Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.
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5 de agosto de 2022

Suma y sigue


"¿Servirá de algo que todo este lamentable suceso le haya saltado a la cara al ejecutivo autonómico? Cuando va a hacer pronto 10 años del incendio de Castrocontrigo (León) con una superficie "oficial" de 12.000 hectáreas calcinadas, 5 del que arrasó otras 10.000 más en La Cabrera (León), y ni siquiera un año del de Navalacruz (Ávila) en el que todos perdimos 22.000 hectáreas más de monte, "oficiales", la Junta de Castilla y León sigue sin aprender que tiene la obligación de conservar y defender nuestro patrimonio natural, con políticas proteccionistas y preventivas, en vez de especulativas, y siguen sin aprender en los despachos que poniendo los medios para evitar estos desastres ambientales al final se ahorra más dinero que dejando a la concurrencia de la suerte que el próximo año no vuelva a ocurrir de nuevo. El próximo año o ... simplemente dentro de unas semanas, porque el verano aún no ha llegado y se puede hacer muuuyyyyy largo todavía. No resulta descabellado temer que lo sucedido en Zamora pueda volver a suceder en cualquier otro rincón de Castilla y León y en cualquier momento. Basta ya Suarez-Quiñones de cruzar los dedos y rezar para que no te salte el siguiente desastre en la cara, dejando al azar y la chiripa que todo vaya bien."

Esto lo escribía yo el 22 de junio en la entrada que titulé Lágrimas apagando fuegos a raíz del desastre ambiental ocurrido en la sierra de La Culebra y que, en el momento de publicarla aún seguía devorando hectáreas. Como si dispusiera de una bolita de cristal, acerté de lleno cuando ponía encima de la mesa la posibilidad real de que otro incendio similar se pudiera dar en Castilla y León, y no solo ya en los años venideros, sino en pocas semanas dada la temeraria, y quizás delictiva -la fiscalía ha admitido a trámite una denuncia al respecto-, gestión que el Consejero de Medio Ambiente, Vivienda y Ordenación del Territorio de la Junta viene llevando a cabo en materia de prevención y extinción de incendios, estando en aquel momento el verano todavía por comenzar. Por desgracia hice un pleno al quince al predecirlo: tan solo un puñado de días después -el 17 de julio- el incendio de Losacio pone de nuevo al Consejero y su ya emblemática incompetencia contra las cuerdas, al convertirse en el mayor incendio de la historia de España. Sumando las superficies calcinadas en ambos desastres, contiguos uno al otro, la torpeza y chulería política de Suarez-Quiñones se llevó por delante más de 60.000 hectáreas de suelo zamorano y, lo más trágico de todo, las vidas de un pastor y un brigadista.

La petición de dimisión o cese de este sujeto sigue siendo un clamor ciudadano, mientras él tiene la desfachatez de, no solo no asumir ninguna responsabilidad política en lo ocurrido (ya veremos si la tiene judicialmente porque, desde luego, somos muchos los que estamos convencidos de ello, dado el desastre ecológico que ha propiciado con su cabezonería de no aplicar el Plan de Protección Civil ante Emergencias por Incendios Forestales a pesar de la histórica ola de calor extremo que se vivió en esas fechas), sino de implicar en ello a " ... las nuevas modas del ecologismo ... El ecologismo extremo no es la causa, pero sí uno de los elementos que tenemos que trabajar" dijo en una entrevista en la Cadena Ser. Su caradura va a formar parte de los anales de esta bendita comunidad.

Cuando aún tenemos los ojos rojos de llorar por nuestros montes zamoranos, nos golpean más incendios como si de una plaga bíblica se tratara. Así, hace tan solo unos días volvíamos a pisar tierra quemada, esta vez para seguir llorando con la devastación que ha calcinado una gran porción de la comarca extremeña de Las Hurdes y que, como todos sabéis, acabó también afectando gravemente a la provincia salmantina, amenazando el valiosísimo ejemplo de monte mediterráneo que se conserva en el valle de Las Batuecas y afectando a gran parte del Parque Natural de la Sierra de Francia, que ha quedado seriamente tocado.

La sensación que tengo al llegar al Portillo -el puerto de montaña que comunica La Alberca y el valle de Las Batuecas- es parecida a la que se siente al llegar frente a la puerta de una habitación de hospital: te da miedo cruzarla porque tu corazón no quiere enfrentarse a las malas noticias que te esperan tras ella, pero sabes que es inevitable, aunque no abras esa puerta la realidad no va a cambiar y el sufrimiento va a ser el mismo. La cicatriz del nuevo cortafuegos, trazado con prisas para evitar la posible llegada de las llamas a este lugar tan cercano al pueblo Conjunto Histórico-Artístico, te ayuda a ir asumiendo lo que esta nueva tragedia ha representado.


Batuecas se ha salvado. Solo de refilón las llamas consiguieron entrar dentro del valle, cruzar incluso el arroyo homónimo y trepar un poco por las lomas de su margen izquierda. El monasterio tuvo el fuego a tan solo unas decenas de metros, pero habrá que esperar a que la Junta deje caminar de nuevo por sus senderos habituales para comprender lo cerca que estuvo.


Ahora todo acceso al interior del valle se mantiene prohibido, pudiendo el visitante llegar únicamente hasta la puerta del monasterio, lo que supongo cambiará en los próximos días (quizás ya lo haya hecho cuando veas estas líneas publicadas) dado que el incendio ha sido ya controlado, paso previo a declararlo extinguido. Si en la imagen anterior un cartel junto a la valla que rodea el monasterio advertía a todos los visitantes de la prohibición de entrar al valle de las Batuecas, en la siguiente observamos lo cerca que llegaron a estar las llamas de la explanada que hay delante del recinto monástico del Desierto de las Batuecas.


Continuar hacia la provincia de Cáceres es chocarte de bruces con la realidad más cruda de un incendio, con la desolación de un valle devorado por las llamas que te golpea en las sienes. Por abajo, apenas si llegamos a la pequeña población de El Cabezo parando a observar la zona donde empezó todo, el punto de inicio, suficiente para comprender el alcance de este nuevo desastre. Desde arriba, sin embargo, los prismáticos nos permiten abarcar visualmente desde las alturas de la Peña de Francia una parte importante de lo arrasado. De nuevo, los pinares de repoblación se convirtieron en cerillas que ardieron sin ningún control durante días. Pequeños rodales de cultivo de pino, unas pocas vaguadas húmedas con manchas de vegetación autóctona y lo que sobrevive a duras penas entre los canchales parecen ser lo único que se ha salvado, además de los propios pueblos que llegaron a verse rodeados y a tener las llamas dentro.




El apocalipsis ambiental, social y humano que representan estas grandes calamidades nos tiene que hacer recapacitar, en especial si queremos demostrarnos a nosotros mismos que sí, que somos de verdad una especie inteligente. Si hemos sido capaces de ir y volver a la Luna, de enviar robots a Marte o de hacer fotos del nacimiento del universo, ¿cómo no vamos a ser capaces de cambiar nuestras obsoletas políticas forestales especulativas y ambientalmente insostenibles, origen final de muchos de estos Grandes Incendios Forestales (GIFs)? Aunque en este punto debo dejar constancia de que siempre he tildado de "conjetura" esa posible inteligencia humana, puesto que a lo largo de la historia de la humanidad hemos dado muestras sobradas de nuestra elocuente estupidez, lo que nos fuerza a reconsiderar dicha cuestión como una mera hipótesis aún por demostrar. No tenemos que retroceder mucho para atrás para comprenderlo, la guerra de Ucrania es un buen ejemplo de que no escarmentamos, y la pandemia nos vino a demostrar que seguimos siendo los mismos, que no cambiaremos, y que, además, seguiremos destruyendo el planeta como antes de la misma. Todo sigue igual, nuestra inteligencia sigue sin ser demostrada.


Árboles calcinados, de tronco negro. Cenizas tapizando el suelo, que acabarán en los cursos de agua. Miles de seres vivos que habrán muerto o, por lo menos, que se habrán visto obligados a desaparecer de la región. La economía de la gente afectada. Viviendas y edificaciones destruidas. La apicultura o la micología, desaparecidas. Lo mismo que el turismo de naturaleza. Erosión y pérdida de suelo. Destrucción del paisaje y de los ecosistemas. Y, por supuesto, la emisión de una enorme cantidad de gases de efecto invernadero a la atmósfera, que en el caso de nuestro país alcanza el 1% del total. Por si fuera poco todo esto, en las últimas cuatro décadas se han perdido en España casi dos centenares de vidas humanas en estos desastres ambientales, económicos y sociales. Todo destruido, aniquilado por un problema que en gran medida hemos generado nosotros mismos. Un problema generalizado que se reproduce más intensamente cada verano en todas las regiones españolas, pero que no desaparece tampoco en invierno, ni siquiera en las regiones húmedas y verdes del Noroeste peninsular, tan diferentes a los resecos campos de clima mediterráneo del centro y sur ibéricos, o del propio arco mediterráneo: más del 50% de los incendios en el Estado español tienen lugar en Galicia, el 70% si incluimos Asturias, Cantabria y Norte de Castilla y León (León y Zamora).

Nos encontramos, pues, ante un problema estructural directamente relacionado con el uso que se hace del suelo de nuestras sierras, con la especulación de nuestros montes, la rancia política silvícola del siglo pasado y la incontestable realidad de que hay quien se beneficia de las llamas -más del 50% de los incendios en nuestro país tienen una intencionalidad. La PAC intentó enmendar estos errores incentivando las reforestaciones no monoespécificas con numerosas especies autóctonas de matorral y arbolado, pero en los cálculos cortoplacistas de quienes al final gestionan los montes españoles se sigue simplificando el número de especies para ahorrar costes, planificación y mano de obra.

En definitiva, seguimos cometiendo los mismos errores de siempre.



Se hace perentoria una planificación seria de la política forestal que impida ejemplos como los de Cantabria y Asturias, donde los gobiernos autonómicos permiten la entrada de ganado a las zonas incendiadas al año de ser destruidas, lo que puede estar detrás de un número determinado de incendios, además de ser una medida completamente antiecológica pues el ganado dificulta la recuperación del ecosistema, ya de por sí empobrecido. No se penaliza, pues, el incendio, sino que, muy al contrario, se incentiva su existencia.


Señores, el monte NO ESTÁ SUCIO, basta ya de tanto analfabetismo ambiental. Ni el monte está sucio, ni las orillas de los ríos tienen que ser limpiadas, ni existe la maleza, ni las malas hierbas, ni las alimañas (excepto si nos referimos a nosotros mismos, claro), ni las aves de rapiña (ídem de lo anterior), ni, por lo general, las plagas de animales (otro ídem más). Todas estas expresiones no hacen sino educarnos en la cultura egocéntrica de un ser que se cree el centro de la existencia y la vida en el planeta, que se siente completamente ajeno a la naturaleza y que está convencido de que ella está ahí solo para ser explotada. Todas estas expresiones, además de falsas, no hacen sino desconectarnos de la realidad, como si no dependiéramos realmente del propio planeta; como si viviéramos en una burbuja, desvinculados del mundo que nos rodea. El lobo no es el malo de la historia por mucho que los cuentos de Caperucita Roja o los Tres Cerditos así nos eduquen, y por mucho que sigamos utilizando todas esas expresiones manipuladoras ni existe la maleza, ni las malas hierbas, y mucho menos la naturaleza está sucia. Estamos siendo educados en el error y la mentira. 

De nuevo la palabra educación vuelve a cobrar un significado fundamental.

Vamos a ver, no aprendemos nunca: cuanto más completo sea un ecosistema más dificil será que un incendio cobre dimensiones incontrolables, a mayor complejidad forestal mejor defensa frente al fuego. Simplificando el paisaje con monocultivos solo estamos favoreciendo el aumento de los GIFs, que dejarán paso, a su vez, a enormes extensiones de matorral (que no maleza) que con facilidad podrán volver a ser pasto de las llamas. Una mayor diversidad de arbolado y matorral, un paisaje en mosaico, con usos variados del suelo agrícola y ganadero, además de forestal, con pastoreo en extensivo, y la consecución de manchas de bosque autóctono intercaladas entre cultivos de especies madereras bien gestionadas minimizarán las consecuencias del fuego allí donde se produzca. Un bosque maduro se protege así mismo, y se regenera con mayor facilidad si sufre un incendio. Un monocultivo es simplemente yesca. Pero si la realidad se impone y los necesitamos a ambos, ¿qué nos impide diversificar el paisaje para beneficio de la sociedad?


Por otro lado, es ridículo y absurdo seguir focalizando nuestros esfuerzos materiales, económicos y humanos exclusivamente en la extinción de los incendios, mientras que desatendemos el origen del problema: conociendo las causas que los provocan, en lo que debemos invertir dinero, medios, leyes, políticas, tiempo y esfuerzo es en evitarlos y prevenirlos. Seguimos siendo unos seres miopes que solo alcanzamos a pensar a corto plazo. Invertir exponencialmente más y más en extinción cada vez que hay un gran incendio es un error político que quedará muy bien de cara a la galería, pero que nunca solucionará la cuestión. Esto es más que evidente cuando conocemos el porcentaje de incendios intencionados, en gran medida con fines agrícolas o ganaderos, pero no solo. Si no atajamos de raíz el problema los incendios forestales seguirán siendo recurrentes cada año. El abandono del campo, de algunos usos tradicionales como el pastoreo, el propio abandono de las plantaciones de madera con gran cantidad de materia combustible sin gestionar, la pérdida de paisajes en mosaico, son solo algunas de las circunstancias que favorecen la peligrosidad de los incendios actuales. Y, cómo no, el cambio climático que está favoreciendo un aumento importante de las temperaturas, provocando el estrés hídrico de la vegetación y aumentando así su inflamabilidad.

Estoy seguro que el incendio de Las Hurdes - Sª de Francia tampoco será el punto de inflexión que provoque en nuestros políticos un cambio de rumbo en los planes de prevención y extinción de incendios forestales. Seguiremos oyendo de ellos pomposamente el esfuerzo empleado en la lucha contra tal o cual GIF, con la retahíla de medios aéreos, terrestres y humanos que se habrán jugado la vida una vez más; y seguirán, además, echando balones fuera respecto de su inherente responsabilidad en la resolución de este problema, sin afrontarlo decididamente con vistas a minimizarlo a medio y largo plazo. El señor Suarez-Quiñones seguirá siendo un buen ejemplo de lo que digo, de ese aferrarse a la poltrona, y de esa desfachatez de ni dimitir ni admitir su negligencia. Vamos, lo que viene siendo un magnífico ejemplo del modus operandi de nuestros gobernantes. Ese podría ser un buen eslogan para ellos: Ni dimito ni admito.

Nosotros, ciudadanos con el enorme poder de echarlos de sus butacas, seguiremos manifestando la incongruencia de sus decisiones cortoplacistas, en Zamora, en Valladolid, en Salamanca o allí donde sea necesario. Nosotros y nuestros votos podemos cambiar cabezas. Hagámoslo.


Estamos muy cansados de oir que los incendios se apagan en invierno y, aun siendo cierto, tenemos que pensar no solo en ser efectivos a la hora de extinguirlos, sino en focalizar los esfuerzos ya de una vez por todas en evitar que se produzcan. Apagaríamos muchos fuegos antes de que se iniciaran con un cambio sustancial de modelo en la gestión forestal de nuestros montes y con una planificación territorial que tenga en cuenta este problema y el agravamiento importante que vamos a padecer como consecuencia del propio cambio climático, con la ventaja de que, aún así, aquellos que finalmente se produzcan tendrán sin duda unas consecuencias mucho menores. Los incendios los apagaremos con medios, cierto, pero los evitaremos con Leyes.

Necesitamos PAISAJES CORTAFUEGOS.

(¡Ah!, y también se apagan con nuestro voto, castigando en las urnas a quien se ha reído de todos nosotros al no asumir su parte de culpa, a la par que la descarga en las "modas ecologistas". Político patético).

4 de julio de 2022

Silencio

Si hay algo que llama poderosamente la atención al pasear por una gran extensión quemada es escuchar el silencio que envuelve el lugar. No es una paradoja. Te paras en el medio, rodeado de árboles quemados, negros como el carbón, y miras alrededor tuyo la desolación del lugar y solo se oye silencio. Como en la canción de Simon and Garfunkel, Sounds of Silence, todo lo que te rodea está envuelto en un profundísimo y dramático mutismo. No hay pájaros cantando, reclamando o piando. No se escuchan lagartijas correteando entre la hojarasca seca del suelo. Ni el zumbido de las abejas trasegando de una flor a otra. O el aleteo brusco de esa torcaz que se espanta de la copa de un árbol a tu paso. Nada, no se escucha nada salvo algún vehículo en una carretera lejana o el paso de un avión muy alto sobre nuestras cabezas. Y si algo ha tenido el incendio de la sierra de La Culebra es que ha calcinado una superficie como nunca antes se había visto en España; 35.000 hectáreas afectadas de manera directa, gran parte de ellas arrasadas por completo, lo que lo ha convertido en el incendio de mayor magnitud de la historia de nuestro país. Pues allí el silencio es ahora atronador.



Tan solo unos días después de ser controlado el fuego, nos acercamos con el corazón encogido a recorrer aquellos parajes en los que tantas veces antes habíamos disfrutado de la naturaleza en estado puro. No virgen, pero sí rica y bulliciosa. Rincones a los que regresábamos desde hacía más de dos décadas. Lugares en donde, en compañía de nuestros hijos, chiquitillos entonces, habíamos realizado multitud de esperas con intención de verle las orejas no solo al lobo, sino a toda la cohorte de criaturas que lo acompañaban. Recuerdos que ahora, como en una mala pesadilla, se han, si no desaparecido, sí transformado porque los paisajes aquellos son ahora irreconocibles. Mi memoria aún retiene praderas a las que salían los jabalíes o los ciervos a comer cada tarde. Lindes forestales por las que deambulaban confiados los lobos. Cortafuegos o pistas por los que esperábamos su paso, emergiendo desde los matorrales espesos. Brezales que casi cubrían por completo a los grandes machos de ciervo. Colmenares en el medio del bosque por los que husmeaban a veces los zorros. Calveros despejados en los que se veían ocasionalmente los tímidos corzos. Todo ha cambiado. Ha mutado. Se ha metamorfoseado del verde al negro.

Ha muerto. No ha desaparecido pero en realidad ya no existen aquellos lugares. Están, pero no son.



Entre tanto el Consejero de Medio Ambiente, Vivienda y Ordenación del Territorio sigue sin dimitir, agarrado con uñas y dientes a su poltrona, como Gollum a su anillo. Y sin ser cesado tampoco. Mientras, se acumulan más de 65.000 firmas de ciudadanos que no solo exigen su cese, sino que piden incluso la cabeza política del propio Presidente de la Junta de CyL, Alfonso Fernández Mañueco, como máximo responsable de tener al frente de esta consejería a semejante insensato. Y se suman a esta exigencia los propios funcionarios de la institución con la misma contundencia.

Y mientras la indignación con nuestros políticos va en aumento, se nos hace difícil imaginar las temperaturas que un bosque ardiendo puede llegar a alcanzar. Solo los bomberos que se jugaron la viva luchando contra él podrán hablarnos de ello. Como los quemadores de un globo aerostático calientan el aire que tienen justo encima, las llamas de decenas de metros de altura calientan el aire de toda la sierra, como en una descomunal fogata de cientos de hectáreas. El aire situado sobre el incendio se calienta rápidamente y se desarrollan enormes térmicas que se elevan veloces centenares de metros, y se mueven, y se tumban con la dirección del viento, invisibles si no fuera por las pavorosas columnas de humo que las acompañan. Y estas columnas de aire caliente transportan incesantemente restos del incendio a grandes distancias, cayendo y almacenándose en las cunetas de las pistas y carreteras, en prados y cultivos, en forma de finas lascas de madera, como si de pieles carbonizadas se tratara, parecidas a escamas negras, iguales a los restos de papel quemado de cuadernos y libros echados a una hoguera.  

Pero no solo pequeños restos de cenizas que la más pequeña brisa pueda hacer volar. Paseando a más de 2 kilómetros de distancia en línea recta de la zona quemada por las brasas encontramos numerosas cortezas quemadas que el aire caliente ha transportado hasta depositarlas muy lejos de allí. Y nos son cortezas ligeras, precisamente. Da miedo pensar en la voracidad del monstruo.



Caminamos por lo que, hasta solo unos días antes, habían sido importantes cultivos de pino. Qué duda cabe que la proliferación de estas grandes repoblaciones forestales llevadas a cabo con una mentalidad exclusivamente industrial, donde prima solo el aspecto mercantil y especulativo, dejando a un lado cualquier perspectiva de sostenibilidad ambiental, son determinantes para que cualquier incendio, una vez se haya iniciado, pueda desarrollarse sin control si las condiciones ambientales son determinadas y si, como en este caso, además, los máximos responsables políticos de quienes dependen la implementación de las campañas de extinción de incendios son unos ineptos y unos irresponsables. Que incendios de bosques autóctonos no alcancen estas magnitudes de destrucción es algo que debería hacernos replantear los modelos de aprovechamientos madereros que aplicamos en nuestros montes, máxime cuando el calentamiento global va a provocar cada vez más a menudo olas de calor extremo como la sufrida durante este desastre.






Es muy difícil parar un gran incendio en estas condiciones. Pero la tragedia ambiental que ha sufrido la sierra de La Culebra y la población que en ella vive nos deben servir para evitar caer de nuevo en los mismos errores. La sociedad tiene, no la necesidad, que también, sino la obligación de aprender de lo que ha pasado y no tropezar en la misma piedra otra vez más. La madera del pino es necesaria en nuestro modo de vida, nadie lo niega, pero si no puede ser sustituida por la de árboles autóctonos mucho mejor adaptados a la presencia del fuego, al menos sí podemos cambiar el modelo de gestión forestal de nuestros monocultivos de pino. ¿Cómo? no arrasando sierras enteras repoblando con él. Ese modelo fue el obvio a mediados del siglo pasado cuando no existía el más mínimo interés por la conservación ambiental de nuestros campos. ¿Qué es eso de la sostenibilidad? -dirían aquellos ingenieros de montes-, hay que producir, producir, producir,... Pero en nuestro siglo XXI un término tiene que ir ligado irreversiblemente al otro: "producción sostenible". Es más, la propia producción debe quedar a expensas de que sea ambientalmente compatible con la conservación a corto, medio y largo plazo de nuestras sierras. Técnicos forestales, ingenieros de montes, altos funcionarios y políticos con poder de decisión tienen la obligación de adaptar de una vez por todas la gestión de nuestros montes a los nuevos tiempos. Su sostenibilidad debe primar sobre la rentabilidad cortoplacista. Solo así minimizaremos los incendios que se seguirán produciendo en un escenario de calentamiento global en un país de clima mediterráneo, con veranos muy cálidos que cada año empiezan un poco antes y terminan un poco más tarde.






¿Pero cómo producimos y conservamos al mismo tiempo? Pues es tan sencillo como diversificando los bosques de nuestras sierras, evitando que las grandes repoblaciones monoespecíficas de pinos se extiendan sin fin por sus laderas. El cambio debe ir encaminado a fomentar la recuperación de los robledales, así como su uso por la industria maderera, aun a costa de perder rentabilidad económica o del encarecimiento de la materia prima frente al pino o el eucalipto, y en defender de una manera decidida la existencia de mosaicos forestales de diferentes especies arbóreas, donde se puedan intercalar las autóctonas, menos productivas pero más valiosas desde el punto de vista biológico y de más difícil combustión, con las alóctonas, más rentables a la par que menos valiosas ambientalmente. Ejemplos de lo valioso que es esta diversidad a la hora de afrontar un gran incendio son las dos imágenes que vemos a continuación en donde podemos apreciar cómo importantes parches de robledal no se han calcinado y con seguridad rebrotarán de nuevo a pesar de haber quedado seriamente afectados, ayudando incluso a frenar el avance de las llamas.

La biodiversidad es vida.


Estos parches de vegetación se convierten así en valiosísimas islas de vida para la fauna que haya podido sobrevivir a las llamas, resultando fundamentales ahora y en los próximos años para su supervivencia y cobijo, rodeados como estarán de muerte y destrucción.


Nosotros seguimos caminando y ahondamos en nuestra herida viendo lo que ha dejado el fuego tras de sí, ayudado por la negligencia del Consejero de Medio ambiente (que no se me olvida). Colmenas destruidas, turismo de naturaleza arruinado, y muerte, mucha muerte. El cervatillo no tubo oportunidad de crecer y vivir. Ni él ni otras muchas criaturas que apenas habían abierto sus ojos a la vida. De pluma y de pelo, la sierra estaba inmersa en pleno proceso reproductivo cuando se inició el desastre, por lo que las pérdidas de vidas animales también serán imposibles de cuantificar.







Tras la desolación de todo lo visto, no quiero cerrar esta trágica crónica sin dejar un poso de esperanza: la recuperación de un paisaje calcinado comienza en el mismo momento en el que el fuego termina de ser extinguido. En ese preciso memento la vida ya está luchando por driblar las dificultades y tímidamente se nos empieza a mostrar, en forma de brotes germinando en el suelo negro, de infinitos piñones desperdigados por el campo porque las piñas se han abierto por la acción del fuego, de hormigas que reaparecen de sus ciudades subterráneas, verdaderos búnkeres contra las altas temperaturas del incendio,... Una araña se nos muestra de un llamativo amarillo contrastando sobre el negro tocón de un pino, cuya base se encuentra ya tapizada del serrín que los habitantes de un hormiguero han sacado al exterior. Esta araña está en medio del bosque. ¿De dónde ha venido?, ¿cómo ha sobrevivido a la destrucción? Imposible saberlo. Solo sé que me da una enorme esperanza verla agazapada para seguir con su rutina diaria. Espero que le vaya bien y consiga sobrevivir a los duros días que tiene por delante. 

No será fácil y, desde luego, será un proceso muy largo. Deberán pasar muchos años antes de que podamos ver estos paisajes en un estado parecido a como lo conocíamos hasta hace tan solo unos días, pero detrás de esta minúscula araña acabarán llegando el resto de las criaturas del bosque. Seguro. Y yo, aunque bastantes años más viejo, espero estar ahí para verlo.

22 de junio de 2022

Lágrimas apagando fuegos

Estamos todos desolados. No nos caben en la boca los calificativos para describir lo que sentimos ni las sensaciones que nos embargan. Desolación, horror, pesadumbre, impotencia, ... Enfado también, mucho enfado. Muchísimo enfado e indignación.


Vivimos en un país mediterráneo donde el fuego es recurrente de manera natural. Existe desde siempre, como existen las tormentas o las lluvias. Y los ecosistemas originales estaban adaptados a ellos, dotando por ejemplo de corcho a los alcornoques, o de estrategias de regeneración tras el paso de las llamas a otras plantas. A grandes rasgos, el brezal recolonizaba en una primera etapa los dominios del roble y las jaras el esclerófilo de las encinas, como tapiz protector donde, posteriormente, el arbolado renacía de sus cenizas. Los fuegos no eran descomunales y la propia diversidad paisajística ayudaba a frenar la velocidad de las llamas y moderar sus consecuencias. Las superficies quemadas eran modestas y renacían después vigorosas. Era parte del ciclo natural.

Sin embargo, lo que sucede en la actualidad no es el resultado del descontrol que condiciones climáticas muy adversas provocan en incendios causados de forma natural por las tormentas eléctricas y sus rayos. Ni siquiera en aquellos casos en los que el detonante de los mismos son las propias tormentas eléctricas y sus rayos. No. Para que un gatillo mate a un ser vivo con una bala disparada, hace falta haber construido un arma alrededor de ese gatillo. Y nosotros hemos construido esas condiciones propicias que hacen que los incendios sean cada vez más devastadores.

No es el rayo, somos nosotros.

Somos, en primera instancia, nosotros al extender hasta el infinito y más allá los monocultivos de pino, en décadas y décadas de políticas forestales productivistas y ambientalmente desastrosas, sin el más mínimo respeto al suelo, al medio ambiente o al uso tradicional de nuestros campos, donde los mosaicos de vegetación antaño impedían la propagación descontrolada del fuego. Pero no nos engañemos, también somos nosotros los que, en última instancia, mantenemos en el poder a personas que nunca han luchado por el interés general. Ineptos integrales preocupados solo del beneficio de su partido político, en el mejor de los casos (cuando no en el suyo propio o en de sus acólitos), y que tienen, para nuestra desgracia, en sus manos los designios de nuestro medio ambiente.

Sí, actualmente hablar de medio ambiente está ligado irreversiblemente a hacerlo de política.

Castilla y León es un símbolo de ello. Sus políticas ambientales siempre han estado rodeadas de denuncias y juicios perdidos en los tribunales, que ya en demasiadas ocasiones han dado la razón al denunciante, restándosela a nuestro gobierno autonómico, aunque nunca ninguno de sus responsables han acabado en prisión ni pagando con su patrimonio los perjuicios causados a la comunidad a la que dicen servir. Una pena que esto no sea siempre así, porque en el futuro se lo pensarían dos veces antes de pasar como un rodillo por encima del interés general y de las leyes que ellos mismos aprueban y juran cumplir. No se puede esperar nada de ellos si ni siquiera dimiten por decencia tras los escándalos ocurridos. Ejemplos hay muchos, por desgracia, pero no vamos a hablar de ellos ahora. Aferrarse al sillón con uñas y dientes es una buena demostración de que ser "político de profesión" no solo es muy distinto a ser político por vocación, sino que, además, actualmente puede ser usado como el peor de los insultos. "Eres un político" debería ser la manera más peyorativa de calificar a una persona, infinitamente peor que usar ese insulto asquerosamente machista en el que alguien se acuerda de la madre del interpelado, y que nunca nadie deberíamos haber usado jamás. El hartazgo que la sociedad tiene como consecuencia de la mediocridad de los políticos que gestionan nuestra vida y de los no pocos verdaderamente malos que pululan por los despachos tiene consecuencias en las urnas.

Sí, reconozco estar encendido yo también, más incluso que el fuego que arrasa nuestros montes. Al tiempo que el mismísimo Consejero de Medio Ambiente, Vivienda y Ordenación del Territorio de Castilla y León busca por enésima vez cómo transgredir la Ley que protege al lobo -con declaraciones, además, incendiarias sobre la especie y arengando al mundo rural contra ella-, se niega a establecer la alerta máxima por riesgo de incendios en medio de una ola de calor histórica y minimizando el operativo de la lucha contra el fuego, manteniéndolo bajo mínimos, con gran parte de sus efectivos de vacaciones forzosas para no pagarles el sueldo y porque aún es primavera oficial!!!! No solo yo, las redes sociales también están que arden, como el mostruoso fuego, ante esta negligencia:




Debajo podemos leer parte del documento que marca las directrices oficiales a seguir en la prevención de los incendios en la comunidad autónoma de Castilla y León: 



En él se indica claramente que, ante circunstancias climatológicas excepcionales, las alertas se pueden modificar en función de la necesidad, y nadie puede negar que la climatología que hemos sufrido la semana pasada lo era de un modo no solo excepcional, sino incluso, además, histórico. Sin embargo, el titular de la consejería, el señor (por decir algo) Juan Carlos Suárez-Quiñones Fernández mantuvo el operativo como si el riesgo fuera el mismo que en invierno o comienzos de primavera, y con vacaciones forzosas de parte de la plantilla que sí estaba incluida en el operativo. En un comunicado fechado un lejano 21 de mayo de 2014 un sindicato de funcionarios ya criticaba la política de recortes que la entonces Consejería de Fomento y Medio Ambiente había implementado en materia de extinción de incendios desde que un departamento como Fomento absorbiera otro con el que no tiene ninguna relación, como es el de Medio Ambiente. Este último detalle, que se sigue manteniendo en el actual gobierno del PP/VOX -aunque con un nombre diferente para la consejería-, es muy sintomático de qué piensa el gobierno de Fernández Mañueco respecto del patrimonio natural de nuestra comunidad: puesto que los intereses de ambas áreas son generalmente opuestos, todos nos preguntamos qué papel juega en realidad el área de Medio Ambiente, ¿el de ser simple subordinada de Fomento para que la conservación nunca sea un impedimento en los procesos de aprobación de leyes o proyectos de esta última? Y mientras nuestro penoso Consejero de Medio Ambiente miente estos días a la opinión pública para salvar su cara y su culo, echando balones fuera -típico, por otro lado, de los cobardes que son incapaces de asumir las consecuencias de sus actos-, los equipos de extinción se han jugado literalmente la vida contra un monstruo de dimensiones sencillamente históricas.

Todos sabemos lo que se considera una imprudencia punible, ¿verdad? Es cuando alguien por falta de previsión o inobservancia de un deber de cuidado produce un resultado dañoso protegido por la Ley. El resultado de dicha imprudencia tiene consecuencias penales. Pues bien, la imprudente gestión del político Suarez-Quiñones (juez para más inri) debería tener consecuencias igualmente penales, y no solo políticas, porque su negligencia y desatención han provocado un desastre ecológico de dimensiones descomunales, que si hubiéramos provocado cualquiera de nosotros nos hubiera acarreado severas penas de cárcel. Él no cumplió con su obligación al no observar que las fechas de las alertas debían y tenían que ser modificadas con unas condiciones climatológicas que así lo exigían. Y en esta ocasión, este aspecto no ofrece lugar a las dudas, con una ola de calor extremo histórico perfectamente pronosticado y advertido. Pero es que, además, desde el punto de vista meramente político, que el muñeco de Mañueco no lo cese ipso-facto convertirá al Presidente de la Junta ante la opinión pública en cómplice directo de la gestión realizada por el susodicho personaje, debiendo entonces asumir su parte de responsabilidad.

Estás tardando en cesarlo, Mañueco.

Sí, estoy realmente enfadado. Se me nota, lo sé, y quiero que se note porque es el mismo enfado que tienen miles y miles de personas que opinan exactamente lo mismo que yo. No solo el fuego está que echa chispas, Mañueco, la calle también.

El resultado de lo sucedido es una tragedia de dimensiones incalculables. Solo la zona arrasada por el incendio el lunes 20 de junio ya eran de, al menos, 29.000 hectáreas, como podemos ver en el siguiente mapa, y a las que siguieron sumándose más y más los días posteriores, hasta que fue finalmente controlado definitivamente el viernes 24, que no extinguido. Poca, muy poca confianza inspira el dato que el gobierno autonómico insiste en transmitir a la opinión pública que habla de una superficie quemada de "solo" 30.800 hectáreas, y que, aún así, lo habrían convertido en el incendio más grande de la historia de España.



No obstante, hay que tener en cuenta que cuando se comunica la superficie calcinada la medición se está haciendo sobre la superficie bidimensional de un mapa, cuando la realidad es que los valles y laderas de las montañas son tridimensionales. En consecuencia, la superficie real será siempre mucho mayor, tanto más cuanto más agreste sea la región afectada. Sea como fuere, la realidad de la superficie calcinada se debe parecer bastante más a las 35.000 ha. que podemos calcular fácilmente en el plano siguiente, atendiendo a la información recabada al final del incendio.


Esa necesidad de coger con cautela la magnitud geográfica de la región arrasada sucede también con el número de pueblos afectados que, sin duda, también será mayor que el de los meramente evacuados. Aunque fueron los habitantes de 27 poblaciones los evacuados por la Guardia Civil y Protección Civil en algún momento de este desastre -más otro pueblo que se mantuvo confinado-, las consecuencias reales de esta tragedia ambiental y económica la sufrirán también otros muchos pueblos de la zona. Buen ejemplo de ello será la evidente pérdida de actividad económica vinculada con el turismo.

Pero después de la tragedia vivida, la Junta de Castilla y león sigue echando balones fuera, obviando los recortes en medios y personal y la negligencia de no tener activado el Riesgo Alto de Alerta. En su web podemos leer claramente la total ausencia de algo que se le parezca -ni lejanamente- a una asunción de responsabilidad en lo sucedido.

Sin embargo, en esta oportunidad algo ha cambiado. La ya incuestionable negligencia de la Junta ha saltado a todos los medios de comunicación nacionales, y ha obligado a los autonómicos y locales a hacerse eco de ello también, lo que en otras circunstancias probablemente no hubiera sucedido. Cuando esperábamos que la mass media pasara de soslayo esta vez también sobre la responsabilidad del gobierno autonómico, o se quedara simplemente en el sensacionalismo superficial de la tragedia humana, en lo que podríamos llamar un nuevo caso de silencio "administrativo" que evitara remover el papel que ha jugado aquí la Junta de Castilla y León -ninguneando, por lo tanto, al ciudadano su derecho a conocer el fondo de lo sucedido-, la aparición en escena de algunas de las televisiones privadas ha cambiado probablemente el curso de los acontecimientos. Tanto la prensa como las televisiones locales y autonómicas nunca se han caracterizado por ..., digámoslo así, ... "mostrar entusiasmo" en la crítica al ejecutivo autonómico del partido PP (ahora PP-VOX) que, recordemos, lleva haciendo y deshaciendo a su antojo en esta bendita comunidad desde el año 1987. Entre tanto, algunas de las televisiones nacionales parecen nutrirse solo del sensacionalismo de las consecuencias. Así las cosas, parecíamos condenados a que, una vez más, se pasara por alto el verdadero problema que subyace en los despachos. Pero no, esta vez no. 





Esta vez incluso las líneas editoriales conservadoras que habitualmente prestan generosos altavoces a unos y silencian sistemáticamente la voz de otros se han echo eco de, no solo lo sucedido, sino además de las quejas que sobre el origen de fondo ha habido en este desastre, informando al público en general de la negligente aplicación de las alertas que marca el Plan de Protección Civil ante Emergencias por Incendios Forestales en Castilla y León, y que el Consejero de Medio Ambiente se ha saltado a la torera.

La masiva concentración realizada ayer en Zamora frente a la Delegación Territorial de la JCyL (hoy en Valladolid) para pedir la dimisión de Juan Carlos Suárez-Quiñones Fernández y exigir a Alfonso Fernandez Mañueco todas las medidas que se puedan implementar para evitar en adelante estas tragedias, fue ampliamente cubierta por gran parte de los medios de comunicación nacionales.



El periodista Antonio G. Encinas lo explica muy bien en un sarcástico artículo publicado en El Norte de Castilla, titulado "Casualidad y negligencia" y en el que podemos leer frases tan fieles a lo sucedido como "Casualidad es que el miércoles envíes una nota con membrete de la Junta alardeando de que ya tienes todo casi, casi preparadito para que empiece la campaña de incendios el 1 de julio y que esa tarde se desate el infierno .../... Negligencia es que la Agencia Estatal de Meteorología y los científicos te alerten continuamente de los veranos prematuros, las tormentas y la sequía y que tú hayas decidido mantener el operativo como estaba previsto, muerto los nueve meses al año en los que hay que prevenir y desbrozar y cuidar y resucitado solo a partir del 1 de julio. Casualidad es que un año se te quemen 22.000 hectáreas en Ávila y al siguiente desaparezca entre el humo la Sierra de la Culebra ... /... Negligencia es que los errores cometidos el año anterior no te hayan servido para escuchar a quienes pisan bosque de verdad, sin chalecos de Coronel Tapioca, y que te advertían de que no se podía estar a estas alturas, y con estas condiciones climatológicas con el 70% de la plantilla sin contratar. Negligencia es mantener las mismas políticas y a quienes las promueven ..."

¿Servirá de algo que todo este lamentable suceso le haya saltado a la cara al ejecutivo autonómico? Cuando va a hacer pronto 10 años del incendio de Castrocontrigo (León) con una superficie "oficial" de 12.000 hectáreas calcinadas, 5 del que arrasó otras 10.000 más en La Cabrera (León), y ni siquiera un año del de Navalacruz (Ávila) en el que todos perdimos 22.000 hectáreas más de monte, "oficiales", la Junta de Castilla y León sigue sin aprender que tiene la obligación de conservar y defender nuestro patrimonio natural, con políticas proteccionistas y preventivas, en vez de especulativas, y siguen sin aprender en los despachos que poniendo los medios para evitar estos desastres ambientales al final se ahorra más dinero que dejando a la concurrencia de la suerte que el próximo año no vuelva a ocurrir de nuevo. El próximo año o ... simplemente dentro de unas semanas, porque el verano aún no ha llegado y se puede hacer muuuyyyyy largo todavía. No resulta descabellado temer que lo sucedido en Zamora pueda volver a suceder en cualquier otro rincón de Castilla y León y en cualquier momento. Basta ya Suarez-Quiñones de cruzar los dedos y rezar para que no te salte el siguiente desastre en la cara, dejando al azar y la chiripa que todo vaya bien. Basta ya de jugar a la ruleta rusa con el pan y la vida de la gente de nuestros pueblos y con la conservación de nuestros campos. Ya no te pedimos ni si quiera que hagas tu trabajo, solo que dimitas, simplemente. Vete de una vez, nuestra naturaleza castellano-leonesa te lo agradecerá eterna e infinitamente, no lo dudes. Basta ya Fernández Mañueco de ponerse de perfil y mirar para otro lado como si contigo no fuera la cosa, asume tu responsabilidad política y por lo menos cesa al irresponsable de tu consejero, por inepto y por haber provocado miles de tragedias humanas en cada uno de los vecinos de muchas comarcas castellano-leonesas, además de numerosos desastres ambientales que se tardarán generaciones en recuperar, si es que alguna vez lo hacen del todo.

Mientras la sierra se nos quema, se nos quema también una nueva oportunidad de exigir a nuestros lamentables políticos que nos demuestren si son vocacionales o profesionales, y que nos demuestren si son decentes dimitiendo, o cesando. Dimisión o cese, no les queda ninguna otra opción honrosa. ¿Lo harán? Ya os digo yo que no, porque honor y dignidad son palabras que no existen en su vocabulario.

Amén.