En Escandinavia el invierno real llega mucho antes de hacer su entrada el oficial. En pleno otoño ya podemos ver montañas, taigas y tundras completamente nevados, así como bastantes lagos ya congelados. Parece que el campo se vacía, pero no es así. Al menos no por todos sus habitantes. Algunos pocos especialistas resisten los primeros temporales otoñales y permanecen fieles al paisaje. No huyen hacia el sur y las tierras bajas. Algunos incluso se transforman en criaturas distintas para mimetizarse con el invierno, y se vuelven como de nieve.
El lagópodo escandinavo (Lagopus lagopus lagopus) es uno de ellos. Tetraónida igual que los urogallos, gallos lira, gallos de las praderas, grévoles y otras tres especies de lagópodos (y sus numerosas subespecies), son aves hermosas que en invierno mudan su plumaje a un blanco inmaculado. Difíciles de diferenciar en la estación fría de las, también inmaculadas, perdices nivales (Lagopus muta), son aves bellas y delicadas que no dejarán a nadie indiferente. El lagópodo común, al que pertenece la subespecie escandinava, es un habitante habitual de los bosques de abedul de todo el Holártico subpolar, donde se reúne en pequeños bandos para pasar en mejor compañía los duros meses invernales, cuando su alimentación se centra principalmente en yemas de abedules y sauces, como observamos en la siguiente foto.
Pero si algo es destacable en esta ave durante el periodo frío del año es, sin duda, la belleza de su blanco impoluto. Efectivamente, su plumaje críptico durante el resto del año para pasar desapercibido entre la parda vegetación rastrera de abedulares y tundras, se va transformando en una librea blanca a medida que muda el plumaje de cara al inminente invierno. Ya en octubre lo vemos así, casi con el plumaje completamente mudado, y casi sin una pluma que recuerde los viejos tonos marrones barreados, clásicos del estío.