11 de octubre de 2018

Mi catálogo

Son los pilares que sujetan sobre nuestras cabezas el firmamento, la bóveda celeste, el infinito azul. Entre ellas encontramos cuatro cumbres de más ocho mil metros (Cho Oyu, Makalu, Lothse y Everest), varias de más de siete mil y un abanico casi infinito de cumbres menores de "solo" seis mil metros de altitud sobre el nivel del mar. Pero sus nombres no importan, ni tampoco si superan una u otra barrera, ni si las etiquetamos en una u otra categoría. Importan, por el contrario, su hermosura, su grandiosidad, su verticalidad, sus atardeceres envueltos en brumas y nieblas, sus amaneceres limpios como un espejo. Sus cambios de color.  Sus dimensiones descomunales, la amplitud de sus horizontes. Importan sus historias, sus leyendas, los sacrificios que impusieron entre quienes osaron amarlas. Los que impondrán a aquellos que flirteen con sus laderas en adelante. Su épica. El magnetismo que nos obliga a mirar sus cúspides.

Veintitrés imágenes de otras tantas vivencias, recuerdos que ya son solo sueños en nuestras mentes; veintitrés ensoñaciones que nos conectan con el pasado más reciente, un catálogo hecho de roca, hielo, viento y nubes; de espacios abiertos, de inmensos espacios abiertos, inabarcables, infinitos.

Eso y mucho más es el Himalaya.

























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