29 de diciembre de 2023

Observaciones de campo del lobo ibérico 2.0


El jueves 16 de noviembre se presentó al público en la ciudad de zamora la segunda edición del libro "Observaciones de campo del lobo ibérico" del gran naturalista zamorano, además de magnífico conocedor de la biología del lobo ibérico, José Barrueso Franco. Esta nueva edición, evolucionada y mejorada respecto de la anterior, lleva el mismo título ampliado "Observaciones de campo del lobo ibérico 2.0" dejando patente que en él nos vamos a encontrar, no solo nuevos relatos de sus vivencias y experiencias personales con el gran depredador del Holártico, y que se vendrán a añadir a los textos que ya aparecían en la edición original, sino también una más que notable mejora en la edición propiamente dicha, con pastas duras, buen papel, muchas nuevas fotografías en color -tanto suyas como de otros cuatro autores, amigos suyos: Fernando García, Hipólito Hernández, José Luis Santiago y Manuel Segura, por orden alfabético- y un nuevo formato horizontal que ayudará a disfrutar más si cabe de las imágenes, no solo del lobo, sino también de esa otra fauna que convive con él en nuestras sierras.


Prologado por Javier Talegón, en él se describe "... cómo vive un lobo ibérico mediante observaciones reales y directas de su comportamiento para conocer mejor su vida, para comprenderlo, entenderlo, valorarlo y respetarlo. Además de poner en valor todo el entorno que rodea al lobo que abarca una enorme biodiversidad", en palabras del propio autor. Podemos, pues, añado yo, aprovechar su experiencia y sus eternas horas de observación para avanzar en el conocimiento de esta especie y comprender su día a día, cómo vive, cómo se relaciona con nosotros y cómo pasa desapercibido a nuestro lado porque en ello le va su vida. Cómo es, en definitiva, su mundo desde su perspectiva, cómo es visto desde la espesura de su brezal.

He tenido que esperar hasta hace unos días, pero yo ya tengo la nueva edición en mis manos, y estoy por fin disfrutando de sus relatos y sus imágenes, transportándome con cada uno de sus párrafos, de sus historias y sus vivencias a esos montes humanizados donde el eterno superviviente lucha por continuar adelante. Ya sabía que no podía defraudarme esta nueva edición siendo publicada por este apasionado y completo naturalista (el libro anterior lo devoré), pero si algo tengo que destacar de ambas publicaciones, más allá de la propia pasión por el lobo, es que sus páginas transpiran un profundísimo respeto por la naturaleza. Repito y con mayúsculas: Un Profundísimo Respeto por la Naturaleza. Así es, el autor antepone siempre la conservación y la protección, no solo del lobo, sino de toda la naturaleza en general, a cualquier otra circunstancia, como no podía ser de otra manera y sea del tipo que sea. Y eso se nota en cada párrafo.

Lo siguiente que destacaría del libro es, evidentemente, el envidiable acúmulo de experiencias que José B. atesora sobre este animal tan esquivo y difícil de observar. Durante años ha ido almacenando experiencias y encuentros con el lobo, muchas veces fortuitos, pero en otras muchas ocasiones como resultado de las numerosas, largas y tediosas horas de espera, que le han reportado en su conjunto un notable compendio de conocimientos sobre los comportamientos naturales del depredador. Es decir, una valiosísima información sobre el modo de vida del lobo ibérico y sus interacciones con el ser humano y el entorno. Estos avistamientos en manos de otros serían meramente anecdóticos, pero no en el caso de José B. que es capaz de extraer los por qué y los para qué de las acciones del cánido. Fruto de esa enorme experiencia puede interpretar y comprender lo que está observando, y eso no es siempre fácil, aunque a algunos ingenuos se lo pueda parecer. En todos estos años en su cabeza y en su corazón se han ido archivando vivencias que le han acabado marcando para siempre, y leyendo sus textos uno se da cuenta de ello.

Que todas las fotografías estén obtenidas en completa libertad y sin causar molestias a los seres vivos que en ellas aparecen aporta un valor añadido a la obra y debe quedar patente cuando por desgracia existen todavía algunos fotógrafos (por pocos que sean siempre serán demasiados) que se creen amantes de la naturaleza pero anteponen la obtención de una imagen a la tranquilidad del animal fotografiado. Puede que no todas las imágenes tengan una calidad fotográfica impecable, y algunas de ellas incluso ni siquiera la tengan técnicamente, pero cuando estamos hablando de un carnívoro principalmente nocturno, que solemos ver a distancias extremadamente largas, con telescopios de largo alcance, con condiciones de luz tremendamente pobres a veces y que huye de nosotros como alma que lleva el diablo, el mero hecho de obtener simplemente alguna imagen del lobo ya representa un reto increíble. Cuando, además, muchas de esas fotografías describen comportamientos y encuentros con este depredador el mérito es sencillamente descomunal. Como titula el propio autor en uno de sus capítulos hay que poner en la balanza la "Calidad de imagen versus lo que sucede en ella", y con esta especie todas las fotos tienen un enorme valor fotográfico intrínseco.

Poco a poco, según vamos leyendo la sucesión de capítulos del libro vamos también descubriendo la vocación pedagógica del autor y su convencimiento de que el futuro depende de la educación en el presente. La naturaleza en general, y el lobo en particular, precisan de una nueva generación que respete y proteja el medio ambiente de una manera proactiva, decidida y firme. Y el autor lo sabe y lucha por ello en su día a día haciendo algo tan olvidado en estos tiempos que corren, y a la vez tan imprescindible, como la educación ambiental, a través de su blog, con diversas actividades con los más jóvenes (ha hecho una presentación de este libro solo para niños, por poner un ejemplo), con exposiciones fotográficas, o con su propio trabajo como docente. Educar hoy es mejorar en el futuro, y eso José lo tiene interiorizado en su ADN.


En definitiva, "Observaciones de campo del lobo ibérico 2.0" es una obra imprescindible para cualquier amante de este animal tan especial e icónico, de una especie que se ha convertido en la actualidad en el símbolo de la lucha por la supervivencia, el gran proscrito que definiera Félix Rodríguez de la Fuente, perseguido y vilipendiado por el ser humano, una criatura salvaje que en realidad es mucho más que un mero emblema, infinitamente más que un icono del espíritu salvaje que imperaba en nuestros campos hasta el paleolítico, es sencillamente un animal más, necesario en nuestros ecosistemas y con todo el derecho a que lo dejen vivir en paz. 

Bueno, pues quienes quieran adquirir el libro (ISBN: 978-84-09-55529-1) podrán hacerlo directamente en las librerías "Semuret", "Milhojas" y "Ler Zamora", las tres en la capital zamorana, desde donde se pueden distribuir sin problemas a cualquier comprador de otras localidades españolas. Los encontraréis además en otras dos librerías salmantinas: "Letras Corsarias" y "Víctor Jara". También a través de las librerías "El Solitario", de Madrid; en la "Agrícola Jerez", de Jerez de la Frontera; o en la librería-papelería "Bécquer", de Medina de Rioseco. Por supuesto también estará disponible en el Centro del Lobo Ibérico, en Robledo (Puebla de Sanabria), y para cualquier duda o encargo directo no dudéis en poneros en contacto con el autor en el e-mail jbarru99@yahoo.es.

Solo me queda desearos una feliz lectura y que su espíritu de lo salvaje os sumerja en la realidad de nuestro hermano lobo, todavía en pleno siglo XXI el gran proscrito.

El que faltaba

Tras las entradas en este blog dedicadas a los ciervos, primero, los gamos después y finalmente los alces, además de una cuarta sobre el prehistórico buey almizclero, alguno se pensará que dónde diablos están las fotos que todo el mundo se suele traer de tierras escandinavas de los renos (Rangifer tarandus). Bueno, pues aquí está la especie que faltaba (denominada caribu en Norteamérica).


Si hay un gran mamífero que no es difícil de ver viajando por esas carreteras del Gran Norte ese es el reno, desde luego.

La inmensa mayoría de los que vemos en Escandinavia son semi-domésticos. ¡Tienen dueño! Así, en Noruega, por ejemplo, solo un par de áreas naturales protegidas albergan manadas de renos salvajes, descendientes de los originarios renos salvajes, valga la redundancia. Todos los demás son animales propiedad de ganaderos que viven todo el año en completa libertad (los animales, no los ganaderos). Dicho lo cual, solemos pensar ingenuamente que será relativamente sencillo obtener alguna imagen chula de ellos, puesto que cruzan las carreteras como en nuestras cordilleras lo hacen las vacas, y los vemos desde nuestros vehículos cuando viajamos como aquí vemos las ovejas. Error 404. Señores, no es así en absoluto. O al menos eso no fue así en absoluto para nosotros. Al problema añadido que ya comenté en la entrada que dedicamos al alce respecto de que en muchas ocasiones las condiciones reales, físicas, de las carreteras no te permiten parar donde quisieras, con lo que se pierden muchas oportunidades fotográficas de animales de los que te tienes que olvidar, hay que añadir que los renos que nosotros hemos visto serán semi-domésticos, pero eso no quiere decir en absoluto que sean confiados. En realidad nada más lejos de lo que nosotros pudimos comprobar. No digo que no los haya acostumbrados a la presencia del hombre, que los habrá, pero a los que a nosotros nos tocó en el sorteo ya os digo yo que no les hizo ninguna gracia cruzarse con aquellos tipos de dos patas. 


Las fotos están hechas en el sueco Parque Nacional de Abisko, gracias también a un poco de picardía como en el caso de las fotos de sus primos los alces. Pero no pidáis más, he guardado cinco fotos contadas, y da gracias, porque las cinco son casi iguales y de este mismo momento. Vamos, lo que viene siendo por lo menos penoso, cuando no patético. Aquí veis tres de ellas.

En aquella jornada ya habíamos visto en dos ocasiones más sendos grupos pequeños de estos cérvidos entre los bosques raquíticos de abedules del parque. En ambas oportunidades habían puesto pies en polvorosa en cuanto nos detectaron. En esta tercera ocasión actuaron exactamente igual, pero intuimos nosotros hacia dónde se dirigían ligeros y, aprovechando la cobertura que nos proporcionaba el bosque, rodeamos medio corriendo hasta la linde de una zona despejada para esperarlos aparecer. Y aparecieron. 


Que los muy capullos no se pararan un par de minutos a observarnos ya me pareció mal por su parte, pues no se trata así a alguien que viene desde tan lejos para verlos, ¡hombre por Dios! Así pues, mientras se alejaban raudos medio al trote, medio al paso, pude retratarlos cinco veces medio bien, y otras tantas desenfocados o movidos. De toda aquella intentona me guardo ese manojo de fotos en las que aparecen un par de hembras realmente chulas y bonitas -especialmente la que aparece en dos fotos-, con cuernos menos desarrollados que los de los machos adultos. ¿Recordáis que os dije en el artículo sobre el alce que la única excepción al hecho generalizado de que solo los machos de los cérvidos presentan cornamentas era el caso del reno? pues aquí tenemos la prueba, la excepción que confirma la regla, unas hembras preciosas, orgullosas mostrándonos su cuernas.

No quedará más remedio que regresar al Ártico alguna vez más para buscar más encuentros furtivos con esta especie tan hermosa. Merecerá la pena, seguro, ¿a que sí?.

25 de diciembre de 2023

El Apocalipsis

Es lo que parecía al ver aquella escena con aquel color más propio de una tormenta de arena del desierto que de un trocito de costa noruega, acentuado también, por qué no decirlo, con un balance de blancos personalizado. El Apocalipsis se adueñó del litoral hasta el extremo de hacerlo desaparecer por unos momentos. Es la ruleta rusa de estar en el momento preciso en el lugar perfecto. ¡Cuántas veces habremos llegado tarde a escenas que hubieran marcado la jornada! O, por el contrario, demasiado pronto y nos habremos marchado de allí con fotos meramente testimoniales. Infinidad de ellas, seguro. Pero cuando se alinean todos los astros puede llegar el Apocalipsis que nosotros estaremos preparados para sacarle partido.



Cuando hablamos de las duras condiciones de vida que la fauna del Ártico debe soportar no es un modo de hablar eufemístico, es la cruda realidad de su día a día. Siguiendo el ciclo anual, la llegada del otoño implica un problema añadido para la supervivencia de las criaturas que viven en estas latitudes, donde la climatología y las escasas horas de luz diurna no ayudan a llevar una vida cómodo y sencilla. Y esa dificultad resulta, además, muy severa. Viento, lluvia, nieve, frío extremo, y escasez de alimentos y dificultad para encontrarlos harán que las enfermedades y/o la debilidad física se cobre su peaje entre algunos de los habitantes salvajes de estas regiones. Muchos no lo conseguirán y no serán capaces de ver la nueva primavera. 


Es posible que estas fotografías simbolicen o no la dureza de la vida en esta parte del globo, pero seguro que al menos sintetizarán la belleza extrema que esa naturaleza dura y salvaje nos regala.


Abrir plano en la imagen siempre será interesante y me parecerá fundamental para mostrar el entorno en su conjunto, aunque luego nos quedemos con los detalles pequeños. La carretera medio helada que culebrea por la isla de Andoya nos permite parar en un apartadero y disfrutar del espectáculo que nos ofrece el Ártico. Los extraños tonos cálidos, casi saharianos, de la tormenta y sus cortinas de agua contrastaban a no demasiada distancia con los fríos del cielo y el propio Atlántico, más al sur, a la izquierda de la fotografía. Como contrastaban la paz y la calma que transmitía la superficie del mar con los dramáticos nubarrones del cielo. Esto es el Gran Norte, contrastes, momentos espectaculares, luces limpias, y una acumulación de momentos irrepetibles que se apelotonarán en nuestros cerebros y saturarán nuestras retinas.

Hemos parado en la pequeña carretera en medio de ninguna parte. Hacia el interior de la isla la tormenta se adentra sobre una lago helado. Nieva suavemente y el cielo parece haber desaparecido por completo, aunque un tenue arco iris nos recuerda que no, que el sol sigue existiendo en alguna parte por encima de nosotros.



Y si en su búsqueda giramos sobre nuestros pies y damos la espalda a la tormenta, la paz y la tranquilidad invaden el paisaje. El contraste no puede ser más brutal. Una paz increíble que nada tiene que ver con el cielo que ahora tenemos a nuestra espalda, es su antítesis personificada, hecha realidad. El sol existe y parece insuflar esperanza a la vida. Retazos de un cielo azul se reflejan en un espejo salpicado de rocas.

A veces la tempestad y la calma vienen juntas de la mano.


22 de diciembre de 2023

Feliz 2024

Enfrascados como estamos todos en la vorágine de regalos, cenas, comidas, encuentros y felicitaciones, aprovecho para desearos que el año que llega lo haga cargado de algunos de esos sueños que, quien más y quien menos, todos anhelamos cumplir. Que de las buenas intenciones pasemos a los hechos y seamos todos un poquito más coherentes, con el planeta, con nosotros mismos y con los demás. Que seamos más comprensivos y solidarios, y alcancemos a tener dos dedos de frente para salvar esta casa redonda a la que tratamos como si hubiera otra de repuesto. Que de los dedos cruzados pasemos a las mangas remangadas. Que de las esperanzas pasemos a las certezas. Que seamos, en definitiva, bastante mejores que en 2023, y en compensación la vida nos regale un poco más de felicidad, una buena dosis de serenidad, y amor y amistad infinitos. 

En resumen, que en 2024 algunas utopías se hagan realidad. Feliz año para todos vosotros.



21 de diciembre de 2023

Un año más

Como todos los meses de diciembre este modesto cuaderno cumple un año más de vida, y son ya 12 los años que aguantamos en este mundo virtual. Pronto seré un mozalbete adolescente. Este año no ha sido un buen año en lo que respecta a las fotografías de fauna porque no ha habido muchas fotos, o al menos no en comparación con años anteriores. Sesiones a especies clásicas desde luego ha habido muchas menos que otras temporadas, pero, además, especies fieles como el pechiazul o la tarabilla común, esta primavera me han dado calabazas descaradamente. Me pinta bien, para que mi ego no se crezca demasiado creyendo que ya domino su mundo. Pero que este año no haya echado tantas fotos en el morral, no significa que no haya habido campo. Campo ha habido, y mucho, todos ellos paisajes sanadores recorridos con las mejores compañías. Y eso es lo importante. Aire puro y fresco, monte, prismáticos y botas; y amigos con los que compartir todo eso. Así que no me voy a quejar, no tengo derecho, aunque un poco en mi fuero interno y para mis adentros sí que lo haga: como ser humano egoísta que soy, echo balones fuera como si la culpa hubiera sido de otros.

Pero si ha sido un año raro por las pocas fotografías realizadas, más extraño ha sido por lo poco que las he mostrado en el blog. O mejor dicho, por lo poco que las he podido mostrar. Falta de tiempo y mucho lío no me han dejado el sosiego necesario como para pensar en este cuaderno de recuerdos como a mí me hubiera gustado.

Pero el tiempo ha pasado y ahora ya no es 2023, sino finales de 2023. Y como en todas las postrimerías de año, os dejo un resumen de doce fotos para recordar otros doce meses más de vida. Esta vez serán imágenes que no han aparecido previamente por aquí, al contrario a como venía haciendo tradicionalmente en cumpleaños anteriores, cuando escogía una foto ya publicada por cada mes del año que expiraba. De esta forma, verán la luz algunas de esas fotos que, imperdonablemente, se quedaron en el tintero de mi disco duro. Espero que os gusten y que sigamos viéndonos por aquí otros doce meses más.














19 de diciembre de 2023

Luces boreales

Chispea algo, y los plomizos nubarrones que lo cubren todo no auguran un resto de tarde soleada y luminosa. Pero a saber, en el Norte (sí, con mayúsculas) las luces y los cielos cambian inesperadamente en cuestión de minutos. Literalmente.


El fiordo se encuentra ahora envuelto en una penumbra dura y hostil, fruto del contraluz y de ese cielo encapotado y plomizo que lo amenaza todo, al tiempo que dos claros entre las nubes parecen luchar contra las fuerzas de la borrasca; por uno de ellos asoma un retazo de azul, mientras que por el otro lo hacen unos rayos de sol que iluminan las montañas más lejanas. Todo el paisaje se envuelve con esas luces mágicas con las que cualquiera de nosotros sueña encontrarse en cada salida fotográfica, limpias y cristalinas. Las luces boreales son agradecidas, señores, se portan bien con el fotógrafo y nos regalarán a menudo momentos para el recuerdo, lo que es, sin duda alguna, infinitamente más importante que hacerlo para el disco duro, pues cada recuerdo del pasado pasará a ser una pequeña porción fundamental de nosotros mismos en el futuro. Nos construimos recuerdo a recuerdo pues somos la suma de lo vivido.



14 de diciembre de 2023

Convertirse en nieve

En Escandinavia el invierno real llega mucho antes de hacer su entrada el oficial. En pleno otoño ya podemos ver montañas, taigas y tundras completamente nevados, así como bastantes lagos ya congelados. Parece que el campo se vacía, pero no es así. Al menos no por todos sus habitantes. Algunos pocos especialistas resisten los primeros temporales otoñales y permanecen fieles al paisaje. No huyen hacia el sur y las tierras bajas. Algunos incluso se transforman en criaturas distintas para mimetizarse con el invierno, y se vuelven como de nieve.

El lagópodo escandinavo (Lagopus lagopus lagopus) es uno de ellos. Tetraónida igual que los urogallos, gallos lira, gallos de las praderas, grévoles y otras tres especies de lagópodos (y sus numerosas subespecies), son aves hermosas que en invierno mudan su plumaje a un blanco inmaculado. Difíciles de diferenciar en la estación fría de las, también inmaculadas, perdices nivales (Lagopus muta), son aves bellas y delicadas que no dejarán a nadie indiferente. El lagópodo común, al que pertenece la subespecie escandinava, es un habitante habitual de los bosques de abedul de todo el Holártico subpolar, donde se reúne en pequeños bandos para pasar en mejor compañía los duros meses invernales, cuando su alimentación se centra principalmente en yemas de abedules y sauces, como observamos en la siguiente foto.

Pero si algo es destacable en esta ave durante el periodo frío del año es, sin duda, la belleza de su blanco impoluto. Efectivamente, su plumaje críptico durante el resto del año para pasar desapercibido entre la parda vegetación rastrera de abedulares y tundras, se va transformando en una librea blanca a medida que muda el plumaje de cara al inminente invierno. Ya en octubre lo vemos así, casi con el plumaje completamente mudado, y casi sin una pluma que recuerde los viejos tonos marrones barreados, clásicos del estío.




Así es, esta maravillosa criatura se vuelve como de nieve.

12 de diciembre de 2023

El espíritu del bosque

Parece que seguimos con las pezuñas. Tras los ciervos y gamos daneses, las cabras monteses de nuestro solar ibérico, y los bueyes almizcleros de las tundras alpinas noruegas, ahora le toca el turno a otro ungulado simplemente increíble, el espíritu del bosque, un animal que muchos llevamos asociado en nuestro imaginario colectivo a los inmensos mares de píceas de la taiga boreal. El alce (Alces alces).


Se trata del mayor cérvido del planeta y de una mole de más de 2 metros de altura en la cruz y hasta 700 u 800 kilogramos de peso en los machos alaskeños más grandes. Dentro de la familia Cervidae pertenece a la subfamilia Capreolinae, lo que lo emparenta más con el corzo que con los propios ciervos. Esta familia Capreolinae se subdivide a su vez en tres tribus, siendo nuestro protagonista el único representante actual de una de ellas, la Alcinae. La especie se distribuye por el cinturón de bosques subpolares de la taiga y caducifolios a lo largo del Holártico. Hasta no hace mucho se clasificaba en dos especies (el eurasiático -Alces alces-, y el americano -Alces americanus-, subdivididas en 9 subespecies, una de ellas extinta), pero en la actualidad se tiende a considerar en base a estudios moleculares una sola especie que cuenta, eso sí, con esas ocho subespecies diferentes (cuatro en Eurasia y cuatro en América del Norte), además de la extinta en Eurasia. Según esta corriente, este animal de las fotos pertenece a la subespecie nominal Alces alces alces, descrita para Escandinavia, Rusia occidental, Polonia, Países Bálticos, etc. y hoy en día en tímida recuperación tras la fuerte regresión sufrida en el pasado por la caza excesiva, recuperando territorios tanto por el sur (Alemania, Austria, etc.) como por la tundra ártica.

Patas largas y cuerpo robusto definen a esta criatura, de la que nos llama rápidamente la atención esa cabezota enorme, con esa nariz grande y extraña que usan para filtrar el aire frío y calentarlo antes de que llegue a sus pulmones, adaptación clara a esos ambientes pre-árticos en los que prospera. Este ejemplar se nos pone adrede de perfil para que observemos esa piel colgante de la papada tan característica de los machos y con el que las hembras no cuentan, al igual a como sucede con la cornamenta.


La envergadura de sus astas puede llegar a los 2 metros, pero en general ronda el metro o metro y medio. En estas fotos se la vemos aún teñida del rojo sanguinolento que sigue al descorreo de su piel muerta. Y es que como en el resto de sus parientes cérvidos, los alces pierden y renuevan su cornamenta cada temporada. Hablemos un poco de ello y aclaremos algunas confusiones al respecto.

Llamamos cuernos a aquellos apéndices óseos que emergen de los cráneos de ciertos animales. Surgen desde el hueso frontal generalmente, o en algunos casos más raros del parietal. Pero nunca lo hacen desde la nariz, aunque lo denominemos de igual forma, dado que lo que les crece a los rinocerontes no es materia ósea, sino queratinosa, como nuestras uñas y pelo. En las jirafas machos y hembras, y en los machos de okapis tampoco son cuernos propiamente dichos, sino los denominados Osiconos, que no son sino protuberancias cartilaginosas osificadas, recubiertas, además, siempre de piel y pelo (en las hembras de jirafa estas protuberancias acaban en un plumero de pelos, con el que los machos no cuentan). Los verdaderos cuernos son siempre permanentes y fijos, con un núcleo de hueso y una funda queratinosa que los cubre, creciendo continuamente a lo largo de la vida del animal. Nunca se les cae y los observaremos tanto en los machos como en las hembras, aunque en ellas suelen estar a menudo menos desarrollados. En el caso de las hembras de ovejas y muflones, a veces los presentan y a veces no. Vacas, búfalos, antílopes, bisontes, cabras, bueyes almizcleros, ... todos ellos tienen cuernos.

Las astas, por el contrario, están formadas enteramente de hueso, sin ningún tipo de funda, se caen anualmente y vuelven a crecer cada temporada. Solo cuentan con ellas los machos de la familia Cervidae, con una excepción: las hembras de reno también las portan en sus cabezas.


Las astas arrancan del cráneo desde unas protuberancias denominadas pedúnculos o pivotes óseos, cuyo diámetro va aumentando cada año para poder soportar el propio aumento del tamaño de la cornamenta a medida que el animal va sumando años. A partir de este pivote óseo se genera una estructura cartilaginosa que poco a poco va ganando consistencia y densidad. En estos primeros compases del crecimiento la cornamenta está recubierta del famoso terciopelo o borra, que no es otra cosa que piel. Hueso y terciopelo están profusamente irrigados a través de numerosos vasos sanguíneos que alimentan la estructura mientras crece. Al término de su desarrollo se van depositando sales de calcio que endurecen la estructura interna del hueso y taponan la irrigación de la piel. Esta se vuelve más reseca y quebradiza hasta secarse y caer, en el proceso que se denomina descorrear, cuando el animal se frota la cornamenta compulsivamente contra ramajes, árboles y arbustos. Tras el celo de los animales en otoño, unas células denominadas osteoclastos atacan la base de la cuerna hasta que esta se desprende; es el desmogue, que suele tener lugar durante el invierno. Con la llegada de la inminente primavera el nacimiento de una nueva cornamenta se reanuda, esta vez de mayor tamaño.


Los alces entran en celo en septiembre y octubre, momento en el que los machos llegan a combatir entre sí en peleas muy violentas que acaban ocasionalmente con la muerte de alguno de los gladiadores. En esta época vocalizan unos particulares reclamos de aspecto nasal y profundo, que escuchado en lo más escondido y denso del bosque te pone los pelos de punta, hueco y poderoso, y que nosotros pudimos escucharlo junto a un lago congelado dentro del Parque Nacional de Abisko, en Suecia. Nos pareció algo cuasi sobrenatural, telúrico.

El macho, que no me perdió de vista mientras yo lo fotografiaba (no me quitaba ojo, desconfiado), al tiempo que controlaba la posición de su hembra oculta en el interior del bosque -y a la que yo no había alcanzado a ver en un principio, a pesar de tener constancia de su presencia-, se reunió por fin con ella. Los sigo durante unos pocos metros y los observo ya juntos, ella algo más pequeña que él. Parecen tranquilos. Ella incluso come algo antes de echarme también una mirada tierna y melosa como pidiéndome que los deje tranquilos en la intimidad de sus amoríos. 

Tras unos minutos, los espíritus del bosque giran sobre sí mismos y emprenden un caminar pausado hacia el interior de su taiga, donde desaparecerán definitivamente. Yo quedaré marcado por esos pocos minutos de contacto. El alce siempre será un animal ligado simbólicamente a la última frontera, aquella que nos acerca a la tundra salvaje y fría del Gran Norte.

8 de diciembre de 2023

Tras el fósil de la Edad del Hielo

Después del alto en el camino que hicimos en Dinamarca, donde ciervos (Cervus elaphus) y gamos (Dama dama) me sirvieron para desentumecer el dedo índice, llegamos por fin al Parque Nacional de Dovrefjell-Sunndalsfjella, en el centro-sur de Noruega. Este espacio natural protegido ocupa 1.693 kilómetros cuadrados de superficie del área montañosa de Dovrefjell, una cordillera fuertemente erosionada. El término dovre hace referencia al topónimo de la zona, lo que sumado a fjell, cuyo significado es "montaña", viene a traducirse como la montaña de Dovre. Desde los 2.286 metros de su cota más elevada, en la cumbre del Snoetta, podremos observar un paisaje duro e inhóspito donde la biodiversidad necesariamente se vuelve escasa en estas fechas, pues ni hay recursos suficientes para albergar un gran número de especies, ni muchas de ellas son capaces de adaptarse a las condiciones climáticas y ecológicas del lugar durante los meses más fríos. El contraste con la época estival, cuando miles de aves migratorias asaltan el Ártico para reproducirse, es brutal. Pero sobrevivir ahora no resulta fácil en este lugar tan rotundamente severo, con largos, muy largos y fríos inviernos, y estaciones estivales cortas, muy cortas, realmente demasiado breves. Dicen que lo bueno, si breve, dos veces bueno; pues entonces aquí el período estival debe ser fabuloso a juzgar por lo breve que llega a ser.


En las partes de menor altitud del parque podemos encontrar los clásicos abedules y sauces de porte bajo, y a veces hasta achaparrado, adaptados a las inclemencias meteorológicas propias de una región geográfica pre-ártica. Toda la vegetación restante que encontraremos la veremos a ras de suelo. La "tundra alpina subpolar" -como la denominan los ecólogos- propia de este parque nacional también se extiende por encima de la línea de árboles, pero esta vez por el efecto de la altura de la cordillera en vez de por la latitud, como sucedería con la tundra ártica. Al igual que en esta región biogeográfica conocida por todos, estas tundras alpinas se caracterizan también por la ausencia de arbolado y por un tapiz vegetal muy ralo, que apenas se despega del suelo para luchar contra las adversas condiciones de viento y frío. El suelo permanece helado -aunque no esté realmente constituido por lo que conocemos como permafrost- y cubierto por la nieve gran parte del año. Este suelo, además, a menudo se encontrará encharcado formando turberas pobres en oxígeno y, por lo tanto, con pésima descomposición de la materia orgánica. Así las cosas, caminaremos sobre un tapiz increíble de musgos y líquenes que puede abarcar hasta donde alcanza la vista.







Este ecosistema no puede mantener durante el período invernal una gran variedad de fauna pero, a cambio, la que resiste es extraordinariamente interesante dadas las condiciones ambientales tan adversas a las que se ha de enfrentar para sobrevivir a la estación y prosperar. Serán verdaderos especialistas. Nosotros nos cruzamos, por ejemplo, con algún rastro de liebre variable (Lepus timidus) y de perdiz nival (Lagopus muta) o lagópodo escandinavo (Lagopus lagopus) -a saber quién era el autor de estas últimas huellecitas en cuestión-. Pero, además, seres como el lemming (Lemmus lemmus), tan fundamental en este paisaje de tundra como base alimenticia de los depredadores que aquí sobreviven, tales como los zorros árticos (Vulpes lagopus, o a veces también como Alopex lagopus), glotones (Gulo gulo) o los búhos nivales (Bubo escandiacus), así como algunas de las últimas manadas de renos salvajes (Rangifer tarandus), son criaturas tan especiales y asombrosas que forman parte de nuestro imaginario colectivo cuando pensamos en el mítico Ártico. 



Pero si hay una estrella indiscutible en este parque nacional, ese es sin ningún género de duda, el buey almizclero (Ovidos moschatus). Por todos los lados vemos referencias a este herbívoro, y encontraremos numerosos carteles advirtiéndonos de su peligrosidad en caso de tener un encuentro excesivamente cercano con él.


Los carteles, ubicados por diversos sitios, rezan en noruego, inglés y alemán:

ATENCIÓN - BUEYES ALMIZCLEROS. Ahora usted está en un área con bueyes almizcleros. El buey almizclero es un herbívoro pacífico, pero puede atacar si usted se acerca demasiado. ¡Entonces usted correrá un gran peligro! Si accidentalmente se encuentra con un buey almizclero en su camino, retroceda despacio y de un gran rodeo a su alrededor. Por su propia seguridad: NUNCA SE ACERQUE A MENOS DE 200 METROS. USTED ES EL ÚNICO RESPONSABLE EN CASO DE ACCIDENTE.

¡Vaya ánimos que dan!, jejeje.

Habrá que remangarse para trabajar y ponerse a buscarlo. Nos hemos dado un par de jornadas para intentar llevarnos algún retrato de esta maravilla prehistórica, así que no hay tiempo que perder ya que las horas de luz en estas fechas tampoco ayudan. El hielo en los senderos inferiores y la capa de nieve más arriba ralentizan la marcha, pero a cambio nos puede facilitar la localización de los bueyes sobre el blanco elemento, si aciertan a moverse por alguna ladera nevada. El fuerte viento ha barrido la nieve en muchas zonas del parque y todo cobra un aspecto confuso. Localizado el primer día un pequeño grupo en la lejanía compuesto por unos cinco ejemplares, toca dirigirse hacia ellos. No será sencillo, y cuando alcancemos el lugar -las cercanías de una suave cumbre- parecen haberse volatilizado. Ya no los veremos por ningún lado. 





Las huellas aquí y allá nos indican que solo un rato antes pasaron por aquí; pero, no habiendo obstáculos tras los que esconderse, nos parece mentira que unos bichos tan grandes hayan desaparecido sin que los hayamos visto. Nos va a resultar complicado volverlos a encontrar.





El buey almizclero, por muy aspecto de buey que tenga, y por mucho nombre de buey que lleve, es en realidad una cabra disfrazada. El Género Ovidos -del que es la única especie que vive en la actualidad- es uno de los once en que se divide la subfamilia Caprinae. Esta bestia parda tiene, pues, un parentesco filogenético mucho más cercano a las cabras, los muflones y las ovejas que a las vacas, los búfalos y los verdaderos bueyes, pertenecientes todos ellos a la subfamilia Bovinae. Podríamos decir que el buey almizclero es una cabra que se ha pasado de la raya haciendo pesas y dopándose con esteroides anabolizantes para desarrollar su volumen corporal, hasta el punto de ser un buen ejemplo de "convergencia evolutiva" al presentar unas características morfológicas similares a las de los miembros de Bovinae, siendo él, como hemos indicado, un destacado miembro de Caprinae.




Durante épocas glaciares ocuparon gran parte de Eurasia y Norteamérica al encontrar condiciones ecológicas adecuadas para su expansión, alcanzando incluso la península Ibérica. Luego corrieron una suerte pareja a la de los mamuts y fueron desapareciendo de gran parte de su área de distribución, a lo que se sumó finalmente la caza abusiva en épocas ya históricas (¡cómo no!, de nuevo la psicopatía humana aparece detrás de otra extinción), hasta quedar relictos en unos pocos enclaves del Ártico canadiense y groenlandés, allá por los siglos XIX y XX. Desde entonces su población ha ido en aumento, de la mano de las regulaciones cinegéticas y las reintroducciones en diversos puntos de su histórica área de distribución, hasta alcanzar en nuestros días un total de entre 80.000 y 125.000 individuos en todo el Holártico.

Este es el caso también de Dovrefjell, en Noruega, donde unos trescientos ejemplares prosperan perfectamente en la actualidad, habiendo incluso servido de núcleo fuente para colonizar de modo natural alguna otra área cercana en la región fronteriza entre Suecia y Noruega. En estas tundras alpinas de Dovrejell fueron reintroducidos por primera vez en 1932, aunque de nuevo la caza los volvió a exterminar (¡no aprendemos, somos una verdadera plaga!) durante la segunda contienda mundial, lo que obligó de nuevo a "re-reintroducir" más individuos a partir de 1947.

Hasta 400 kilos de músculo bruto acabados en unos cuernos afilados y una testuz con la que los machos se enfrentan en la época de celo a velocidades a veces de 40-60 km/h como trenes descarrilados, dan para pensárselo mucho antes de acercarse a estas bestias lanudas de la Edad del Hielo. En especial los que nos ponemos delante de ellos por primera vez, recordando las advertencias de los cartelitos en cuestión y de todas las webs oficiales consultadas antes del viaje. El buey almizclero es de las pocas especies de ungulados que son capaces de enfrentarse a sus depredadores y salir victoriosos del encuentro; aparte del búfalo cafre frente a los leones, no se me ocurren muchos más. Mientras lo habitual es que, ante una amenaza, un herbívoro salga huyendo, estos animales del Pleistoceno reaccionan de forma diferente, atacando de un modo agresivo sin muchas contemplaciones, siendo famosa su férrea defensa de los terneros mediante la formación de un círculo de adultos con los cuernos hacia el exterior y los terneros protegidos entre ellos. No, no les debe resultar nada fácil a una manada de lobos hacerse con un buey almizclero, siendo estos cánidos en la actualidad sus únicos depredadores allí donde sus áreas de distribución aún coinciden, lo que sucede en el Ártico canadiense y ruso, pero no en Noruega o Suecia. En estos países tan "civilizados y modernos" el odio paranoico y fanático al cánido consiguió exterminarlo en los años 70 del pasado siglo, y hoy solo regresa a duras penas desde Finlandia y Rusia a unos territorios donde la persecución institucional, tanto en Noruega como en Suecia, continúa siendo sencillamente medieval en pleno siglo XXI. Las luchas encarnizadas entre un buey almizclero adulto y un grupo de lobos solo se terminan tras el agotamiento del buey, quizás tras horas de persecución y enfrentamiento, lo que solo puede asombrarnos y provocarnos un profundo respeto por la capacidad de supervivencia que ostentan ambos mamíferos.

No nos lo podemos creer, cuando por fin los tenemos frente a frente, la distancia es verdaderamente corta para que pueda trabajar con tranquilidad y eficacia. Tan cerca que no me puedo mover como debiera para encuadrar y componer imágenes agradables en este entorno tan hermoso. 


Los animales están tumbados en una minúscula hondonada. Las fotografías en estas condiciones no son lo que nosotros esperábamos conseguir. Sin opciones de moverme alrededor con soltura, ni de fotografiarlos en actitudes o poses diferentes, no nos quedará más opción que conformarnos con un manojo de fotografías repetidas y la emoción de haber estado a unas pocas decenas de metros de ellos, formando por unos momentos parte de su mundo. El macho, de potentes cuernos, de vez en cuando abre los ojos y me mantiene controlado. Está amodorrado como el resto de su equipo, un ternero y varias hembras. Y así permanecerán el resto del día.



Sin inmutarse. Las pocas horas de luz que ya se empiezan a notar durante el mes de octubre en estas latitudes nos obliga a dejarlos allí sin poderlos disfrutar realmente, pastando de pie, moviéndose e interactuando entre ellos. Nada. Aguantaron tumbados estoicamente durante horas, desde última hora de la mañana hasta bien entrada la tarde. Nosotros paseamos y esperamos; comimos y esperamos; charlamos y esperamos; seguimos paseando por los alrededores y esperamos; ... y nada, no se les vio prisa alguna por moverse en ningún momento.


¿Y los 200 metros esos de los cartelitos? pareció preguntarme una hembra mientras me lanzó una mirada desde no más de 50. Yo, en el borde que dominaba la hondonada también me lo pregunté.

Toca, pues, recoger y regresar a la seguridad del valle y de la furgoneta. Habrá más oportunidades en el futuro. Por esta vez será suficiente.