que los que la población de focas puede mantener sin que ella misma se vea afectada negativamente, en cuyo caso los osos morirían de hambre hasta alcanzar el equilibrio natural entre el depredador y la presa. Así pues, la sociedad debe aprender a diferenciar entre la realidad biológica del lobo y esa mentira tantas veces repetida -y tantas veces amplificada por los medios de comunicación- de que su población está descontrolada y de que se ha vuelto una plaga, invadiendo nuestros campos. Sencillamente eso no podría suceder nunca bajo ninguna circunstancia. Biológicamente no sería posible. Nunca podrá haber sobrepoblación, plaga o invasión de lobos. Ni de leones, ni de jaguares, ni de tigres, ni de orcas o tiburones. NO ES POSIBLE que eso suceda NUNCA. Más claro no se puede decir. 

El argumento de cazar lobos para evitar que su población se descontrole es, por lo tanto, un embuste, una patraña como poco peregrina, y desde luego perversa y terriblemente perjudicial para la conservación de la naturaleza. Una falacia que solo sirve para engordar maliciosamente un conflicto social metiendo cizaña con información falsa.

En condiciones naturales y sin que mediara la intervención humana, son el propio espacio físico (características del mismo, calidad, abundancia de alimento, refugio, etc), su territorialidad y sus inhibiciones reproductivas los factores limitantes de la población lobuna, ceñida dentro de una horquilla de densidad variable que la capacidad de carga de dicho espacio físico y la propia especie pueden soportar. De este modo, cuando el lobo ocupa nuevas regiones lo hace con un modesto número de ejemplares al principio. Con el tiempo, y si la especie consigue asentarse de un modo definitivo a pesar de la persecución humana, su densidad aumentará hasta un punto determinado en el que se saturará, lo que provocará tensiones y que un mayor número de individuos emigre para asentarse en regiones colindantes vacías, recolonizando así otras regiones históricas -no podemos olvidar que en su momento el lobo ocupó toda la península ibérica-. O explicado de otro modo, el núcleo central de su "distribución continua" solo soportará una determinada densidad de ejemplares, y cuando esta se satura diversos individuos -generalmente jóvenes y subadultos- buscarán nuevos espacios donde establecerse lejos de sus áreas natales. Esta cuestión es muy relevante para entender nuestro fracaso en la gestión letal de la especie, ya que cuando nosotros eliminamos mediante caza deportiva, controles poblacionales y furtivismo un porcentaje de lobos determinado en su área de distribución, lo que provocamos es la aparición de "huecos" que serán ocupados por nuevos individuos (o bien dispersantes de otros grupos, o bien jóvenes de la misma manada) que ya no emigrarán a nuevas áreas dado que la densidad lo permitirá. Parafraseando al dicho "a rey muerto, rey puesto", podríamos decir que "a lobo muerto, lobo puesto".

Las consecuencias de estas acciones letales llevadas a cabo generalmente para combatir conflictos con la ganadería en el centro de su área de distribución continua acabarán repercutiendo negativamente, sí, es cierto, primero en los propios grupos sobre los que se ejerce la ejecución de individuos, pero sobre todo en la recolonización de nuevas áreas lejanas al lugar donde se quiere atajar el problema matando lobos, por la sencilla razón de que los huecos que dejan en las manadas esos miembros masacrados son sustituidos por nuevos especímenes que ya no se dispersarán. Así pues, eliminar ejemplares no parece una medida muy efectiva para disminuir las pérdidas de sus posibles ataques al ganado, ya que unos lobos serán sustituidos por otros. Pero es que, además, no solo no habremos evitado significativamente daños al ganado, si ese era nuestro objetivo matando lobos, sino que quizás lo hayamos agravado al propiciar la desestructuración de los grupos familiares, eliminando ejemplares experimentados que ya "saben" que no les conviene atacar nuestros rebaños. 


Otra argucia muy recurrente para justificar la caza del lobo es esgrimir que la misma reduce el rechazo y la inquina hacia la especie en el mundo rural, argumento que incluso aparece reflejado en los planes de gestión de las administraciones de manera recurrente. Esta aseveración no es más que otra engañifa para ingenuos al chocar de plano con la experiencia empírica que ya tenemos de siglos de extenuante persecución y que nunca ha servido para reducir la más que notoria animadversión hacia el mismo. Este resentimiento manifiesto con la especie no se ha visto reducido ni siquiera en estas últimas décadas en las que las administraciones regionales insisten en justificar la ejecución de más y más ejemplares. Más bien al contrario, todo parece hacernos comprender que el conflicto se ha recrudecido intensamente, como queriendo demostrar que semejante razonamiento no es sino un pretexto más para engañar a la sociedad y que acepte las acciones letales contra el lobo. Hay diversos estudios que analizan esta parte social del conflicto y que denotan que la hostilidad hacia la especie es mayoritaria en el medio rural y mínima en el medio urbano; sin duda, dos grupos sociales con diferentes sensibilidades e intereses. Estos estudios no han hecho sino confirmar algo que ha sido siempre patente y que nunca ha cambiado: seguimos odiando al lobo, como así lo demuestran tanto el furtivismo como la gestión actual que de él siguen haciendo las Comunidades Autónomas, invariablemente basada en la eliminación de ejemplares. En resumidas cuentas, siglos de persecución han demostrado que matar lobos no propicia una mayor tolerancia hacia ellos, como de modo retorcido y deshonesto se arguye desde los despachos, sino más bien todo lo contrario, parece haber inculcado en nuestro pensamiento moderno y civilizado que perseguirlos no solo es beneficioso sino, incluso, imprescindible; o lo que es mucho más grave, que "no pasa nada" por hacerlo. Se implanta así en el conjunto de la sociedad la sensación de "normalidad" ante el hecho de matar legalmente a un elevadísimo número de lobos cada año, que se vienen a sumar al similar número de muertos furtivamente.

Sin embargo, el argumento más repetido para justificar la guerra declarada al lobo, es el de conseguir la, tan ansiada por unos y por otros, reducción de daños a la ganadería. Este razonamiento es cuestionable por varios motivos también. Como ya advertimos someramente antes, puede llegar a ser incluso contraproducente, dado que la eliminación de los ejemplares más experimentados puede conducir a un aumento de ataques al ganado por parte de ejemplares jóvenes que, por inexperiencia, ignorancia e ingenuidad, no diferencian aún los problemas que les puede generar atacar al ganado. Por otra parte, la disminución del número de individuos de un clan familiar lo vuelve menos eficaz en la depredación de especies silvestres que, como en el caso del ciervo o el jabalí, por tamaño y capacidad de defensa, resulta compleja y hasta peligrosa para el propio lobo.



Esta situación predispone a estos grupos que han perdido una parte significativa de sus efectivos a buscar presas menos complicadas, como el ganado que apenas se defiende y tiene limitada su capacidad de huida en muchas ocasiones. En definitiva, matar lobos debilita a los clanes familiares y los vuelve más propensos a atacar al ganado doméstico. No son pocos los estudios científicos que coinciden en que en situaciones normales las manadas de lobos prefieren consumir presas salvajes, aunque su disponibilidad sea inferior a las domésticas, evitando así entrar en conflicto con el hombre. 





Teniendo como horizonte irrenunciable que el mejor método de evitar daños es adoptar medidas de protección y vigilancia, estudios científicos señalan que solamente la extinción total o el casi exterminio de la población (lo que hoy en día sería una aberración completamente ilegal) serían capaces de reducir sustancialmente los ataques al ganado, y nunca de un modo definitivo, dado que una parte muy importante de esos daños son provocados por perros y no por lobos, como así lo atestiguan diversos informes y más de una noticia en los periódicos, aunque estos muestren una clara tendencia al sensacionalismo y prefieran retratar al lobo depredador en vez de al perro sin control. No hay mejor ejemplo ni más cercano que el del Reino Unido, donde no existe el lobo y sin embargo mueren por ataques de cánidos varias decenas de miles de ovejas cada año. Los perros de los cazadores en unas ocasiones, los abandonados o desatendidos en otras, y hasta los de los propios ganaderos en muchos de los sucesos son los responsables de gran parte de los ataques al ganado achacados al lobo. En las últimas décadas, además, hemos podido comprobar que los controles poblacionales dirigidos por las administraciones para, supuestamente, reducir los daños a la ganadería en, también supuestamente, momentos excepcionales, en realidad no reducen los mismos, dado que no son nunca selectivos ni dirigidos a los ejemplares concretos que puedan ser responsables reales de los daños. Se eliminan, pues, de esta forma especímenes de manera irresponsablemente aleatoria con el único fin de calmar los ánimos entre los ganaderos, aún a sabiendas de que este proceder no podrá nunca alcanzar los objetivos perseguidos, ya que los ejemplares eliminados serán sustituidos por otros, porque los individuos conflictivos no tienen por qué haber sido los eliminados cuando se hace de modo aleatorio, y porque reducir el "músculo" de las manadas mediante la ejecución de algunos de sus miembros puede derivar, como ya hemos indicado, en su incapacidad para alimentarse de presas salvajes difíciles de capturar. 


Con todo lo visto hasta aquí, nos podríamos preguntar ... ¿por qué, entonces, se sigue adoptando como única medida de gestión la ejecución de ejemplares?, ¿por qué se sigue pensando solo en esa única medida que la experiencia ha demostrado completamente ineficaz y que no ha sido capaz en todos estos siglos de atajar el problema?, ¿Por qué se siguen matando ejemplares si esta persecución no evita nuevos ataques al ganado?


Con todo lo visto hasta aquí y asumiendo que lo que se pretende realmente es disminuir este conflicto enquistado desde tiempos inmemoriales hasta hacerlo desaparecer, podríamos preguntarnos también ...¿no tenemos ya suficiente experiencia como para darnos cuenta de que hay que cambiar de estrategia?, ¿somos de verdad los seres humanos tan estúpidos que nos vemos incapaces de asumir nuestro fracaso con este modus operandi?, ¿somos los hombres de verdad tan ignorantes, torpes o insensatos que no somos capaces de comprender que de esta manera no vamos nunca a solucionar nuestro problema de convivencia con el lobo, y mucho menos aún en la actualidad cuando la sostenibilidad de la naturaleza es algo irrenunciable socialmente?

¿Somos de verdad seres tan obtusos y poco inteligentes?, ¿cómo podemos cerrar los ojos así ante las evidencias?

Quizás la respuesta a por qué seguimos empeñados en matar en vez de en "pensar" la encontremos en el propio egoísmo humano y en nuestro egocentrismo, que nos hace llegar a creernos el centro del universo, a pensar que la naturaleza está ahí única y exclusivamente para nuestro servicio, y en la evidencia de que cualquier choque de intereses con otros seres vivos solo lo sabemos resolver con su eliminación y exterminio, ya sean animales o plantas, extirpándolos de la naturaleza.

O quizás la respuesta a por qué seguimos empeñados en matar en vez de en "pensar" la encontremos en nuestra insensibilidad al sufrimiento animal, en nuestra ceguera cultural respecto del dolor ajeno, en que quizás llevemos cargado en el ADN esa falta de empatía que hace que la muerte y el exterminio de las especies no nos afecte ni moral ni espiritualmente.

O quizás la respuesta a por qué seguimos empeñados en matar en vez de en "pensar" la encontremos en que la nuestra es una sociedad históricamente (y por desgracia para el planeta y para nosotros mismos) masculinizada, que si por algo se ha revelado a lo largo de la humanidad es porque el género masculino parece saber resolver los problemas solo mediante la violencia, poniendo encima de la mesa la testosterona en vez de las neuronas. Nuestro mundo ha sido y es gobernado por el género masculino y la gran carga de agresividad de la que hace ostentación parece que invita a aquel a resolver cualquier conflicto de convivencia con el resto de seres vivos del planeta de una única manera: mediante su eliminación.


Y ahora entenderéis por qué comenzaba diciendo que el caso del lobo era especial. Lo que lo hace especial es que sigue siendo el único depredador apical del planeta que continúa siendo objeto de una persecución real y mediática implacable, y en cierto modo absurda según los planteamientos que hemos visto en esta entrada. Si exceptuamos obviamente a los cazadores para quienes, sin duda, sería todo ventajas, actualmente nadie en su sano juicio contemplaría con buenos ojos la persecución y muerte de los grandes felinos africanos, asiáticos o americanos (tigres, leones, pumas, jaguares, leopardos de las nieves), o de los grandes depredadores marinos (orcas, cachalotes, tiburones). Sin embargo, a los lobos, a pesar de ser el depredador apical de nuestros ecosistemas, se les sigue aplicando en la actualidad una gestión letal que no difiere mucho de la que han venido sufriendo desde siempre, siendo promovida además por las propias administraciones autonómicas con la connivencia del ministerio competente, lo que no deja de ser asombroso en pleno siglo XXI, y pareciéndose mucho a la época de las Juntas Provinciales de Extinción de Animales Dañinos y Protección de la Caza. Y esta gestión letal es aplicada con todos los métodos posibles -legales e ilegales- allí donde sobrevive, independientemente de que produzca o no daños al ganado y de que exista por ello conflicto social o no, algo que no deja de herir profundamente la sensibilidad de esa parte de la población española que desea la conservación de los lobos, y que no hace sino ahondar aún más la brecha ideológica y emocional entre los detractores de la especie y sus defensores. No podemos por menos de hacer hincapié en que las cifras conocidas de lobos muertos por furtivismo -como las que aparecen en el informe "Por la convivencia del hombre y el lobo, aproximación al balance de mortalidad no natural del lobo ibérico"- son, sin duda, mucho más reducidas que las producidas realmente, ya que como acciones punibles que son nunca llegan a ser conocidos públicamente la inmensa mayoría de estos hechos. Asusta pensar en el número real de lobos que cada año mueren ilegalmente en nuestro país y el vecino Portugal, algo que impide su expansión a nuevos territorios y que justifiqua el estancamiento que sufre la especie desde hace más de dos décadas.

Continúa dando igual su papel ecológico en el medio natural, vital para no desequilibrarlo más de lo que ya lo está. Y continúa dando igual que en muchos lugares el conflicto social sea mínimo. Y la sociedad contempla sin censura su persecución con la benevolencia que da la costumbre de siglos y milenios de pensar en ella como único planteamiento y, además, de décadas de demagogias y mentiras. ¿Os imagináis gestionar la población de esos tigres siberianos que mencionaba más arriba o de los jaguares amazónicos mediante la explotación económica de su caza deportiva?, ¿os lo imagináis con el león africano o el puma?, ¿o con el leopardo de las nieves en las grandes cordilleras asiáticas? Seguro que no, a todos nos parecería como mínimo repulsivo. ¿Por qué entonces con el lobo sí?

Porque con el lobo la sociedad "civilizada" se ha olvidado por completo del papel fundamental que ostenta en los ecosistemas como regulador principal de esa cascada trófica, y lamentablemente se ha normalizado su muerte, incluso sin necesidad de justificar daños a nuestros intereses económicos, sino por mera y simple diversión, lo que es, si cabe, más grave aún. Y esto, señores, provoca irremediablemente unas consecuencias negativas en el medio ambiente y un clima de enfrentamiento y confrontación constante entre defensores y detractores de la especie. Nos guste o no, así solo se enquistan los conflictos y la brecha social entre unos y otros.

Y nos guste o no, así solo estaremos confirmando que distamos mucho de ser la especie más inteligente del planeta.

NOTA: Como en anteriores entradas, las imágenes de lobos que se ven en esta ocasión están tomadas en el Centro del Lobo Ibérico de Robledo, y están obtenidas, por lo tanto, en condiciones controladas. Las de ganado ovino y perros guardianes pertenecen al rebaño de mi familia, y están tomadas algunas de ellas mientras eran pastoreadas y atendidas exclusivamente por mí, o durante las trasterminancias que realiza el rebaño en varios momentos del año, con lo que quiero dejar constancia de que somos muchos los que, aún siendo profundos conocedores del mundo rural, estamos convencidos de la necedad de perseguir al lobo en pleno siglo XXI.