Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.
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20 de noviembre de 2013

Caminando por la estrecha línea sinuosa

Camino por la estrecha línea sinuosa que hace más humana la sierra. Serpenteante, cubierta de hojas marchitas desprendidas de castaños y robles, la línea me transporta a un estado de bienestar y paz que no encuentro en la ciudad. Se desliza por el fondo del valle. A los lados escucho el vocerío hueco de los realeros y el monótono ladrido de sus podencos provocando el pánico en lo alto de las laderas, cubiertas de alcornoques, madroños y carrascos. El bosque, por lo demás, está en silencio, húmedo y saturado por las lluvias, tapizado de setas que emergen entre la hojarasca y de blandos musgos que cubren por igual grandes rocas, vallas de piedra y troncos de árboles. No camino solo por esta estrecha línea sinuosa. Junto a mis pasos están los de un puñado de amigos, que caminan junto a mí, a mi lado. Sin prisas, disfrutando de la conversación y la compañía, del paisaje y el otoño. De este día nublado de mediados de noviembre.






28 de abril de 2013

21.097 metros

Media maratón de Ciudad Rodrigo, esta mañana. Seiscientos participantes. 4º C de temperatura en el momento de la salida. Buena organización y mejor ambiente. Huevos fritos, farinato, paella y mucho más. Mi personal visión de la carrera. Movimiento. Un gran esfuerzo, mucha motivación, más entrenamiento y obstinación están detrás de cada cara de sufrimiento, de cada zancada.











13 de abril de 2013

Quemando kilómetros

Presiono un botón del lector de Cds y apago la música, quedándonos en silencio en el interior oscuro de la cabina de nuestra camper. Los críos atrás se han dormido hace mucho rato ya, y nosotros vamos conduciendo cansados tras haber pateado durante buena parte de la jornada casi una veintena de kilómetros de monte con sus más de setecientos metros de desnivel. Conducimos ahora casi en silencio, casi sin cruzar palabra. Yo escucho el sonido monótono del vehículo sobre el asfalto, el rodar del caucho sobre la superficie lisa de la cinta gris de la autovía. Me sumerjo en el zumbido sordo de nuestro propio circular sobre la brea, y en el del viento al chocar violentamente contra la carrocería. Veo pasar luces y reflejos.

Mientras ella conduce, yo disparo con la cámara a los carteles, a los cruces, a los vehículos que nos adelantan o adelantamos, a las gasolineras, a los pueblos lejanos, a los bolardos de plástico verde de las desviaciones y salidas. Apunto, varío manual y velozmente tanto la distancia focal del zoom como el enfoque según se acercan a gran velocidad flechas pintadas de reflectante blanco sobre la carretera, y aprieto el botón disparador sobre ellas sin pensarlo, pues un par de segundos después ya las habremos engullido bajo el vehículo. Espero a las siguientes flechas que se intuyen apareciendo como fantasmas del fondo negro. Y pasan así los kilómetros. Y pasan así los minutos. Y pasan las horas desde que dejáramos la pista de tierra tres provincias más atrás. Aparecen delante nuevas luces y destellos, pasan y se pierden a nuestra espalda en la oscuridad de la noche.

Y nosotros seguimos quemando kilómetros.












9 de abril de 2013

Caminando

Camino porque lo necesito. Porque caminando veo más allá de lo cotidiano. Porque siento la tierra bajo mis pies y el aire en la cara. Porque aprendo de lo que me rodea. Porque me gusta partir hacia alguna parte. Porque me deleita observar, siempre un poco más allá. Porque puedo alcanzar lugares a los que, por fortuna, aún hoy en día solo se puede llegar andando con esfuerzo. Porque puedo compartir la senda con otros caminantes. Porque me ayuda a conocerme y crezco. Porque me da paz. Porque me hace ser más humilde que en la ciudad.

Camino porque caminar forma parte esencial del ser humano, de ese ser nómada y vagabundo que un día se irguió sobre dos piernas y partió de África arrastrado por la necesidad de ver más allá de lo cotidiano, de sentir la tierra bajo sus pies y de aprender de lo que le rodeaba, embriagado por observar siempre un poco más allá.

Un paso. Y otro paso. Y otro paso más. Caminar. Caminar. Caminar. Nuestras vidas no son si no caminos, y yo no pienso detenerme en el mío. Por eso camino.











6 de febrero de 2013

Como un ritual ancestral

7:28 a.m.
Aún muy de noche, saltamos los cañizos como ladrones de ganado y nos metemos entre las ovejas del rebaño, buscando. Comenzamos a separar los corderos más jóvenes y pequeños, aquellos para los que la jornada que aún no ha comenzado sería demasiado dura. Ellos se quedarán aquí de momento. Junto a ellos, separamos una treintena de ovejas viejas, a las que, a lo largo de la mañana, un camión recogerá para llevarlas directamente al matadero.





8:04 a.m.
El resto del rebaño, compuesto por unas seiscientas cabezas de ganado, está listo para comenzar a caminar cuando clarean las primeras luces del alba. Abrimos el redil y salen disparadas como una marea líquida, fluida; como un río de materia blanda con pezuñas; como una mancha gris que se esparce y desparrama por la vaguada. En la hierba escarchada van quedando los rastros de nuestros pasos por las amplias praderías que ya no volverán a pisar. Esquilas y balidos resuenan a nuestro alrededor y ya no nos abandonarán hasta el final del día. Como una figura informe, el rebaño se mueve cambiando de forma constantemente. Parece un organismo formado por cientos de organismos independientes, más pequeños. Comienzan a pasar los primeros kilómetros al tiempo que el sol se levanta por el horizonte y sus cálidos rayos suavizan la fría mañana.






09:53 a.m.
Paso a paso, nos adentramos por las calles de la ciudad, escoltados por un par de vehículos de la policía municipal, y ante la sorpresa de los caminantes y las sonrisas de la gente. Multitud de miradas nos observan desde ventanas y balcones, enfundadas aún en sus pijamas. Los móviles no paran de sacar fotografías. Entre tanto, las ovejas, extrañadas, buscan un hueco en cada bocacalle, en cada cruce. Se miran en los reflejos de los escaparates y constantemente se paran y dudan. Cinco años sin salir de las mismas praderas hacen que, en esta ocasión, el traslado esté siendo más lento y laborioso. Pero van quedando atrás las calles y los edificios, primero, y después las naves del polígono y las urbanizaciones de la periferia, hasta que finalmente llegamos a nuevos caminos, con rastrojeras y cunetas. El rebaño se tranquiliza al mismo tiempo que el cansancio va haciendo mella en él. Ahora van solas, no hay que bregar con ellas, apenas.








15:35 p.m.
Hacemos el último de los descansos de la jornada. Los corderos han venido caminado todos juntos en la cola del grupo, como si fueran una pandilla de amigotes. Van muy cansados y en cuanto tienen oportunidad se tumban, siendo varios los que acabamos subiendo al vehículo que nos acompaña. Van restándose los kilómetros por delante y sumándose por detrás. Ya son pocas las carreteras que deberemos aún cruzar. El paisaje comienza a cambiar, e intermitentemente empezamos a atravesar maizales recogidos sobre los que se abalanzan las ovejas en buscan de mazorcas abandonadas. El declinar del sol nos indica la proximidad del descanso y las piernas entumecidas nos advierten que quieren parar.






18:39 p.m.
Por fin, llegamos todos sanos y salvos a la nueva ubicación del redil. El ocaso nos regala de nuevo con un horizonte cargado de cálidos colores pastel y rosas, igual que lo hizo al alba. Algunas de las ovejas buscan con ansia a aquellos corderos chiquitillos que separáramos antes del amanecer y que han venido en un vehículo directamente hasta aquí por la mañana. Se reúnen para amamantar y ser amamantados. Los perros pueden ahora descansar tras su duro trabajo, en lo que, sin duda, ha sido una larga sesión en la que no han cejado de correr de un lado a otro del rebaño.

Es ya noche cerrada cuando nosotros abandonamos el lugar. Atrás dejamos una larga y fatigosa jornada, en la que hemos dejado bajo nuestros pies casi treinta kilómetros al ritmo del rebaño, en un ritual ancestral que se repite en nuestros campos desde que el ser humano domesticó al ganado.

Mañana será un nuevo día.