20 de febrero de 2014

El Comevidas

No tiene ni dimensiones concretas ni forma definida. Cambia y muta de aspecto a lo largo y ancho del globo terráqueo, y lo alimentamos nosotros con nuestros actos y nuestra vida. Devora seres humanos y el aliento del planeta que habitamos. Engorda con el dolor y la destrucción, con el sufrimiento y la desolación, con el despilfarro y el holocausto planetario. Lo parimos nosotros cuando nos creímos superiores, cuando nos pensamos a nosotros mismos como propietarios de la tierra que pisábamos y de los seres que por ella deambulábamos. Lo creamos sin pensar, y ahora sin pensar lo alimentamos. Con llantos, lágrimas y sangre. En Kiev, en Alepo o en Sudán del Sur, pero también en nuestros barrios y nuestras ciudades a través de la opulencia de unos cuantos, de la corrupción y de la depravación social de nuestro Estado del Malestar. Sí, el Comevidas carcome nuestra sociedad desde dentro y quizás habite en cada uno de nosotros, engordando con nuestro propio sufrimiento, canibalizándonos, putrefacto, envilecido y desbocado.


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