24 de febrero de 2013

Las venas de la tierra

El fluir del agua produce un sonido suave. El aumento de caudal, consecuencia de las últimas lluvias, cubre y encharca algunas orillas rasas en este tramo medio del río. El rápido deslizar de su corriente provoca mansas ondas, burbujeos y temerosos remolinos, mientras que las ramas que penden sobre su superficie y la rozan se mueven rítmicamente en contacto con la misma, en un ir y venir incesante. Desde sus márgenes pretendemos intuir lo que sucede en el interior del río, pero a nosotros, seres que respiramos aire, nos es imposible hacerlo.

Las riberas se encuentran flanqueadas por impenetrables marañas de vegetación, ahora deshojadas por los rigores del invierno. Una pantalla de ramas secas esconde la vida que bulle en esa broza homogénea y uniforme de sarmientos y vástagos. Una greña que nos impide el paso a su interior y nos oculta nuevamente lo que en él acontece.

Vemos desde fuera el agua. Y vemos desde fuera la maraña.

No podemos, pues, penetrar en la verdadera energía que fluye en y junto a los ríos, esas venas de la madre tierra. Somos simples espectadores de su fluir. De ese fluir que nos da la vida sin verlo.














23 de febrero de 2013

El invierno que se acaba

Parece que este raro invierno que ya estamos agotando no sabe aún si llegar del todo o irse definitivamente de puntillas, suave y templado. Ahora, fríos tardíos y nieve traicionera para la primavera que se barrunta.


21 de febrero de 2013

19 de febrero de 2013

Mis rincones

Paseo como otras veces por estrechas callejuelas buscando esa otra ciudad que se esconde entre desconchones mohosos.
Encuentro ancianos olvidados, gatos negros callejeros y viejos
árboles resecos.
Veo cómo las humedades se adueñan de los rincones, oscureciendo los antiguos ladrillos rojos y los viejos enfoscados de cemento.
Veo ventanas tapiadas que esconden vacías estancias tras de sí.
Y veo puertas de maderas rotas, con rendijas y resquicios que dejan escapar colores verdes de patios y corrales atestados de maleza.
Puertas condenadas con cadenas herrumbrosas.

Aunque esté en pleno casco histórico, Patrimonio de la Humanidad, aunque me encuentre a tan solo unos metros de sus concurridas calles peatonales y al lado mismo de sus edificios monumentales, a mi caminar solo le acompañan aquí el silencio y la soledad.

El vacío nos envuelve a mí y a mi deambular, como envuelve al anciano olvidado, a sus gatos negros callejeros y a unos viejos árboles resecos.




16 de febrero de 2013

FIO 2013

Como cada año desde hace ya ocho, tenemos todos los amantes de las aves y de la naturaleza una cita inexcusable en el Parque Nacional de Mornfragüe con la FIO, la Feria Internacional de Turismo Ornitológico - Extremadura Birdwatching Fair. Esta VIII edición dará comienzo el viernes 1 de marzo a las 10:00 a.m. y concluirá el domingo 3 a las 18:00 p.m. Dentro del programa podremos disfrutar el sábado del taller dirigido por el gran fotógrafo de fauna salmantino, y mejor amigo, Óscar González, bajo el título "La técnica del digispcoping con equipos Swarovski", evento patrocinado por esta prestigiosa marca de productos destinados a la observación de fauna.

No puedo por menos dejar de hacer una seria crítica a este prestigioso certamen internacional, pues hay una cuestión que siempre me ha llamado poderosamente la atención y que a mi, personalmente, me desconcierta y desagrada. En mi opinión, el centro de atención de la feria no debería de ningún modo circunscribirse a las aves, y debería ser extensible al resto de seres vivos que pueblan nuestros campos. ¿Alguien acaso, cuando sale al campo, desprecia o descarta mirar a otro tipo de fauna, y se limita de modo premeditado a la observación de aves? Sin duda, la feria sería mucho más completa si tratara sobre el turismo de observación de fauna silvestre de un modo global.

Sea como sea, la asistencia a esta nueva edición de la FIO nos asegura un fin de semana de lo más interesante. Nos vemos allí.






14 de febrero de 2013

Tu mirada

Ayer se cruzó tu mirada con la mía. Lo hiciste de frente, como siempre. Me clavaste esos misteriosos ojos ambarinos que la larga distancia de nuestro encuentro no pudo impedir que me hipnotizaran. A decir verdad, hace ya unos cuantos inviernos que lo hicieron, y desde entonces soy un poco tu esclavo. Esclavo de esa mirada transparente de la que ni la distancia ni el tiempo me han podido liberar. Me acelera los latidos del corazón, y se me sale del pecho cuando mi ojos miran tus ojos que me miran.


6 de febrero de 2013

Como un ritual ancestral

7:28 a.m.
Aún muy de noche, saltamos los cañizos como ladrones de ganado y nos metemos entre las ovejas del rebaño, buscando. Comenzamos a separar los corderos más jóvenes y pequeños, aquellos para los que la jornada que aún no ha comenzado sería demasiado dura. Ellos se quedarán aquí de momento. Junto a ellos, separamos una treintena de ovejas viejas, a las que, a lo largo de la mañana, un camión recogerá para llevarlas directamente al matadero.





8:04 a.m.
El resto del rebaño, compuesto por unas seiscientas cabezas de ganado, está listo para comenzar a caminar cuando clarean las primeras luces del alba. Abrimos el redil y salen disparadas como una marea líquida, fluida; como un río de materia blanda con pezuñas; como una mancha gris que se esparce y desparrama por la vaguada. En la hierba escarchada van quedando los rastros de nuestros pasos por las amplias praderías que ya no volverán a pisar. Esquilas y balidos resuenan a nuestro alrededor y ya no nos abandonarán hasta el final del día. Como una figura informe, el rebaño se mueve cambiando de forma constantemente. Parece un organismo formado por cientos de organismos independientes, más pequeños. Comienzan a pasar los primeros kilómetros al tiempo que el sol se levanta por el horizonte y sus cálidos rayos suavizan la fría mañana.






09:53 a.m.
Paso a paso, nos adentramos por las calles de la ciudad, escoltados por un par de vehículos de la policía municipal, y ante la sorpresa de los caminantes y las sonrisas de la gente. Multitud de miradas nos observan desde ventanas y balcones, enfundadas aún en sus pijamas. Los móviles no paran de sacar fotografías. Entre tanto, las ovejas, extrañadas, buscan un hueco en cada bocacalle, en cada cruce. Se miran en los reflejos de los escaparates y constantemente se paran y dudan. Cinco años sin salir de las mismas praderas hacen que, en esta ocasión, el traslado esté siendo más lento y laborioso. Pero van quedando atrás las calles y los edificios, primero, y después las naves del polígono y las urbanizaciones de la periferia, hasta que finalmente llegamos a nuevos caminos, con rastrojeras y cunetas. El rebaño se tranquiliza al mismo tiempo que el cansancio va haciendo mella en él. Ahora van solas, no hay que bregar con ellas, apenas.








15:35 p.m.
Hacemos el último de los descansos de la jornada. Los corderos han venido caminado todos juntos en la cola del grupo, como si fueran una pandilla de amigotes. Van muy cansados y en cuanto tienen oportunidad se tumban, siendo varios los que acabamos subiendo al vehículo que nos acompaña. Van restándose los kilómetros por delante y sumándose por detrás. Ya son pocas las carreteras que deberemos aún cruzar. El paisaje comienza a cambiar, e intermitentemente empezamos a atravesar maizales recogidos sobre los que se abalanzan las ovejas en buscan de mazorcas abandonadas. El declinar del sol nos indica la proximidad del descanso y las piernas entumecidas nos advierten que quieren parar.






18:39 p.m.
Por fin, llegamos todos sanos y salvos a la nueva ubicación del redil. El ocaso nos regala de nuevo con un horizonte cargado de cálidos colores pastel y rosas, igual que lo hizo al alba. Algunas de las ovejas buscan con ansia a aquellos corderos chiquitillos que separáramos antes del amanecer y que han venido en un vehículo directamente hasta aquí por la mañana. Se reúnen para amamantar y ser amamantados. Los perros pueden ahora descansar tras su duro trabajo, en lo que, sin duda, ha sido una larga sesión en la que no han cejado de correr de un lado a otro del rebaño.

Es ya noche cerrada cuando nosotros abandonamos el lugar. Atrás dejamos una larga y fatigosa jornada, en la que hemos dejado bajo nuestros pies casi treinta kilómetros al ritmo del rebaño, en un ritual ancestral que se repite en nuestros campos desde que el ser humano domesticó al ganado.

Mañana será un nuevo día.