Sus formas curvas y onduladas se cubren de líquenes y musgos. Su hueso, antaño de un blanco brillante y liso, se ha vuelto bajo las inclemencias y el sol, grisáceo y rugoso, roído ahora por roedores. Sus grietas y recovecos sombríos se convierten en refugio de insectos, de donde emergen unas decenas de crías de mantis religiosas,
insignificantes, pero ya tétricas. Del negro agujero en donde un día muy lejano se alojó un cerebro emergen avispas, carnívoras y depredadoras. Telarañas pegajosas cubren sus fosas nasales. Hierbas y pajas secas emergen por entre los huecos donde hubo unos ojos y camuflan el cráneo. Hormigas guerrearas recorren su superficie. La calavera se integra poco a poco en la naturaleza, sirve de refugio a unos y a otros habitantes del inframundo del monte mediterráneo. Un día tuvo una vida. Hoy es un pequeño mundo en sí mismo que ayuda a sobrevivir a otras muchas.
Bonita entrada, me ha gustado. Saludos desde Cantabria.
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Gracias Germán, me alegra que te guste. Un saludo desde Salamanca.
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