Ya clarean las primeras luces matinales cuando nosotros entramos en los hides dispuestos a pasar, si el día nos lo permite, toda la jornada entre las grullas. Tenemos delante de nosotros una finca verde que en varias oportunidades ya hemos visto tapizada de grullas como si de un rebaño de ovejas se tratara. Sabemos que el gran bando de viajeras tiene una insistente querencia a esta amplia vaguada y esperamos que ello nos permita hacer un buen trabajo fotográfico (o, cuanto menos, correcto) para lo cual el propietario de la dehesa colindante nos ha permitido acceder a su interior (muchas gracias Javier, muchas gracias Ángel).
Nos acomodamos, pues, nosotros dos y el montón de bártulos necesarios -debidamente camuflados en el interior de nuestros chajurdos de tela- junto al alambre de espino que delimita las dos fincas y con la intención de aguardar todo el día si la jornada se da bien. Que por intentarlo no quede, nos decimos impacientes, aunque bien sabemos que el pronóstico climatológico no es nada halagüeño. Al poco tiempo de entrar en los hides el bullicioso trompeteo de la bandada nos sobrevuela y nos envuelve. Se posan en la ladera que tenemos delante poco tiempo antes de que los primeros rayos de sol hagan su aparición. Aunque sería bastante más exacto decir que hagan su "fugaz" aparición, porque al poco de amanecer se nubla, antes incluso de lo que anunciaban las predicciones meteorológicas. Junto con el cielo también se nos van nublando las expectativas que habíamos puestos en la jornada. Alrededor de tres centenares de fotografías generales constituyen mi pobre resultado de la mañana, ya que las grullas ni siquiera llegaron a acercarse a nuestra posición como en alguna otra oportunidad. De todas ellas sólo un tercio han pasado a formar parte del archivo. El cielo se encapota del todo y comienza incluso a chispear a última hora de la mañana, lo que hace que al final de la misma aprovechemos la lejanía del gran bando para recoger y regresar a nuestra casa. Nuestros helados pies en la fría y húmeda mañana de enero nos lo agradecieron, sin duda.
Sin embargo, no nos vamos decepcionados aunque una mueca de rabia se adivine en nuestra conversación. Como siempre, el resultado ha sido positivo. Y no solo porque por fin pudimos calentarnos los pies y terminar así con aquella pequeña tortura, o porque en cada espera se aprende algo, tanto de la fotografía en sí como del comportamiento de la especie que anhelas fotografiar, o por ese pequeño puñado de imágenes que me guardo, que al fin y al cabo siempre serán irrepetibles, sino porque hemos pasado una mañana más inmersos en la naturaleza sin que la fauna advirtiera nuestra presencia, lo que implica una extraña y agradable sensación interior, y porque, en definitiva, siempre será un recuerdo imborrable la experiencia de ver evolucionar de un modo natural a estas gráciles e incansables nómadas del Gran Norte.
Como me gustan las Grullas en la Dehesa, el ambiente es cojonudo y las del amanecer buenísimas, un gran trabajo y una gozada para la vista.Jesus un gran trabajo, un saludo desde Zumaia.
ResponderEliminarGracias Iosa. Lo cierto es que dista bastante de lo que esperábamos poder hacer, pero la fauna es así y forma parte del atractivo de este tipo de fotografías. A ver si hay otra oportunidad a lo largo de esta temporada.
EliminarUn saludo.
Gracias por tu comentario. Qué bonitas imágenes nos muestras.. Felicidades.. :-)))
ResponderEliminarGracias Ana, me alegro que te gusten. Por cierto, no lo comenté en tu entrada, pero el cuervo es una de esas especies que más especialmente me atraen y, aunque tengo alguna foto maja, lo cierto es que le tengo unas ganas ....
EliminarUn saludo.