Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.

29 de enero de 2013

Ochoa

Esta tarde he podido ver la película documental "Pura Vida, The Ridge" que recuerda los esfuerzos que se realizaron en mayo de 2008 para intentar rescatar a Iñaki Ochoa de Olza de la arista este del Annapurna. Se proyecta en Salamanca durante tres días -de ayer 28 a mañana 30- gracias al empeño del Grupo Salmantino de Montaña, que ha gestionado su proyección pública en los cines Van Dyck. Varios de los alpinistas más fuertes del momento intentaron infructuosamente rescatarlo de los 7.400 m del último campamento de altura, donde resistió enfermo varios días en el interior de una tienda, en una de las rutas más complicadas y largas del Himalaya. Acompañado en todo momento por sus amigos, primero Horia Colibasanu, y después por Ueli Steck, Iñaki dejó de respirar tras varios días resistiendo al edema. Murió con el calor de un amigo a su lado.

La película nos habla de profunda amistad, así como de solidaridad y altruismo, pero sobre todo de un amor intenso por la vida; el mismo que sienten todos aquellos montañeros que cada fin de semana escapan de la ciudad para sentirse un poco más ellos mismos; para sentirse un poco más vivos, ahí afuera, en la montaña. Ese es el principal mensaje de la película, una indescriptible pasión por la vida.



El amanecer en esta cara sur del Annapurna es de una belleza indescriptible. Brutal como pocas paredes del planeta, con sus tres kilómetros de alta y nueve de ancha, puede ser el mejor lugar del mundo para descansar definitivamente.

27 de enero de 2013

Rozando el cielo

Allí donde las planicies son verdes en verano y se pueblan de yaks y camellos bactrianos.
Donde las cumbres de las montañas sujetan la bóveda celeste.
Donde el aire es liviano y el oxígeno escaso.

Allí donde el paisaje es insultantemente grandioso.
Donde los horizontes se escapan de las manos.
Donde el espacio es, sencillamente, espacio.

Allí donde las yurtas nomadean al ritmo de las estaciones.
Donde todo lo que una familia necesita se transporta en unos camellos.
Donde las minorías étnicas luchan por su identidad.

Allí donde el invierno es una mordaza, una cárcel que atenaza.
Donde el frío se puede cortar.
Donde el viento te impide respirar.

Allí donde la muerte acecha paciente.
Donde consume inexorable el aliento de los seres vivos.
Donde, en un instante, la parca se te puede cruzar.

Allí será donde conocerás gentes duras, de rostros tallados.
Semblantes de ojos rasgados.
Niños de cara escareada y mocos secos.
Pieles arrugadas como corteza de árbol.
Niñas de dos pares de pantalones bajo las faldas.
De jerseys raídos.
Ellas de colores granas llamativos.
Ellos de pardo y negro.
Gentes de alma honesta.
Sincera.
Clara.
Directa.

Gentes hospitalarias.

Gentes que de tanto rozar el cielo con los dedos, esquivan de puntillas el infierno de la vida.

Gentes de miradas limpias como el aire que respiran.



















24 de enero de 2013

Picos de Europa entre bambalinas

¿Qué está sucediendo realmente en el Parque Nacional de los Picos de Europa? Hace tan solo dos días nos llegaba la lamentable noticia de que había sido abatido un segundo lobo con collar radiotransmisor, objeto de un estudio científico encargado por la administración de este emblemático espacio protegido, y encaminado a profundizar en su conocimiento y hacer más eficaz la gestión de la especie. Este animal, una hembra de dos años de edad, murió por los disparos de la guardería de la Junta de Castilla y Léon en este mes de enero y en la parte leonesa del parque. El primero, un macho apodado Marley, fue eliminado en el verano de 2012 por los mismos gestores del Parque Nacional que le habían colocado el collar, en lo que ya son, sin lugar a dudas, rutinarios controles de la especie dentro del mismo.

¿Cómo se gestiona la naturaleza en esta España de flauta y tamboril? ¿Qué se está haciendo mal para que en un espacio natural que se protege precisamente para salvaguardar sus valores medioambientales, se persiga implacablemente a una especie clave en el ecosistema? No se me puede olvidar el suceso de 2004 cuando un biólogo del Parque Nacional mató, a golpes en la cabeza, una camada completa de siete lobeznos de escasos días de edad. Pero sin ir tan lejos, hace unos meses se firmó la sentencia de muerte para seis ejemplares de la especie. Dos de los ya abatidos son los que llevaban collar emisor.

Se me ocurren varias reflexiones sobre las que cada uno puede informarse y opinar.

La primera es que alguien debería hacerse responsable de la malversación económica que representa llevar a cabo un costosísimo proyecto de investigación (que suma, solamente en 2010 y 2011, la nada desdeñable cifra de 503.631,96 €) con dinero público y luego mata los ejemplares objeto de estudio. Pero no debería bastar con la, a mi juicio, imprescindible y fulminante dimisión del director del parque como máximo y directo responsable de lo sucedido, sino con su patrimonio personal hasta compensar todo el dinero público despilfarrado.

En segundo lugar, me pregunto hasta qué punto es lícito llevar un "control tan descontrolado" contra una especie dentro de un Parque Nacional. Y digo "descontrolado" porque si se tirotean ejemplares radiomarcados es porque se dispara a lo primero que pasa. Eso no se puede llamar "control selectivo", ¿verdad?, sino eliminación sistemática. Cierto es que el conflicto con la ganadería está servido desde que el hombre domesticó los primeros ungulados, lo que entronca con la siguiente cuestión.



Y esta cuestión nos lleva a evaluar si las pérdidas económicas que este cánido provoca en la ganadería, son realmente proporcionales con el conflicto que genera y con la persecución de que es objeto. Cualquiera que tenga las cifras encima de la mesa verá que no. El escaso montante económico que supondría una generosa y eficaz indemnización de las pérdidas causadas, son perfectamente asumibles por una administración en la que debe primar la conservación de la biodiversidad como un valor irrenunciable en una sociedad que se llama así misma civilizada y moderna. Estas pérdidas son en realidad muy inferiores a las causadas por algunos herbívoros salvajes que, por el contrario, sorprendentemente no sólo no provocan igual conflicto social, sino que incluso son "cebados" en los cotos. Pensemos que los verdaderos problemas de la ganadería son estructurales, derivados de la economía global que impera en el mercado y a la que ha de adaptarse. No es, ni será nunca el lobo el que acabe con el sector, como demagógicamente desde algunos sectores profesionales se asegura, calentando el conflicto para obtener réditos de dudosa moralidad.



Por el contrario, en esta balanza nunca se valora económicamente lo que la propia presencia del lobo vivo representa para el turismo de naturaleza. Mientras que en otros lugares y sobre todo con otras especies (la invernada de las grullas, la berrea del ciervo, el lince de Sª Morena, el quebrantahuesos de Ordesa, el oso de Asturias,...) el turismo de observación se fomenta desde las instituciones como un reclamo turístico que atrae cada día a un mayor número de amantes de la naturaleza, con el lobo da la impresión de que las administraciones públicas tienen aún el convencimiento de que solo les traerá problemas y que, por lo tanto, el mejor lobo es el lobo muerto, aunque públicamente no lo quieran reconocer. El ejemplo más cercano de los beneficios que acompañan al lobo vivo, lo representa el turismo lobero que se acerca a la Sª de la Culebra a lo largo de todo el año, desde lugares tan dispares como Reino Unido, Francia y, evidentemente, cualquier punto de la geografía peninsular, y que supone una importantísima fuente de ingresos en la zona. Sin embargo, este tipo de "turismo de prismáticos" nunca ha sido comprendido por la administración castellano leonesa, ni la propia guardería de la Reserva Nacional de Caza de la Sierra de La Culebra, que aún parecen ver sólo el dinero que deja el "turismo de escopeta" a través de los cupos de lobo en las subastas de caza.



El cuarto punto en el que se me ocurre reflexionar es el que habla de la ineptitud de la propia gestión de la administración del parque, así como del intento de ocultación de la muerte de ambos lobos radiomarcados. Su opacidad en la transmisión de cualquier información relacionada con la muerte de ejemplares de esta especie, nos hace pensar en todos aquellos ejemplares que son igualmente muertos por disparos de la guardería sin que lleguemos nunca a enterarnos. Sumémosles, además, las muertes por furtivismo. El resultado es un desastre del que da miedo pensar.

Y enlazando con lo anterior, se me vienen a la cabeza las voces que claman sobre el riesgo de eliminar lobos sin control para los propios intereses ganaderos. Son muchos los expertos que aconsejan no desestructurar las manadas, ya que la eliminación de los ejemplares con mayor experiencia, conocedores de los peligros que entraña para ellos atacar al ganado doméstico, puede provocar un aumento de ataques a la cabaña ganadera por parte de ejemplares jóvenes y sin ese bagaje a sus espaldas.

En resumen, más de lo mismo. Más de lo de siempre. Posiciones irreconciliables y una mala gestión de la especie. Menos mal que al lobo, al gran proscrito que decía Félix, le queda su adaptabilidad y una parte de la sociedad que permanece fiel a su lado. Que el aullido de este ser único se oiga para siempre en las frías noches de invierno por los campos y sierras de esta geografía ibérica que fue siempre su hogar.

18 de enero de 2013

Piedras...

... ¡quién os ha visto, abrazadas de sonidos familiares y oraciones, y quién os ve, envueltas en silencio y soledad, huérfanas de pasos y murmullos, como costillares pétreos que ya sólo sirven para cobijar nidos, como huesos de un esqueleto agrietado cubierto de humedades y de mohos!

Siglos de historia se leen en estas piedras caídas que un día fueron dintel, dovela, arbotante y arquivolta. Ellas nos hablan. Nos relatan historias de recogimiento y de fe. De luchas y poderes. De ostentación o de sincera devoción. Nos cuentan cosas sobre gente sencilla y anónima, y sobre personajes ilustres con nombres y apellidos petulantes. Gentes que dejaron su impronta en estas piedras que ahora se apoyan sobre el suelo, derrumbadas, desmoronadas por el paso del tiempo, pero sobre todo, arrasadas por la desidia y la desafección. Piedras arruinadas para siempre por nuestra apatía e indiferencia, mucho más dañinas que las propias manecillas del reloj.












16 de enero de 2013

Espectros

Las ilusiones se marchitan.
La esperanza muere.
Las tragedias nos rodean.
Las manos se nos tienden.
Los ojos húmedos nos reclaman, pero nosotros desviamos la mirada.
Vemos desde el otro lado del cristal los sueños rotos.
La pesadilla.
El drama.
El dolor.

Bajamos la cabeza.
O la giramos para un lado.
Pasamos de largo.
Los esquivamos.
Driblamos la realidad de los demás que a nosotros no nos afecta.
La sorteamos con alivio.

Como si la cosa no fuera con nosotros, miramos su desdicha desde nuestras ventanas, ajenos a su sufrimiento.


13 de enero de 2013

Hoy domingo a las 18:08

Son las seis y ocho minutos exactos de hoy domingo. Pasan veloces las nubes y los rayos de sol penetran por los resquicios que los deshilachados bordes de la borrasca trae consigo a su llegada. El paisaje, insulso tan solo hace unos minutos, cobra ahora fuerza e imanta inevitablemente mi mirada. Pego mi nariz a la ventana, como los niños al escaparate de una juguetería. Las garcetas comunes siguen con sus lances en pos de pequeños pececillos en la aceña del molino, mientras la garza real espera paciente pescados más grandes. Un grupo de cormoranes pasa volando río arriba, oscuros, a tono con las amenazantes nubes. No puedo resistirme y tomo la cámara para dar fe del espectáculo con el que la naturaleza nos obsequia por unos breves momentos. Luz y color, unidos durante un instante para deleite de quien sepa apreciarlos. Belleza en estado puro.

Unos minutos después, exactamente a las seis y once, todo parece de nuevo insulso y mortecino. Tres minutos de luz huidiza, efímera y fugaz. Maravillosa. Solo tres minutos.

Panorámica obtenida con la fusión de 11 imágenes verticales con una Canon EOS 7D y el objetivo EF 24-70 f/2.8 L USM, a una distancia focal de 43 mm, y a f 6.3 y 1/125 sg, a 200 ISO. A pulso.

9 de enero de 2013

La Terrona



Más de ochocientos inviernos han soportado mis ramas desde que del extremo puntiagudo de una bellota emergiera una pequeña raicilla, de apenas unos milímetros al principio, que creció y penetró en esta misma tierra de la que ahora me alimento y a la que me sujeto fuertemente desde aquel mágico instante. Desde entonces, a ella le devuelvo lo que de ella he obtenido, a fuerza de soltar hojas secas, ramas, bellotas y mi protectora sombra. Más de ochocientos años soportando el sol implacable del verano y las mordientes heladas del invierno. Sequías, nieve, granizo y vientos han intentado doblegarme, sin conseguirlo.

Más de ocho siglos esquivando el hacha y el fuego.

Y lo he logrado. He sobrevivido todo este tiempo y soy una superviviente. Lo sé. Hay quien afirma que soy la más anciana de mi especie en todo el mundo. No sé si es exagerado o no, pero sí soy consciente de que, si lo fuera, sería por que los humanos han sido benévolos conmigo. A ellos les doy las gracias, pues sigo viva después de ver pasar a mi alrededor muchas guerras, penurias y dolor. De hecho, mientras yo germinaba y brotaba en este terruño duro, almohades y cristianos se enfrentaban por estas tierras, tiñéndolas de sufrimiento y sangre, abanderando ambición, religión y poder.

Durante todo este tiempo, mis ramas han servido de refugio a la fauna y por mi, ahora grueso tronco, han trepado cientos de generaciones. Durante toda esta vida mía, a mi alrededor han crecido y desaparecido muchas vidas. Cientos de ellas. Miles de ellas. Decenas de miles. Seres diminutos, a veces, como los insectos que pueblan las arrugas de mi piel, o los ratoncillos que acumulan mis bellotas en sus despensas. Otras fueron seres grandes que han buscado la sombra de mis ramas. O rapaces y otras aves que han anidado o descansado en mi copa.

Muchas más vidas veré nacer y apagarse antes de morir yo misma y fundirme con la tierra que me vio nacer, hace ya tanto tiempo. Ya estoy mayor y los seres humanos han apoyado mis cansados brazos sobre grandes bastones de acero, para que mi propio peso no me hinque de rodillas. No sé si esto es bueno o no, los tiempos cambian y estoy un poco sorprendida y abrumada, pues nunca me han mimado así. Yo, mientras tanto, los veo a ellos venir a observarme en un número cada vez mayor. Hay quien se sienta enfrente y me observa durante largo rato, y también quien me habla. Los hay que incluso buscan conservar una parte de mi esencia y recogen bellotas bajo mis ramas con el deseo de que una de ellas germine. Las siembran y esperan con ansiedad que una raicilla, de apenas unos milímetros al principio, crezca y penetre en el suelo, al que se sujetará firmemente en el que, sin duda, será un instante mágico. Como siempre.

Una raicilla chiquitilla saliendo del extremo puntiagudo de una simple bellota. He aquí la magia de la vida. La misma que a mi me permitió nacer hace más de ochocientos largos años.