Noches amargas, crueles, diabólicas. Siniestras noches.
Tiempos oscuros en los que el hombre pierde su razón y se vende al ángel de la muerte, se casa con el hado oscuro, con el sino malévolo. Maléficos tiempos. En la vieja Europa anestesiada, olvidadiza y ciega, borracha de fiestas navideñas, el olvido atenaza las mentes y adormece los cerebros. Mientras nosotros compulsivamente entramos en los centros comerciales, algunos siguen dejando sus vidas en las costas griegas y turcas o bajo los escombros de Siria o Irak. Millones de refugiados malviven en su huida mientras nosotros dejamos a los gobiernos que sigan moviendo las piezas del ajedrez sin compasión, sin sentimientos, midiendo con frialdad su siguiente movimiento geoestratégico, cerrando fronteras, hacinando personas, midiendo ventajas y desventajas, contabilizando costos y beneficios. Nosotros volvemos a anestesiarnos ante el sufrimiento cobijados bajo el alumbrado navideño. Nos hemos vuelto a olvidar de pensar y exigir. Mala suerte para los de siempre. Total, no conocemos sus historias personales, no nos tocan de cerca, ni sabemos sus nombres y apellidos. Solo son números en los telediarios.
Números que se suman sin parar.
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