Un año más me siento delante del teclado para celebrar un nuevo cumpleaños de "Cuaderno de un Nómada", pues tal día como hoy de hace cuatro años flotaba por fin en la telaraña virtual de la red de redes la primera entrada de este blog.
Este dos mil quince ha sido un año difícil, sin embargo. Raro, intermitente, con demasiados paréntesis, con demasiados descansos e interludios. Un año extraño. Roto, discontinuo y con una notable reducción del número de entradas.
Sea como fuere, han pasado otros doce meses y, como en anteriores aniversarios, os dejo doce imágenes para ver, tocar y sentir. Imágenes de texturas, de piedras viejas, de rincones oscuros, de callejuelas estrechas. He querido que fueran fotografías que contrastaran con mis anteriores entradas, dedicadas cada vez más a menudo a la fauna que nos rodea. Postales de monumentos, ermitas y yacimientos. De capiteles, puertas y claustros. De estancias y pueblos por los que pasara en uno de mis últimos viajes.
Espero que, además de disculpar mis treguas, las instantáneas os gusten. Ese es mi deseo. Salud, amigos.
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14 de diciembre de 2015
Mi cuarto cumpleaños
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23 de octubre de 2015
Amanecer
Observo el amanecer desde detrás de las ventanas tintadas de mi casita con ruedas. Está muy nublado, así que me quedo un rato más al abrigo cálido del edredón de pluma.
Repito la maniobra cada pocos minutos, decepcionado por el cielo encapotado que nos recibe al alba, hasta que repentinamente intuyo en las nubes plomizas un cambio de luz. Miro por enésima vez a través de las ventanas y salto disparado del mullido abrazo de mi plumón nórdico, me visto y abrigo en menos tiempo del que dura un bostezo, y salto al exterior con el equipo fotográfico que dejara preparado la noche anterior. Corro de un lado a otro aprovechando los escasos minutos de la mejor luz del día y esquivando los apestosos objetos artificiales que algunas mentes brillantes encargadas de habilitar el lugar han puesto alrededor de la preciosa ermita románica: carteles, palos de metal, vallas de cerramientos y cables de acero para evitar el paso de vehículos. Todo bien arrimado a la misma y fabricados con materiales que nada tienen que ver con los usados tradicionalmente en la zona, y pareciera, incluso, que con el objeto directo de impedir hacer una sola foto en condiciones.
En fin, no puedo abstraerme de semejante despropósito mientras encuentro la única perspectiva en la que puedo esquivar todo aquello. Hago esa y otras pocas fotos más mientras despotrico contra los lumbreras que deciden dónde instalar todos esos objetos tan feos y tan fuera de lugar (aún comprendiendo la bondad del fin de los mismos), al tiempo que la luz desaparece tan rápido como vino.
Respiro aliviado por haber podido hacer al menos esa única foto con aquella magnífica luz, sin el estorbo de todo aquello y con una perspectiva en la que se puede ver con claridad la entrada porticada que caracteriza el románico soriano. Recojo los bártulos y unos minutos después estoy nuevamente dentro del edredón de pluma recuperando temperatura y pensando en la ingente cantidad de monumentos, cascos históricos, plazas principales, monasterios, iglesias y catedrales que quedan afeados y estropeados por la desidia y la total falta de sensibilidad de muchas autoridades locales, que permiten el aparcamiento de vehículos, la instalación de carteles de grandes dimensiones -a veces indicando la inversión realizada en una restauración y que permanecerán incluso años después de terminada la misma-, etc.
No les pido a todos ellos ni siquiera sensibilidad para comprender hasta qué punto afean lo bello, simplemente que sean pragmáticos y comprendan que si quieren que los turistas visitemos sus pueblos, plazas, iglesias, monasterios y cascos históricos es necesario que estos se mantengan simplemente bien atendidos, acondicionados y "visibles".
¿Es tan difícil de comprender? Parece que sí a tenor de lo que nos encontramos por ahí.
Repito la maniobra cada pocos minutos, decepcionado por el cielo encapotado que nos recibe al alba, hasta que repentinamente intuyo en las nubes plomizas un cambio de luz. Miro por enésima vez a través de las ventanas y salto disparado del mullido abrazo de mi plumón nórdico, me visto y abrigo en menos tiempo del que dura un bostezo, y salto al exterior con el equipo fotográfico que dejara preparado la noche anterior. Corro de un lado a otro aprovechando los escasos minutos de la mejor luz del día y esquivando los apestosos objetos artificiales que algunas mentes brillantes encargadas de habilitar el lugar han puesto alrededor de la preciosa ermita románica: carteles, palos de metal, vallas de cerramientos y cables de acero para evitar el paso de vehículos. Todo bien arrimado a la misma y fabricados con materiales que nada tienen que ver con los usados tradicionalmente en la zona, y pareciera, incluso, que con el objeto directo de impedir hacer una sola foto en condiciones.
En fin, no puedo abstraerme de semejante despropósito mientras encuentro la única perspectiva en la que puedo esquivar todo aquello. Hago esa y otras pocas fotos más mientras despotrico contra los lumbreras que deciden dónde instalar todos esos objetos tan feos y tan fuera de lugar (aún comprendiendo la bondad del fin de los mismos), al tiempo que la luz desaparece tan rápido como vino.
Respiro aliviado por haber podido hacer al menos esa única foto con aquella magnífica luz, sin el estorbo de todo aquello y con una perspectiva en la que se puede ver con claridad la entrada porticada que caracteriza el románico soriano. Recojo los bártulos y unos minutos después estoy nuevamente dentro del edredón de pluma recuperando temperatura y pensando en la ingente cantidad de monumentos, cascos históricos, plazas principales, monasterios, iglesias y catedrales que quedan afeados y estropeados por la desidia y la total falta de sensibilidad de muchas autoridades locales, que permiten el aparcamiento de vehículos, la instalación de carteles de grandes dimensiones -a veces indicando la inversión realizada en una restauración y que permanecerán incluso años después de terminada la misma-, etc.
No les pido a todos ellos ni siquiera sensibilidad para comprender hasta qué punto afean lo bello, simplemente que sean pragmáticos y comprendan que si quieren que los turistas visitemos sus pueblos, plazas, iglesias, monasterios y cascos históricos es necesario que estos se mantengan simplemente bien atendidos, acondicionados y "visibles".
¿Es tan difícil de comprender? Parece que sí a tenor de lo que nos encontramos por ahí.
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