25 de mayo de 2019

En los bosques del pito negro

El relincho aflautado del picamaderos negro, o pito negro, (Dryocopus martius) es para mí uno de los sonidos más misteriosos que se pueden escuchar en los montes cantábricos. Envuelve lo más profundo del bosque en una atmósfera sugerente e intrigante cuando robledales y hayedos se muestran más silenciosos, como si los tiempos arcaicos regresaran, como si un ser fantástico nos observara desde la distancia sin que nosotros pudiéramos advertirlo. ¿Qué extraño animal será el que reclama con aquel canto lastimero y enigmático desde algún rincón oscuro y perdido del bosque? A pesar de su gran tamaño, no es un ave sencilla de ver. Su repiqueteo o tamborileo en el tronco de algún árbol o su canto lejano serán, muy a menudo, la única prueba que tendremos de su presencia.


Este pícido es un ave con una amplísima área de distribución por gran parte de los bosques del Paleártico europeo y asiático, desde el norte de Europa y Rusia hasta la misma península de Kamtchatka o la isla japonesa de Hokkaido, ocupando áreas forestales más meridionales en China o Kazajistán. Existen algunos censos antiguos sobre la población de la especie en la Península Ibérica pero posiblemente estén anticuados, pues los últimos datan de hace dos décadas. Según ellos aparentemente solo se distribuye por la Cordillera Cantábrica, donde se localiza un número reducido de parejas de entre 280 y 320 (Sanz-Zuasti y Velasco, 1999), y por los Pirineos, en donde su número se estimó entre 731 y 1.082 parejas (Simal Ajo y Herrera Calva, 1998). Y digo aparentemente porque hay fuentes que apuntan a una presencia primaveral en sierras del centro peninsular, pero sin datos fidedignos actuales de posible reproducción.

Para su presencia es necesaria la existencia de bosques bien conservados de frondosas como el haya y el roble, o de coníferas como el abeto, el pino silvestre, el pino negro, etc. Los bosques mixtos de varias especies de árboles caducifolios, o de estos y coníferas, son igualmente seleccionados de manera positiva por el picamaderos. En la Cordillera Cantábrica ocupa masas caducifolias de haya y roble principalmente, ocasionalmente mezcladas con abedules. Parece demostrado que el principal factor limitante para la distribución de la especie es precisamente la alteración de su hábitat mediante la desaparición de estos bosques bien desarrollados, resultado directo de la gestión forestal productivista y cortoplacista a la que son sometidos. En ellos son sistemáticamente extraídos los pies más grandes, así como eliminados los viejos y muertos. No será necesario indicar que los árboles maduros son totalmente necesarios para su supervivencia como lugar de nidificación o refugio, mientras que los viejos lo son como lugares de alimentación ya que en ellos viven un buen número de los coleópteros e insectos que constituyen su dieta. Si nuestros bosques no ofrecen refugio ni puntos de alimentación, simplemente la especie desaparecerá. La habremos extinguido.


Desde por la mañana nos encontramos tres amigos apostados en una fuerte pendiente que nos posibilita situarnos a la misma altura que el nido de una pareja de picamaderos negro, encaramado a unos ocho o diez metros del suelo sobre el tronco recto y grueso de un árbol. Este crece en el fondo de una vallejada con una marcada sección en "V". El agua escurre por ella perfectamente encauzada ladera abajo, llenándolo todo con su música vivificante pero monótona. Nos acomodamos como podemos, intentando no resbalar demasiado por la empinada ladera y procurando que nuestros trípodes permanezcan bien anclados al suelo soportando los pesados equipos fotográficos y de vídeo. Nos movemos con mucha precaución, pues un simple descuido y cualquier objeto -o nosotros mismos- podría acabar bastantes metros más abajo, dentro del regato. Mejor no despistarse mucho.

Los polluelos a estas alturas de la primavera ya están creciditos y esperan pacientes a que alguno de los dos progenitores hagan acto de presencia, lo que tiene lugar en no demasiadas ocasiones a lo largo de la jornada. Entre ceba y ceba pueden pasar cuarenta y cinco minutos, o un hora, o incluso hora y media. De hecho, la hembra, fácilmente distinguible por presentar la mancha roja solo en la nuca, y como ya hiciera la primavera pasada, puede espaciar las cebas varias horas e incluso hacerlo solamente en las primeras y ultimas horas de cada jornada, a diferencia del macho que, con el píleo rojo hasta la base del mismo pico, se muestra más atento y diligente con sus tres polluelos. La nidada está formada por un macho y dos hembras, que ya dejan ver ocasionalmente las plumas de sus capirotes cuando trepan por el agujero del tronco y se asoman a reclamar su ración de hormigas o larvas de insectos xilófagos.



El macho es un viejo conocido de mis amigos, que vive en la zona desde hace varios años y se muestra bastante confiado; por el contrario, ella parece mostrarse algo más cauta. Sus comportamientos parecen muy diferentes, cada uno con su propio carácter. Entre tanto tienen a bien regresar con un nuevo aporte de alimento para sus retoños, nosotros charlamos animadamente de bichos e imágenes, de anécdotas y encuentros pasados, dejando pasar las horas y atentos a las entradas al nido, que se suceden con metódica periodicidad. Siempre es el mismo ritual: los vemos acercarse por nuestra derecha, volando entre la espesura de los árboles para dirigirse a algún árbol a cierta distancia del nido (30-40 m) desde el que comprobar que todo es normal por los alrededores, que no hay ningún peligro acechando; es entonces cuando nosotros también comprobamos que continúan en orden los ajustes de nuestras cámaras, que sus parámetros siguen actualizados a la cambiante luz de este día de primavera en el que las nubes van y vienen con celeridad, y nos preparamos para recibirlos a través del visor junto al agujero que han taladrado en el enorme y esbelto álamo ribereño. Llegan, distribuyen sus raciones entre los tres glotones que alborotan la puerta de la casa y después entran a recoger algo de basura y excrementos de los pequeñines y se van pitando a por más hormigas. Sin duda, tres bocas hambrientas creciendo como esas tienen que dar mucho trabajo.


Avanza la jornada y nuestro tiempo con los pitos negros va concluyendo. Los dejamos allí, formando parte del misterio de los bosques cantábricos. Nosotros regresamos con el recuerdo imborrable de una jornada completa con ellos.

5 comentarios:

  1. Fantásticas imágenes, enhorabuena Jesús

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  2. Un privilegio,es conocer y amar la biodiversidad. Un privilegio, es disfrutar de una jornada de campo compartida con grandes amigos comprometidos en su conservación. Un privilegio, es leer los relatos maravillosos de nuestro querido Chuchi.

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