No siempre las especies raras, escasas o desconfiadas son las más complicadas de fotografiar. O para expresarlo mucho mejor aún, no siempre la dificultad de conseguir la fotografía que tienes en tu cabeza depende de la rareza, escasez o desconfianza de la especie. Esta historia es un buen ejemplo de ello.
Hace ya bastante tiempo -junio de 2018- añadí un post en este blog titulado simplemente "Gorriones". En la segunda foto de aquella entrada aparecía un precioso macho que exhibía la típica intensidad de plumaje propia de la época de celo, descansando sobre un posadero muy bonito. Aquel gorrión tan chulo estaba posado en una percha no menos chula y que, tras observar las fotos, me pedía una imagen compuesta en vertical. Ya sabéis que soy de los que tiran los posaderos después de haberlos usado con una especie -lo he comentado en otro post titulado precisamente "Posaderos", ayudado por mis amigas las abubillas, así como en otras webs de fotografía de fauna-. Sin embargo, tras ver las tomas de aquella sesión de mayo de 2018 estaba claro que aquel posadero estaba pidiéndome a gritos que lo fotografiara en vertical. El palito en cuestión era una obra de arte en sí mismo y cobraba incluso más importancia que los propios humildes gorriones, o por lo menos tanta como estos. Así pues, lo intenté unos días después, pero los gorriones, caprichosos, decidieron que ya no se querían subir allí más veces. No me quedó más remedio que hacer varias sesiones más aquel año con la intención de rematar esa foto que tenía en la cabeza; pero nada, sin resultados, tuve que acabar "abortando la operación". No me quedó más remedio que guardar el posadero en el garaje para volver a intentarlo al año siguiente, obviamente con la misma especie pues no me gusta usar la misma percha con diferentes tipos de aves. Así lo hice en 2019, pero sin suerte, no hubo manera. Lo intenté situándolo en el mismo montón de maíz en el que se alimentan y que ya me sirvió en la primera ocasión; tampoco, que si quieres arroz, Catalina. Lo intenté junto a los pesebres de los corderos donde se ponían las botas con el pienso; menos aún. Lo intenté junto al abrevadero cuando en pleno verano la sequía hace de aquel lugar un oasis. Y nada, que mucho antes que Pedro ellos ya habían dicho que NO es NO. El posadero iba y venía (ahora tiene el extremo distinto -más corto- por algún percance durante los evidentes viajes, ¡tanto va el cántaro a la fuente ...!) y yo me desesperaba. ¿Cómo es posible que en las tres primeras sesiones que hice en aquel 2018 se posaran en todo lo que les ponía, incluido este mismo palo, y de pronto ... sin ningún motivo que yo alcanzara a entender ... dejaron de hacerlo. ¡Pero radicalmente, eh!.
2020, como ya sabéis, vino rebelde y el confinamiento me impidió rematar aquel trabajo. Pero yo, que como ya podéis suponer soy más cabezón que los propios gorrioncillos, he seguido todo este tiempo empeñado en conseguir finalmente la imagen que guardaba dormida en algún rincón de mi susodicha cabezota, y este año, cuando ya los primeros machos comienzan a presentar esos colores intensos en su plumaje y los picos se les vuelven de color negro tizón, he desempolvado el palo en cuestión y he regresado.
Tras observar al bando un par de tardes, he decidido olvidarme del montón de maíz en donde siguen alimentándose y pongo mi rama estratégicamente entre los restos de la poda de unos cipreses. He podido comprobar cómo este montón de ramas, tumbadas y muy apretadas por el paso del tiempo, lo usan para esconderse dentro cuando el peligro acecha, a veces en forma de gavilán en busca del desayuno o la cena. Varias veces lo ha intentado sin que haya tenido éxito frente a los gorriones, aunque sí con un pobre estornino negro. Además, utilizan el montón de ramas como escala intermedia en sus trasiegos entre la comida, el suelo donde se dan sus baños de arena y polvo y los árboles próximos, además de para descansar y acicalarse. Aquí se concentran hasta quizás 200 individuos apretados sin guardar ninguna distancia social, como si con ellos no fuera la pandemia. Finalmente, tras cuatro tardes, y a pesar de que mi posadero les sigue sin apetecer como lugar de parada, he conseguido hacerles algunas fotos que se acercan mucho a lo que tenía en mi cabeza. Han bastado unos gorriones despistados y unos segunditos muy cortos subidos en el posadero para que les haya podido hacer unos retratos definitivos.
Estaréis conmigo que el palito ha merecido la pena.
Ahora ya sí, puede ir a formar parte del suelo del bosque. Adiós, te echaré de menos.
Se ve precioso. Saludos.
ResponderEliminarDesde luego que sí, ambos se ven preciosos, posadero y especie. Saludos, Teresa.
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