Mira fija y relajadamente a ese extraño arbusto que forma en realidad nuestro hide y, observándola, comprendo el miedo que debe dar cualquier ave rapaz a sus presas.
Me encuentro con mi hijo pequeño esta tarde de martes probando un hide de dos plazas e intentando hacer unas fotos a un mochuelo que hoy no está por la labor, cuando inesperadamente un milano negro (Milvus migrans) se posa donde no debía: demasiado próximo en su primer acercamiento. Pablo puede hacerle unas pocas fotos con su zoom antes de que levante el vuelo; lo que hará por poco rato, ya que unos minutos después vuelve hasta nuestro árbol posándose en otra rama diferente. El animal se ha situado en esta segunda oportunidad a una distancia adecuada, pero no en el lugar idóneo para mi: una rama de la encina me estorba y no puedo hacer nada decente. Mala suerte, no puedo verlo entero. La nitidez, sin embargo, es muy buena y aprecio todo su poderío gracias a unas garras y un pico que deben impresionar a quien se le vengan encima, junto con su agresividad y beligerancia. Además, su natural desconfianza y su gran adaptabilidad hacen del milano negro una rapaz próspera en varios continentes.
Se repiten los clicks de las cámaras mientras tomamos un puñado de imágenes. Durante unos breves momentos, y con el reclamo de las perdices de fondo, disfrutamos de su presencia, de la seriedad y brabuconoría que transmite, así como de su poder y belleza, antes de levantar el vuelo y desaparecer definitivamente.
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