8:30 a.m. en un pinar perdido de la provincia segoviana. La niebla nocturna se ha transformado en un velo blanco de fina escarcha sobre el paisaje. Siete grados y medio bajo cero suelen dar pereza, pero en esta oportunidad no. Al menos no a mí. O al menos no a mí en esta precisa ocasión. Salgo disparado de la furgo y de su calefacción estática y, dejando a la familia aún acostada entre edredones de pluma, me sumerjo en el frío ambiente matinal. El desayuno puede esperar. No tengo prisa. La niebla alta impide que los rayos del sol derritan las filigranas blancas depositadas sobre los tallos de las plantas, filigranas que durarán buena parte de la mañana. Nos zambullimos en el bosque mi trípode, mi cámara y yo. A lo lejos oigo algún vehículo pasar por una carretera no muy distante, así como los trágicos sonidos con los que algún cazador trae la muerte. Yo me evado con la belleza que me rodea. Blanco sobre el verde. Blanco sobre el rojo. Blanco sobre el marrón. Blanco sobre el gris. Blanco. A mi alrededor todo está en mayor o menor medida pincelado de blanco, de escarcha y niebla helada. De relente congelado. De gotitas de agua heladas, gélidas, glaciales.
Unas fotos preciosas. Saludos.
ResponderEliminarEstos días de grandes heladas son siempre muy sugerentes. Gracias Teresa por comentar.
EliminarUn saludo
Me encanta la tela de araña y todo lo demás. Feliz puente
ResponderEliminarA menudo los detalles describen mejor el conjunto, es cierto. Gracias por pasar Moose.
EliminarUn saludo
Bonita narración y extraordinarias fotos… Envidia me da no haber estado por aquellos parajes compartiendo esta helada… Gracias por enseñar tu trabajo y tu pasión, Chuchi. Un saludo.
ResponderEliminarY a mi me hubiera gustado igualmente compartir aquellos paisajes contigo y tu familia, seguro que el frío habría sido más llevadero. Gracias amigo.
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