Sus manos sujetan el escoplo y la gubia con la naturalidad y la sabiduría que da haberlo hecho durante toda una vida; con la pericia y la maestría que se consigue a lo largo de gran parte de sus ocho décadas de existencia. De la punta afilada y cortante de sus herramientas aparecen rayas sinuosas, líneas paralelas, rebajes, hendeduras, muescas e incisiones. Todas estas marcas, juntas, descubren el semblante de seres imaginarios, engendrando las caras de personajes que cobran profundidad y vida propia con barnices y betunes. Sus manos traducen sobre el hueso de la res o la madera los personajes que bullen en la materia, y de ella ven la luz rostros que nos miran, facciones con expresiones frías que los diferencian.
28 de febrero de 2014
21 de febrero de 2014
Cuerdas
Entra en el coche, cierra la puerta tras de sí y antes incluso de ponerse el cinturón de seguridad ya ha pulsado el botón del aparato de música. Yo arranco el vehículo al tiempo que lo hacen los primeros acordes de una canción de James Marshall Hendrix, el gran Jimi. Son las ocho de la mañana y la música rabiosa, eléctrica y psicodélica del músico estadounidense penetra en nuestros oídos mientras atravesamos, como cada mañana, las avenidas de nuestra ciudad rodeados de conductores tan somnolientos y meditabundos como nosotros. Las cuerdas vibran con "Voodoo Child", de finales de los sesenta, y penetran en mi cerebro imaginando al guitarrista zurdo en alguno de aquellos conciertos míticos, como el de Woodstock, con sus ojos cerrados viviendo y sintiendo su canción hasta la médula, moviendo ágiles los dedos sobre los trastes; o recordándolo en el histórico concierto de Monterrey, poseído por "Purple Haze", de rodillas quemando su guitarra en el escenario, y destrozándola a golpes y entregando los restos a un público alucinado. Sus cortos veintisiete años, los mismos fatídicos años con los que nos dejaron Janis Joplin, Brian Jones o Jim Morrison, fueron suficientes para legarnos genialidades que arrastraban a la juventud de aquella década irrepetible desde la punta de sus dedos, moviéndose frenéticos sobre las cuerdas metálicas que le permitían llegar al éxtasis. Suenan los solos y los riffs de "Red House" y "Fire" estridentes en mis sienes mientras comenzamos un nuevo día. Amanece para nosotros una nueva mañana al ritmo de la guitarra brutal del mito.
20 de febrero de 2014
El Comevidas
No tiene ni dimensiones concretas ni forma definida. Cambia y muta de aspecto a lo largo y ancho del globo terráqueo, y lo alimentamos nosotros con nuestros actos y nuestra vida. Devora seres humanos y el aliento del planeta que habitamos. Engorda con el dolor y la destrucción, con el sufrimiento y la desolación, con el despilfarro y el holocausto planetario. Lo parimos nosotros cuando nos creímos superiores, cuando nos pensamos a nosotros mismos como propietarios de la tierra que pisábamos y de los seres que por ella deambulábamos. Lo creamos sin pensar, y ahora sin pensar lo alimentamos. Con llantos, lágrimas y sangre. En Kiev, en Alepo o en Sudán del Sur, pero también en nuestros barrios y nuestras ciudades a través de la opulencia de unos cuantos, de la corrupción y de la depravación social de nuestro Estado del Malestar. Sí, el Comevidas carcome nuestra sociedad desde dentro y quizás habite en cada uno de nosotros, engordando con nuestro propio sufrimiento, canibalizándonos, putrefacto, envilecido y desbocado.
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16 de febrero de 2014
Las dos miradas de una misma especie
Últimamente me está resultando complicado sacar tiempo para el blog, e incluso para salir al campo a hacer fotos, algo que, por otro lado, con la climatología que estamos teniendo, tampoco hubiera sido muy productivo. Así que, para no parar ya más voy a subir dos miradas de una misma especie, como ya adelantaba el título de la entrada. ¡Quién lo diría observando sus ojos! ¿no?, pues sí, son macho y hembra de porrón pardo (Aythya nyroca), especie de anátida catalogada en España como en peligro de extinción. Preciosos los ojos del macho, sin duda, pero extraños, ¿no creéis?.
Fotografías tomadas en condiciones controladas
4 de febrero de 2014
Mañana más
A los olvidados de los conflictos, a los que se han convertido en números y estadísticas sin derechos, a los que son meros efectos colaterales, perfectos escudos humanos, simples monedas de cambio.
Se calcula que más de 136.000 personas han perdido la vida en tres años de guerra en Siria. El 1 de febrero se les unieron otros sesenta y cinco civiles más (obviaré a los combatientes que cayeron ese día). Civiles indefensos masacrados con los ya famosos barriles explosivos en Alepo, cargados de explosivos y metralla, baratos, sencillos de utilizar y efectivos, capaces de derribar edificios. Varios de los fallecidos eran niños, por supuesto. Y mañana, señores, más. Más barriles, más muertos. Más dolor, más sufrimiento. Miles de civiles permanecen sitiados en esta y otras ciudades sin que puedan ni tan siquiera huir; ni tan siquiera convertirse en refugiados. Sin luz, sin alimentos, esperando que al sonido de los helicópteros no le siga el de una nueva y descomunal detonación sobre sus cabezas. Alepo, Homs, Hama, Dei al Zur, Idleb, Al Raqa, ciudades llenas de rehenes. Rehenes de los estrategas del conflicto, de sus dirigentes, de los que toman las decisiones, de los que viven protegidos a salvo de las bombas, precisamente rehenes de los que deciden lanzarlas. Pero también rehenes de una comunidad internacional incapaz de luchar contra el genocidio y de atajar la masacre. Mañana el mundo desayunará escuchando las noticias que llegan de Siria, casi habría que decir las matemáticas que llegan de allí, porque mañana será un nuevo "suma y sigue", con más números, números que hoy eran seres humanos, pero que habrán dejado de serlo mañana cuando desayunemos.
Señores, mañana más.
Se calcula que más de 136.000 personas han perdido la vida en tres años de guerra en Siria. El 1 de febrero se les unieron otros sesenta y cinco civiles más (obviaré a los combatientes que cayeron ese día). Civiles indefensos masacrados con los ya famosos barriles explosivos en Alepo, cargados de explosivos y metralla, baratos, sencillos de utilizar y efectivos, capaces de derribar edificios. Varios de los fallecidos eran niños, por supuesto. Y mañana, señores, más. Más barriles, más muertos. Más dolor, más sufrimiento. Miles de civiles permanecen sitiados en esta y otras ciudades sin que puedan ni tan siquiera huir; ni tan siquiera convertirse en refugiados. Sin luz, sin alimentos, esperando que al sonido de los helicópteros no le siga el de una nueva y descomunal detonación sobre sus cabezas. Alepo, Homs, Hama, Dei al Zur, Idleb, Al Raqa, ciudades llenas de rehenes. Rehenes de los estrategas del conflicto, de sus dirigentes, de los que toman las decisiones, de los que viven protegidos a salvo de las bombas, precisamente rehenes de los que deciden lanzarlas. Pero también rehenes de una comunidad internacional incapaz de luchar contra el genocidio y de atajar la masacre. Mañana el mundo desayunará escuchando las noticias que llegan de Siria, casi habría que decir las matemáticas que llegan de allí, porque mañana será un nuevo "suma y sigue", con más números, números que hoy eran seres humanos, pero que habrán dejado de serlo mañana cuando desayunemos.
Señores, mañana más.
Monumento en el Memorial of American Cementary a los caídos
durante la Segunda Guerra Mundial. Omaha Beach.
durante la Segunda Guerra Mundial. Omaha Beach.
Colleive-sur-Mer, Baja Normandía. Francia.
1 de febrero de 2014
Las manos de mi amigo
Erosionadas, gastadas, arañadas, marcadas por el trabajo duro en la huerta ecológica, sin insecticidas, sin abono químico o artificial, obteniendo de la tierra lo que la tierra ofrece de forma natural, sin extenuarla, sin exprimirla, sin modificarla. Conociendo su pulso, su tono vital. Escuchándola. Viendo crecer los regalos que la naturaleza nos ofrece. Judías, tomates, cebollas, lechugas, repollos, calabazas, pimientos, pepinos... Queridos, yo diría que hasta amados, productos que el suelo alimenta y engorda para luego regalárnoslos. Las manos de mi amigo me los enseña con el ritmo pausado del trabajo en el campo, me habla de ellos y de cómo los cuidan él, su mujer y su hijo. Inmersa en el paisaje cántabro, su verde huerta es su casa, rodeada de grandes árboles, con sus nidos y con su fauna. Todo esto y mucho más me lo enseñan las manos de mi amigo.
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