Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.

31 de octubre de 2014

Yo no soy La Muerte, ...

... lo sois vosotros.

Vivís insignificantes vidas en un planeta inapreciable, dentro de un sistema solar de lo más normalito en una vulgar galaxia y dentro de un universo inabarcable y gigantesco, casi infinito. En él vivís y morís como quien pestañea, como quien hace chascar los dedos. Os matáis entre vosotros con la soltura que da la experiencia; y hay que decir que de las formas más variadas e imaginativas. Decapitados, tiroteados, ahorcados, electrocutados, lapidados, gaseados, quemados, ... con inyecciones letales. A machetazos. Bueno, a lo que iba, desde que tenéis uso de razón -y esto es solo una forma de hablar, pues ya sabéis que del sentido común es de lo que menos podéis enorgulleceros - las guerras, la crueldad y la muerte han formado parte de vuestra patética existencia. Guerras por ambición, por envidias, por la egolatría de unos pocos, por la complacencia de la mayoría, por el afán de tierras, de materias primas, de mercados globales, de dinero, de poder. Por el poder que otorga el dinero. Hombres que matan a sus mujeres. Gobernantes de cuello almidonado que mandan a sus súbditos a morir en embarrados campos de batalla. Generales endiosados que se creen estar delante de un tablero de ajedrez. Venganzas por honor. Venganzas por odio. Genocidios planificados por descerebrados. Terroristas. Asesinos. Sicarios. Psicópatas enfermos. Mafias. Dictadores que masacran a sus pueblos. Inquisiciones que torturan y asesinan en nombre de sus dioses. Coches bomba que explotan en mercados atestados de civiles inocentes. Hermanos contra hermanos. Niños con piedras en las manos que caen bajo la opresión uniformada en la Palestina ocupada. Países poderosos que se anexionan pueblos indefensos. Ricos contra pobres. Diamantes, oro, coltán, petróleo, una salida al mar, una posición estratégica en un mapa político, rivalidades religiosas, ... cualquier disculpa ha sido buena en cualquier momento de vuestra triste historia para guerrear, para mataros, para acabar con el de enfrente, y a veces también con el de al lado, con los iguales y los diferentes.

En fin, que morís y os matáis desde que existís. Y lloráis, y sufrís, y os destrozáis.

Entonces, ¿por qué a mi me llamáis Muerte?

No, yo no soy ella, La Muerte sois vosotros, la especie humana.


30 de octubre de 2014

En mi ciudad

El inquisitivo visón americano se me acerca al trípode mientras yo me concentro en los azulones (Anas Platyrinchos) que nadan pausadamente con los primeros rayos del sol de la mañana. Se zambulle en el agua de un salto para volver a arrimarse a mí en varias oportunidades más, husmeando, curioso como todos los mustélidos. No le presto ninguna atención ni cuando me olisquea a escasos treinta centímetros de la rodilla, hincada en la tierra para intentar bajar al máximo posible el punto de vista de la cámara.

Estamos a finales de octubre y aún no hace frío. Nos abraza un otoño suave y tibio que invita a pasear al borde de nuestros ríos, teñidos ya de los reflejos dorados de choperas pintadas de amarillo. Los azulones también me observan curiosos de la misma forma que el visón. Están acostumbrados a la presencia de la gente, aquí, a orillas del Tormes, junto a la ciudad del Lazarillo, una burbuja de naturaleza entre puentes, barrios y tráfico. Un corredor de gran biodiversidad pero maltratado por quien debería velar por su conservación. Pienso en los destrozos que se han venido provocando en los últimos meses en las márgenes y pequeñas islas del río a su paso por esta Salamanca que han calificado de "Culta y Limpia" quienes no comprenden que no hay cultura si se vive de espaldas a la naturaleza. Esta culta ciudad ha talado indiscriminadamente árboles grandes y pequeños, y eliminado importantes cantidades de vegetación, desde juncos a zarzales, mimbreros y sauces. El refugio de una gran cantidad de fauna ligada al río ha sido literalmente arrasado sin contemplaciones, dejando sin ningún miramiento expuestas las orillas desnudas al posible ímpetu de las crecidas. Durante semanas y meses las motosierras han acallado el canto de los pájaros y las hogueras no han parado de quemar enormes montones de materia vegetal apilada en hogueras que a veces han tardado varios días en apagarse, destruyendo de un modo sistemático la cubierta vegetal de una parte de las márgenes e islas del río. El sinsentido se ha adueñado de la ciudad una vez más, y en vez de proteger y cuidar esa explosión de naturaleza que el Tormes nos brinda y nos regala, se destruye.

No hemos aprendido nada, seguimos viviendo de espaldas al río.

Pienso en todo esto mientras disparo ráfagas de fotos a los ánades reales que, desde una distancia prudencial, me animan esta bonita mañana de otoño.








13 de octubre de 2014

Tras la carrera

Hoy es uno de esos melancólicos días de otoño donde se respira a otoño. Llueve suave a ratos durante la mañana. Los cielos están grises, blanquecinos. Mortecinos, más bien. No hace frío, pero la ligera brisa que se levanta a rachas va desprendiendo ya las primeras hojas de los chopos. Nosotros, como en un ritual, nos cambiamos de ropa, nos calzamos las zapatillas y nos ajustamos los relojes con sus cronómetros. Salimos a la calle y la temperatura nos anima a empezar a trotar sin esperar a llegar a la isla, desde el mismo portal. Corremos por senderos mojados y blandos, esquivando los charcos y el barro suave que se viene formando desde hace una par de días de fina lluvia. Huele a otoño. Llueve a ratos sobre nosotros. A veces suave, a veces más intensamente. Da gusto correr hoy. Los senderos están vacíos. La gente no pasea por ellos, se queda en sus casas al abrigo de las ventanas, mirando desde detrás la mañana desapacible. Nosotros estamos fuera, del otro lado del cristal, aquí, en la isla que hoy parece nuestra, corriendo bajo la lluvia suave del otoño. Hoy es uno de esos maravillosos días de otoño donde se respira a otoño.