Si los propios cazadores reconocen ser la causa directa de la reducción de su población, da pavor pensar en las consecuencias directas que la caza -en general- tiene en materia de conservación de la biodiversidad debido a la inabarcable cantidad de animales silvestres de multitud de especies que deben morir cada año para diversión de una parte de la población. Así, se me viene a la mente el ejemplo de las 760.000 tórtolas europeas que el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente (MAGRAMA) estimó que se mataron legalmente en 2013, caso sangrante como pocos debido a la bestial reducción poblacional que sufre esta especie en los últimos tiempos y que la harían merecedora, muy por el contrario, de una férrea protección y su inclusión en el Catálogo de Especies Amenazadas como "vulnerable". Según también los datos oficiales que publica el Ministerio el balance global de los animales muertos de modo legal por causa directa de este "seudodeporte" durante el citado período de 2013 rondó los 21.600.000, aunque según otras fuentes extraoficiales esta cifra se queda realmente corta y podría alcanzar los 50.000.000 de animales, incluyendo los exterminados de manera ilegal y furtiva. Y esto sucede cada año en nuestro país; ¿os imagináis la cifra que resultaría si sumáramos los animales que son abatidos anualmente por divertimento en todo el planeta?, con seguridad nuestro cerebro no tendría capacidad para procesar su volumen.
Pero quedémonos en el Estado español. ¿Alguien puede entender semejante masacre de fauna silvestre teniendo en cuenta que es llevada a cabo por menos del 1,8 % de la población española?, en 2013 las licencias de caza en nuestro país no llegaron a las 850.000, ¿cómo se puede justificar éticamente algo así en pleno siglo XXI?, ¿por diversión? Difícil de explicar o defender, ¿no? Asociada a la caza legal nos encontramos en todo el territorio español con el oscuro mundo del furtivismo, muchísimo más extendido de lo que pudiera parecer y sobre todo en regiones montañosas, casi profesionalizado en ellas, donde llega a mover grandes recursos en pos de trofeos de lobo y grandes ungulados, y donde se cobra la vida de más de un oso. Para los cazadores legales el furtivo no es un cazador realmente, aunque cace y tenga la licencia; sin embargo, para el resto de la sociedad sí que lo es y, además, claramente. También nos encontramos con los miles de animales de taxones protegidos o no cinegéticos que mueren cada año, por error a veces, es cierto, pero también premeditadamente en demasiadas ocasiones por ser considerados dañinos para las especies cinegéticas (perdices y conejos, principalmente). Se calcula en base a datos oficiales de solicitudes de uso de métodos de trampeo que, por poner un ejemplo, solo en la provincia de Toledo se colocaron a lo largo de 2011 cerca de 15.000 lazos autorizados. ¿Extrapolamos esto al resto de España y añadimos los que se instalan de manera furtiva y sumamos, además, otros métodos de control de predadores como las cajas trampa? ¡Menos mal que son medidas de gestión "excepcionales", que si fueran habituales...!
¿Y qué podemos decir respecto del veneno, ligado también en demasiadas ocasiones a los cotos de caza?. Pues que se calcula que solo un porcentaje próximo al 10% de los casos es localizado por las autoridades competentes (en el mejor de los casos), lo que significa que si entre 1992 y 2013 se contabilizaron oficialmente 18.503 animales envenenados, la cifra en realidad se acercará o superará los 200.000 en ese mismo período de tiempo, muchos de ellos de especies protegidas por la Ley. Este envenenamiento, por mucho que una parte importante de los cazadores lo rechacen vehementemente y lo achaquen a furtivos u otras causas, está mayoritariamente ligado al sector cinegético -y, en menor medida al ganadero en su lucha ilegal contra el lobo-. Así parece demostrarlo el que casi el 80% de las sentencias condenatorias por este delito en nuestros tribunales hayan tenido lugar en casos vinculados con la gestión de los cotos, especialmente de caza menor.
Más cifras que nos ayuden a desenmascarar la falsa imagen "conservacionista" que el mundo de la caza en España pretende transmitir a la sociedad: en 2014 ingresaron heridos por disparos de cazadores más de 300 animales de especies no cinegéticas -o cinegéticas fuera de la época de caza- en centros de recuperación de fauna silvestre. De ellos, la friolera de 2/3 partes eran rapaces. Pero asusta, y mucho, pensar que esta cifra es solo la correspondiente a los animales que algunos ciudadanos responsables encuentran por pura casualidad heridos en el campo y los trasladan a un centro de recuperación. ¿Cuál será entonces el número real de animales tiroteados ilegalmente que siembran nuestros campos? Nuevamente la cifra se disparará exponencialmente a varios miles cada año. Pero por poner un ejemplo de especial gravedad ya que acarrea pena de cárcel, en las tres últimas décadas, 27 osos han sido encontrados muertos por disparos de cazadores. Casi a uno por año de media. Pero... ¿se habrán encontrado todos los que hayan quedado entre el matorral de nuestras montañas? Todos sabemos que no.
E hilvanando con todo ello, también se podría plantear la sociedad española por qué casi el 80 % del territorio nacional es cinegético para disfrute de una minoría y no al revés. O por qué ese casi 1,8 % de cazadores condiciona el disfrute del medio natural al aproximadamente más del 60% de la población española que practica en él una actividad deportiva (según datos del Anuario de Estadísticas Deportivas del año 2015), o más si añadimos los usuarios no deportistas (trabajadores del campo, buscadores de setas, observadores de fauna, fotógrafos, ...). O nos podemos preguntar por qué frente a ese 80% de territorio cinegético solo contamos con un 30% de áreas con algún tipo de protección, en las que, además, por regla general también se puede cazar. O si vamos más allá aún, por qué no se limita por Ley el derecho a cazar exclusivamente en terrenos particulares, dejando excluido de aprovechamiento cinegético todo el suelo público nacional, lo que implicaría una sustancial mejora de las poblaciones silvestres como reservorio de ejemplares, y estaría mucho más acorde a los porcentajes de la población que desean usar el territorio para una u otra actividad, minimizando así la restricción que de facto se nos hace al 98,2 % de los españoles del derecho de libre tránsito por los terrenos públicos donde el 1,8 % restante está practicando la caza. Sumando aspectos negativos, también podríamos hablar de los aproximadamente 13.000 perros de caza (excluidas otras razas) que se calcula son abandonados cada año en España al concluir la temporada venatoria; o de las condiciones precarias en las que viven muchos de ellos, en especial las rehalas utilizadas en las monterías. Tampoco me olvidaré de la asombrosa cifra de cerca de 3.000 millones de € (sí, 3.000.000.000 €, no me he equivocado, no se me ha escapado un cero de más) que un expresidente de la Real Federación Española de Caza calculaba que movía el sector anualmente en dinero negro.
Más cosas. Compartimentación del territorio como consecuencia de la proliferación de vallados cinegéticos -vallados que en multitud de ocasiones están implicados en la afección directa al derecho de servidumbre de paso en vías pecuarias, caminos de dominio público y cauces fluviales de los ciudadanos, con la connivencia de las autoridades competentes que lo permiten-; sobrecarga ganadera en muchas fincas dedicadas a la caza mayor; introducción de animales exóticos como el faisán, el arruí, etc. y la hibridación en algunos casos con animales alóctonos como el ciervo centroeuropeo, la codorniz japonesa o la perdiz chukar y la subsiguiente transformación genética de las especies o variedades autóctonas, y de nuevo con la permisividad de las Administraciones que no hacen mucho por evitarlo; trastornos también en el ámbito genético debido a una selección negativa (desde el punto de vista de la evolución) en algunas especies en las que son abatidos los ejemplares más poderosos y capaces; la proliferación de epizootías como consecuencia de las densidades extremas en las que a menudo se gestionan las poblaciones de ungulados destinados a la caza intensiva; pérdida de diversidad biológica derivada de la presión que esas excesivas densidades de ungulados ejercen sobre la cubierta vegetal, por sobrecarga alimenticia, por compactación del suelo o por la propia competencia positiva que mantienen por el alimento con poblaciones de otras especies de menor tamaño y menores densidades, que se ven así desplazadas. Todas estas son solo algunas de las otras consecuencias indeseables que acompañan la actividad venatoria en nuestro país gestionada de modo intensivo. Pero aún hay más, no hemos acabado. ¿Qué podemos decir de los períodos hábiles de caza? pues que se alargan en la mayoría de las Comunidades Autónomas de manera aleatoria durante todo o casi todo el año, en especial en las fincas intensivas de caza menor y en las órdenes de media veda, con la presión que ello supone para todas las especies animales que comparten territorio, sean cazables o no. Mención aparte habría que acordarse de las autorizaciones de monterías y ganchos en período reproductor en masas forestales con colonias de buitre negro o nidos de otras grandes rapaces en peligro de extinción, o con presencia de osos, e incluso de osas con crías. O los kms de pistas forestales que se han abierto en nuestros montes para facilitar el movimiento de sus todoterreno. En fin, que se hacen las cosas muy mal y con conocimiento de causa.
Este zorzal charlo quizás un día no pueda sortear las líneas de escopetas que le esperan agazapadas traicioneramente y caiga bajo una lluvia de postas en cualquier campiña española, las probabilidades son altas. Yo solo espero que no, que la vida le conceda el tiempo suficiente para aprender a sobrevivir en medio de tanto depredador humano y que si tiene que caer más pronto que tarde, lo haga bajo las garras de un halcón peregrino mejor que con una perdigonada en el cuerpo. Se cumplirá así el ciclo de la vida, y su muerte servirá para que otro ser llene su estómago y vea amanecer un día más, cumpliendo con las más básicas leyes de la naturaleza. Que así sea.