Siempre he recogido huesos en mis paseos por el campo, viejos, nuevos, grandes, chicos, impecablemente blancos o grises. Agrietados, cubiertos de líquenes y musgos, muchos de ellos acaban en mi casa, en lo alto de alguna estantería, sobre los libros o dentro de alguna caja de plástico. Esta vértebra reposa desde hace unos meses junto a la pantalla del ordenador, sobre un frío disco duro externo. Ahora que la miro, pienso en lo efímero de la vida, de esta existencia precaria, frágil y breve. Recogidos entre la hojarasca de cualquier encinar castellano, estropeados por el sol y las inclemencias, yo veo en ellos la hermosura de su propia vejez y de su historia desconocida o, como en esta vieja y ajada vértebra, de su simple simetría. Por ello, como en otoños anteriores, los huesos son de nuevo los protagonistas de estos días oscuros.
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