15 de mayo de 2013

Te arrastrarás por el barro II

Por fin. Mi espalda me lo agradece. Y mis riñones. Y mi cuello. Me levanto por fin del "tumbihide" y me esfumo de la orilla cuanto antes, para dejar que las aves que se espantaron por no sé qué, regresen. Alcanzo la pista de concentración parcelaria y me acomodo junto a la vieja estructura de hormigón de un canal de riego roto, ya en desuso desde que llegaron las nuevas canalizaciones subterráneas. Allí descargo de nuevo todos los bártulos sobre la esterilla y comienzo ordenadamente a recogerlos, de modo que ahora sí entra todo en la mochila. Me lo echo todo a la espalda y me encamino  hacia la carretera. He enviado un mensaje y me recogerán en breve.

Según camino hacia el punto de encuentro, voy disfrutando del paseo, de la buena temperatura y de la puesta de sol. Voy pensando en los chorlitejos chicos (Charadrius dubius) que he fotografiado, con su anillo amarillo rodeando llamativamente ese ojo marrón casi negro, y en los grandes (Charadrius hiaticula) que tienen también un llamativo naranja, esta vez en las patas y en el pico a modo de franja. Ambos son casi de la misma talla, lo que te deja confuso por el nombre, pues en el campo no es nada fácil diferenciarlos por el tamaño. Las cigüeñuelas me acompañaron toda la tarde, pero los chorlitejos se hicieron de rogar. Sin embargo, no se han presentado a la cita otras limícolas habituales en la gravera abandonada. Bueno, no importa, me voy contento con el resultado.

Voy pensando en todo ello mientras encamino mis pasos por la pista, encantado de poder estar de pie. Estiro mi espalda, la giro a ambos lados y la doblo hacia adelante. Luego hago círculos suavemente con la cabeza, estirando los músculos del cuello. No quiero ni pensar cómo me protestarán mañana.





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