... y comerás polvo todos los días de tu vida. Pondré enemistad entre tú y la mujer, entre tu linaje y el suyo. Él te aplastará la cabeza y tú le acecharás el talón" (Capítulo 3 del Génesis).
Se me vienen a la cabeza palabras como "prejuicio", "ceguera", "obcecación". Un sinsentido, sin duda. Ignorancia absurda e irracional es la que el hombre demuestra para con los reptiles desde que tenemos recuerdos. Incultura incoherente y barbarie la de aquel que se adjetiva a sí mismo con epítetos que, cuanto menos, son discutibles, como "civilizado", "humano" o "inteligente". Un delirio de prepotencia insensata para con el resto de los seres vivos del planeta, y de un modo especial para con las serpientes.
Me gustan las culebras con sus líneas sinuosas, con su movimiento ondulante, deslizándose de un modo casi mágico por el suelo de nuestros montes. Me gustan sus ojos vidriosos cuando me miran directos, haciéndome frente, avisándome con sus bufidos y silbidos, con su cuerpo estilizado que se hincha y se deshincha. -No te acerques, que muerdo- parece decirme arrebujada contra la base de una jara pringosa. Ventea el aire con su lengua, desencaja sus mandíbulas y triangula su cabeza para simular ser una víbora, y bufa de nuevo. Su algo más de un metro de longitud le proporciona un poder real. Me mantengo con la cámara cerca de ella, pero muy atento ante sus amagos. Unas fotos más y me despido de ella.
La veo marchar a gran velocidad por entre las matas resecas, como si fuera un palo recto que por arte de magia huyera de mi. La veo irse y pienso en todos esos reptiles que, a pesar de su incalculable valor ecológico como controladores de pequeños roedores (de esos mismos roedores que luego se combate con veneno en nuestros campos), mueren absurdamente por la paranoia salvaje y paleta de las personas. La pierdo de vista y pienso con rabia en la inexplicable falta de cordura que demostramos nosotros, los seres humanos. Sí, efectivamente, ya no pienso en la culebra de collar que acaba de desaparecer de mi vista, pienso, simplemente y con tristeza, en nuestra descomunal e inconcebible ignorancia.