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2 de junio de 2024

La perdiz roja y la caza


Siempre que veo una perdiz roja (Alectoris rufa) pienso en la afición que muchos cazadores sienten por su caza. No lo puedo evitar, me pasa incluso más que cuando observo un conejo, la otra especie emblemática de la caza menor en España. Sin duda, la perdiz roja (me niego a llamarla "patirroja", como me niego a denominar "venado" al ciervo, o "zorra" al zorro) es, quizás, la especie más valorada de todas las que estos señores denominan "especies de caza menor", como si esa fuera su función en la vida y en la naturaleza, ser cazados por diversión un domingo por la mañana. Es cierto, la perdiz levanta pasiones en esta vieja piel de toro igual a como lo hace el lagópodo escocés en el Reino Unido. Y si hay algo que trasciende en muchas conversaciones en esos ambientes cinegéticos o entre las gentes del campo es precisamente la escasez de perdices rojas que sufren nuestras campiñas, no siendo raro escuchar en tertulias, en la tasca del pueblo o en las revistas especializadas que el declive poblacional de la especie es importante, al menos en algunas regiones ibéricas.

Que los mismos impactos que han puesto contra las cuerdas al sisón o que están complicándole la existencia a la avutarda están afectando también a las perdices y a las codornices (entre otras especies esteparias o ligadas al secano tradicional) es algo que tampoco necesita de mucha explicación. Pero es que, además, a estas dos especies mencionadas en último lugar se les suma el factor "caza" con mucha intensidad, como demuestran las cifras: 2.841.776 perdices cazadas en 14 Comunidades Autónomas en 2019, así como 1.199.642 codornices. A lo mejor por ello, en según qué regiones, la perdiz roja se ha vuelto una especie hasta difícil de ver. Así, el MITECO redacta en su ficha sobre esta gallinácea que a nivel mundial "En el 95% de su área de distribución ha sufrido un declive generalizado, más patente aún en la década de 1980 (Hagemeijer & Blair, 1987; Rocamora & Yeatman-Berthelot, 1999)". En la misma línea SEO Birdlife dice al respecto que "... se haya en regresión, sometida a un intenso aprovechamiento cinegético y con problemas derivados de la alteración de los paisajes agrarios de los que depende" añadiendo que "... las repoblaciones continuas y masivas que se realizan con fines cinegéticos podrían enmascarar sus tendencias ..." poblacionales, incidiendo en que "... la inadecuada gestión cinegética es una importante causa de su declive, por exceso de caza, contaminación genética con híbridos, etc...".


Según la ficha del MITECO ya mencionada, en 1977, año en el que hubo 1 millón de licencias de caza en España, se mataron 4.000.000 de perdices, es decir 4 perdices por licencia, mientras que en el período comprendido entre 1992 y 1996, con una presión cinegética superior, se pasó a solo 1,8 perdices por licencia. Este dato por sí solo deja clara la existencia de una notabilísima disminución de efectivos a finales del siglo pasado. Más adelante, y después de enumerar algunas de las problemáticas ligadas al cambio de modelo agrícola y que ya hemos comentado para el caso de las avutardas en el post anterior (Agricultura "biodiversicida"), el mismo texto redactado por el Ministerio concluye que "... , sin duda, la inadecuada gestión cinegética es, y ha sido, una de las principales razones de su declive", poniendo a continuación el foco en el negligente empeño que ponen muchas sociedades de cazadores por repoblar con animales de granja, puesto que "Aunque algunas repoblaciones pueden estar justificadas y ser incluso beneficiosas, la realidad es que pocas se hacen con rigor científico-conservacionista, y resultan contraproducentes para las poblaciones autóctonas".


Esta problemática mencionada arriba hace referencia, por un lado a las irresponsables sueltas de perdices griegas (Alectoris greca) que se hibridan con la autóctona, por otro a la transmisión de enfermedades a las aves silvestres que pueden provocar estas repoblaciones descontroladas y, finalmente, al aumento de presión cinegética a la que se ejerce a la especie tras las sueltas masivas de perdices de granja, lo que termina afectando obviamente también a las aves silvestres. Así mismo, el Ministerio apunta a que el propio declive del conejo por las enfermedades que lo asolan ha podido provocar un aumento de dicha presión cinegética sobre la perdiz roja, lo que no hará falta decir que se traduce en un mayor número de capturas y una disminución de efectivos. 


¿Y luego se sorprenden los cazadores de que descienda su población?, ¡esto es increíble! ¿De qué se quejan? ... si ha sido -y sigue siendo, no lo olvidemos- la caza uno de los factores fundamentales que ha provocado que sus poblaciones hayan descendido alarmantemente. Son ellos directos responsables de una parte importante de esa disminución. Pero claro, luego echarán toda la culpa del problema a "la zorra", seguro. Hay que ser cínicos. Típico en ellos, y perdonarme que haya tenido que tirar de sarcasmo y usar el nombre que dije que nunca usaría, solo lo he usado puesto en su boca y prometo que no volverá a suceder hasta la próxima vez.

Lejos de pensar en una relajación de la presión cinegética sobre la especie en 2019 se llegaron a matar 2.841.776 perdices en 14 de las 17 CCAA españolas, como ya dejé caer en el segundo párrafo, lo que supone de nuevo un incremento medio de más de 3,8 perdices muertas por licencia, ya que las 743.650 licencias tramitadas ese año lo fueron en todo el territorio nacional. Este enorme aumento de la presión cinegética en parte es posible gracias al volumen de ejemplares criados en cautividad que se liberaron en nuestros campos para diversión de los cazadores, y que sumaron 2.141.312 perdices rojas solo en 11 de las Comunidades Autónomas, dado que el resto de consejerías autonómicas no aportaron los datos, lo que hubiera incrementado notablemente el número real de animales introducidos en la naturaleza. De los datos conocidos se deduce que el 84% de todos los animales criados en cautividad y soltados con fines de repoblación cinegética en once autonomías fueron ejemplares de esta gallinácea.


Sin embargo, por mor de la verdad, hay que reconocer que el cazador solo es co-responsable de lo que está sucediendo, pues ha encontrado una inestimable ayuda y apoyo en las instituciones públicas nacionales y autonómicas, que han permitido que ciudadanos particulares sin ninguna formación ambiental o científica se dediquen durante décadas a soltar animales como si no hubiera un mañana, por todas partes y sin ningún control institucional o científico. Repetiré de nuevo la pregunta cambiando de sujeto: ¿de qué se queja ahora el Ministerio, si han sido las propias instituciones públicas los cómplices del desaguisado provocado por su permisividad con una práctica que NUNCA se debió permitir y que, para más escarnio, se sigue permitiendo? Y me da igual que las sociedades de pescadores o cazadores se hayan dedicado (y continúen haciéndolo) a soltar especies exóticas de aves (perdices griegas, faisanes, codornices japonesas,...), de peces (la lista aquí sería casi infinita desde la época del ICOÑA), o de mamíferos (arruí, muflón, gamo, ciervos centroeuropeos,...) o autóctonas con sueltas masivas de animales de granja. Ya está bien de jugar a ser Dioses soltando animales de manera histriónica, dejar tranquila a la naturaleza que se recupere sola, basta para ello con que dejéis de matar animales como diversión.


La suelta de animales cinegéticos para, supuestamente, repoblar cotos (en realidad, para pegarles tiros) tenía que estar rigurosamente prohibida por la Ley para el ciudadano de a pie, y por lo tanto debería estar limitada a las propias administraciones bajo supervisión científica y con unos objetivos biológicos y conservacionistas, nunca cinegéticos. Estas sueltas sin ningún rigor científico y muchas veces ni siquiera sanitario, han sido responsables directos de, por ejemplo, la expansión de la mixomatosis y la enfermedad hemorrágica vírica (EHV) del conejo al repoblar regiones en las que existía una cepa determinada de estos virus con ejemplares criados en granjas lejanas vacunados para cepas diferentes, por lo que a los conejos vacunados y liberados les afectaba las cepas del lugar de suelta, y a los silvestres les afectaba la nueva cepa que les llegaba con los de granja. Resulta de una barbaridad tan enorme que las sociedades de cazadores y pescadores anden por ahí soltando animales sin ningún control que luego no nos podemos asombrar de la hecatombe que sufren nuestros campos y ríos. Y el Ministerio y las administraciones regionales son directos responsables de las consecuencias que ha traído a todos nuestros ecosistemas semejante negligencia institucional. 


La actividad cinegética es la culpable directa de un gran número de afecciones a la biodiversidad del planeta (furtivismopersecución directa de algunas especies protegidasmuertes masivas de animales en Espacios Protegidosexterminio de depredadores;  "accidentes"de caza en los que mueren especies protegidas; incendios vinculados a esta actividadusos de técnicas prohibidas como los lazos, el veneno o las trampas, en las que mueren anualmente un número elevado de animales, a veces de especies protegidas; ...), y de riesgos innecesarios para el resto de personas o discriminación en el uso público de la naturaleza hacia otros colectivos de manera a veces generalizada, y a veces dirigida. Y no entramos a valorar aquí las implicaciones éticas y morales que tiene divertirse matando a otros seres vivos. Oír eso de que los cazadores son los mayores protectores y amantes de la naturaleza es algo que, sinceramente, habría que enmarcar. Ese mantra deriva de la pérdida de credibilidad e interés social hacia su actividad, y del aumento claro de un pensamiento crítico hacia ella. Les duele y se sienten en el centro de los focos en una época en la que la conservación se ha vuelto necesaria socialmente, sabiendo además que son señalados con razón. Por ello enarbolan la bandera de su extraño amor por la naturaleza y de su curiosa forma de protegerla para que así al menos los ingenuos no se sumen a las filas de quienes criticamos la actividad, en un intento de contrarrestar la realidad. Pero no cuela. Moral y éticamente no es propio de una sociedad civilizada matar seres vivos para divertirse. Punto. Les guste o no les guste esto ya es así en la actualidad. Atrás han quedado los años bárbaros en los que la sangre de los animales no valía nada y su sufrimiento era, además, motivo de risas y mofas, incluso en las fiestas populares, como viejos vestigios de otros tiempos muy pretéritos. Panem et circenses, dale pan y circo al pueblo ...


Pero volviendo a estas "bondades" del mundo cinegético y por si aún fueran pocos los problemas de hibridación que provoca la introducción de aves exóticas, hay otra cuestión de gran relevancia y de la que no se habla, relacionada con la pérdida de ese imprescindible sustento genético. Esa otra cuestión hace referencia al efecto que tienen las sueltas masivas de individuos de granja -incluso siendo autóctonos- en la adaptación de la especie al medio en el que tiene que sobrevivir, al diluir el acervo genético de las aves silvestres adquirido evolutivamente cada vez que se mezclan con congéneres criados en cautividad. Esta mezcla ocasiona la pérdida de un activo genético importante para la supervivencia en la naturaleza, ya que esa adaptación al entorno que los individuos adquirieron durante milenios se diluye con cada emparejamiento con animales de granja. 


Sinceramente creo que se hace imperiosa una regulación estricta de la caza, con medidas rigurosas muy concretas, solo para ir empezando, como prohibir las monterías, ojeos y batidas que afectan a todas y cada una de las especies que habitan en la zona a batir, independientemente de que sean las especies objetivo o sean protegidas (rapaces, por ejemplo); la prohibición de entrar con sus vehículos por pistas que permanecen restringidas para otros usos lúdicos, tan lúdicos como su actividad; la prohibición de cazar en todos los terrenos públicos del país, lo que sería más justo para el porcentaje mayoritario de la población no cazadora; la desaparición ipso facto de todas las Reservas Regionales o Nacionales de caza, u otras figuras públicas similares; la prohibición de cazar en todos los Espacios Naturales Protegidos, sin excepción, tengan la consideración que tengan (actualmente solo está prohibida la caza por diversión en los Parques Nacionales); la prohibición de beber alcohol cuando se va a tener un arma entre las manos y la generalización de los controles de alcoholemia; exámenes mucho más rigurosos y serios para la obtención de los licencias de caza y los permisos de armas; la prohibición de poder cazar para todos los menores de edad; una regulación mucho más restrictiva en lo que respecta a las fechas en las que se puede cazar, de modo que se limite a períodos mucho más cortos y acordes al ciclo anual de las especies (lo de la caza mayor en época de celo ya me parece algo inhumano y psicótico); la prohibición radical de cazar ningún depredador, sea el que sea, y por lo tanto la desaparición del mal llamado "control de predadores" (al zorro se le puede masacrar durante prácticamente todo el año y durante cualquier modalidad de caza, incluso en sus madrigueras -más bajo no se puede caer-). En definitiva, unos primeros pasos para regular, restringir y armonizar esa práctica bárbara y cobarde con la conservación de las especies.


Localizo a la pareja de perdices rojas en la distancia, frente a mí: a no menos de cien metros de distancia veo moverse una mancha pardo-grisácea que me llama la atención. Con ayuda de los prismáticos las localizo a ambas, lo que no resulta fácil inmersas en la maraña de hierbas y plantas de un barbecho ya muy crecido. Cada poco se agachan y se desvanecen entre la vegetación, avanzando en busca de comida. Y cada poco levantan la cabeza observando posibles peligros, lo que a mí me sirve para mantenerlas ubicadas. Vienen de frente al hide, que permanece medio escondido en una linde arbolada. El sol atraviesa el ramaje del árbol que me camufla cuando llegan hasta mi posición, a escasos 7-8 metros, y chispea en un brillito perfecto en el ojo de la perdiz. Ese brillito simboliza su vida, la misma vida que los cazadores siegan de un cartuchazo.


 ¡Qué pena y qué inutilidad! ¿No es de verdad más hermoso y humano dispararles con una cámara fotográfica y perpetuar la vida de esos ojos para el recuerdo?

16 de diciembre de 2021

Una década ya

Hace tan solo dos días el calendario marcó otro catorce de diciembre y, como cada catorce de diciembre de los últimos diez años, yo celebro la onomástica de este modesto cuaderno de bitácora que ahora tienes en tu pantalla. ¡Diez años ya desde el inicio!, se me va haciendo mayor la criatura.

El caso es que en estos tiempos que corren en los que las redes sociales han impuesto la tiranía de la inmediatez, de la apariencia y el postureo, mantener un blog en el que hay que "perder" un tiempo precioso -que parece que ninguno tengamos- en leer un texto de más de cinco renglones parece una heroicidad. Vivimos tiempos en los que el despotismo de la superficialidad ha sido asumido por la sociedad; su frivolidad se ha vuelto dictadura y lo pueril se ha convertido en su fachada. Es la trivialidad de la apariencia y del "aquí y ahora" frente al pensamiento crítico y pausado. Así, la información de ahora mismo habrá desaparecido del pensamiento de la gente tan solo unas horas después (o unos minutos), cuando no sustituida por mentiras que no por viralizarlas miles veces acabarán convirtiéndose en verdades. El "año horribilis" del que hablaba en mi anterior onomástica nos lo ha demostrado. No somos más humildes que antes de la pandemia. Ni más solidarios, ni más responsables. Desde luego no somos más buenos. Los aplausos han dado paso demasiado rápidamente al egoísmo de siempre. Haciendo gala del sarcasmo, no somos, pues, mejor sociedad, solamente una sociedad más vacunada que la africana.

Han pasado otros doce meses y ya hemos comprobado cómo el sufrimiento que hemos padecido y seguimos padeciendo no nos ha hecho una sociedad más generosa y fraternal, lo que ya advertí yo desde el primer momento, cuando muchos ingenuos llegaron a pensarlo. Siento ser tan pesimista respecto del ser humano. Por eso este modesto blog (y otros cuantos que sobreviven en la esfera virtual) espera seguir mostrando lo humano y lo villano de nuestro tiempo -que es como decir de nosotros mismos-, la belleza y la fealdad de nuestro mundo y nuestra sociedad, lo afable y lo malicioso, lo justo y lo inmoral. Y espero poder seguir haciéndolo compartiendo mi visión personal junto con información veraz y contrastada; y lo que es igual de importante, sin prisas, pausadamente, tomándome el tiempo necesario, obstinándome en no claudicar frente a la inmediatez y la apariencia.

Y es la naturaleza para mí ese espejo en el que la sociedad refleja todo lo bueno del ser humano y todo lo malo. Como cada año, de los últimos diez, celebraré la onomástica de Cuaderno de un Nómada recordando doce fotografías de parte de los trabajos realizados en estos últimos meses con esa fauna que tanto me alivia el alma, de esas criaturas con las que compartimos el planeta que estamos destruyendo, de esos seres que consiguen que me cicatricen las heridas. Doce imágenes que son doce recuerdos, sanadores e imborrables.












16 de mayo de 2021

Primavera y 2º año de pandemia

Valga esta imagen obtenida en la última sesión que le hice a las avutardas para dejar reflejada en este diario personal la explosión de esta nueva primavera, la segunda en estos duros momentos históricos que nos ha tocado sufrir por nuestra propia irresponsabilidad. Como titula mi buen amigo (y gran fotógrafo) Jaime Peña a muchas de sus imágenes callejeras: 2º año de pandemia.

La vida sigue más allá de nuestras existencias y de los problemas sanitarios, sociales y económicos que hemos provocado por maltratar al planeta Tierra. Florecen nuestros campos a pesar de nosotros, los árboles se cubre de hojas tiernas y suaves, y los animales inician el nuevo ciclo reproductor. El campo se llena de vida. La misma vida que nosotros seguimos maltratando.

Absolutamente nada ha cambiado. Y el ser humano sigue siendo exactamente igual de ciego e irresponsable que antes de la pandemia. Exactamente igual.



4 de mayo de 2021

Mar de cereal, I


A veces pienso en lo maltratado que está el ecosistema que todos conocemos como "estepa castellana" -por similitud a las verdaderas estepas que podemos encontrar en el centro de Asia o incluso a las praderas infinitas del medio oeste norteamericano-. El sustantivo más acertado para denominarlas sería "agroestepas", o en su defecto "pseudoestepas", dado que no son en realidad esos verdaderos ecosistemas en el sentido ecológico de la palabra: vastas extensiones onduladas de terreno con vegetación herbácea, que se desarrollan generalmente en climas, si no extremos, sí al menos rigurosos, con fuertes insolaciones veraniegas e inviernos fríos, además de escasas precipitaciones. Probablemente sea uno de los ecosistemas ibéricos más maltratados como consecuencia de la intesificación desaforada de su explotación en las últimas décadas. 


El excesivo uso de herbicidas y plaguicidas está acabando con los insectos y la diversidad botánica no solo en las propias plantaciones de cereal o leguminosas, sino incluso en las mismas cunetas, lindes y setos, donde el agricultor no consiente que haya vida más allá de su cosecha. En la mentalidad de muchos de estos profesionales permitir vegetación silvestre en estos espacios entre cultivos es permitir que exista alimento para los roedores o insectos que luego se comerán sus beneficios. En la imagen inferior podemos ver a la izquierda un campo arrasado por herbicidas poco tiempo después de ser cosechado junto a otro que se está dejando reposar y en el que crece la hierba, a la derecha.

Es común que los rebaños de ovejas que carean por estos terrenos tengan numerosos abortos como consecuencia de los productos químicos que inevitablemente comen, no ya en parcelas "quemadas" de esta forma, en donde el pastor obviamente no las meterá, sino en lindes y cunetas sulfatadas igualmente, y cuando el ganado va de un sitio a otro de alimentación.

Pero el uso de peligrosos productos químicos que no solo matan a todo ser vivo, sino que incluso pueden entrar a formar parte de la cadena trófica, con lo que ello conlleva para nosotros mismos, no es el único problema. La implantación, además, de cultivos de ciclo corto provoca el aumento notable de trabajos con la maquinaria en las tierras, impidiendo no solo que concluyan con éxito los ciclos reproductores de las especies animales que anidan en el suelo -y que mueren bajo las cosechadoras antes de poder volar o huir-, sino que impiden, además, que haya la necesaria tranquilidad para que se puedan dar esas reproducciones por el aumento del número de jornadas de laboreo en el campo, donde los tractores han multiplicado las ocasiones en las que deben sulfatar, abonar, roturar, sembrar, cosechar,... 

Además de esto, hoy en día se está volviendo demasiado normal que incluso los espigaderos se roturen nada más terminar la cosecha para "preparar" el terreno para la siguiente siembra, aunque esta tarde en producirse incluso meses, impidiendo que la tierra descanse y que permanezca de rastrojo durante mucho más tiempo, dificultando la vida animal.

Al agricultor de hoy en día le estorba todo. Los árboles también. Cada día hay menos sotos arbolados que circundan los arroyuelos estacionales que atraviesan estas agroestepas, y donde antes eran normales esas "serpientes de vida" formadas por chopos, mimbreras y sauces, bajo los que crecía abundante vegetación verde, hoy ya no quedan vestigios de ellos, o solo alguno testimonial.

Así, tampoco es raro ver viejas encinas salpicando tierras de secano a las que les han infringido graves heridas intencionadamente para, una vez muertas, obtener de las administraciones la autorización de quitarlas. Diez metros cuadrados de terreno bajo la copa son diez metros cuadrados en los que no pueden plantar sus cultivos, y eso no lo pueden consentir. Unos pocos euros de beneficio tienen más valor apara ellos que una vieja encina de 200 años. He visto encinas saludables de gran porte arrancadas de cuajo del medio de algún campo de cereal; ¿os hizo caso la Guardia Civil a vosotros? ... pues a mí tampoco. De esta forma y gracias a esta mentalidad productivista pero miope, muchos campos que antiguamente estaban salpicados de enormes encinas hoy en día solo tienen viejos pies testimoniales de un pasado que no regresará ya. O peor aún, ya vacíos por completo de ellos.


La importancia que tienen estos pies de encina es enorme como refugio y/o como lugar de reproducción de los pequeños y medianos depredadores que se alimentan precisamente de todos esos roedores o insectos que luego les "comen sus cosechas", constituyéndose por lo tanto en inmejorables aliados de la lucha biológica contra las plagas. Se transforman así en verdaderas islas de biodiversidad, donde proliferan gramíneas y leguminosas que no encontraremos en las lindes bajo el sofocante calor veraniego o el mortal frío invernal, diversificando la alimentación del ganado. La protección que aportan estas copas a muchas criaturas durante las tórridas jornadas de insolación estival o durante las más crudas heladas de la estación fría son indudables y muchos seres vivos encuentran en estas burbujas de vida el hogar necesario para sacar adelante a sus nuevas generaciones.

Pero no son pocos los agricultores que no soportan ni siquiera estas burbujas, dado que la biodiversidad no les da dinero (o eso creen) y, al igual que hacen con las cunetas y las lindes, atajan lo que ellos consideran un producto innecesario y superfluo de la naturaleza quemándolo a base de herbicidas. El amigo de la siguiente imagen debe pensar así, pues cada año sulfata y arrasa todo lo que crece bajo cada árbol, como se puede observar fácilmente por simple comparación con la tierra situada al fondo de la foto, donde el propietario solamente a roturado. La diferencia se vuelve indecente.


Por si todas estas agresiones fueran ya de por sí difíciles de superar para todos esos seres vivos que necesitan de este ecosistema para sobrevivir (sisón, avutarda, aguiluchos cenizo y pálido, ...), tenemos que afrontar además la desaparición de gigantescas extensiones de secano por la obsesión de irrigar miles de hectáreas de secano y transformarlas en regadío, como la inminente conversión que se va a realizar en breve de 6.500 hectáreas en la provincia salmantina, y que afectará irreversiblemente a una de las mejores zonas avutarderas de esta provincia, a lo que se sumará la subsiguiente aprobación de la desafortunada (una más) concentración parcelaria que aumentará la destrucción de más lindes, setos y sotos.

Cuando la gente se sorprende de que esas cuatro especies mencionadas en el párrafo anterior no mejoren sus poblaciones, sino que incluso empeoren a pesar de la gran superficie que hay en la península de agroestepas que podrían ser, a priori, fabulosas regiones para que sus poblaciones evolucionaran positivamente, no son conscientes de que su regresión es simplemente el resultado de lo que se cuece en realidad en estos espacios humanizados. La explotación intensiva de la agricultura a la que el mercado global obliga a los profesionales, el precio de mercado, con unos costes de producción que se acercan o superan los de la comercialización, el precio irrisorio que percibe el productor que hace que se cultive a veces a pérdidas, y el nulo interés de Europa por implantar de verdad una agricultura realmente sostenible, hacen que el profesional de este sector, que sobrevive gracias principalmente a las subvenciones que cobra a fondo perdido de la PAC y que pagamos solidariamente entre todos, implante prácticas agrícolas abusivas con el medio ambiente, en detrimento de la biodiversidad de estos grandes espacios abiertos. Ellos se convierten al mismo tiempo en víctimas del sistema y verdugos medioambientales.

Pocas especies representan tan bien como la perdiz roja (Alectoris rufa) la vida en estos infinitos mares de secano. Valgan, pues, estas imágenes para romper una lanza en favor de un cambio radical en los modelos de explotación de este ecosistema, que no por humanizado, deja de ser menos valioso. Si no lo hacemos seremos entonces testigos de cómo desaparecen algunas de estas criaturas de amplias regiones que fueron su hogar casi desde que el ser humano dejó de ser recolector y cazador, convirtiéndose en sedentario y agricultor. 














29 de marzo de 2020

Las fotos de la despedida

El 14 de marzo pasará a la historia como el día en el que un hecho inédito en la vida moderna del planeta nos afectó a todos los españoles en nuestra confortable existencia. Ese maldito 14 de marzo fue un día en el que ya todos sabíamos que la vida nos iba a cambiar radicalmente como nunca antes hubiéramos imaginado. Nos adentrábamos en un terreno inexplorado, de resultados inciertos, en una mala pesadilla de esas que todos hemos visto decenas de veces en ese empalagoso cine estadounidense en el que un solo hombre -norteamericano, por supuesto-, abandonado a su suerte, es capaz, sin ayuda de nadie más, de salvar él solo la vida humana en el planeta. Esa noche de sábado me pareció que yo también entraba a formar parte del elenco de una de esas malas películas yanquis de héroes extraordinarios, con banderas de barras y estrellas hondeando tras de sí. Me pareció que repentinamente todos entramos a trabajar, como con una bofetada bien dada, en el reparto de uno de esos filmes simplones, pensados para pasar las tardes de los fines de semana, sin más pretensión. Y como para dar visos de realidad a esa sensación, aquel día 14 era un sábado, día perfecto, por lo tanto, para sufrir de una de esas películas; pero esta vez desde dentro. Formábamos parte de un argumento impensable.

Yo esa tarde de sábado ya sabía, como todos porque era algo advertido y anunciado, que era mi última tarde en el campo durante un largo período de tiempo. Disfrutaba de mis intentos a algunos pajarillos que no querían entrar a posarse donde yo deseaba para fotografiarlos. Como para compensar, una perdiz quiso subir al montón de restos de maíz y posar unos minutos para que la fotografiara, como para despedirse de mí. O mejor dicho, para permitir que yo me despidiera de la naturaleza durante semanas. Estas imágenes forman parte, pues, de mi última sesión de fotos hasta ...

No sabemos aún hasta cuándo, ahora que ya han pasado dos semanas de encierro y nos restan al menos otras dos. Estamos mediando el guión y aún resta bastante para que concluya la obra. Participamos en una mala película de serie B de la que aún no sabemos cuál va a ser el desenlace final. Salud y nos vemos tras los créditos.



30 de enero de 2020

Andújar, mucho más que el lince



Cuando hablamos de la sierra de Andújar muchos pensamos automáticamente en el lince ibérico. Hasta allí nos desplazamos cada año en alguna ocasión desde todos los puntos de la geografía peninsular y diversos países europeos -principalmente Francia y Reino Unido- con el sueño de poder cruzar nuestra mirada con la del gran gato. El lugar y las circunstancias lo merecen, no siempre se tiene la oportunidad de admirar a esta especie que estuvo hace tan solo un puñado de años muy cerca de la extinción. Pero que el objetivo primordial sea observar a este felino no tiene porqué impedir que seamos capaces de admirar este entorno de un modo integral, con nuestra mente abierta y receptiva a todo lo que nos ofrece, que es, desde luego, mucho más que solo el lince.

El Parque Natural Sierra de Andújar está encuadrado en la esquina noroccidental de la provincia de Jaén en un corto tramo de la suave y alomada Sierra Morena, limitando al norte con la provincia de Ciudad Real. Esta erosionada cordillera montañosa es una de las más antiguas de la península ibérica y está formada por una alineación de dóciles relieves de modesta altitud, que superan por muy poco los 1.300 m. en la conocida como Sierra Madrona, justo al norte de la sierra de Andújar y ya en territorio castellano manchego. Aquí la sierra se eleva sobre la agrícola depresión bética, salpicada de pueblos. El monte mediterráneo que almohadilla sus laderas desciende con ellas hasta toparse con la llanura jienense, donde se transformará bruscamente en extensos olivares, hoy convertidos en una de las más importantes fuentes de ingresos en la amplia vega del Guadalquivir.


La parte occidental del parque limita con la provincia de Córdoba y su también Parque Natural Sierra de Cardeña y Montoro. El nexo de unión entre ambas provincias y espacios naturales está marcado por el río con el inspirador nombre de Yeguas, al que podemos ver en las siguientes fotografías tomadas desde la provincia cordobesa. La artificiosa divisoria política y administrativa que representa este cauce fluvial en ningún caso podría considerarse de frontera real, puesto que los paisajes que se extienden más allá de ambas orillas dan forma a una unidad física y ecológica única e indisoluble. La fragosidad del monte mediterráneo se hace aquí patente en un intrincado terreno, con un río Yeguas que se encaja entre las dos provincias accidentando cada vez más el valle.


En el otro extremo, buena parte del límite oriental del Parque Natural Sierra de Andújar lo forma el jienense río Jándula, afluente del Guadalquivir al igual que el Yeguas. El entorno del Jándula es apacible y sosegado, con praderas que invitan a descansar y relajarse sin prisas, y desde las que observar la fauna ligada al curso fluvial. Mientras que en algunos tramos este río conserva una importante comunidad botánica característica de las riberas fluviales, con sauces (Salix salviifolia y S. pedicellata), alisos (Alnus glutinosa) o almences (Celtis australis), por ejemplo,



en otros el bosque de ribera fue completamente barrido por la edificación de dos presas que embalsaron sus aguas y lo domesticaron a partir de 1932, año en el que se finalizaron las obras de las dos infraestructuras: el embalse del Encinarejo, aguas abajo, que anega 150 hectáreas y embalsa un volumen de 15 hectómetros cúbicos, y


justo a continuación y por encima, el del Jándula, con una capacidad de 332 hectómetros cúbicos y una superficie inundable de 1.231 hectáreas, y que podemos imaginar viendo las dos siguientes instantáneas.



Como resultado de la construcción de estas dos infraestructuras hidráulicas se generó una importante barrera natural difícil de franquear para numerosas especies de mamíferos y reptiles, máxime cuando una presa se alza casi inmediatamente a continuación del reculaje de la otra, completando una verdadera muralla de más de 30 km. lineales de lámina de agua cuando ambos embalses se encuentran al cien por cien de su capacidad.

Esto no es problema, sin embargo, para la nutria (Lutra ultra), la gran dama del río que, con una buena dosis de paciencia e insistencia, puede ser observada pescando y jugando en sus orillas.



Si analizamos el aspecto general del paisaje andujareño nos quedaremos principalmente con tres características que lo definen. La primera de ellas serían sus masas forestales.

Por un lado encontramos los cultivos (que no bosques) de pinos con los que se invadieron numerosas áreas de la región entre la década de los 40 y la de los 80: piñoneros (Pinus pinea) por un lado, y rodenos -o negrales- (Pinus pinaster) por otro. Estas repoblaciones se llevaron a cabo para explotarlos económicamente mediante la cosecha del piñón en el primer caso, y de la extracción de su madera, en el segundo. También se alegó que servirían para frenar la erosión en las laderas (en especial tras la construcción de los embalses del Encinarejo y Jándula, lo que evitaría una aceleración de la colmatación de los mismos) y hasta para crear empleo; pero al final, como consecuencia de todo ello y como vino ocurriendo en toda la península ibérica, el que sufrió las secuelas negativas de la nefasta política forestal del momento fue el propio entorno; consecuencias trágicas que se siguen sufriendo en nuestros días aún en muchas regiones españolas, en forma de incendios, de destrucción de los ecosistemas originarios, de pérdida de biodiversidad, de erosión, de pérdida de otros recursos, etc. Aún así, algunas de estas manchas de pino piñonero se encuentran hoy en día bastante integradas -no así las de pino rodeno-, permitiendo la aparición de sotobosque y pasto bajo sus copas, lo que ha posibilitado la supervivencia de diversas especies animales. Se calcula que aproximadamente el 20% de la superficie del parque está ocupada por estos cultivos de pino, de los cuales el 80% lo serían de Pinus pinea.




Otra buena parte del paisaje -hasta un 15% aproximadamente- se encuentra cubierto por dehesas de encinas (Quercus ilex) de pequeño porte, y en menor medida de alcornoques (Quercus suber), a lo que habría que sumar reducidos enclaves con otras quercíneas residuales como quejigos (Quercus fajinea) y robles (Quercus pyrenaica). Grandes sectores de estas superficies en su momento fueron dedicadas a actividades agropecuarias, aunque en nuestros días están consagradas casi en exclusiva a la actividad venatoria, que precisa de una gestión muy similar a la ganadera. Este cambio en el uso del suelo ha permitido la recuperación de la importantísima comunidad arbustiva, contra la que antaño se luchaba decididamente para favorecer la mayor extensión posible de pasto adecuado para el ganado vacuno y ovino. Esta restauración del matorral representa un aspecto fundamental en la regeneración integral del propio monte mediterráneo y sustenta gran parte de la biodiversidad animal que este hábitat lleva asociada. La extensión de matorral con arbolado disperso dentro de los límites del parque puede alcanzar al menos el 18% de su superficie, a lo que habría que añadir otro 22% con comunidades arbustivas más degradadas, sin arbolado. Gran parte del monte bajo que ocupa estos amplios parajes del parque está formado por jara pringosa (Cistus ladinefer).





Aunque como ya hemos visto, en gran medida y, debido al uso cinegético actual de muchas de estas fincas privadas, se ha indultado a parte de la diversidad arbustiva del monte mediterráneo, aún hoy podemos encontrar retazos de esas dehesas ganaderas que todos entendemos como tales, con espacios donde el pasto libre de matorral constituye el aprovechamiento fundamental, y en el que los pies de encina propios de un bosque ahuecado suponen un lucro suplementario al meramente pascícola (ganadero), mediante la montanera, podas, sombra para las reses durante los duros períodos estivales, cobertura de cara a las heladas invernales, mayor riqueza alimenticia con el crecimiento de una mayor variedad de leguminosas y gramíneas bajo sus copas, etc.



La comunidad arbustiva está compuesta por diversas especies -además de la ya mencionada jara-, entre las que podemos señalar diversas plantas aromáticas como el romero (Rosmarinus officinalis) o la lavanda (Lavaldula stoechas), así como carrascos y algunas plantas del género de las pistáceas como, por ejemplo, el más que interesante lentisco (Pistacea lentiscus), que proporciona alimento y refugio en su denso follaje a un gran número de vertebrados, entre los que se encuentra el propio lince ibérico,



o su pariente, la cornicabra (Pistacea terebhintus), con una distribución mucho más dispersa y escasa. Además, también podemos encontrar acebuches (Olea europaea sylvestris) en todo tipo de suelos, aunque en lugares resguardados al no soportar bien las heladas y, en enclaves más húmedos y con suelos más profundos y bien drenados, el conocido madroño (Arbustus unedo), arbusto que brinda también un importante aporte alimenticio a numerosas especies animales cuando maduran sus frutos rojos.


Rematando este resumen rápido sobre el elenco botánico del parque y como ya indicamos más arriba de soslayo, hay que añadir que los principales cursos de agua que lo atraviesan mantienen una vegetación típica de ribera bastante bien conservada, compuesta de los sauces y alisos ya mencionados, además de fresnos (Fraxinus angustifolia) y adelfas (Nerium oleander), entre otros. Allí donde el río Jándula se encuentra represado este rico ecosistema fluvial se ha visto alterado por completo, trazando esa barrera infranqueable que ya conocemos para muchos seres terrestres, apareciendo las conocidas bandas áridas cuando los pantanos no están llenos al cien por cien de su capacidad, y afectando muy negativamente a buena parte de la fauna invertebrada e ictícola del río.

La segunda característica que define este espacio natural jienense lo componen sus característicos afloramientos rocosos constituidos por grandes bolos de granito amontonados en llamativos berrocales desordenados. Esto se debe al afloramiento en la región del conocido como Batolito de los Pedroches, que presenta una longitud de unos 200 kms. y que ocupa buena parte de la zona sur de la sierra de Andújar. Aunque por superficie ocupada destacan las pizarras y cuarcitas -principalmente en el centro y norte del parque-, es el granito el que el visitante podrá observar mayoritariamente, dado que ocupa la zona sur del mismo, donde se concentran la mayor parte de las escasas infraestructuras turísticas del mismo (senderos, miradores, merenderos, pistas susceptibles de ser transitadas, etc).




Vegetación y roquedos componen un tándem perfecto para proveer abrigo seguro a numerosas especies vertebradas, tanto para descansar con tranquilidad como para sacar adelante a su descendencia con la seguridad necesaria que proporciona un buen refugio. A poco que observemos con detenimiento estas áreas lo podremos comprender fácilmente.

La tercera y última particularidad que carateriza al conjunto del parque y, probablemente, la que más afecta al deseable desarrollo turístico de este espacio, es la proliferación de kilómetros y kilómetros de mallado cinegético que llega, no solo a compartimentar a la fauna de mayor porte, condicionando muy gravemente su libre circulación y afectando por lo tanto muy negativamente a su comportamiento y a las relaciones inter e intraespecíficas, sino que incluso convierte en imposible casi cualquier desplazamiento turístico por el mismo. Tal es así, que solo se puede calificar de minimalista la existencia de lo que la Administración ostentosamente denomina "red de senderos del parque", dado que en realidad la mayoría de ellos son simples pistas para vehículos en las que el turista camina encerrado entre dos vallados cinegéticos sin posibilidad de poder pisar una brizna de hierba, subirse a un bolo de granito o asomarse al reflejo de algún arroyo. Estas cercas de alambre representan un serio impedimento para que el ciudadano pueda disfrutar de ese patrimonio natural que la Administración le gestiona sin demasiado acierto. Y allí donde no hay alambre enjaulándonos en el interior de las pistas de tierra, los propietarios te recuerdan insistentemente y casi de manera obsesiva y compulsiva, con carteles cada pocos metros, que lo que hay más allá de la cuneta es propiedad privada y que te está vetado.







En algunos de estos grandes cercados de cientos de hectáreas se tiene a bien abrir pequeñas aberturas para que los mamíferos de mediano porte puedan pasar de un lado a otro con comodidad, aunque estos son los que menos lo necesitan, dado que ya pasan por entre la propia alambrada, como en el caso del lince, que lo hace con extraordinaria soltura y habilidad.


Con todo, el mayor atentado contra la biodiversidad del lugar lo supuso la reciente e irrefutable desaparición del mayor depredador de la península ibérica, el lobo, que fue perseguido en estas intrincadas serranías de manera implacable durante siglos (exactamente con el mismo encono que en el resto de la península) hasta que en años muy recientes el desenlace fue definitivo, y quién sabe si, además, irreversible. La dolorosa pérdida del cánido para gran parte de la sociedad, no representó sino un alivio para la administración andaluza, que nunca hizo nada por su conservación y que permitió con su inacción el furtivismo más desenfrenado contra él, con armas, lazos, cepos y veneno; antes para proteger al ganado doméstico, y luego para evitar que se alimentara del "ganado silvestre". Que la especie estuviera protegida por la Ley desde hacía cuatro décadas y que su responsabilidad les obligara a hacer efectiva esa protección, no significó nada para los gestores de nuestro medio ambiente; era una patata muy, muy, muy caliente, y su extinción total significó para ellos un problema menos.

No es más que escarnio a la sociedad que sean ellos ahora los que, irónicamente, dirijan el "LIFE-El lobo en Andalucía: cambiando actitudes", quién sabe si por el simple y deleznable interés de acceder al dinero que llega de la UE para la conservación de la biodiversidad, y persiguiendo también, ¿por qué no?, un lavado de imagen que no cuela ante una sociedad mayoritariamente conservacionista, pero que no es tonta. ¿Un LIFE para ustedes? ¿para qué, señores? ¿para llenarse la boca con verborrea hipócrita haciendo ver ahora a los votantes que es una especie imprescindible en el ecosistema, cuando fueron ustedes los que consintieron su extinción? Señores, tuvieron mucho tiempo para trabajar en favor de la especie, pero prefirieron mirar para otro lado y ponerse de perfil ante la masacre que sufrió hasta su total erradicación de Andalucía. No nos cuenten ahora milongas, intentándonos hacer creer que quieren que regrese el lobo a esta comunidad autónoma. Si lo quieren de verdad, cambien, como dicen en su web, la percepción social que se tiene de este animal en el medio rural y después, directamente, tengan los arrestos que hay que tener y trasloquen ejemplares del norte de España donde se les tirotea y persigue con odio y rencor como no se hace con ninguna otra especie. Indulten a un puñado de esos lobos, ya sentenciados por las otras patéticas y lobicidas administraciones españolas donde aún campea la especie y se les gestiona a tiro limpio, y libérenlos en Sierra Morena. Amnistíenlos. Pero no, esto nunca lo harán, lo sabemos todos. Se limitarán a seguir cobrando dinero de todos los europeos para emplearlo en acciones huecas y palabrería más que barata. Parece una burla que sigan utilizando su imagen como símbolo de una naturaleza salvaje inalterada, o seguir leyendo en sus folletos turísticos sobre la existencia aún de algunos ejemplares en el norte de la sierra cuando ya todos sabemos que solo es una mentira más, no existen lobos desde hace unos pocos años en Andalucía y ustedes lo saben. Decirlo una y otra vez no va a hacer que revivan, y se transforma solo en otra mofa más respecto del turista ingenuo que lea sus publicaciones.

Buena prueba de ello es la propia página web del "LIFE-El lobo en Andalucía: cambiando actitudes", donde no podemos encontrar ni una sola medida implantada sobre el terreno, o que se vaya a realizar en un futuro próximo o lejano para conservar la especie; ni trabajos de campo, ni censos, ni estimas poblacionales, ni nada que sustente la existencia actual de la especie, solo medidas de educación ambiental tendentes a cambiar esa percepción que los sectores rural y cinegético tiene de un lobo que ya no existe. Percepción contra la que la propia Administración nunca luchó. Y no pueden implementar medidas de campo, como sí se hizo y se sigue haciendo con el lince, el águila imperial o el quebrantahuesos y otras especies en peligro de extinción, porque simplemente no queda ningún lobo al que ayudar en el campo andaluz, ni posibilidades de que lleguen y se establezcan de manera natural, al menos a corto y medio plazo. ¿Quieren cambiar la percepción que del lobo existe en el medio rural? adelante, pues, es una medida necesaria, desde luego, al menos allí donde quedan ejemplares o en donde pueden regresar de modo natural, pero sean sinceros desde el principio y adviertan que será de cara a una hipotética vuelta de la especie a Sierra Morena, no vengan engañando ni a la sociedad ni a quienes aportan financiación para el LIFE con respecto de la actual extinción del lobo en Andalucía.

Dejando a un lado el punto de inflexión que supone hablar de estas dolorosas cuestiones relacionadas con las afecciones que se infligen al medio ambiente en Sierra Morena -pero sin olvidarnos de ellas y siendo conscientes plenamente de su existencia-, continuamos con el repaso que veníamos haciendo respecto de los valores ambientales de la comarca. Y como exponentes claros de esa relevante biodiversidad no podemos dejar de mencionar la sorpresa que encarnan las grandes rapaces ibéricas que a menudo se dejarán observar planeando sobre nuestras cabezas. Águilas reales (Aquila crhysaetos) e imperiales (Aquila adalberti) serán las observaciones más codiciadas, aunque serán nuestras necrófagas más habituales, buitres negros (Aegypius monachus) y leonados (Gyps fulvus), las que más a menudo se dejen contemplar. Por su parte, alimoches (Neophron percnopterus) y cigüeñas negras (Ciconia negra), dos verdaderas joyas de nuestra fauna alada, ambas migradoras que pasan los meses invernales en el continente africano, también nos regalarán sus vuelos a su regreso a la península.

El compendio de seres vivos y paisajes que dan cuerpo al Parque Natural Sierra de Andújar, y las posibilidades que presenta para la observación de gran parte de su fauna y el disfrute de dichos paisajes -aunque sea con las limitaciones de hacerlo desde detrás de un mallado cinegético-, hacen de él un lugar digno de ser visitado en numerosas oportunidades, aunque en especial en invierno y primavera, cuando heladas y nieblas aportan más belleza si cabe a estas vallejadas.






El paisaje que vemos a nuestro alrededor es, obviamente, el resultado de los usos que el hombre ha hecho del entorno a lo largo de muchos siglos explotando sus recursos. Estos aprovechamientos tradicionales han venido evolucionando con el paso de los años, y mientras unos se han rarificado, otros se han desarrollado exponencialmente. La apicultura es un claro ejemplo de ello ya que si en siglo XVII Andújar llegó a contar con más de 40.000 colmenas, este número se redujo hasta menos de las 9.000 en los siglos siguientes, volviendo en los últimos tiempos a protagonizar un importante crecimiento y protagonismo, sumando en la actualidad las 20.000 colmenas en el interior del parque.

Por su parte, la vocación ganadera de Sierra Morena, y por extensión del Parque Natural Sierra de Andújar, se debe a sus condicionantes físicos que la hacen poco proclive a hacer una manejo agrícola de la región. Merinas (Ovis orientalis aries), cabras castizas (Capra Aegagrus hircus) y toros de lidia (Bos primigenios taurus) fueron de siempre animales que campearon por el interior del parque, aunque desde mediados del siglo XIX el auge del sector cinegético fue acabando con muchos de estos aprovechamientos ganaderos, que mudaron hacia este nuevo recurso de un modo natural, como si de otra especie de ganado se tratara, esta vez silvestre. En nuestros días pastan por el parque un pequeño puñado de encastes con unos 400 ejemplares de toros de lidia.







Por su parte, el sector turístico también ha cobrado un importante auge en las últimas dos décadas como consecuencia directa del turismo de observación de fauna, algo que el sector tiene que agradecer principalmente a la existencia del lince ibérico. Este tipo de turismo constituye un recurso sostenible siempre que se lleve a cabo con un estricto respeto a la fauna y a la propiedad privada, por lo que se hace necesario un código de conducta autoimpuesto que deberíamos observar escrupulosamente todos los naturalistas que nos acerquemos a los puntos públicos de observación con el deseo de ver al gran gato. No me gustan las restricciones ni las prohibiciones impuestas desde la Administración como mera herramienta de gestión (es más sencillo prohibir directamente que legislar y vigilar), pero está en nuestras manos que ello no sea necesario mediante el seguimiento de unas buenas prácticas en el desarrollo de nuestra actividad.


Sería un error no recordar que, aparte de este turismo de observación, el parque oferta una, más que pobre yo diría que exigua y claramente insuficiente, red de senderos que nos permitan en alguna medida caminar y estirar las piernas al tiempo que conocemos mejor el entorno del propio parque. De hecho, el senderismo podría llegar a ser un magnífico reclamo para la comarca, mucho más importante de lo que es en la actualidad de cara a seducir a ese turismo sostenible que tanto se valora hoy en día. Bastaría con que se lo planteara con seriedad la propia Administración del parque, dado que, con más de 74.000 ha, tiene espacio más que suficiente para crear una verdadera red de senderos que nos permitiría a los visitantes conocer y "vivir" de verdad el entorno, y a la vez disfrutar de él sin sentirnos encerrados entre alambradas cinegéticas, como si fuéramos auténticos delincuentes de los que fuera necesario proteger al campo.

Y cuando hablo de senderos empleo la literalidad de la palabra, olvidándonos de las pistas de coches a las que la dirección del parque se empeña en calificar como senderos, no siéndolo. Esto es incluso más sencillo de conseguir si tenemos en cuenta que la Administración es propietaria de dos amplias fincas públicas (Lugar Nuevo y Selladores-Contadero), por lo que la dificultad que conlleva que buena parte del territorio sea de titularidad privada se minimizaría.

Esto se entenderá un poco mejor si comprobamos que en el propio buscador de la web de la Junta de Andalucía aparecen señalados 19 senderos en el Parque Natural Sierra de Andújar. Sin embargo, de ellos solo 9 están realmente dentro del mismo, por lo que no deja de ser realmente inaudito que incluyan dentro de su red de senderos del Espacio Natural Protegido caminos y pistas que ni rozan el parque y que pueden estar incluso lejos del mismo. Parece una broma, pero no lo es. De aquellos que sí están dentro de sus límites, dos en realidad son uno solo: el camino romero de subida a la Virgen de la Cabeza desde Andújar que, curiosamente, lo dividen en dos tramos, el de San Ginés a Lugar Nuevo, más el de Lugar Nuevo al santuario. Otros dos más no se pueden calificar como senderos, ya que uno tiene solo 600 m. (Mirador del Rey), y el otro apenas 700 m. (Mirador del Coscojar), lo que vuelve a parecer otra broma de mal gusto. Una quinta ruta es una pista de coches de poco más de 2,5 km junto a las mesas y barbacoas del área recreativa del Encinarejo (¡¡qué vergüenza da leer en su web que "Se trata de un sendero que está DISEÑADO en torno al Río Jándula"!!; señores, es la pista que va a la presa, no hay diseño de ningún tipo, y menos aún un sendero). La sexta ruta vuelve a ser otra vez una pista de coches flanqueada por vallado del que uno no puede salir (El Junquillo). Otro sendero más roza los ridículos 2 km. desde el santuario al área recreativa del Jabalí, y que debería unirse al que procede del Encinarejo hasta el mismo área recreativa formando en realidad, de nuevo, uno solo (del Encinarejo al Santuario). Y por último el sendero de Cuatro Términos que, esta vez sí, estando en el interior del parque se puede calificar como tal. En resumen, solo esta última ruta, la del Camino Viejo al santuario y la que uniría El Encinarejo con el santuario se pueden calificar realmente de senderos. Tres en todo el parque natural (tres que para ellos son cinco). Lamentable. Pero lamentable sobre todo la broma que supone intentar hacernos colar como senderos las pistas de tierra, varias de ellas fuera del Parque Natural Sierra de Adújar. En fin...

A este puñado de rutas en el interior del parque debemos añadir el GR-48 que, pasando por el santuario de la Virgen de la Cabeza desciende hacia Marmolejo procedente de las Viñas de Peñallana, realizando una buena kilometrada por carretera, como si no hubiera campo para poder evitar el asfalto.



Sin embargo, somos unos convencidos de que sí es posible compaginar la dedicación de la actividades tradicionales y el respeto a la propiedad privada de las fincas, con el desarrollo de otro tipo de turismo que posibilite el conocimiento real de todo el entorno del parque, un turismo sostenible, amante de la naturaleza y respetuoso con ella. No se nos puede ni se nos debe prohibir el acceso por ejemplo a las fincas del estado, lo que es como decir nuestras fincas, y se hace imperioso identificar públicamente todos y cada uno de los caminos de acceso público que el turista no puede conocer, facilitando así el trasiego por ellos y haciendo valer nuestros derechos frente a la usurpación de los mismos por parte de los propietarios de las fincas.

Dejando esta cuestión tan surrealista a un lado, al conocer la sierra de Andújar todos comprendemos que el principal uso al que está destinado el parque en nuestros días no es el turístico, sino el cenegético. Enormes extensiones del territorio se han transformado en descomunales cercados en los que los ungulados pueden parecer libres, cuando en realidad no lo están. La estrella es, desde luego, el ciervo (Cervus elaphus), objeto principal de los deseos de muchos gatillos.









Acompañando al ciervo podemos ver otros ungulados, entre los que destacan el hermosísimo gamo (Dama dama), que no desmerece en absoluto del poderoso ciervo. Su elegancia y su espectacular cornamenta los convierten también en un objetivo codiciado por los cazadores.



En mucho menor número podemos cruzarnos también con los muflones (Ovis orientales musimon) parientes cercanos de nuestras ovejas, desconfiados y huidizos.




Y por último, si nos movemos por enclaves concretos también completarán nuestro listado de observaciones las cabras monteses (Capra Pyrenaica hispanica) con las que se han empezado a repoblar algunas fincas.




Sin embargo, no son estos ungulados ni los jabalíes -pendientes aún de poderlos fotografiar en Sierra Morena- la pieza más importante del puzzle que da forma al sistema ecológico que denominamos monte mediterráneo. Es cierto que su relevancia puede ser muy grande, en especial con respecto a las afecciones que podría llegar a suponer su herbivoría para la comunidad botánica, pero no personifican la pieza clave del ecosistema. Como supongo que todos sabemos ya desde los documentales del Hombre y la Tierra, si hay un animal que sin lugar a dudas representa la ficha fundamental de la que depende por completo el equilibrio y la armonía en el sistema natural mediterráneo, ese es el conejo (Oryctolagus cuniculus).




Presa fundamental para diversos depredadores de la península ibérica, ha sido objeto de numerosos estudios y labores encaminados a su protección y conservación. Dos enfermadades son la causa directa de su reducción hasta unos números que se vuelven trágicos para las especies que se alimentan de él. Primero la mixotmatosis y luego la hemorrágico vírica han llevado a sus poblaciones a mínimos peligrosos. Aunque ya no es posible ver en Andújar tantos trabajos de mejora de la especie, aún podemos encontrar majanos en el interior de algunas fincas, construidos con distintas técnicas para facilitar un poco la vida del conejo. Bajo estas líneas unos majanos artificiales elaborados con montones de leña procedentes de las podas de las encinas, y que son utilizados como refugio para los conejos o incluso como vivares.



Bebederos, siembras para que tengan alimento, clareos del matorral, repoblaciones, vacunaciones, etc, fueron durante un tiempo labores fundamentales para facilitar el aumento de sus poblaciones como herramienta imprescindible para que el lince ibérico y el águila imperial salieran de la UVI en donde se encontraban. Si bien el águila imperial parece estar alejándose de aquel bache, colonizando de manera natural muchos de los territorios que le pertenecieron en el pasado en diversas provincias del centro y sur peninsular, el lince, sin embargo, aún habiendo aumentado sus cifras gracias a los programas de conservación alimentados con fondos públicos, continúa estando en una situación peligrosa. Y el factor fundamental es la baja densidad de conejo en grandes áreas de la península.

Sin llegar a tener la relevancia que tiene el conejo como base de la cadena trópica en el ecosistema del bosque mediterráneo, la perdiz (Alectoris rufa) también forma parte de la despensa del gran gato (y de otros muchos depredadores, obviamente), y no es extraño que en Sierra Morena le de caza con una relativa asiduidad.






Y todos estos esfuerzos de conservación han estado destinados a la especie estrella del Parque Natural Sierra de Andújar, el lince ibérico (Lynx parninus). Este animal es el objeto de todos los desvelos de los naturalistas que nos acercamos hasta estas sierras cada año. La descomunal cifra de más de 37 millones de euros que llevamos empleados en su recuperación mediante proyectos LIFE, han conseguido lo que al principio parecía imposible, conjurar su inminente extinción. Se evitó lo que parecía inevitable, con mucho dinero encima de la mesa (seguro que no todo bien empleado) y el apoyo decidido de las administraciones, los investigadores y los propietarios de las fincas cinegéticas. Mucho dinero, sí, que desde luego no tienen otras especies que se encuentran en situaciones igual de lamentables, y que por supuesto tampoco reciben grupos sociales marginados y marginales que sobreviven en el más que evidente desamparo. Esto nos debería replantearnos algunas cuestiones, pues destruir para luego reconstruir no es ni lógico ni, obviamente, económico.


¿Es necesario emplear tantos esfuerzos humanos y económicos en salvar una sola especie? Desde luego la respuesta es un sí rotundo. No puede ser de otra forma. El lince ibérico se ha convertido en un icono de la conservación en Europa y en el mundo; el proyecto de recuperación ha trascendido mucho más allá de nuestras fronteras, y los recursos empleados han sido fundamentales para conseguirlo. El cambio de tendencia en la situación del lince ibérico es un ejemplo de conservación que se estudia a nivel mundial. Nuestro mayor felino se ha convertido en una especie "paraguas", algo que hemos oído en centenares de ocasiones. No es la única especie emblemática en soportar esa responsabilidad. Muchas de ellas llevan detrás un enorme esfuerzo de conservación, y mantener en buen estado sus poblaciones significa proteger la buena salud de otras muchas especies que cohabitan con ellas.

Como quiera que prácticamente no existen senderos por los que caminar dentro del Parque Natural Sierra de Andújar, no resultará sencillo toparnos con indicios de la presencia del felino. Pero trasteando por unos sitios y otros, será posible localizar algunos de sus excrementos si vamos muy atentos,




con sus rastros y huellas,



e incluso con las marcas dejadas por sus dedazos tras mover la tierra para enterrar sus deposiciones,


o con los restos de alguna de sus cacerías, como esta perdiz que pasó a mejor vida, con los raquis de sus plumas cortados por los incisivos del gato.


Antes o después, los que lo buscan lo acaban encontrando, el gran felino de la Europa mediterránea, de pelaje moteado, termina por dejarse ver, se deja querer. Acechando junto a un lentisco, alejándose de nosotros, paseándose por delante o mirándonos directamente a cámara.



Dará igual, observar al felino más grande de la península será la guinda del pastel para quienes lo busquen, pero será solo eso, la guinda; nunca será lo único importante de nuestra visita a estas sierras jienenses. Y si alguien lo piensa así se equivoca. Me produce profunda tristeza que un amante de la naturaleza y la fauna no comprenda que lo más transcendental es el todo, la experiencia completa de conocer este entorno, con sus inconvenientes y sus obsequios, lo bueno y lo malo, lo interesante de observar a todos sus habitantes y comprender la importancia que cada uno de ellos ostenta en el ecosistema, desde la más pequeña curruca a la descomunal águila imperial.

Andújar es mucho más que el lince.




Nota: Todas las imágenes de este post están obtenidas en el propio Parque Natural Sierra de Andújar o en su área de influencia, excepto las dos fotografías del río Yeguas, como se indica en el texto. Todas, además, están realizadas desde pistas forestales o senderos públicos, como no podía ser de otra manera. Todas ellas se muestran sin recortes ni reencuadres, en su formato original, siendo la última toma del gato la captura de pantalla de un archivo de vídeo.