Así las cosas, todos sabemos que los incendios generados por la propia naturaleza representan un porcentaje muy pequeño en comparación con aquellos en los que la mano del hombre está detrás. Alguna tormenta eléctrica ocasionalmente acaba provocando uno de ellos, pero la abrumadora realidad es que la mayoría de los fuegos tienen un origen antrópico. Si entre 2001 y 2015 en España se produjeron un total de 85.583 incendios de más de una hectárea, 41.581 de ellos lo fueron de manera intencionada, quemando 963.343 hectáreas, y 18.609 lo fueron como resultado de alguna negligencia, arrasando otras 425.698 hectáreas, mientras que solo 1.892 fueron provocados por la caída de rayos, quemando 101.769 hectáreas. La diferencia de esta suma con respecto del total de siniestros se adjudican a otros conceptos como "Causas desconocidas" o "Incendios reproducidos" (lo que implica que una parte de estos últimos también son resultado de la intencionalidad y/o negligencia).
Todas estas cifras desvelan una trágica realidad: el hombre está detrás del 70,33% de los incendios, frente al 2,21% de los que tienen un origen natural (el 27,46 % restante se adjudica a los otros dos conceptos ya señalados). Si acotamos aún más el origen de estas catástrofes medioambienteales buscando la intencionalidad del responsable, podemos concluir que el 48,58 % de ellos han sido provocados premeditadamente. Esta cifra aumenta al 55% si se incluye el total de los incendios registrados, sumando el 58% de las hectáreas afectadas según la Estadística General de Incendios Forestales del Ministerio de Agricultura, Pesca, Alimentación y Medio Ambiente, actualizadas a 2018.
Los incendios se pueden agrupar en tres categorías, en función de su origen, y por su importancia en cuanto a número de siniestros y de superficie carbonizada, podríamos muy bien ordenarlos de la siguiente manera: primero los intencionados, segundo los que derivan de actuaciones negligentes o fortuitas sin premeditación, y finalmente los de origen natural. En el siguiente mapa correspondiente a una pequeña porción de nuestro territorio nacional se puede apreciar de un simple vistazo la diferencia entre el número de incendios provocados intencionadamente -puntos rojos-, así como su magnitud -tamaño de los puntos-, y los originados por negligencias, causas naturales, etc. y que se puede consultar en el siguiente enlace de España en Llamas (pasando el cursor por los diferentes puntos correspondientes a los incendios registrados nos emerge información específica de dichos siniestros). Apenas vemos puntos verdes que corresponden a los incendios provocados por la caída de algún rayo, y prácticamente todos son puntos rojos. Un mechero está detrás de cada uno de ellos por alguna motivación premeditada.
Se suelen calificar como Grandes Incendios Forestales aquellos que sobrepasan las 500 hectáreas calcinadas. En el decenio comprendido entre 2007 y 2016 se produjeron 196 de estos grandes incendios, de los cuales 83 fueron intencionados, 53 se originaron por negligencias (fumadores, maquinaria agrícola y forestal, quemas agrícolas, hogueras, maniobras militares, líneas eléctricas), 37 de ellos seguían aún en estudio cuando se publicó la estadística, solo 9 tuvieron como germen un rayo, en 8 concluyeron las pesquisas sin poder determinar la causa, quedando reflejadas como desconocidas, y en otros 6 casos más se reprodujeron a partir de incendios previos.
Esta tragedia resulta aún mayor si a estas devastadoras cifras añadimos los muertos y heridos que los incendios han provocado en ese período de tiempo: los intencionados causaron 20 fallecidos y los producidos por una negligencia 32, a los que habría que sumar otras 4 personas que perdieron a vida en aquellos fuegos cuya causa resultó imposible de esclarecer, más 1 deceso incluido en los producidos por rayo. 57 muertos, casi todos a las espaldas de los delincuentes e irresponsables, y más de 600 heridos, tragedias personales que han cambiado para siempre la vida de muchas familias. Una verdadera barbaridad.
Es muy triste que esta lacra que arrasa nuestros montes cada verano, y que causa la muerte no solo de nuestros bosques y los seres vivos que en ellos medran, sino también en ocasiones de personas y que provoca además numerosos dramas humanos para quienes lo pierden todo entre sus llamas, incluidas casas y recuerdos, sean principalmente provocados alevosamente. Nos encontramos ante un tipo de delincuente organizado, que con premeditación estudia cómo aprovechar las circunstancias para causar la mayor devastación posible. Y es más triste, si cabe, porque las autoridades generalmente no dan con el autor, que seguirá caminando como un vecino más en alguno de los pueblos de la zona afectada, e incluso irá como un vecino más a alguno de los funerales que él mismo haya provocado. Porque, señores, estos delincuentes que trabajan con el mechero y la cerilla no suelen ser pirómanos que dan rienda suelta a un desequilibrio mental que les arrastra a chiscar el monte, no, son paisanos de la misma comarca que incendian y que, por un motivo o por otro, se benefician de las llamas.
Una vez analizadas las motivaciones que llevan a estos terroristas medioambientales a prender el monte intencionadamente, la caza se sitúa en una poco desdeñable séptima posición según las cifras recogidas en la Estadística General de Incendios Forestales que maneja el Ministerio de Agricultura, Pesca, Alimentación y Medio Ambiente. Es cierto que, en general, los incendios perjudican la actividad cinegética y son pocas las oportunidades en las que algunos cazadores desaprensivos se benefician del cerillazo, pero estos casos se dan y en ciertos lugares y situaciones están aumentando. Veremos por qué. Según el MAPAMA no menos de 2.629 incendios tuvieron lugar entre 2001 y 2015 con un interés directamente relacionado con la gestión cinegética, y se llevaron por delante 40.021 hectáreas, suponiendo el 2% de los fuegos intencionados y el 4,1% de la superficie devorada por las llamas. Sin embargo, a pesar de estas importantes cifras, esta motivación para prenderle fuego a nuestros campos no es tan conocida por el gran público. A falta de que las autoridades judiciales esclarezcan la autoría y/o los fines que hay detrás del incendio provocado en la sierra de Gredos hace unas pocas semanas en los parajes de la Reserva Natural de la Garganta de los Infiernos, y que acabó afectando a las comarcas del Jerte y La Vera, todo parece indicar que se trata de un ejemplo flagrante de la vinculación de la gestión cinegética con el origen del mismo. No soy el único en pensarlo, como podéis ver en este otro enlace.
Si históricamente y hasta tiempos recientes las quemas controladas que siempre se han venido haciendo en estas sierras tenían como objetivo final reducir la superficie de matorral y propiciar la aparición de pasto para el ganado doméstico, en las últimas décadas los réditos que deja en los terrenos cinegéticos acotados la caza de la cabra montés son mucho más lucrativos y con un menor esfuerzo de gestión. Si históricamente y hasta tiempos recientes las quemas controladas periódicas que siempre se han venido haciendo en esta sierra se solían realizar de día y afectaban a pequeñas superficies, siendo una práctica normalizada, los incendios actuales se provocan al caer la noche, en varios focos y en días de fuerte viento y/o altas temperaturas. La intención ha cambiado. Ya no se busca pasto para las vacas, sino arrasar los terrenos colindantes a los tuyos para que la cabra montés sea abatida allí, en tus predios, y así ser tú el que se lleve el beneficio. Así, el primer foco del fuego que arrasó la cabecera de la Garganta de los Infiernos tubo lugar en la periferia de la Reserva Regional de Caza "La Sierra", que gestiona la Junta de Extremadura. Esto no es una casualidad: evita que las cabras se desperdiguen por terrenos de otros propietarios. Si por cazar un macho montés se puede pagar 4, 5 o 6.000 € os podéis imaginar lo jugoso del negocio para el propietario del terreno en el que es abatido, puesto que el 70% de esa cantidad que paga el cazador va a parar a la cuenta corriente del propietario de la finca (el 30% restante para la Reserva Regional de Caza). Las tierras que conforman la reserva y las colindantes que hasta hace pocos años no valían nada, se han revalorizado en las últimas décadas gracias a un negocio que te puede reportar unos jugosos beneficios sin salir del bar del pueblo.
Vélez-Muñoz (1981) llegó a elaborar una fórmula matemática por la cual calculaba la pérdida cinegética que se podía derivar de un incendio, pero con aquella fórmula se puede ahora calcular igualmente la ganancia económica que reportaría a los terrenos colindantes no incendiados, ya que se desviaría a ellos las ganancias detraídas de las fincas arrasadas. En definitiva, un terreno cinegético incendiado es un competidor menos. Así de claro.
El incendio de Gredos se iniciaba el 27 de agosto a las 20:30 aproximadamente en el collado de las Yeguas, en plena sierra de Tormantos. Calcinó a lo largo de varios días más de 4.000 hectáreas, afectando a siete términos municipales y áreas de alto valor ecológico que se encuentran protegidas por la Red Natura 2000 y que, sospechosamente, ya se vieron afectados por otro incendio intencionado en el año 2016. Tejos, abedules y enebros son algunas de las especies arbóreas más relevantes que han sucumbido pasto de las llamas, junto con más de 1.400 hectáreas de robledal, y bastantes más de 2.000 de matorrales típicos de la alta montaña, un ecosistema de gran valor, refugio de diversas especies que tienen en ellos su principal hábitat reproductor.
Mucho nos tememos que este tipo de incendios van a aumentar con el paso de los años y la vergonzosa ausencia a nivel nacional de unas leyes eficaces que atajen de una vez por todas las motivaciones económicas de quienes se benefician de las llamas. Mientras haya quien se beneficie del fuego, estos serán recurrentes en nuestro país, ¿cuándo querrán enterarse nuestros legisladores de una vez por todas?
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