Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.
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28 de marzo de 2018

Rojo sangre y marrón mierda

El caballo cometió un grave error al partirse una de las patas y tuvo que ser sacrificado. Ni que decir tiene que los buitres estuvieron encantados de ello, pues no hubo pasado mucho tiempo desde que mi amigo Rober y yo nos escondiéramos a esperar, hasta que se dejaron caer sobre el lugar los primeros ejemplares de buitre leonado (Gyps fulvus), con sus trenes de aterrizaje desplegados, como pesados "cazabombarderos".

Cinco horas después salíamos del lugar saturados de la frenética actividad que casi cuatrocientos kilos de comida metida en un pellejo duro dan de sí para medio centenar de aves hambrientas, y que nosotros habíamos tenido la fortuna de observar y fotografiar. Las peleas, el bullicio de su griterío, las poses amenazantes, su comportamiento agresivo y acaparador, su actitud belicosa, la furiosa jerarquía impuesta a golpe de picotazo; todo se agolpa en nuestras cabezas y en las tarjetas de nuestras cámaras. Es tal el nerviosismo y la tensión que impregna la atmósfera en esos momentos, que al menos en cinco ocasiones el gran bando de abusones levanta el vuelo espantados por sí mismos, para volver a posarse a los pocos minutos con la urgencia desaforada de atiborrarse el buche hasta rebosar de carne y vísceras. Cuando el iracundo grupo arremolinado sobre la caballería muerta se dispersa momentáneamente por algún motivo que lo pone en alerta, tenemos la oportunidad de ver cómo algún ejemplar especialmente hambriento no espera a que la confianza reine de nuevo entre sus congéneres y, aprovechando la oportunidad que le brinda la ocasión, introduce la cabeza y todo su largo cuello con ansias desmedidas por el ano del cadáver. Una y otra vez bucea impetuoso en su interior y emerge comiendo satisfecho, manchado de un mejunje marrón, antes de que el grupo se apriete de nuevo alrededor de la mesa, cerrándose ante el banquete entre empujones e impidiéndonos nuevamente ver lo que sucede en el meollo de la escena. Abierto también el estómago, los que lo consiguen comen atropelladamente con agonía y fruición bajo la piel de la caballería; y lo consiguen aquellos que se han abierto paso entre feroces picotazos y agresiones a base de, cómo no, propinar ellos mismos peores picotazos y agresiones. A más hambre más fiereza. A más necesidad más bravuconería. A más estómago vacío más violencia. Mientras algún individuo posa para nosotros sobre los flácidos despojos del caballo y come con glotonería de su interior tirando con fuerza y desgarrando trozos de tejidos vitales para su propia supervivencia, el cadáver se mueve mullido y blando, como si de un colchón de agua se tratara.

Al final, tras varias horas de tumultuoso ágape, los ánimos y la adrenalina se van relajando y nosotros podemos suspirar, con una sonrisa de oreja a oreja:

- ¡No ha estado mal, eh!.
- No, nada mal. Podían ser así de vez en cuando.

Observar el comportamiento de estas aves gregarias mientras se alimentan es todo un espectáculo en sí mismo, pero también una lección de etología animal "in situ"; no cabe duda de ello.

Pocas veces en una carroñada hay posibilidades de contemplar escenas tan impactantes como las que pudimos ver en esta ocasión (para desgracia del pobre animal que sirvió de alimento), pero es que en contadas oportunidades tenemos la fortuna de disponer de unos restos tan recientes -con la savia roja aún líquida- y de estas dimensiones, proporcionándonos la eventualidad de plasmar un festín de estas características, color rojo sangre y marrón mierda.





















NOTA: Todas las imágenes se presentan en su formato original, sin ningún tipo de recorte o reencuadre. Sesión realizada con los permisos pertinentes.

14 de diciembre de 2017

Mi sexto cumpleaños

Poquito a poco Cuaderno de un Nómada va madurando y creciendo, y aunque parezca que hace nada que comenzó a navegar por la red aquella primera entrada de presentación, hoy se suman seis años de andadura y más de trescientas entradas y cien mil visitas. Habrá a quien seis años le pueda parecer poco tiempo, y en cierta modo lo es; y habrá también quien pueda pensar que supone en sí mismo todo un logro, que el mero hecho de haber sobrevivido ese tiempo en la vorágine que acorrala nuestras existencias en este mundo tan complejo y difícil, puede representar ya un primer objetivo cumplido per se. Yo, en mi fuero interno, espero que mantenga su razón de ser durante una etapa mucho más amplia, a la vez que deseo no intervenir demasiado en esa decisión, pues quiero que sea él mismo el que se retro-alimente en el tiempo y que explore autónomamente los contenidos que quiera mostrar a sus seguidores. Me eximo, pues, de esa responsabilidad y en ese proceso me quedaré en un segundo plano.

Y viendo a la criatura con un poco de perspectiva, se hacen evidentes las diferencias que existen entre el blog que arrancó hace seis años y el que ahora tenemos delante. La deriva que el año pasado ya se hizo plenamente constatable en la temática de las entradas, se ha consolidado definitivamente a lo largo de este agonizante año que termina. Así, la fotografía que en los comienzos -como fuente y motor de inspiración por sí misma- me pedía y hasta exigía escudriñar y reflejar el mundo global que me rodeaba, como si a través de la mirilla de una puerta espiara o como si fuera un simple viajero curioseando por la ventanilla del tren cómo el mundo se deslizaba del otro lado del cristal, se ha transformado en la actualidad en la llave a través de la cual observo y muestro específicamente la naturaleza más cercana y la fauna salvaje que en ella encontramos. La fotografía ha perdido en parte sus mayúsculas y se ha convertido ahora en la herramienta, el utensilio, el altavoz necesario a través del cual busco revelar pequeños retazos de la vida que encierran nuestros campos a quienes quieran comprenderla y amarla, desentrañar cohibidas miradas a quienes se atrevan a mirar de frente, retratos de otros seres sin voz que comparten con nosotros el planeta. Yo, sin embargo, al igual que al principio, no he cambiado mi roll y sigo siendo un simple mediador, el "cooperador necesario" para que estas imágenes y las miradas que hay en ellas lleguen hasta vosotros. No sé si con ello aportaré un modesto granito de arena en pos de la necesaria preservación del medio ambiente, pero anhelo que así sea. Espero que la simple belleza de los animales fotografiados me ayude a conseguirlo. En definitiva, ya no es La Fotografía con mayúsculas la fuente de inspiración de estas páginas, sino la propia Fauna; este es ahora y por el momento el verdadero motor de Cuaderno de un Nómada. Mi motor.

En cualquier caso, en esta ocasión para celebrar el año que se despide he escogido imágenes de una docena de especies de aves fotografiadas a lo largo de estos últimos doce meses. Ha sido un año intenso, con muchas horas de espera tras la cámara, con muchas satisfacciones, con más fracasos que éxitos -como siempre-, y sobre todo con mucho, mucho trabajo para conseguir algunas de estas instantáneas. Supongo que ha merecido la pena. He aprendido mucho del comportamiento de algunas de estas especies, y salvar sus miedos y su distancia de seguridad siempre ha supuesto un reto primero y una recompensa después, aún cuando la imagen no fuera la imaginada. La experiencia me ayudará en los siguientes sueños y me hará más efectivo (o al menos eso quiero pensar).

Así pues, ofrezco este pequeño manojo de fotografías, seleccionadas de entre las que más satisfecho me han dejado a lo largo de dos mil diez y siete; apenas un pequeño puñado de efímeras instantáneas que han dado sentido por sí mismas a todo el trabajo que hay detrás de ellas. Salud, compañeros, para el año que se acerca, espero poderos mostrar otras cuantas imágenes más en el séptimo cumpleaños.













17 de noviembre de 2017

Retratos

Siempre me han sorprendido estos animales; por muchas veces que los tenga delante, no dejará de asombrarme su presencia masiva y fuerte, su poderío, pero sobre todo la eficiencia de su modo de vida. Mi entrañable amigo Roberto me brinda la oportunidad -gracias por ello, compañero- de buscar retratos cercanos con los que poder apreciar cada detalle tanto de su anatomía como de su mirada, penetrante y severa, hosca. Sus ojos de color miel se clavan en todo lo que les rodea, como si tuvieran la capacidad de atravesar la materia. Escuchan los disparos de nuestras cámaras solo cuando la pitanza se ha acabado, porque hasta ese momento todo ha sido bullicio, reyertas y escaramuzas, prisas por comer en medio de la trifulca, por engullir atropelladamente, por robar, en una urgencia desaforada por tragar precipitadamente para seguir comiendo, por continuar atiborrándose hasta el atragantamiento con materia pútrida. Solo los más fuertes, los más belicosos, los más descarados y atrevidos se hacen un hueco en medio del tumulto y consiguen llenar el buche.Y para ser buitre inevitablemente hay que ser pendenciero y luchador. Agresivo y valiente. Beligerante, combativo y tenaz.

Son perfectos, están construidos para desgarrar y consumir lo que a nosotros nos haría vomitar, para limpiar de cuerpos descompuestos y en putrefacción los campos. Con sus picos y su potencia son capaces de despedazar los cueros más duros, y su falta de escrúpulos les permite tragar las vísceras más malolientes y desagradables de los cadáveres. Así son los buitres leonados (Gyps fulvus), consumadas máquinas de limpiar el paisaje, de despejarlo de posibles transmisores de enfermedades, de reciclar la materia muerta en energía. Imprescindibles. Su seducción radica en esa perfección, en su adaptación, en la inapelable necesidad de su existencia.

Terminado el banquete -algo que con ellos siempre sucede con prontitud- levantan el vuelo y desaparecen con la misma rapidez con la que llegaron. Con sus enormes alas desplegadas se convierten en cometas mecidas por el viento. La belleza hecha planeo.







9 de agosto de 2017

Calor sofocante y moscas

Del precioso verde intenso de abril y marzo hace ya mucho tiempo que no queda ni rastro. El sofocante calor de finales de primavera y buena parte de lo que llevamos de verano, ha agostado la hierba de las pocas praderas castellanas que aguantan sitiadas por los infinitos campos de cereal, ya cosechados a estas alturas del verano. Es un buen momento para pensar en los carroñeros planeadores, que con las potentes térmicas que nacen de tan altas temperaturas se desplazan con facilidad sobre nuestros campos, a veces hasta enclaves muy alejados de sus lugares de nidificación, en el caso de los buitres y alimoches.

Como en otras ocasiones, el primero en llegar es un milano real (Milvus milvus), un ejemplar de plumaje clarito que, como siempre, se posa a prudencial distancia de la carroña, una joven cordera muerta el día anterior. Vigila los alrededores y, caminando, se deja caer hasta lo que queda de la res, pues durante la noche algún animal ha dado buena cuenta de parte del animal muerto (con seguridad algún perro o zorro). Nada más posarse sobre el cadáver una nube de moscas levanta el vuelo y revolotea alrededor del carroñero, posándose sobre su propio plumaje, lo que unido al extremo calor y a los tonos pardos y resecos del paisaje aportan una sensación de hastío y sofoco que reseca la boca.




Poco tiempo después veo a través de mi objetivo cómo la preciosa rapaz mira con insistencia hacia arriba, señal inequívoca de que otras aves sobrevuelan a poca altura la escena. Adopta una postura de defensa de lo que considera suyo, agachando la cabeza y desplegando su larga cola en abanico, mirando fija y amenazadoramente a otros milanos negros (Milvus migrans) que se posan en las cercanías. Más tarde, a la pandilla de matones se une un segundo milano real mucho más oscuro, pero que tampoco se atreve a disputarle la pitanza. La situación queda en tablas durante no muchos minutos: yo como, vosotros miráis cómo lo hago. Finalmente, todos los molestos agregados terminan por levantar el vuelo de nuevo y dejan tranquilo al primer valiente que se decidió a posarse sobre el suelo en busca del sustento. La recompensa es alta: hoy también comerá.

Durante casi una hora el comensal dará buena cuenta de tan sabroso almuerzo, sin que parezca distraerse en absoluto por la miríada de moscas que zumban a su alrededor, ya libre además del hostigamiento de otros milanos. Por mi parte, me satisfago de que el aire no sople en la dirección de mi hide y, envidioso, pico también de mi propia comida, alegrándome profundamente de estar menos "acompañado" que el milano. Durante el almuerzo del pirata disparo intermitentemente cortas ráfagas de tres o cuatro disparos, a las que no hace ni el más mínimo caso, mientras cruzo los dedos para que al fin baje a comer y tenga la decencia de posar para mí como es debido algún milano negro, especie que tengo mucho menos retratada que el real. Pero no es así. Y no lo hacen ni siquiera cuando el milano real, con el buche ya lleno de la mezcolanza de tejidos blandos y larvas de mosca que ha engullido, levanta el vuelo definitivamente para perderse sobre la llanura.








Han pasado varias horas desde que la carroña quedó olvidada en el prado mustio y amarillo, y cuando faltan tan solo quince minutos para la hora en la que he decidido que, como muy tarde, voy a levantarme del hide -pues me esperan obligaciones en no mucho rato- un desconfiado, y probablemente también lleno, buitre leonado (Gyps fulvus) se posa a más de sesenta metros de distancia de la carroña. ¡Será capu...! Como poniéndome a prueba, no se mueve del lugar durante un buen rato; tal es así, que media hora después -ya estoy fuera de plazo- tan solo habrá avanzado cuatro o cinco pasos hacia mi posición. Parece no tener hambre este elemento, y que no haya ningún congénere comiendo, o milanos sobre la oveja, hace que se torne realmente desconfiado. No tiene ninguna prisa. Estoy seguro de que se trata de uno de los buitres que ha estado rebañando durante tres días todo lo rebañable de una oveja muerta en un rebaño situado a unos tres o cuatro kilómetros de distancia de donde yo me encuentro. Cuarenta y cinco minutos después se anima por fin e inicia un lento pero decidido avance hacia donde yo me escondo. Aguanto sin disparar, mirando mi reloj a cada minuto, como si eso fuera a hacer que el tiempo dejara de correr en mi contra. Y no, no deja de correr. Y sí, confirmo que corre que se mata, ya lo creo que lo hace. Espero a poder encuadrar al desconfiado animal en formato vertical y, con el tiempo martilleándome en la cabeza, quito la ráfaga para no asustarlo según se acerca, disparando la cámara foto a foto. Se detiene a poco más de diez y seis o diez y siete metros y lo inmortalizo en un puñado de retratos de cuerpo entero. Mira los alrededores y espera un poco. Escucha los clics que salen de ese arbusto adosado a la encina y sigue esperando. No parece prestar atención a la apetitosa oveja tapizada de larvas y moscas y al cabo de unos minutos levanta el vuelo y se va. Así, sin más. Tan rápido como vino, desapareció.

Ahora sí, definitivamente se acabó la sesión. Me ha faltado un poquiiiiito para poder hacer un retrato sólo de medio cuerpo (las dos últimas imágenes son un recorte), pero de esta forma la próxima vez volverá a haber emoción. Al fin y al cabo, acaba de comenzar la mejor época para esperar a buitres y alimoches en las llanuras castellanas. Salud y "bon apetit".