Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.
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4 de febrero de 2015

En el camino

¿Cuántos pasos habremos dado en el camino?

Toda una vida caminando. Poniendo un pie delante del otro, avanzando, haciendo camino despacio. Descubriendo sitios, lugares, rincones. Trazando sinuosas líneas en el mapa. En ellos hemos desgastado las suelas de nuestros zapatos, hemos soportado rozaduras y ampollas. Nos han dolido los hombros bajo el peso de nuestras mochilas, y bajo su peso hemos sudado. Hemos tropezado y nos hemos levantado todas aquellas veces que caímos. Hemos pasado calor y frío, y el viento nos ha zarandeado. Lo hemos aguantado todo. Todo por caminar. Y me pregunto cuántos pasos más sumará nuestro camino.  








28 de enero de 2015

Orígenes

Mi corazón regresa una y otra vez a la vieja fortaleza, derruida almenara. Como un imán, retorno en el tiempo a mirar sus muros resquebrajados, formados por sólidas piedras. Retrocedo. Parto hacia atrás. Vuelvo al pasado y navego en el tiempo, emprendiendo un camino de destino incierto.



Y subo la loma -familiar, conocida de anteriores ocasiones, de otros tantos viajes a mi interior- para llegar hasta sus paredes y observar el mundo a nuestros pies desde lo alto y abrupto de la serranía. Narro a mis hijos las viejas historias del pasado que soñé en los lejanos veranos de mi infancia, y las historias aún más viejas que me transmitió a su vez mi padre de sus andanzas.


Recuerdo escenas revividas, recurrentes una y otra vez hasta la saciedad, reconocidas hasta transformarlas, hasta idealizarlas. Momentos que una vez fueron la vida real aquí, y que ahora solo son sueños en mi cabeza, como posos de café, como un difuso borrón en mi frente. Proyecto en mis pensamientos aventuras vividas en mis años infantiles entre estos mismos peñascales, mitad fantasía, mitad realidad. Y cierro los ojos para imaginar ..., no, para imaginar no, para ver aquellas historias que mi padre nos contara sobre estas sierras marginadas. Tierras de linces y lobos proscritos, tierras fronterizas, tierras de contrabandistas que atravesaban la sierra sobre acémilas, con sus pies atados bajo la panza de sus cabalgaduras para no caer en una desesperada huida de la autoridad. Sí, tierra de tricornios a caballo, de mosquetones y capotes gordos, sierras duras de la postguerra, de estraperlo de tabaco y aceite. Sierras de olivares y cabras. Historias cientos de veces contadas, transmitidas de boca en boca, murmuradas al calor de las cocinas, en los duros inviernos al pie de la serranía.

Regreso. Retorno. Vuelvo.


10 de enero de 2015

Escaladores de la libertad

El trompeteo de las grullas invade la atmósfera que nos rodea por los cuatros puntos cardinales. Las luces se vuelven acarameladas, y la temperatura se desploma unos grados de manera casi inmediata, nada más ponerse el sol a nuestra espalda. Los enormes bandos de zancudas acuden a las orillas y las islas del embalse volando sobre nuestras cabezas, acariciando la hora dulce y la luna llena. Oscurece y se acomodan en un espectáculo impresionante, mezcla de sonido, luces y acción. Agoniza un nuevo día. La sombra de la noche lo cubre todo. Una tarde más la función terminó.



Regreso a mi refugio con ruedas y cuando todo se queda oscuro fuera y en silencio dentro, vuelvo a abrir el libro por allí donde indica el marcapáginas -la entrada del reciente concierto de Fito y los Fitipaldis en mi ciudad-. Me concentro en la lectura. Devoro con fruición las páginas y, absorto, me transporto a un dimensión nueva. Desdoblo la vida y dejo aparcada por un momento la algarabía nocturna de las grullas, que puedo oír muy cerca si abro la ventana, y me sumerjo en un mundo vertical, de nieve, de esfuerzos y heroicidades, pero también de una vida dura por la opresión comunista en un país históricamente oprimido por unos y por otros, en la que el contrabando, las estratagemas y los flirteos con la legalidad hacían peligrosa la vida cotidiana, allí donde los suministros escaseaban, donde la policía vigilaba, donde los informadores denunciaban. Si en el ambiente de postguerra la vida fue muy dura en toda Europa, en la Polonia soviética lo fue más aún. Los hijos de la guerra y la opresión posterior nacieron duros, fuertes, estoicos y con una decisión inquebrantable. Sin equipos modernos, sin dinero, a veces sin pasaportes los escaladores de la edad de oro del alpinismo polaco viajaron por todo el mundo escalando las rutas más difíciles, inverosímiles y adelantadas de la época que les tocó vivir, con una manera de concebir su relación con la montaña mucho más intensa, directa y comprometida que la de cualquier otra nacionalidad occidental. Leo. Voy pasando las páginas y buceo en sus vidas. Sus impresionantes aperturas de vías nuevas a paredes extremas en las montañas más altas del planeta, sus invernales en el Himalaya y el Karakorum, y su concepción de lo que debería ser el himalayismo moderno -rápido, ligero, duro, invernal, solitario, extremo, innovador, siempre comprometido con los límites de lo humano- revolucionó de un modo definitivo las grandes montañas. Ya nada sería igual. El precio, sin embargo, fue muy alto. Muchos se quedaron para siempre en sus amadas montañas. Algunos de los más grandes. No hay dioses en la montaña y solo algunos sobrevivieron a aquella época radical e irrepetible.

Tras una cálida noche bajo el edredón de pluma y con la calefacción estática encendida, me levanto por la mañana muy temprano. Salgo a la fría mañana congelada y camino al abrigo de mi plumífero y embozado en mi gorro de lana al encuentro con el despertar de las grullas. El trompeteo resuena nuevamente sobre mi cabeza y en mis oídos (bueno, en realidad no han callado en toda la noche). Los grandes bandos despegan una vez más y trazan finas líneas horizontales en el aire frío de la mañana. Finas líneas paralelas a las también enormes superficies horizontales del embalse y llanuras circundantes.




Y en mi cabeza bulle el fuerte contraste de la horizontalidad que tengo delante, con las brutales paredes verticales de terrenos congelados, mixtos, inhumanos, por donde transcurrieron unas aventuras increíbles que creo haber soñado durante la noche. No sé si existieron, parecen un sueño. Y tal vez lo sean. Una invención de mi subconsciente que construyó personajes inverosímiles como Kukuczka, Kurtyka, Wielicki, Wanda, Hajzer y tantos otros. Pienso en ellos mientras los tonos rosados del amanecer invaden la atmósfera y el cielo. Las grullas me sobrevuelan con sus cánticos mágicos formando uves flexibles y maleables en la levedad del aire frío de esta mañana. Pienso en ellos. Fueron los mejores. Los escaladores de la libertad.

3 de abril de 2014

Te arrastrarás sobre tu vientre ...

... y comerás polvo todos los días de tu vida. Pondré enemistad entre tú y la mujer, entre tu linaje y el suyo. Él te aplastará la cabeza y tú le acecharás el talón" (Capítulo 3 del Génesis).

Se me vienen a la cabeza palabras como "prejuicio", "ceguera", "obcecación". Un sinsentido, sin duda. Ignorancia absurda e irracional es la que el hombre demuestra para con los reptiles desde que tenemos recuerdos. Incultura incoherente y barbarie la de aquel que se adjetiva a sí mismo con epítetos que, cuanto menos, son discutibles, como "civilizado", "humano" o "inteligente". Un delirio de prepotencia insensata para con el resto de los seres vivos del planeta, y de un modo especial para con las serpientes.

Me gustan las culebras con sus líneas sinuosas, con su movimiento ondulante, deslizándose de un modo casi mágico por el suelo de nuestros montes. Me gustan sus ojos vidriosos cuando me miran directos, haciéndome frente, avisándome con sus bufidos y silbidos, con su cuerpo estilizado que se hincha y se deshincha. -No te acerques, que muerdo- parece decirme arrebujada contra la base de una jara pringosa. Ventea el aire con su lengua, desencaja sus mandíbulas y triangula su cabeza para simular ser una víbora, y bufa de nuevo. Su algo más de un metro de longitud le proporciona un poder real. Me mantengo con la cámara cerca de ella, pero muy atento ante sus amagos. Unas fotos más y me despido de ella.

La veo marchar a gran velocidad por entre las matas resecas, como si fuera un palo recto que por arte de magia huyera de mi. La veo irse y pienso en todos esos reptiles que, a pesar de su incalculable valor ecológico como controladores de pequeños roedores (de esos mismos roedores que luego se combate con veneno en nuestros campos), mueren absurdamente por la paranoia salvaje y paleta de las personas. La pierdo de vista y pienso con rabia en la inexplicable falta de cordura que demostramos nosotros, los seres humanos. Sí, efectivamente, ya no pienso en la culebra de collar que acaba de desaparecer de mi vista, pienso, simplemente y con tristeza, en nuestra descomunal e inconcebible ignorancia.




13 de octubre de 2013

Cicatrices circulares

Hoy el abandono y el paso del tiempo parecen querer curarlo todo. Las manecillas del reloj dan vueltas incansables y las hojas de calendario caen sin parar, insatisfechas.

El silencio y el olvido hace mucho tiempo que se adueñaron del lugar.

El musgo y los líquenes envuelven y tapizan las piedras que un día fueron arrancadas a grandes mordiscos de la madre tierra. El robledal se adueña de nuevo de las laderas que no hace tantas décadas aparecían descarnadas por la deforestación. La naturaleza recupera hoy su espacio, ayudada por el abandono y el paso del tiempo, por las manecillas del reloj y la caída de las hojas del calendario.