7 de diciembre de 2022

La rueda de la vida

Como cada otoño saco un par de días para acercarme a las laderas de Gredos en busca de los grandes machos de cabra montés (Capra pyrenaica victoriae) que por estas fechas andan con sus escarceos amorosos. La mayor parte de los combates habrán tenido ya lugar, pues suelen ser más habituales al comienzo de la época de celo cuando las jerarquías se establecen entre ellos, principalmente a base de medirse, molestarse, empujarse y demostrarse unos a otros su propia fortaleza, de modo que el combate sea solo el último recurso. Atrás quedaron los meses en los que los rebaños permanecían segregados por sexos. Ahora los machos de todas las edades se arremolinan alrededor de las hembras, a las cuales atosigan sin descanso. Debajo, vemos a una hembra situada en el medio del grupo, rodeada literalmente por ocho machos de diversas edades.

Los rebaños, ahora mixtos, permanecerán así varias semanas, e incluso varios meses, pues no es raro que a finales de febrero aún aguanten no pocos machos en compañía de las hembras y sus crías del año anterior. Debajo vemos una estampa clásica de este período: algunos grandes machos acompañando a algunas hembras con sus chivos del año. Los machos conocen su posición en el grupo y en caso de que alguna hembra entre en estro el semental más poderoso será el que consiga sus favores (siempre que no se descuide y algún otro ejemplar se le adelante en una distracción).


Esta época de celo está llena de detalles y gestos que resultan de indudable interés para cualquier naturalista. Si estamos atentos observaremos cómo los machos de cualquier edad encorvan la espalda y bajan su cabeza volviéndola hacia atrás. Si los tenemos de perfil y a una distancia óptima podremos comprobar cómo se orinan a sí mismos las patas delanteras, el vientre y su propia cara: las feromonas que se desprenden con la orina se impregnan así en su pelaje y sirven para enviar señales químicas a las hembras y machos de alrededor. Este es un comportamiento común a otros ungulados y es sencillo, por ejemplo, observar imágenes de ciervos o gamos con sus barrigas literalmente negras durante la berrea o la ronca.

Todos conocemos los rituales posturales clásicos de esta época en los machos, son gestos que hemos visto en cientos de fotos cada nueva temporada de celo: la cola la mantienen levantada, echan la cabeza y su enorme cornamenta hacia atrás al tiempo que la agachan, a veces adelantan una de las manos hacia la hembra, dan pasos hacia adelante y hacia atrás, sacan la lengua azulada, generalmente inclinándola hacia abajo, ... En esta tesitura, si ella no está aún receptiva o el pretendiente no le parece el adecuado como padre de su futura descendencia, amagará con sus cuernos contra él, dejándole claro que está molestando, que no es el momento y que haría bien en marcharse a dar la brasa a otra parte. No llega a cornearlo, pero lo aparta como vemos en las fotos siguientes.


Ellas, que aún estarán acompañadas de las crías de ese año, indican si están ovulando o no mediante señales olorosas desprendidas a los cuatro vientos mediante las feromonas que contiene su propia orina. Y serán estas señales químicas las recogidas por un órgano especial asociado al sentido del olfato (existente en un gran número de mamíferos, excepto algunos primates), denominado órgano vomeronasal o de Jacobson, situado en el hueso vómer, entre la nariz y la boca -se trata del mismo órgano que sirve a las serpientes para "oler" con su lengua esas sustancias químicas que flotan en el ambiente. Todos hemos visto imágenes de caballos levantando el labio superior en una actitud curiosa, con un gesto entre grotesco y divertido denominado "reflejo de Flehmen"; pues bien, ese mismo gesto es el que podremos ver en los machos monteses si estamos atentos. En las dos fotos inferiores vemos cómo la hembra orina sobre la roca y el macho que la está cortejando inmediatamente huele la información que proporciona pegando su nariz contra la misma. Acto seguido levanta el labio superior y "olfatea" con el órgano vomeronasal las feromonas que pueda haber en el aire.



Los galanteos comienzan como ya sabemos, con ese protocolo ritual de los machos y ese "hacerse de rogar" de las hembras.


Él se arremolina alrededor de ella, la agasaja por un lado, por otro, adelanta una de las manos, con la que a veces toca las patas traseras de ella, apoya su morro o cabeza contra el flanco de ella, frotándola, como acariciándola, ...


... se acerca por sus cuertos traseros y la vuelve a oler por enésima vez, ...


... hay que lanzarse ya, ... se anima por fin e intenta montarla, ...


... pero para ella no es el momento aún, se mueve impidiendo la cubrición; habrá que esperar un poquito más. 



Pero ella, con su cola levantada, le sigue enviando señales químicas de que sí, solo se está haciendo la interesante.


Nuevo acercamiento a la grupa de ella, ... con sutileza, ... sin forzar la situación más de la cuenta; al final siempre será ella la que decida el momento adecuado.



Y vuelta a probar suerte.


Pero nada, que no hay manera. La cabra, escurridiza, se escabulle otra vez más. Así sucede durante varios intentos y un buen rato. Nosotros, naturalistas voyeurs, cruzamos los dedos y esperamos ser testigos del inevitable desenlace final, de ese momento en el que una nueva generación de criaturas se geste en un instante; ser espectadores del inicio en un solo segundo de la futura nueva generación de cabras monteses.

Tras no menos de tres intentos, ...



...ella se lo permite finalmente. Un nuevo ciclo se ha puesto en marcha un año más y podemos decir que la próxima generación de criaturas ya está en camino.

Amigos, la rueda de la vida sigue dando vueltas.

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