19 de septiembre de 2015

Entre caozos y marmitas II: el andador de orillas

Desaparecidos como por arte de magia al sentarnos dentro del hide, comenzamos a espiar la fauna del río al tiempo que clarea un nuevo amanecer, acomodados tras unas grandes piedras y al resguardo de un talud arenoso y un pequeño fresno que ya barrunta el otoño. Casi sin luz todavía, nuestro martín pescador pasa de largo mientras emite su característico reclamo. Entre tanto el modelo se digna a posar para nosotros, a tiro de nuestros clicks, disfrutamos de las andanzas, río arriba, río abajo, del modesto andarríos grande (Tringa ochropus), elegante, discreto como todos los limícolas, sin colores chillones ni patrones de actividad que reclamen la atención del público en general. Cansados del largo viaje migratorio desde la lejana Laponia donde se reproducen, un par de ejemplares de esta especie han recalado en este río solitario, en donde sin duda encontrarán la tranquilidad suficiente para recuperarse y alimentarse. Acostumbrados como estamos nosotros en el sur de Europa a observarlos alimentándose en el suelo, nos resultaría muy curioso verlos anidar en las ramas de los árboles, allí, en sus baluartes del gran norte, utilizando viejos nidos de otras especies, o incluso de ardillas. Aquí, por el contrario, observaremos a estas delicadas aves siempre caminando por orillas fluviales y lacustres, dejando las huellas de sus patitas de color verde aceituna en el fango y el limo blando, picoteando en lodazales y arenales en busca de invertebrados y alevines de peces, haciendo lo que mejor saben hacer: andar ríos.

Los disparos de las cámaras se suceden, animando la mañana. Cada poco tiempo levantan el vuelo, desplazándose por las orillas en un ir y venir constante, con sus largos ratos de aseo y de descanso, intercalados con sus paseos "culinarios" a lo largo de la ribera, entre los caozos y las marmitas en donde, una mañana más, furtivamente nos hemos hecho desaparecer.






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