Sí, esta es la foto de mi fracaso, y tiene ya varios meses. Tras ver la entrada en el blog de mis amigos de Iberiabird sobre el elanio azul (Elanus caeruleus), no me he resistido a enseñaros esta foto -más por el placer de volver a ver de nuevo en este cuaderno esos increíbles ojos rojos que por cualquier otra motivación- que es el triste resultado de lo que es un nuevo fiasco fotográfico en lo que va de año. Fiasco si tenemos en cuenta que el producto de las esperas en el interior del hide no ha dado más resultado positivo que esta única fotografía, no así por el disfrute que en cualquier caso ha estado asegurado. Y sí, esta única foto es todo lo que he podido obtener de varias tardes delante de uno de los posaderos habituales de mi pareja de elanios, ese posadero que ya conocéis de la temporada anterior y que tan buenos momentos me ha deparado. Pero esta vez no tuvieron a bien posarse en la parte limpia del mismo quedando ocultos tras el follaje, o si lo hicieron fue en una ocasión y durante apenas un segundo, tiempo que fue suficiente para realizar una ráfaga de cinco disparos. El azar y la casualidad hicieron que en ninguna de las ocasiones ni los dos preciosos progenitores ni ninguno de los tres nuevos retoños que han sacado adelante en este 2014 se posaran a comer tranquilamente sus topillos en este posadero (usan habitualmente cinco o seis distintos) ¡Qué se le va a hacer! habrá que seguir insistiendo, este año o el que viene. O el siguiente, quién sabe.
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23 de agosto de 2014
25 de septiembre de 2013
Los primeros vuelos
Se acaba el tiempo estable y los cielos azules a finales de este septiembre de 2013. En nuestras observaciones de la pareja de elanios -de la que ya habéis visto una entrada hace unos pocos días-, veíamos reiteradas cópulas y el transporte de pequeñas ramitas, lo que nos hacía pensar en una hipotética nueva puesta, realmente muy tardía. Aunque se pueden encontrar estas reproducciones a finales de temporada (conocemos algún caso en octubre), nos parecía demasiado forzada para que pudiera prosperar esta segunda nidada, pues con un mes de incubación y otro de estancia en el nido, los pollos deberían comenzar a volar como pronto a mediados de noviembre, lo que no vaticinaba un final feliz. Pero hace tan solo unos pocos días se desveló el misterio. Cópulas y aporte de ramas al nido no suponían en realidad una nueva puesta, sino parte del proceso habitual de la ya existente, pues en alguna encina cercana pollos ya grandes estaban a punto de abandonar el nido, y tanto el macho como la hembra permanecían lejos de él cazando. Y por fin, hace apenas unos días, tres preciosos polluelos volantones iniciaban sus primeras aventuras fuera de la protectora encina que les había servido de hogar durante aproximadamente un mes.
Hoy por la mañana, a pesar del pronóstico de tiempo inestable y la consecuente incertidumbre sobre el cielo, me acerqué para intentar retratar a estas bellezas aladas. Muy de madrugada, una buena luna que iluminaba el campo y algunas estrellas en el firmamento me hacían cobrar esperanzas de que el cielo amanecería de un bonito color azul. Pero a medida que clarea, un manto de neblinosas nubes lechosas van cubriendo el paisaje y estropeando las fotografías de estas pequeñas aves cazadoras. Aún así no importa, nadie me quita el lujo de disfrutar de los primeros albores de la jornada y de estos pequeños revoltosos.
Con las primeras luces, dos de los hermanos se posan juntos mientras el tercero lo hace no muy lejos. Incluso por un momento, más avanzada la mañana, uno de los pollos se deja fotografiar con un cielo de fondo que recuerda vagamente al azul de hace unas semanas.
Ahora la cuestión es cuánto tiempo van a permanecer junto a sus padres en el cazadero. Espero que nos volvamos a ver pronto, con mejores cielos y buenas luces de amanecer y atardecer, pasadas ya las próximas jornadas, que vienen cargadas de los chubascos de una borrasca atlántica.
Me alejo del lugar, no sé por cuantos días, mientras alguna avutarda se enseñorea a lo lejos. Alcaudones y papamoscas se apartan del rum-rum del coche mientras pienso en el futuro que les espera a estos tres jóvenes elanios.
Hoy por la mañana, a pesar del pronóstico de tiempo inestable y la consecuente incertidumbre sobre el cielo, me acerqué para intentar retratar a estas bellezas aladas. Muy de madrugada, una buena luna que iluminaba el campo y algunas estrellas en el firmamento me hacían cobrar esperanzas de que el cielo amanecería de un bonito color azul. Pero a medida que clarea, un manto de neblinosas nubes lechosas van cubriendo el paisaje y estropeando las fotografías de estas pequeñas aves cazadoras. Aún así no importa, nadie me quita el lujo de disfrutar de los primeros albores de la jornada y de estos pequeños revoltosos.
Con las primeras luces, dos de los hermanos se posan juntos mientras el tercero lo hace no muy lejos. Incluso por un momento, más avanzada la mañana, uno de los pollos se deja fotografiar con un cielo de fondo que recuerda vagamente al azul de hace unas semanas.
Ahora la cuestión es cuánto tiempo van a permanecer junto a sus padres en el cazadero. Espero que nos volvamos a ver pronto, con mejores cielos y buenas luces de amanecer y atardecer, pasadas ya las próximas jornadas, que vienen cargadas de los chubascos de una borrasca atlántica.
Me alejo del lugar, no sé por cuantos días, mientras alguna avutarda se enseñorea a lo lejos. Alcaudones y papamoscas se apartan del rum-rum del coche mientras pienso en el futuro que les espera a estos tres jóvenes elanios.
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6 de septiembre de 2013
Control biológico de plagas
Clarea suavemente un nuevo amanecer cuando ya llevamos cerca de media hora sentados dentro del hide, esperando. El elanio azul (Elanus caeruleus) es una rapaz que gusta de cazar con las primeras luces del alba, lo que nos obliga a madrugar mucho para estar instalados en el lugar cuando todavía es noche cerrada. Y dicho y hecho, no ha amanecido aún cuando, entre luces y sombras, llega furtivamente un miembro de la pareja a uno de sus posaderos habituales con el primer topillo de la jornada entre las garras. Inmediatamente se dedica a la tarea de desayunarlo, despeluchándolo y engulléndolo a grandes trozos. Tarda solo unos pocos minutos en despachárselo, tras lo cual reposa tranquilo en la rama podada de la encina, observando cómo salen los primeros rayos de sol.
Unos minutos después desaparece en busca de más comida, al tiempo que la luz se va volviendo más fría y la temperatura más cálida. El posadero no permanece mucho rato vacío, y nosotros no tenemos mucho tiempo para distraernos por las ventanucas de nuestros escondrijos. Poco tiempo después aparece de nuevo uno de los elanios con otro ratón. Y después vienen con otro más, y con otro, y otro. Intento imaginar los que, además, se comerán en cualquiera de los otros posaderos que mantienen en las cercanías y que no se encuentran al alcance de nuestra vista desde la posición en la que nos encontramos camuflados.
Una vez comida la presa emplean un rato en acicalarse meticulosamente, prestando especialmente atención al pico -ganchudo y extremadamente afilado y largo-, el cual frotan repetidamente contra la corteza de una rama para limpiarlo de restos de pelo y sangre. En ocasiones, cuando se han comido el ratón en otro posadero, regresan a este en concreto para limpiarse el pico en su rama, lo que nos permite observar que mantienen una serie de costumbres que los hace previsibles, algo que puede resultar muy útil para el trabajo fotográfico. Después del pico le toca el turno a las garras, a las cuales libran de cualquier resto de alimento con la ayuda del pico.
El elevado número de topillos capturados nos hace pensar y calcular en el volumen tan formidable de micromamíferos que pueden llegar a eliminar en el transcurso de un año, con el período reproductor de por medio, y teniendo que alimentar a cuatro o cinco insaciables, hambrientos y exigentes polluelos. En estas fechas en las que sus vástagos hace mucho tiempo que se independizaron, la pareja sigue manteniendo frecuentes cópulas y compartiendo sus cazaderos y posaderos. Así pues, por la mañana fácilmente podremos observar cómo se zampan entre el macho y la hembra al menos cinco, seis o siete pequeños roedores antes de relajarse y dedicar más tiempo a descansar, observando y defendiendo si fuera necesario su cazadero. Así pasan las horas centrales del día, a veces muy calurosas a estas alturas de finales del verano. Esta ausencia o disminución de acciones predatorias en el meridiano de la jornada probablemente sea la respuesta a la mayor inactividad de topillos y otros pequeños roedores en los momentos centrales del día.
Imperceptiblemente el sol ha ido dibujando su arco diario en la bóveda celeste y las luces de un nuevo atardecer vuelven a calidecer las imágenes que el fotógrafo va buscando. Nuestra pareja de elanios azules reactiva sensiblemente su actividad y de nuevo se emplea a fondo en la captura de nuevas presas, mientras nosotros cruzamos los dedos para que decidan comerlas en el posadero que nosotros vigilamos. Dentro de nuestro habitáculo nos ponemos el forro polar nuevamente y esperamos con ansiedad que tengan a bien posarse una última vez con los últimos rayos del sol. Y no nos fallan hoy tampoco. Tan solo cuatro minutos posado, suficiente para irnos a casa con el recuerdo imborrable de haber compartido con estos infalibles controladores de plagas unas cuantas jornadas inolvidables. Cuatro minutos suficientes para marcharnos con la imagen de esos inmensos ojos de intenso rojo sangre grabada en nuestras retinas.
Unos minutos después desaparece en busca de más comida, al tiempo que la luz se va volviendo más fría y la temperatura más cálida. El posadero no permanece mucho rato vacío, y nosotros no tenemos mucho tiempo para distraernos por las ventanucas de nuestros escondrijos. Poco tiempo después aparece de nuevo uno de los elanios con otro ratón. Y después vienen con otro más, y con otro, y otro. Intento imaginar los que, además, se comerán en cualquiera de los otros posaderos que mantienen en las cercanías y que no se encuentran al alcance de nuestra vista desde la posición en la que nos encontramos camuflados.
Una vez comida la presa emplean un rato en acicalarse meticulosamente, prestando especialmente atención al pico -ganchudo y extremadamente afilado y largo-, el cual frotan repetidamente contra la corteza de una rama para limpiarlo de restos de pelo y sangre. En ocasiones, cuando se han comido el ratón en otro posadero, regresan a este en concreto para limpiarse el pico en su rama, lo que nos permite observar que mantienen una serie de costumbres que los hace previsibles, algo que puede resultar muy útil para el trabajo fotográfico. Después del pico le toca el turno a las garras, a las cuales libran de cualquier resto de alimento con la ayuda del pico.
El elevado número de topillos capturados nos hace pensar y calcular en el volumen tan formidable de micromamíferos que pueden llegar a eliminar en el transcurso de un año, con el período reproductor de por medio, y teniendo que alimentar a cuatro o cinco insaciables, hambrientos y exigentes polluelos. En estas fechas en las que sus vástagos hace mucho tiempo que se independizaron, la pareja sigue manteniendo frecuentes cópulas y compartiendo sus cazaderos y posaderos. Así pues, por la mañana fácilmente podremos observar cómo se zampan entre el macho y la hembra al menos cinco, seis o siete pequeños roedores antes de relajarse y dedicar más tiempo a descansar, observando y defendiendo si fuera necesario su cazadero. Así pasan las horas centrales del día, a veces muy calurosas a estas alturas de finales del verano. Esta ausencia o disminución de acciones predatorias en el meridiano de la jornada probablemente sea la respuesta a la mayor inactividad de topillos y otros pequeños roedores en los momentos centrales del día.
Imperceptiblemente el sol ha ido dibujando su arco diario en la bóveda celeste y las luces de un nuevo atardecer vuelven a calidecer las imágenes que el fotógrafo va buscando. Nuestra pareja de elanios azules reactiva sensiblemente su actividad y de nuevo se emplea a fondo en la captura de nuevas presas, mientras nosotros cruzamos los dedos para que decidan comerlas en el posadero que nosotros vigilamos. Dentro de nuestro habitáculo nos ponemos el forro polar nuevamente y esperamos con ansiedad que tengan a bien posarse una última vez con los últimos rayos del sol. Y no nos fallan hoy tampoco. Tan solo cuatro minutos posado, suficiente para irnos a casa con el recuerdo imborrable de haber compartido con estos infalibles controladores de plagas unas cuantas jornadas inolvidables. Cuatro minutos suficientes para marcharnos con la imagen de esos inmensos ojos de intenso rojo sangre grabada en nuestras retinas.
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