Para los amantes de la naturaleza hay momentos a lo largo del año que tienen un protagonista inequívoco. Pasa con la berrea del ciervo, con la llegada de las aves migratorias en bandos espectaculares hasta nuestros humedales, con los cantos de los pequeños pájaros cantores en primavera. En Gredos, el mes de noviembre y parte de diciembre es el momento de las cabras monteses (Capra pyrenaica victoriae), sin ningún género de dudas. Coma cada año, con el permiso fotográfico que me exige el Parque Regional de la Sierra de Gredos guardado en la mochila, me acerco a la sierra para reencontrarme con estos colosos espectaculares.
Incluso ya en octubre podemos observar ciertos comportamientos que nos indican que se están calentando los motores. Los grupos de machos, que hasta entonces se han mantenido compactos y segregados de las manadas de hembras y chivos, comienzan a disgregarse y a acercarse a estas últimas. Entre ellos podemos observar tensiones por delimitar su situación en una jerarquía cada vez más marcada: caminan en paralelo a veces largos trechos, al tiempo que se empujan con sus cuerpos, se frotan unos contra otros, se intentan echar la zancadilla utilizando para ello su cornamenta, molestándose, se producen los primeros combates a testarazos, ... se están midiendo, en definitiva. El celo está comenzando, pues, y su comportamiento de cortejo supone un atractivo al que no me quiero resistir. Además, con la llegada del invierno estos viejos machos presentan el pelaje de un color casi negro por completo, lo que a mí personalmente me resulta mucho más hermoso que el marrón que muestran con la muda de verano.
Así pues, este momento del año es el momento de las cabras monteses. No hay excusa para no acercarse un otoño más a patear entre el granito gredense en busca de esas fotos que nos pintarán una sonrisa en la cara.
Todos los años regresamos a estos rincones, yo y otros muchos fotógrafos de naturaleza, con la esperanza de poder fotografiar algún combate entre dos grandes sementales, parejos, con fuerzas y cabezonería similares. Dos machos que se peleen en una zona abierta, sin interferencias de matorrales o pequeñas piedras que "ensucien" las tomas, y a una distancia adecuada, además, para que ambos ejemplares entren en el encuadre de un modo correcto. Por supuesto, no es sencillo coincidir con todas esas circunstancias. Pero no importa si no somos testigos de alguno de estos combates, ello será motivo suficiente para buscar una nueva oportunidad y regresar. Simplemente con poderlos fotografiar ya es suficiente recompensa. Su belleza, su presencia, seria e imponente, compensará siempre cualquier madrugón. Delante de estos bichos nunca puede haber decepción.
Cuando paren en primavera, las cabras se alejan a roquedos bastante inaccesibles y no resulta nada sencillo poder fotografiar a los pequeños, pero a estas alturas del año ya sí. Las madres realizan con ellos sus trasiegos cotidianos y en las regiones muy transitadas por excursionistas no es extraño que mantengan distancias relativamente cortas entre la unidad familiar y la gente. Es una delicia ver cómo estos pequeños se desenvuelven entre las piedras junto a sus madres y a otros compañeros de juegos. Se puede apreciar incluso la diferencia de edad entre unos y otros, pues con estas edades crecen rápido y las diferencias físicas se vuelven ostensibles. Es imposible no quedarse embobado con ellos.
Pero si esta época atrae a muchos naturalistas y fotógrafos a las sierras es para observar los cortejos de la especie, por supuesto. Y entre siesta y siesta, ...
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