Toda una belleza en sí misma, una rapaz magnífica e increíble que no deja indiferente a ningún observador, pero además con facetas tan particulares en su comportamiento y biología que hacen de esta una especie que engancha. El quebrantahuesos (Gypaetus barbatus).
Este ejemplar adulto llegó al PAS (Punto de Alimentación Suplementaria) con un buen trozo de hueso en su garra derecha; ¡a saber de dónde lo traía! Aunque esta ave necrófaga es principalmente conocida por el gran público gracias a su peculiar alimentación osteófaga -a base de huesos que, hasta un cierto tamaño, llega a tragar sin mucho problema-, lo cierto es que no solo se alimenta de ellos. Ocasionalmente puede también vérsele comer directamente la carne de alguna carroña, pudiendo, incluso, cazar pequeños vertebrados, en ocasiones que no pueden dejar de ser consideradas como extraordinarias. A veces da la sensación de que se van a ahogar intentando engullir huesos de un tamaño considerable, pero no será así, una buena pata de cordero puede desaparecer sin problema por su gaznate, ayudados por unos movimientos característicos de su cuello.
Dado que su principal alimento lo obtiene de los huesos (tuétano, restos de carne adherida, tendones, sangre), a menudo suele entrar a la carroña cuando los buitres leonados ya se han marchado, interactuando con ellos menos de lo que cabría esperar, aunque por supuesto no siempre es así. Generalmente la base de su dieta está compuesta por carroñas de mamíferos domésticos (principalmente ovejas y cabras) y silvestres (rebecos, corzos, ciervos, zorros, conejos, ...), en menor medida por aves (perdices roja y nival, torcaces, tórtolas, chovas, urracas, ...) y muy esporádicamente reptiles (lagarto ocelado). Como muchos ya sabrán, cuando los huesos tienen un tamaño excesivo los llevan en sus garras hasta sobrevolar los famosos "rompederos", dejándolos caer entonces sobre las rocas para fragmentarlos. Según un análisis de 152 restos recogidos en la cordillera pirenaica, tanto en nidos como en rompederos, el 88% de su dieta estaría compuesta por mamíferos de mediano tamaño (sobre todo ganado ovino y caprino, pero también y en menor medida rebeco), el 7% por aves (en especial torcaces) y el 0'7% por algún reptil, no pudiéndose determinar la fracción restante. En otro estudio similar sobre 677 presas se estimó que el 93% de su dieta estaba constituida por mamíferos medianos con la misma composición que la determinada en el primer estudio indicado (ganado doméstico mediano principalmente, seguido de herbívoros silvestres -rebeco, jabalí, liebre, conejo, ...-), el 6% de aves y el 1% restante de reptiles. Además, es una rapaz que, aunque produce pocas egagrópilas debido a la descomposición total de los huesos durante la digestión, puede reciclarlas cuando estas son expulsadas, ingiriéndolas de nuevo, habiéndose comprobado incluso -en una oportunidad- cómo un individuo ingería una egagrópila de búho real.
Lo que probablemente ya no sepa tanta gente es que pueden reservar los huesos sobrantes para ser ingeridos días o, incluso, semanas después, almacenándolos en diversos lugares. Con este fin utiliza los rompederos más frecuentados, nidos en desuso, posaderos querenciosos o alguna cueva rocosa ubicada en paredes verticales. Y si esta faceta de su conducta ha trascendido poco al gran público, tampoco mucha gente sabe de su comportamiento cleptoparásito. Pues bien, en un ave tan velera como esta y con la impresionante capacidad que tiene de maniobrar en el aire para hacer cabriolas, no nos resultará tan difícil imaginar, ahora que lo sabemos, el hostigamiento que en ocasiones realizan a otras aves en pleno vuelo para que suelten sus presas y, así, arrebatárselas. Águilas reales, alimoches, cuervos o chovas han sido vistos perseguidos por quebrantahuesos para intentar arrebatarles la comida que pudieran transportar. No obstante, estos comportamientos, sin llegar a ser cotidianos, lo son un poco más en los jóvenes e inmaduros que en los adultos.
Otra peculiar característica que llamará poderosamente la atención de cualquier naturalista sobre esta especie es la compleja evolución de su plumaje hasta que alcanza el definitivo de adulto, rozando los 7 años de edad. Este proceso puede ser descrito en varias fases diferentes, que vamos a ver a continuación acompañadas de algunas fotografías para una mejor comprensión.
En ellos ponen uno o dos huevos, aunque el importante número de días existente entre la puesta del primero y del segundo (de entre 5 y 9, con una media de 6 días) y que los progenitores comiencen siempre a incubar desde la puesta del primero de ellos, suele hacer que el desfase acabe, más pronto que tarde, con la muerte del más pequeño como resultado de la inanición o las agresiones de su hermano mayor. Este hecho ha sido aprovechado por los equipos de biólogos y veterinarios que trabajan en la conservación de la especie para la extracción de uno de los huevos de algunos nidos con destino a los programas de recuperación y reintroducción, siendo incubados artificialmente y alimentados por el hombre hasta sus primeros vuelos, y posteriormente mediante los ya conocidos comederos (PAS). Mediante una técnica denominada "hacking" -hoy en día con unos protocolos muy elaborados- se cría a los pollos en instalaciones adecuadas sin contacto visual con el ser humano, siendo posteriormente trasladados a grandes jaulones ubicados en plena montaña en aquellas áreas o regiones que se quieren repoblar. Aprovechando la filopatría que presenta esta rapaz, es decir, la tendencia a establecerse de un modo definitivo y reproducirse en las zonas donde el individuo ha nacido y/o crecido, los animales criados artificialmente por el hombre regresan a estas montañas años más tarde, cuando alcanzan la madurez sexual a partir de los 7 años de vida. De este modo la especie ha regresado, con nuestra ayuda, a Cazorla y Picos de Europa.
En la actualidad el seguimiento y la monitorización de la especie en Los Pirineos está aportando valiosa información sobre los patrones de dispersión, las áreas importantes de alimentación o los peligros a que se enfrentan, por ejemplo, lo que resulta necesario para poder atajar los problemas que puedan afectar a la especie y gestionar cualquier situación. Debajo podemos ver a María, una hembra nacida en la primavera de 2011 y marcada el 7 de julio del mismo año en las gargantas de Escuain (Huesca), que portó además un arnés GPS durante 20 meses (en la primera de las fotos se le aprecia la antena emergiendo de las plumas de su espalda, y en la segunda se ve el propio dispositivo), hasta que dejó de emitir en febrero de 2013. La pude fotografiar en septiembre de 2012, por lo que presentaba el plumaje propio de un individuo de año y medio de edad (fase 1.2, 2º año calendario). Tres años después de que yo le hiciera estas y otras cuantas fotografías no muy lejos del lugar de marcaje, murió en septiembre de 2015 en el Pirineo francés, al chocar contra el tendido eléctrico que une Bujaruelo, Gavarnie y Gedre, también a muy pocos kilómetros de distancia de donde posó para mí.
Son aves generalmente monógamas, pero en Los Pirineos se dan con una cierta frecuencia poliandrias, o lo que es lo mismo: tríos reproductores compuestos por un par de machos y una hembra. En 1997 y 2003 se localizaron en la misma cordillera sendos grupos reproductores compuestos por cuatro ejemplares (tres machos y una hembra), y en otra ocasión se identificó un trío poligínico -dos hembras y un macho-. Aún no existe un consenso sobre los motivos que provocan estos casos de reproducción colaborativa o poliándrica, pero, dado que van aumentando con los años al mismo tiempo que lo hace el número de individuos en zonas consideradas óptimas, pudiera estar relacionado con la saturación de los mejores territorios, que son donde se concentran las mayores densidades de la especie. Otra opción que se baraja es que sea una estrategia de los machos "subordinados" relacionada con la consecución de un territorio adecuado y la posibilidad de heredarlo en el futuro, más que con la reproducción en sí misma. O lo que es lo mismo, con la adquisición de un territorio con recursos tróficos suficientes que aseguren su supervivencia, siendo la propia reproducción algo, quizás, secundario.
Poder ver llegar a estas bestias pardas de frente, con esos ojos que parecen te miraran a ti en vez de al punto donde van a posar sus garras en el borde del roquedo, es un privilegio. Y lo es no solo por la hermosura que derrocha el animal y que nadie puede discutir, sino por el estado crítico de conservación en el que se haya. Los pocos ejemplares con que cuenta la especie en Europa (en 2020 el IREC-CSIC estimó para el conjunto de Los Pirineos -Francia, Andorra y España- unas 180 unidades reproductoras), y los escasos lugares en donde los podemos observar de manera habitual en nuestro país son los culpables de que disfrutar de su presencia no tenga precio. La especie llegó casi a extinguirse a mediados del siglo pasado como consecuencia de la pérdida de hábitat, los tendidos eléctricos y el paulatino abandono de la ganadería extensiva tradicional, pero sobre todo por el uso del veneno y la persecución directa mediante la caza. Una vez más no podemos por menos de hacer notar que la actividad cinegética está detrás, de una manera o de otra, de las situaciones críticas en la que se encuentran actualmente muchas especies ibéricas (oso, lince, grandes rapaces, visón europeo, avutarda, sisón, urogallo, perdiz pardilla, cigüeña negra, cerceta pardilla, malvasía cabeciblanca, pardela cenicienta, foca monje, marsopa común, ...), cuando no directamente de la extinción de otras, recuérdese el cercano caso del bucardo (Capra pyrenaica pyrenaica), por ejemplo, que habitaba las mismas montañas que hoy recupera el quebrantahuesos, o el sangrante y vergonzante para toda la humanidad de la norteamericana paloma migratoria (Ectopistes migratorius), que pasó en menos de un siglo de contar con ¡¡miles de millones!! de individuos -algunos bandos llegaban a oscurecer el cielo a su paso- a la completa extinción.
En la actualidad, gracias a los grandes esfuerzos económicos y humanos dedicados a su recuperación podemos decir que el quebrantahuesos ha mejorado notablemente su estado de conservación, aunque no podemos cantar victoria, ni mucho menos. De hecho, continúa habiendo diversos factores que nos obligan a ser prudentes. Por ejemplo, el aumento del uso del veneno en nuestros campos debe alarmarnos seriamente, así como la saturación de las mejores regiones montañosas. Esto puede estar detrás precisamente del aumento en los últimos años de esos grupos reproductores poliándricos, hasta constituir el 27'8 % de las unidades reproductoras en el año 2018, algo que décadas antes era mucho más anecdótico, o quizás incluso inexistente si retrocedemos más aún en el tiempo. La marcada dificultad que tiene la especie para expandirse a nuevos territorios debido a la ya mencionada filopatría, así como su pobre éxito reproductor hacen que los avances sean demasiado lentos. Si bien los ejemplares alcanzan la madurez sexual con 7 años de edad, lo cierto es que las parejas reproductoras generalmente no sacan adelante ningún pollo hasta, al menos, los 11 años de vida; a veces incluso más aunque hayan existido intentos previos de nidificación, con cópulas incluidas. Pero, además, un número muy importante de parejas tampoco sacan adelante ningún pollo en muchas de las temporadas reproductoras. Muchos de los huevos no son fértiles, lo que con toda probabilidad deriva de la baja variabilidad genética de la especie, tras superar el cuello de botella genético de los peores años del siglo pasado. Conseguir intercambio de ejemplares entre las distintas poblaciones existentes en Europa, Oriente Medio y Asia de la subespecie que habita en estas regiones -G. b. barbatus según algunos autores, G. B. aureus según otros, y una sola especie según terceros investigadores en base a análisis genéticos- redundaría en beneficio de la misma en todos los aspectos. Esto implicaría acuerdos de colaboración entre países, algo que no siempre resulta sencillo.
El futuro de la especie es más halagüeño que el de hace cuarenta años, es cierto, pero ... factores estocásticos podrían hacernos retroceder con rapidez lo que nos ha costado medio siglo recuperar. Sin ser pesimistas, hay que ser, no obstante, prudentes ante euforias anticipadas.
Profundizando en la evolución reciente del quebrantahuesos, podremos ver que la especie ha recuperado tanto número de territorios, como espacio geográfico, ejemplares reproductores y población total. Si bien esto es motivo de satisfacción, no es menos cierto que hay señales que hablan de una importante ralentización en los avances. Pero primero los datos. El primer censo del que yo tengo referencia data de 1979 cuando Rafael Heredia estimaba en 19 las parejas reproductoras en la fachada española de los Pirineos. Como podemos adivinar todos, se trata de una cifra críticamente baja para la salud genética de la especie, lo que al final puede ser determinante en su evolución a medio y largo plazo. Por aquella época aún se dejaban ver por Cazorla algunos individuos y, puesto que el último ejemplar de la zona murió envenenado en 1986, es fácil suponer que aún a finales de los 70 existirían algunos episodios de reproducción en Andalucía. En 1988 las CCAA pirenaicas realizaron censos de la especie con metodologías comparables que identificaron 25 unidades territoriales (UT) con, al menos, 18 reproducciones (UTR). 30 años más tarde, en 2018, fueron 126 UT con, por lo menos, 86 UTR. El aumento es patente y habla de un cierto éxito de la Estrategia de Conservación del Quebrantahuesos en España, aprobada por el gobierno español en 2000.
Sin embargo, siempre hay algún pero: hay tres indicadores que nos hacen contener el entusiasmo. En primer lugar, se viene observando una ralentización en el incremento de la fracción (el porcentaje) reproductora de la población, lo que puede estar provocando a su vez ese aumento del número de unidades familiares poliándricas, como ya apuntábamos más arriba, las llamadas "unidades de cría cooperativa" por los expertos. Este dato lo obtenemos del bajo número de UTR (86) del total posible (126), porcentaje sin duda muy bajo. En segundo lugar, esto sucede a pesar del aumento del número de ejemplares adultos, o dicho de otra manera: hay más adultos pero el porcentaje de ellos que se reproducen del total de la población se ha reducido. Y en tercer y último lugar, ha disminuido la productividad de las parejas reproductoras. En base a los datos registrados en 2018 la productividad fue solo de 0'33 pollos volados por UT/año, con un éxito reproductor de 0'47 pollos volados por cada UTR que inicia la puesta (86), y con una Tasa de Puesta que se viene manteniendo en 0'68 % de las UT.
El resultado de todo esto es que el número de pollos que vuela cada temporada se viene manteniendo estable a pesar del aumento de unidades reproductoras, lo que deriva en el envejecimiento de la población al ser una especie con tasas de supervivencia muy elevadas y muchos años de vida, así como una muy baja fecundidad. La baja capacidad dispersiva de la especie cuando llega el momento de reproducirse provoca el aumento de las densidades, su saturación e incide en la disminución de dicha fecundidad. En resumen, podemos decir que desde que se aprobara la Estrategia para la Conservación del Quebrantahuesos en España en 2000, se ha podido comprobar que el crecimiento anual del número de territorios se ha ralentizado, que el éxito reproductor y la productividad han disminuido, y que la tasa de puesta no varía.
¡¡Menudo cóctel!!
Como vemos, la especie seguirá siendo merecedora de un meticuloso seguimiento durante mucho tiempo, así que ... desconfiad de los datos fríos tan optimistas que a veces nos llegan desde instituciones implicadas en su conservación y que mueven tanto dinero. Hablar solo del número total de individuos puede ser una manera efectiva de maquillar una situación real bastante menos optimista, o una manera burda de ponerse medallas para justificar las inversiones realizadas. Sería muy deseable, además de justo, que públicamente se informe al ciudadano tanto de los avances como de los problemas respecto del estado de conservación de esta y otras especies para las que se dedican tantos y tantos esfuerzos humanos, así como recursos económicos públicos.
Volver a disfrutar de esta hermosura emplumada sobre los cielos de todas nuestras montañas ibéricas depende en parte de nosotros, de que cuidemos de nuestros ecosistemas alpinos y de que sepamos aprovechar esta nueva oportunidad que nos ha brindado la especie que, como un ave fénix, parece haber renacido de sus cenizas, cuando su extinción parecía ya inminente. El buitre águila, el buitre barbado, el buitre de barro, ... el ave fénix. La rapaz más hermosa de Europa.