La sierra de Gredos siempre ha sido como mi casa. Una casa muy grande donde, como los lobos que cuidan y trasiegan por un territorio amplio, de cientos de kilómetros cuadrados, pero que se reúnen en lo que los zoólogos denominan "hogar", yo también tengo mi propio rendezvous (o vendez-vous) particular en el recogido valle de Hoya Moros, en la sierra de Béjar, lugar donde crecí. Regresar cada día a Gredos es como regresar a mi hogar tras un tiempo lejos. Da igual que hayan sido solo cinco días desde mi anterior visita, siempre será un retorno añorado. Siempre parecerá que ha pasado demasiado tiempo. Si además, me dejo perder por sendas y valles vacíos de gente, perdidos, que nunca he pisado antes ... mejor todavía. Valles y sendas en las que puedo tener la oportunidad de propiciar esperados encuentros inesperados con los habitantes de sus laderas. Zorros, cabras, ciervos, corzos, ... buitres, águilas reales, ... salen a mi encuentro. Gredos, siempre Gredos.
31 de marzo de 2021
19 de marzo de 2021
¡Aquel posadero!
No siempre las especies raras, escasas o desconfiadas son las más complicadas de fotografiar. O para expresarlo mucho mejor aún, no siempre la dificultad de conseguir la fotografía que tienes en tu cabeza depende de la rareza, escasez o desconfianza de la especie. Esta historia es un buen ejemplo de ello.
Hace ya bastante tiempo -junio de 2018- añadí un post en este blog titulado simplemente "Gorriones". En la segunda foto de aquella entrada aparecía un precioso macho que exhibía la típica intensidad de plumaje propia de la época de celo, descansando sobre un posadero muy bonito. Aquel gorrión tan chulo estaba posado en una percha no menos chula y que, tras observar las fotos, me pedía una imagen compuesta en vertical. Ya sabéis que soy de los que tiran los posaderos después de haberlos usado con una especie -lo he comentado en otro post titulado precisamente "Posaderos", ayudado por mis amigas las abubillas, así como en otras webs de fotografía de fauna-. Sin embargo, tras ver las tomas de aquella sesión de mayo de 2018 estaba claro que aquel posadero estaba pidiéndome a gritos que lo fotografiara en vertical. El palito en cuestión era una obra de arte en sí mismo y cobraba incluso más importancia que los propios humildes gorriones, o por lo menos tanta como estos. Así pues, lo intenté unos días después, pero los gorriones, caprichosos, decidieron que ya no se querían subir allí más veces. No me quedó más remedio que hacer varias sesiones más aquel año con la intención de rematar esa foto que tenía en la cabeza; pero nada, sin resultados, tuve que acabar "abortando la operación". No me quedó más remedio que guardar el posadero en el garaje para volver a intentarlo al año siguiente, obviamente con la misma especie pues no me gusta usar la misma percha con diferentes tipos de aves. Así lo hice en 2019, pero sin suerte, no hubo manera. Lo intenté situándolo en el mismo montón de maíz en el que se alimentan y que ya me sirvió en la primera ocasión; tampoco, que si quieres arroz, Catalina. Lo intenté junto a los pesebres de los corderos donde se ponían las botas con el pienso; menos aún. Lo intenté junto al abrevadero cuando en pleno verano la sequía hace de aquel lugar un oasis. Y nada, que mucho antes que Pedro ellos ya habían dicho que NO es NO. El posadero iba y venía (ahora tiene el extremo distinto -más corto- por algún percance durante los evidentes viajes, ¡tanto va el cántaro a la fuente ...!) y yo me desesperaba. ¿Cómo es posible que en las tres primeras sesiones que hice en aquel 2018 se posaran en todo lo que les ponía, incluido este mismo palo, y de pronto ... sin ningún motivo que yo alcanzara a entender ... dejaron de hacerlo. ¡Pero radicalmente, eh!.
2020, como ya sabéis, vino rebelde y el confinamiento me impidió rematar aquel trabajo. Pero yo, que como ya podéis suponer soy más cabezón que los propios gorrioncillos, he seguido todo este tiempo empeñado en conseguir finalmente la imagen que guardaba dormida en algún rincón de mi susodicha cabezota, y este año, cuando ya los primeros machos comienzan a presentar esos colores intensos en su plumaje y los picos se les vuelven de color negro tizón, he desempolvado el palo en cuestión y he regresado.
Tras observar al bando un par de tardes, he decidido olvidarme del montón de maíz en donde siguen alimentándose y pongo mi rama estratégicamente entre los restos de la poda de unos cipreses. He podido comprobar cómo este montón de ramas, tumbadas y muy apretadas por el paso del tiempo, lo usan para esconderse dentro cuando el peligro acecha, a veces en forma de gavilán en busca del desayuno o la cena. Varias veces lo ha intentado sin que haya tenido éxito frente a los gorriones, aunque sí con un pobre estornino negro. Además, utilizan el montón de ramas como escala intermedia en sus trasiegos entre la comida, el suelo donde se dan sus baños de arena y polvo y los árboles próximos, además de para descansar y acicalarse. Aquí se concentran hasta quizás 200 individuos apretados sin guardar ninguna distancia social, como si con ellos no fuera la pandemia. Finalmente, tras cuatro tardes, y a pesar de que mi posadero les sigue sin apetecer como lugar de parada, he conseguido hacerles algunas fotos que se acercan mucho a lo que tenía en mi cabeza. Han bastado unos gorriones despistados y unos segunditos muy cortos subidos en el posadero para que les haya podido hacer unos retratos definitivos.
Estaréis conmigo que el palito ha merecido la pena.
Ahora ya sí, puede ir a formar parte del suelo del bosque. Adiós, te echaré de menos.
4 de marzo de 2021
¿Radical yo, Odile?
Tengo que adelantar que todo intento de acercar posturas, de dialogar, de sentar en una misma mesa a las diferentes sensibilidades me parece, no solo necesario, sino positivo para todas ellas. En este sentido la insistencia de Odile sobre la necesidad de encontrar puntos de encuentro me parece más que loable, porque ello redundará en la protección de la propia especie. Estoy convencido. Ahora bien, hay cuestiones de la entrevista que merecen una lectura entre líneas, así como opiniones de la entrevistada con las que no puedo estar más en desacuerdo.
De entrada el periodista deja claro su posicionamiento cuando ya en el primer párrafo pone de un lado a Odile y de otro a los "ecologistas", término este que, maniqueamente, es usado por los medios de comunicación con reiteración de un modo peyorativo para hacer referencia a un sector social -que es presentado, además, generalmente como radical- que antepone la naturaleza frente al progreso o la modernidad y, en este caso, la fauna frente al ser humano y el mundo rural. Decir que es "... víctima de ataques ecologistas ..." es como vendernos ya desde el principio que los conservacionistas somos violentos y belicosos, y presenta a la entrevistada como una persona damnificada, que no pudiera -ni debiera- recibir críticas por sus opiniones.
La primera pregunta que le hace el periodista ya es tendenciosa puesto que intenta usar la figura de Félix en contraposición a la decisión por parte del Ministerio de proteger la especie en todo el territorio nacional, y no solo al sur del Duero. O te gusta Félix o te gusta lo que ha decidido el Ministerio, parece inferirse de la pregunta. Odile responde con bastante diplomacia y no puedo estar más de acuerdo con el fondo de su respuesta. Y también lo estoy con su opinión de que resulta difícil conservar esta (o cualquier otra especie) si la población rural no se implica en ello.
Pero es en la tercera pregunta donde, a mi juicio, más se equivoca la entrevistada. Y lo hace porque da a entender que ella está en posesión del conocimiento verdadero, y que tener una opinión distinta a la suya respecto de la idoneidad o no de proteger al lobo es de radicales. Toma entonces el discurso de sindicatos agrarios y administraciones, e incluso de los biólogos afines a estas últimas, y nos cuelga a los que simplemente tenemos la opinión de que lo correcto es proteger definitivamente a la especie, el San Benito de radicales por opinar diferente. Esto, que en la política española estamos penosamente hartos de observarlo, no debería trasladarse al resto de facetas sociales. Señores todos, algunos opinamos diferente a ustedes en esta u otras cuestiones, y no es ni radical mi postura ni tiene por qué serlo la suya. "Pensar diferente" no es, ni por asomo, lo mismo que "ser radical", a ver si nos enteramos de una vez, que no son sinónimos.
Que en las redes sociales lamentablemente la estén poniendo verde, como ella mismo indica, no significa que los naturalistas o biólogos que abanderan ese pensamiento proteccionista sean unos extremistas radicales. En las RRSS sabemos que siempre hay gente sin filtro, irrespetuosa y maleducada, pero esto es algo que arrastran ambas partes del conflicto, no nos olvidemos; y, en cualquier caso, ello no implica que esos personajes que se esconden en el anonimato representen al pensamiento conservacionista, ni a las ONGs que apoyan el nuevo status legal para el lobo. Y se equivoca infinito cuando dice que son estos "... grupos los que más contribuyen al odio hacia la especie y el enconamiento del conflicto". Se olvida Odile que el odio al lobo es primigenio, atávico y ancestral, que ha pervivido en el mundo rural desde que se domesticaron algunas especies de herbívoros y que es muy anterior a la aparición de grupos ambientalistas. He de recordarle, por el contrario, que todos los movimientos conservacionistas, ecologistas y proteccionistas del planeta son un producto reciente en la historia de la humanidad, siendo considerada como fecha de partida de este cambio social la declaración del primer Parque Nacional norteamericano en las últimas décadas del siglo XIX. Trasmponiéndolo al tema del lobo, ha sido precisamente el odio y la persecución histórica a la especie la que propició la aparición posterior de grupos conservacionistas que velaran por su protección, y no al revés, como ella insinúa. Estas asociaciones sin ánimo de lucro que ella considera "radicales" son, por lo tanto, la respuesta social a la atroz persecución que la especie ha venido soportando desde ámbitos rurales y cinegéticos desde tiempos ancestrales. Odile viene a decir acto seguido que nuestro estricto afán proteccionista provoca que "... de este modo algunos otros radicales, del bando contrario, se tome la justicia por su cuenta usando métodos como el veneno y el furtivismo ..." Bien, al leerla pareciera que no fuera ella consciente de que el veneno y el tiro se vienen usando desde hace siglos, y que esta persecución obsesiva solo se convirtió en furtivismo desde que en 1970 se declaró especie cinegética al lobo. Dicho de otro modo, han existido siempre en el enfrentamiento del hombre contra el cánido, y ni el odio ni el furtivismo son fruto de la aparición de "grupos conservacionistas" de nuevo cuño, radicales según ella, que obviamente hicieron su entrada en escena solo en las últimas décadas. ¿Cree Odile y cualquier otro, que si la especie hubiera tenido, histórica y recientemente, una persecución similar a la que han podido tener, por poner un ejemplo, cualquier especie de rapaz ibérica, hubiera generado grupos sociales que tuviesen la movilización que provoca el lobo? Sinceramente, lo dudo. El lobo levanta pasiones por muchos motivos, pero entre otros también porque su persecución es simplemente salvaje y desaforada; las masacres de manadas completas no son extrañas en nuestro civilizado país. Pretender que esa persecución es fruto de la respuesta del mundo rural a la protección que exigimos es simplemente manipular y tergiversar la realidad; insinuar que es una especie de "efecto rebote" a nuestra pretensión de protegerlo me parece descabellado como poco, sino insultante y mezquino. Es como culpar a la policía de los delitos de los delincuentes. El odio al lobo se retroalimenta él solito desde hace siglos y milenios sin necesidad de nadie más. No nos achaque a los grupos sociales que buscamos su protección esta responsabilidad, Sra. Odile.
En fin, sigue la entrevista y en ella da opiniones personales que respeto; algunas las comparto y otras no, y no voy a hacer un análisis de todo lo que ha dicho. Es cierto que lo ideal hubiera sido que hubiésemos llegado a un consenso para unificar la protección de toda la población del lobo, pero reconocerá Odile que esto, con esta especie, se antoja una utopía inalcanzable actualmente; simplemente parece imposible. El odio al lobo es tan ancestral y está tan integrado en la cultura rural que tendrían que pasar siglos antes de que fuera posible semejante acuerdo. ¿Qué hacer entonces?, ¿seguir manteniéndolo desprotegido?, ¿seguir fomentando en nuestra sociedad la idea de que matarlos es bueno y necesario?, ¿educamos a las siguientes generaciones en la creencia de que no pasa nada por hacerlo?, ¿nos seguimos empeñando en desestructurar manadas, aunque ello provoque un aumento de daños en la ganadería, como usted misma reconoce en la entrevista?, ¿nos seguimos olvidando entonces de su pobre situación genética, y de la afectación que para su variabilidad tiene cada ejemplar cazado? ... Créame señora Odile, el Comité Científico era plenamente consciente de que la conservación de esta especie implica un gigantesco reto social, se equivoca meridianamente cuando lo pone en duda. Esto es ya simple demagogia (o ceguera, que no sé qué es peor). Sencillamente se hacía imprescindible para la conservación de la especie hacerlo, y hacerlo ya. Con urgencia. No tenía sentido esperar más. Cada año que pasaba gestionando la especie a tiro limpio era un año más en el que se educaba a la sociedad en la falsa bondad de este tipo de gestión, y a los hechos me remito si observamos los artículos de prensa y los contenidos editoriales respecto a la especie, inmensamente proclives a vendernos una imagen maléfica del animal, y a la necesidad de controlarlos letalmente allí donde hubiera ganado (como si hubiera un kilómetro cuadrado de la geografía española que no tuviera ganado). No existe en nuestro país ninguna otra especie que, contando con solo unos 1.500 individuos, no tenga una protección legal rigurosa y estricta por parte del Estado. ¿Por qué entonces el lobo debía seguir estando desprotegido?, ¿qué razón podría justificar ante las generaciones futuras que no hubiéramos cumplido con el mandato europeo que nos obliga a conservar sus poblaciones?.
Todos los españoles y europeos contribuimos a la conservación de las especies y a los gastos que ello representa y, de la misma manera, todos ayudamos a mantener unos usos agro-ganaderos que deben ser sostenibles con el medioambiente a través de las subvenciones que cobran a fondo perdido a través de la PAC. Esa sostenibilidad es requisito sine qua non para aspirar a las subvenciones, pero además es un clamor social irrenunciable. El mundo rural no puede seguir pretendiendo cobrar las ayudas europeas y olvidarse al mismo tiempo de la obligatoriedad de observar una adecuada sostenibilidad ambiental que implica la conservación y protección de la biodiversidad. Por lo tanto, que nadie piense que la sociedad europea y española no cubren ya una parte importante de los costes de esa convivencia con las especies. Lo que no significa que no haya que mejorar extraordinariamente, además, en el pago adecuado, rápido y suficiente de los daños a los profesionales que hayan implementado medidas de protección de su cabaña ganadera. Esto, debe ser una prioridad para que la conservación de la especie no recaiga sobre las espaldas de unos pocos, a la vez que se debe poner el foco en la enorme picaresca y furtivismo existentes, ahora sí, policial y mediáticamente. Solo de este modo y con el tiempo, la sociedad se educará en la verdadera coexistencia con nuestro gran carnívoro.