24 de diciembre de 2018
17 de diciembre de 2018
Soul
Sin lugar a dudas Nepal es mucho más que sus valles y montañas; de alguna forma hay algo muy profundo que engancha a quien lo visita, tan vital y palpitante como su propia naturaleza. Esa pulsión la representan sus gentes, el verdadero alma de este país, su auténtica esencia. Si de otros lugares del planeta se puede decir que los habitan gente buena, que se puede viajar sin miedo ni temor a amenazas o peligros derivados de las personas, en Nepal esa aseveración es poco menos que proverbial, convirtiéndose en un axioma. Su natural bondad la experimentamos en el día a día, en su tolerancia religiosa, en la absoluta ausencia de tonos altos, gritos o discusiones, en la sonrisa dibujada siempre en sus labios, en su "dejar hacer", en que cada uno se ocupa de sus cosas sin intromisiones, en la ausencia de malos gestos, en su honestidad y cordialidad, en definitiva.
Nos asombra la naturalidad con la que un hinduista hace girar molinos de oración budistas, o cuando vemos un cuerpo de policía completamente ajeno a la prepotencia de quien se pudiera sentir una autoridad superior,... Sus habitantes nos seducen y enamoran. Si hay algo que me fascina de Nepal es precisamente esa quimérica atmósfera de gentes amables y sonrientes, de gentileza y sosiego en el país de Los Himalayas, de paz interior, ... Pareciera magia.
Pareciera, pero no lo es. Paseamos por sus calles sucias y desbordadas de bullicio, sin aceras, con las manos en los bolsillos y sin prisas, impregnándonos de la ajetreada vida cotidiana de Kathmandú, Patán o Bakhtapur, o amansados y enmudecidos ante los hipnóticos ojos de Buda que nos narcotizan desde lo alto de sus grandes stupas blancas. El trasiego de gente es incesante, las calles vibran con un caótico orden que nosotros no controlamos, aunque intentamos comprenderlo desde la curiosidad propia de todo occidental que viaja a Asia. Ellos van y vienen, con sus indumentarias, su modo de hablar y expresarse, con sus risas y alegría, con sus adornos, los rasgos de sus caras, sus diferencias étnicas, sus ritos y sus costumbres. Todo nos hechiza, lo absorbemos para empaparnos del ritmo vital de sus gentes, hombres y mujeres sencillos, atados a sus fervores y creencias. Los vemos tranquilos, sentados en los monumentos que nosotros los turistas fotografiamos compulsivamente, formando parte del paisaje urbano, sin prestarnos mayores atenciones mientras apretamos el disparador de las cámaras, aunque son sabedores de que nos los llevaremos a nuestras casas inmortalizados en unas tarjetas de memoria.
Sí, estoy completamente seguro, Nepal es mucho más que sus valles y montañas, aunque el Himalaya encarne la mejor justificación para visitarlo. Es, ante todo, un lugar donde reconciliarse con el ser humano, y no es poco hoy en día en un planeta donde el egoísmo es premiado y la bondad humillada.
Nepal es, sencillamente, el lugar en donde renacer.
Nos asombra la naturalidad con la que un hinduista hace girar molinos de oración budistas, o cuando vemos un cuerpo de policía completamente ajeno a la prepotencia de quien se pudiera sentir una autoridad superior,... Sus habitantes nos seducen y enamoran. Si hay algo que me fascina de Nepal es precisamente esa quimérica atmósfera de gentes amables y sonrientes, de gentileza y sosiego en el país de Los Himalayas, de paz interior, ... Pareciera magia.
Pareciera, pero no lo es. Paseamos por sus calles sucias y desbordadas de bullicio, sin aceras, con las manos en los bolsillos y sin prisas, impregnándonos de la ajetreada vida cotidiana de Kathmandú, Patán o Bakhtapur, o amansados y enmudecidos ante los hipnóticos ojos de Buda que nos narcotizan desde lo alto de sus grandes stupas blancas. El trasiego de gente es incesante, las calles vibran con un caótico orden que nosotros no controlamos, aunque intentamos comprenderlo desde la curiosidad propia de todo occidental que viaja a Asia. Ellos van y vienen, con sus indumentarias, su modo de hablar y expresarse, con sus risas y alegría, con sus adornos, los rasgos de sus caras, sus diferencias étnicas, sus ritos y sus costumbres. Todo nos hechiza, lo absorbemos para empaparnos del ritmo vital de sus gentes, hombres y mujeres sencillos, atados a sus fervores y creencias. Los vemos tranquilos, sentados en los monumentos que nosotros los turistas fotografiamos compulsivamente, formando parte del paisaje urbano, sin prestarnos mayores atenciones mientras apretamos el disparador de las cámaras, aunque son sabedores de que nos los llevaremos a nuestras casas inmortalizados en unas tarjetas de memoria.
Sí, estoy completamente seguro, Nepal es mucho más que sus valles y montañas, aunque el Himalaya encarne la mejor justificación para visitarlo. Es, ante todo, un lugar donde reconciliarse con el ser humano, y no es poco hoy en día en un planeta donde el egoísmo es premiado y la bondad humillada.
Nepal es, sencillamente, el lugar en donde renacer.
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Viajes
14 de diciembre de 2018
Tic-tac, tic-tac, ...
Otro más. Y van cayendo los años y nosotros nos vamos haciendo un poco más viejos. Este diario, señores, cumple hoy uno nuevo, su séptimo cumpleaños. En este mundo virtual en el que los blogs han quedado obsoletos ante la inmediatez efímera y fugaz, olvidadiza y muchas veces incluso irreflexiva de otras redes sociales de bastantes menos caracteres, Cuaderno de un Nómada se obstina en seguir cumpliendo onomásticas, sin más pretensiones que seguir intentando transmitir historias, sensaciones y a veces hasta sentimientos positivos respecto del mundo que nos rodea. Espero sinceramente conseguirlo de vez en cuando.
Como en todos los catorce de diciembre anteriores, en esta ocasión también os dejo doce imágenes para celebrar los meses del año transcurrido; doce fotografías que en esta ocasión nos sirven de disculpa para recordar nuestra cita anual con el celo de las cabras monteses (Capra pyrenaica). Corresponden a la primera de las dos únicas jornadas que en esta oportunidad les he podido dedicar. Día frío y hosco como lo es la alta montaña invernal, con la ligera nevada nocturna que imprimió a las primeras horas de la mañana ese carácter riguroso, a la par que atractivo.
Un día más cargado de sensaciones. Un año más repleto de historias.
Como en todos los catorce de diciembre anteriores, en esta ocasión también os dejo doce imágenes para celebrar los meses del año transcurrido; doce fotografías que en esta ocasión nos sirven de disculpa para recordar nuestra cita anual con el celo de las cabras monteses (Capra pyrenaica). Corresponden a la primera de las dos únicas jornadas que en esta oportunidad les he podido dedicar. Día frío y hosco como lo es la alta montaña invernal, con la ligera nevada nocturna que imprimió a las primeras horas de la mañana ese carácter riguroso, a la par que atractivo.
Un día más cargado de sensaciones. Un año más repleto de historias.
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