2 de junio de 2024

La perdiz roja y la caza


Siempre que veo una perdiz roja (Alectoris rufa) pienso en la afición que muchos cazadores sienten por su caza. No lo puedo evitar, me pasa incluso más que cuando observo un conejo, la otra especie emblemática de la caza menor en España. Sin duda, la perdiz roja (me niego a llamarla "patirroja", como me niego a denominar "venado" al ciervo, o "zorra" al zorro) es, quizás, la especie más valorada de todas las que estos señores denominan "especies de caza menor", como si esa fuera su función en la vida y en la naturaleza, ser cazados por diversión un domingo por la mañana. Es cierto, la perdiz levanta pasiones en esta vieja piel de toro igual a como lo hace el lagópodo escocés en el Reino Unido. Y si hay algo que trasciende en muchas conversaciones en esos ambientes cinegéticos o entre las gentes del campo es precisamente la escasez de perdices rojas que sufren nuestras campiñas, no siendo raro escuchar en tertulias, en la tasca del pueblo o en las revistas especializadas que el declive poblacional de la especie es importante, al menos en algunas regiones ibéricas.

Que los mismos impactos que han puesto contra las cuerdas al sisón o que están complicándole la existencia a la avutarda están afectando también a las perdices y a las codornices (entre otras especies esteparias o ligadas al secano tradicional) es algo que tampoco necesita de mucha explicación. Pero es que, además, a estas dos especies mencionadas en último lugar se les suma el factor "caza" con mucha intensidad, como demuestran las cifras: 2.841.776 perdices cazadas en 14 Comunidades Autónomas en 2019, así como 1.199.642 codornices. A lo mejor por ello, en según qué regiones, la perdiz roja se ha vuelto una especie hasta difícil de ver. Así, el MITECO redacta en su ficha sobre esta gallinácea que a nivel mundial "En el 95% de su área de distribución ha sufrido un declive generalizado, más patente aún en la década de 1980 (Hagemeijer & Blair, 1987; Rocamora & Yeatman-Berthelot, 1999)". En la misma línea SEO Birdlife dice al respecto que "... se haya en regresión, sometida a un intenso aprovechamiento cinegético y con problemas derivados de la alteración de los paisajes agrarios de los que depende" añadiendo que "... las repoblaciones continuas y masivas que se realizan con fines cinegéticos podrían enmascarar sus tendencias ..." poblacionales, incidiendo en que "... la inadecuada gestión cinegética es una importante causa de su declive, por exceso de caza, contaminación genética con híbridos, etc...".


Según la ficha del MITECO ya mencionada, en 1977, año en el que hubo 1 millón de licencias de caza en España, se mataron 4.000.000 de perdices, es decir 4 perdices por licencia, mientras que en el período comprendido entre 1992 y 1996, con una presión cinegética superior, se pasó a solo 1,8 perdices por licencia. Este dato por sí solo deja clara la existencia de una notabilísima disminución de efectivos a finales del siglo pasado. Más adelante, y después de enumerar algunas de las problemáticas ligadas al cambio de modelo agrícola y que ya hemos comentado para el caso de las avutardas en el post anterior (Agricultura "biodiversicida"), el mismo texto redactado por el Ministerio concluye que "... , sin duda, la inadecuada gestión cinegética es, y ha sido, una de las principales razones de su declive", poniendo a continuación el foco en el negligente empeño que ponen muchas sociedades de cazadores por repoblar con animales de granja, puesto que "Aunque algunas repoblaciones pueden estar justificadas y ser incluso beneficiosas, la realidad es que pocas se hacen con rigor científico-conservacionista, y resultan contraproducentes para las poblaciones autóctonas".


Esta problemática mencionada arriba hace referencia, por un lado a las irresponsables sueltas de perdices griegas (Alectoris greca) que se hibridan con la autóctona, por otro a la transmisión de enfermedades a las aves silvestres que pueden provocar estas repoblaciones descontroladas y, finalmente, al aumento de presión cinegética a la que se ejerce a la especie tras las sueltas masivas de perdices de granja, lo que termina afectando obviamente también a las aves silvestres. Así mismo, el Ministerio apunta a que el propio declive del conejo por las enfermedades que lo asolan ha podido provocar un aumento de dicha presión cinegética sobre la perdiz roja, lo que no hará falta decir que se traduce en un mayor número de capturas y una disminución de efectivos. 


¿Y luego se sorprenden los cazadores de que descienda su población?, ¡esto es increíble! ¿De qué se quejan? ... si ha sido -y sigue siendo, no lo olvidemos- la caza uno de los factores fundamentales que ha provocado que sus poblaciones hayan descendido alarmantemente. Son ellos directos responsables de una parte importante de esa disminución. Pero claro, luego echarán toda la culpa del problema a "la zorra", seguro. Hay que ser cínicos. Típico en ellos, y perdonarme que haya tenido que tirar de sarcasmo y usar el nombre que dije que nunca usaría, solo lo he usado puesto en su boca y prometo que no volverá a suceder hasta la próxima vez.

Lejos de pensar en una relajación de la presión cinegética sobre la especie en 2019 se llegaron a matar 2.841.776 perdices en 14 de las 17 CCAA españolas, como ya dejé caer en el segundo párrafo, lo que supone de nuevo un incremento medio de más de 3,8 perdices muertas por licencia, ya que las 743.650 licencias tramitadas ese año lo fueron en todo el territorio nacional. Este enorme aumento de la presión cinegética en parte es posible gracias al volumen de ejemplares criados en cautividad que se liberaron en nuestros campos para diversión de los cazadores, y que sumaron 2.141.312 perdices rojas solo en 11 de las Comunidades Autónomas, dado que el resto de consejerías autonómicas no aportaron los datos, lo que hubiera incrementado notablemente el número real de animales introducidos en la naturaleza. De los datos conocidos se deduce que el 84% de todos los animales criados en cautividad y soltados con fines de repoblación cinegética en once autonomías fueron ejemplares de esta gallinácea.


Sin embargo, por mor de la verdad, hay que reconocer que el cazador solo es co-responsable de lo que está sucediendo, pues ha encontrado una inestimable ayuda y apoyo en las instituciones públicas nacionales y autonómicas, que han permitido que ciudadanos particulares sin ninguna formación ambiental o científica se dediquen durante décadas a soltar animales como si no hubiera un mañana, por todas partes y sin ningún control institucional o científico. Repetiré de nuevo la pregunta cambiando de sujeto: ¿de qué se queja ahora el Ministerio, si han sido las propias instituciones públicas los cómplices del desaguisado provocado por su permisividad con una práctica que NUNCA se debió permitir y que, para más escarnio, se sigue permitiendo? Y me da igual que las sociedades de pescadores o cazadores se hayan dedicado (y continúen haciéndolo) a soltar especies exóticas de aves (perdices griegas, faisanes, codornices japonesas,...), de peces (la lista aquí sería casi infinita desde la época del ICOÑA), o de mamíferos (arruí, muflón, gamo, ciervos centroeuropeos,...) o autóctonas con sueltas masivas de animales de granja. Ya está bien de jugar a ser Dioses soltando animales de manera histriónica, dejar tranquila a la naturaleza que se recupere sola, basta para ello con que dejéis de matar animales como diversión.


La suelta de animales cinegéticos para, supuestamente, repoblar cotos (en realidad, para pegarles tiros) tenía que estar rigurosamente prohibida por la Ley para el ciudadano de a pie, y por lo tanto debería estar limitada a las propias administraciones bajo supervisión científica y con unos objetivos biológicos y conservacionistas, nunca cinegéticos. Estas sueltas sin ningún rigor científico y muchas veces ni siquiera sanitario, han sido responsables directos de, por ejemplo, la expansión de la mixomatosis y la enfermedad hemorrágica vírica (EHV) del conejo al repoblar regiones en las que existía una cepa determinada de estos virus con ejemplares criados en granjas lejanas vacunados para cepas diferentes, por lo que a los conejos vacunados y liberados les afectaba las cepas del lugar de suelta, y a los silvestres les afectaba la nueva cepa que les llegaba con los de granja. Resulta de una barbaridad tan enorme que las sociedades de cazadores y pescadores anden por ahí soltando animales sin ningún control que luego no nos podemos asombrar de la hecatombe que sufren nuestros campos y ríos. Y el Ministerio y las administraciones regionales son directos responsables de las consecuencias que ha traído a todos nuestros ecosistemas semejante negligencia institucional. 


La actividad cinegética es la culpable directa de un gran número de afecciones a la biodiversidad del planeta (furtivismopersecución directa de algunas especies protegidasmuertes masivas de animales en Espacios Protegidosexterminio de depredadores;  "accidentes"de caza en los que mueren especies protegidas; incendios vinculados a esta actividadusos de técnicas prohibidas como los lazos, el veneno o las trampas, en las que mueren anualmente un número elevado de animales, a veces de especies protegidas; ...), y de riesgos innecesarios para el resto de personas o discriminación en el uso público de la naturaleza hacia otros colectivos de manera a veces generalizada, y a veces dirigida. Y no entramos a valorar aquí las implicaciones éticas y morales que tiene divertirse matando a otros seres vivos. Oír eso de que los cazadores son los mayores protectores y amantes de la naturaleza es algo que, sinceramente, habría que enmarcar. Ese mantra deriva de la pérdida de credibilidad e interés social hacia su actividad, y del aumento claro de un pensamiento crítico hacia ella. Les duele y se sienten en el centro de los focos en una época en la que la conservación se ha vuelto necesaria socialmente, sabiendo además que son señalados con razón. Por ello enarbolan la bandera de su extraño amor por la naturaleza y de su curiosa forma de protegerla para que así al menos los ingenuos no se sumen a las filas de quienes criticamos la actividad, en un intento de contrarrestar la realidad. Pero no cuela. Moral y éticamente no es propio de una sociedad civilizada matar seres vivos para divertirse. Punto. Les guste o no les guste esto ya es así en la actualidad. Atrás han quedado los años bárbaros en los que la sangre de los animales no valía nada y su sufrimiento era, además, motivo de risas y mofas, incluso en las fiestas populares, como viejos vestigios de otros tiempos muy pretéritos. Panem et circenses, dale pan y circo al pueblo ...


Pero volviendo a estas "bondades" del mundo cinegético y por si aún fueran pocos los problemas de hibridación que provoca la introducción de aves exóticas, hay otra cuestión de gran relevancia y de la que no se habla, relacionada con la pérdida de ese imprescindible sustento genético. Esa otra cuestión hace referencia al efecto que tienen las sueltas masivas de individuos de granja -incluso siendo autóctonos- en la adaptación de la especie al medio en el que tiene que sobrevivir, al diluir el acervo genético de las aves silvestres adquirido evolutivamente cada vez que se mezclan con congéneres criados en cautividad. Esta mezcla ocasiona la pérdida de un activo genético importante para la supervivencia en la naturaleza, ya que esa adaptación al entorno que los individuos adquirieron durante milenios se diluye con cada emparejamiento con animales de granja. 


Sinceramente creo que se hace imperiosa una regulación estricta de la caza, con medidas rigurosas muy concretas, solo para ir empezando, como prohibir las monterías, ojeos y batidas que afectan a todas y cada una de las especies que habitan en la zona a batir, independientemente de que sean las especies objetivo o sean protegidas (rapaces, por ejemplo); la prohibición de entrar con sus vehículos por pistas que permanecen restringidas para otros usos lúdicos, tan lúdicos como su actividad; la prohibición de cazar en todos los terrenos públicos del país, lo que sería más justo para el porcentaje mayoritario de la población no cazadora; la desaparición ipso facto de todas las Reservas Regionales o Nacionales de caza, u otras figuras públicas similares; la prohibición de cazar en todos los Espacios Naturales Protegidos, sin excepción, tengan la consideración que tengan (actualmente solo está prohibida la caza por diversión en los Parques Nacionales); la prohibición de beber alcohol cuando se va a tener un arma entre las manos y la generalización de los controles de alcoholemia; exámenes mucho más rigurosos y serios para la obtención de los licencias de caza y los permisos de armas; la prohibición de poder cazar para todos los menores de edad; una regulación mucho más restrictiva en lo que respecta a las fechas en las que se puede cazar, de modo que se limite a períodos mucho más cortos y acordes al ciclo anual de las especies (lo de la caza mayor en época de celo ya me parece algo inhumano y psicótico); la prohibición radical de cazar ningún depredador, sea el que sea, y por lo tanto la desaparición del mal llamado "control de predadores" (al zorro se le puede masacrar durante prácticamente todo el año y durante cualquier modalidad de caza, incluso en sus madrigueras -más bajo no se puede caer-). En definitiva, unos primeros pasos para regular, restringir y armonizar esa práctica bárbara y cobarde con la conservación de las especies.


Localizo a la pareja de perdices rojas en la distancia, frente a mí: a no menos de cien metros de distancia veo moverse una mancha pardo-grisácea que me llama la atención. Con ayuda de los prismáticos las localizo a ambas, lo que no resulta fácil inmersas en la maraña de hierbas y plantas de un barbecho ya muy crecido. Cada poco se agachan y se desvanecen entre la vegetación, avanzando en busca de comida. Y cada poco levantan la cabeza observando posibles peligros, lo que a mí me sirve para mantenerlas ubicadas. Vienen de frente al hide, que permanece medio escondido en una linde arbolada. El sol atraviesa el ramaje del árbol que me camufla cuando llegan hasta mi posición, a escasos 7-8 metros, y chispea en un brillito perfecto en el ojo de la perdiz. Ese brillito simboliza su vida, la misma vida que los cazadores siegan de un cartuchazo.


 ¡Qué pena y qué inutilidad! ¿No es de verdad más hermoso y humano dispararles con una cámara fotográfica y perpetuar la vida de esos ojos para el recuerdo?

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