7 de junio de 2017

El montesino

A este escribano sí se le conoce por un nombre que hace honor a sus hábitos de vida, al revés de lo que sucedía con el hortelano, como vimos un par de entradas atrás. El escribano montesino (Emberiza cia) vive efectivamente, como su nombre refleja, en laderas montañosas de muchas cordilleras o áreas accidentadas de la Europa mediterránea y buena parte de Asia hasta el Himalaya, con vegetación arbustiva y zonas pedregosas o rocosas. Al menos es así durante el período reproductor, porque durante los fríos inviernos de nuestras montañas se suelen agrupar en bandos y descender a regiones inferiores de clima más suave, realizando en la Península Ibérica pequeños movimientos estacionales, por lo menos de tipo altitudinal.

Es para mi un ave familiar, que nos ha acompañado en multitud de ocasiones en nuestras correrías montañeras. Ahora lo espío, sin embargo, desde un escondite que me permite permanecer a escasos seis o siete metros de distancia sin que él varíe un ápice su comportamiento natural. Se posa generalmente unos instantes, inquieto y zascandil, yendo de un lado a otro, entre las rocas y los piornos, a menudo por el suelo o muy cerca de él, buscando comida. De vez en cuando se posa sobre alguna de mis piedras y se dedica a entonar sus cantos y reclamos, que si del hortelano decíamos que resultaba monótono pero agradable, del montesino tengo que reconocer que es por lo menos igual de monótono, si no más, pero bastante más insulso y foto de atractivo, repetitivo hasta el aburrimiento, con perdón para el pobre animal, que simplemente hace lo que puede. En cualquier caso, a las hembras les debe gustar lo suficiente como para que la especie tenga una tendencia poblacional estable, o incluso positiva. En fin, que aparte de bonito, este precioso bandido de antifaz negro, no podría competir con otras aves de cantos mucho más variados y melodiosos (desde nuestra perspectiva humana). Suelto mis ráfagas cuando el macho se sube a una de las perchas que le he preparado y se decide a cantar insistentemente. Yo disfruto con su cercanía y su presencia, al tiempo que la única jornada que le dedico va avanzando, como avanzan las nubes de tormenta que con el paso de las horas y el bochorno se van formando. Tal es así que la soleada mañana la arranqué con 200 ISO en la cámara y a última hora me veo obligado a subir a 400 y 640.

Intento disimular mi presencia mirando para otro lado cuando los primeros avisos de mi estómago me insisten de que hace ya muchas horas que desayuné, como si la cosa no fuera conmigo. Pero ante la perseverancia del molesto hueco que siento dentro de la barriga, decido recoger tranquilamente y plegar los bártulos, para ir a picar algo. La mañana ha estado bien, los kilómetros realizados antes del amanecer de este miércoles primaveral han sido provechosos, aunque solo haya podido retratar a una de las especies que viven por la zona. No importa, el resumen es mi propia satisfacción.








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