13 de diciembre de 2021

Capítulo III, un inciso en el camino

Nuestro próximo viaje al sur nos deja un pequeño hueco de unos días que podemos aprovechar para intentar una nueva cumbre. Con una inmejorable aclimatación a la altura adquirida en nuestros dos montes previos, y tras cinco días de descanso en Mendoza, decidimos aprovechar esta pequeña ventana en el camino para asomarnos al macizo del Cordón del Plata con intención de subir a su cima principal -el cerro Plata- que acaricia casi los 6.000 m.s.m. Este macizo es usado por muchos andinistas para aclimatar antes de dirigirse al Aconcagua. El acceso desde Mendoza es rápido, pudiendo llegar en vehículo hasta los refugios que hay al inicio de la aproximación. Tres campamentos por encima de estos refugios suelen ser necesarios para poder hacer el intento a cumbre, pero con buen tiempo y estando fuertes y aclimatados sería suficiente incluso con uno solo. El itinerario es, además, sencillo y está bien marcado, dado el importante número de andinistas que lo visitan cada temporada. No hay peligros objetivos importantes y solo se precisa una buena forma física para ponerte arriba. Así pues, la decisión se toma sola. Otra vez más será el propio camino, y no nosotros, el que decide cuáles serán nuestros siguientes pasos, dejándonos, sin premeditación ni alevosía, a los pies de este precioso y recogido macizo.

El carro que nos trasladará desde Mendoza en poco más o menos hora y media, es un trasto que mete un ruido infernal, y que se calienta rápidamente en las subidas más empinadas; subidas que se ve obligado a hacer en primera. Por supuesto hay que echarle agua por el camino al radiador. Finalmente el cacharro llega sano y salvo hasta el refugio de la U.N.C. (Universidad Nacional de Cuyo, de 2.792 m.), casi el último punto accesible en vehículo, lo que nosotros no teníamos nada claro que acabara consiguiendo aquella tartana.

Apenas 30' después de llegar aquí nos ponemos rumbo a la montaña. La climatología no está siendo muy condescendiente con nosotros y no augura un tiempo apacible y sosegado. Con nubes amenazantes como telón de fondo, vamos ganando altura hasta la Veguita (3.200 m.), donde hacemos un alto en el camino para preparamos un buen puré para comer. Una vez repostados, continuamos subiendo. Sentimos las piernas entumecidas, pero las modestas dimensiones del lugar -mucho más "humanas" que las de nuestros dos anteriores objetivos-, nos hacen sentirnos casi como en casa: el lugar nos recuerda enormemente a nuestro añorado Hoya Moros, e incluso las vacas que pastan por los alrededores parecen ser las mismas que las que nos acompañan en la sierra salmantina. 





Cuando apenas nos quedan 15' para llegar a Piedra Grande nos acaba alcanzando un fuerte chaparrón de granizo y lluvia. Acabamos calados a pesar de habernos protegido bajo un plástico. Todo se ha acabado mojando menos los sacos de dormir, que hemos conseguido mantener casi secos por completo. Finalmente, como la tormenta parece que no quiere amainar y nosotros ya estamos mojados, optamos por continuar bajo la lluvia hasta Piedra Grande (3.564 m.), en donde acabamos montando la tienda para guarecernos. El resto de la tarde y la primera parte de la noche no deja de llover y, lo que es peor, de tronar.

Al día siguiente la mañana amanece mejor, e incluso sale el sol hasta media mañana, lo que nos permite secar la tienda de campaña, las botas y el resto de equipo mojado. Parecemos buhoneros con todo el equipo desperdigado por las piedras de alrededor.



Cuando se vuelve a arrugar el cielo, y ya con el equipo y la ropa completamente secos, retomamos el ascenso por el valle, ganando altura por entre las morrenas glaciares que jalonan la quebrada. Atrás y abajo queda la hierba verde, los pastos y las vacas. Nos adentramos ahora en un mundo mineral, común a otros muchos valles de los Andes Centrales argentino-chilenos. 











Sobre el glaciar negro, bajo El Salto (4.282 m.) comemos algo antes de continuar hacia La Hoyada (4.400 m.). El tiempo se mantiene muy desapacible y solo a ratos se desvanecen las nubes, permitiéndonos ver en todo su esplendor el Rincón (5.364 m.) y el Vallecitos (5.469 m.), aunque solo sea momentáneamente. Estos momentos serán fugaces y no nos darán pie a pensar en un verdadero cambio de tiempo para mejor. Y menos aún, en una mejoría duradera en el tiempo.

Tras buscar en el valle, acabamos encontrando un buen rincón que nos ofrezca protección frente a los constantes desprendimientos de rocas y avalanchas de nieve que se pudieran deslizar de las laderas del Loma Amarilla (5.159 m.) en nuestra dirección. Esta protección la hemos encontrado gracias a una alta morrena lateral del glaciar que debería parar todo que cayera hacia nosotros. Pero la ubicación del lugar también nos da cierta seguridad frente a la posible caída de rayos, gracias a la proximidad de las cumbres, que deberían servirnos de pararrayos. Despejamos de piedras y allanamos un espacio para montar en él nuestra sufrida tienda de campaña. Desde aquí deberíamos poder hacer las cumbres del Vallecitos y El Plata (5.956 m.s.m.) si la climatología cambiara suficientemente -lo que aún está por ver que suceda-. No obstante, aún no perdemos la esperanza de que ello acabe sucediendo, aunque somos realistas y todo indica que no es probable. 



Lo que el resto de la tarde será una nevada suave, se acabará convirtiendo en otra mucho más copiosa una vez oscurecido. En mi diario escribiré en relación con este día:

"Hoy nevará por la tarde y sobre todo por la noche. Vuelve a tronar un montón, caen avalanchas de piedra constantemente de las paredes del Vallecitos (5.700 aprox.), estas caídas de piedras serán habituales en el tiempo que estemos aquí. Algunas son enormes. Anochece y nieva tanto que nos tapa la carpa una gruesa capa de nieve. Aún así, los relámpagos iluminan el interior de la carpa".

Durante la noche y al día siguiente retiraremos cada cierto tiempo la nieve que se acumula sobre el doble techo de la tienda de campaña, para evitar que, como consecuencia de su peso, acabe en contacto con la tela interior, lo que la mojaría. La nieve se acumula, pues, en la suelo alrededor de la tienda, protegiéndonos, sin pretenderlo, de que una ráfaga de aire nos pueda inflar y arrancar su doble techo.





Solo un cambio de climatología evidente nos permitiría hacer alguna cumbre ya. Somos conscientes de ello. Pero para tener alguna posibilidad sería preciso que el cielo despejara y aguantara limpio durante una o dos jornadas, al menos.

Pero no será así. Al día siguiente se mantiene la misma tónica: tormentas eléctricas, nevadas y el constante rugir de las avalanchas en todas las laderas que nos rodean. A medida que pasa un nuevo día vamos convenciéndonos de que esta vez no va ser posible. La acumulación de nieve me preocupa, además, y pienso en el riesgo de aludes que pudieran barrer el itinerario de una, cada vez más hipotética, ascensión.

Una última noche acaba zanjando el tema. Como un jarro de agua fría, se mantienen las tormentas eléctricas y la nevada. Aún así, el despertador nos devolvió a la realidad a las 00:00 a.m., primero, y en un segundo y último intento a la 01:30 de la noche, quemando definitivamente nuestro último cartucho de hacer cualquier intento rápido a alguna de las cimas del valle. No podrá ser esta vez, continúa nevando. La decisión está tomada: mañana recogeremos temprano el campamento y descenderemos de nuevo a la civilización. A partir de ese momento solo nos resta dormir tranquilos el resto de la noche sabiendo que la decisión tomada es la más acertada, de que es, en realidad, la única viable.

A las 6:30 a.m. suena definitivamente el despertador, pero esta vez para desmontar y bajar.







Rápidamente perdemos altura ayudados por la capa de nieve caída, que permite caminar con cierta comodidad hasta bastante abajo. Una vez descendido por debajo de la cota de nieve los pedreros se vuelven los dueños y señores del paisaje nuevamente. Zigzagueamos sendero abajo por un tramo en el que, apenas unos pocos minutos después de pasar nosotros, un enorme bloque con forma de rueda de camión, pero de mayor tamaño aún, baja rodando a gran velocidad, cortando los zig-zags del sendero y barriendo todo lo que encuentra a su paso. El susto es importante pues nos ha podido coincidir en ese punto. 




Alcanzamos definitivamente el refugio de la U.N.C. ya cómodamente por una pista de tierra. Pernoctaremos en él y aprovecharemos para secar nuevamente las botas de trekking, la tienda de campaña y parte de la ropa, que a lo largo de la jornada se han vuelto a mojar. En adelante, que vuelva a llover ya no importará, ni tampoco que puedan desarrollarse más tormentas eléctricas, porque ahora estamos de verdad a cubierto de las inclemencias meteorológicas. Descender era la única decisión posible, al menos usando la lógica y el sentido común.




Tras una noche cómoda en el refugio, iniciamos el descenso hacia la carretera, localizada a unos 15 kms. de distancia bajando por la pista de tierra. Poco antes de llegar al final, un carro nos recoge en autoestop y nos trasladará hasta cerca de nuestro destino, Mendoza, a donde finalmente llegaremos en un microbús. 




Se acabó la altura en este viaje, el inciso que ha supuesto esta escapada al Cordón del Plata ha merecido la pena, aunque no hayamos podido subir a ninguna de sus sencillas cumbres. Ellas en realidad son lo de menos. Lo importante siempre será el camino, y en esta ocasión podemos asegurar que el camino lo hemos andado, que hemos aprendido en él, y que en él hemos crecido y hemos soñado. Y aunque hayamos regresado al valle y la civilización, sabemos que nuestra vuelta será solo un punto y seguido en el sendero. 

Del otro lado de la ciudad el sendero continúa.

2 comentarios:

  1. Una pena que no llegaste a la cima, me encantó. Saludos.

    ResponderEliminar
  2. No importó demasiado la cima, al fin y al cabo coleccionar cumbres no es importante, siempre es más valiosa la experiencia vivida que la consecución o no del objetivo buscado.

    Es el camino, Teresa.

    Un beso.

    ResponderEliminar