22 de octubre de 2013

España va bien...

Recuerdo en los ochenta y noventa los años duros de la jeringuilla, cuando sombras verticales arrastraban sus pies por la ciudad y alargaban sus manos pidiendo entre los transeúntes para su dosis diaria, cuando una palabra nombraba una enfermedad maldita y suponía al mismo tiempo el aislamiento social, convirtiendo al enfermo en un paria, además. Fueron los tiempos duros del caballo. Y recuerdo ahora los estragos de aquellos años trágicos porque veo por mi ciudad una vez más muchos brazos tendidos y manos abiertas pidiendo no caer en el olvido, después de haberlo hecho ya en la exclusión social. Veo de nuevo por las calles de mi ciudad muchos parias olvidados, más incluso que en los años duros del caballo, con manos abiertas que son la respuesta real y contundente a los datos con que nos están bombardeando los poderosos en los últimos días. Manos de gente que no vive en el mismo país de las oportunidades al que nuestro presidente se refiere en foros internacionales (rebosantes de sonrisas, trajes hechos a medida y coches oficiales). Gente a la que no le moja la lluvia de millones de la que habla otro iluminado envuelto en su bandera roja. Manos de gente a la que ni le han bajado el sueldo, ni se lo han moderado levemente en su crecimiento, porque simplemente se lo han quitado. Manos que contradicen el optimismo de los mismos corruptos de siempre. Manos de gente real, de carne y hueso, que no engrosarán nunca el trece por ciento de nuevos millonarios que hay en el país; ni siquiera el de la clase media, cada vez más reducida; sino el de las clases más desfavorecidas, el número de pobres severos, el de aquellos que usan los comedores sociales, el de los que duermen sobre unos cartones, el de los que tienden el brazo con la mano abierta por las calles de cualquiera de nuestras ciudades.








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