Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.

28 de enero de 2014

Sin brújula ni prisa


Voy, pensando en el pasado
viendo de lleno el miedo y enfrentándolo.
Voy, a veleta perdía
llevá por lo que más brilla y con ventilación.
Voy, sin brújula ni prisa
en mi soledad me encuentro en tecnicolor.
Voy, sin huir de este tiempo
aire pa' los laberintos de mi corazón.
Las palabras que no son
son paja en el camino.
Los amigos que no son
son sonámbulos en el pasillo.
Dime dónde estás, dime dónde vas,
dime lo que ves.
Ley de la gravedad, ley de la gravedad, ley de la gravedad.
No necesito tener alas pa' volar.
Ley de la gravedad, ley de la gravedad, ley de la gravedad.
El viento gira y la veleta sigue igual.

(De la canción "Ley de la gravedad" del disco Barí,
del grupo musical Ojos de Brujo)

26 de enero de 2014

Autorretrato III

¿Qué se puede hacer cuando las horas pasan dentro del hide y los bichos que esperas poder fotografiar no se dignan a aparecer? Pues hacerte fotos a ti mismo, ¡para bicho, yo! Algunos autorretratos de hace sólo unas horas, esperando a los milanos que no bajaron.





23 de enero de 2014

Marialva

Tic, tac, tic, tac. Los segundos pasan y forman minutos, horas y días. Y los días se suman en semanas, meses y años. Las manecillas dan vueltas sin cesar recordándonos que el transcurrir del tiempo se creó inexorable y que envejece y transforma la vida que conocemos. Incluso los paisajes cambian y se confunden con el tiempo, las montañas se desmoronan y las selvas mutan en desiertos. Morimos los seres vivos y sucumben los pueblos. Piedra a piedra los muros se derrumban, las vigas se desploman y desaparecen los objetos. Se vacían las calles y las plazuelas, las casas y los corrales, los silos y los templos. Sus habitantes se marcharon o murieron. Emigraron. Abandonaron el lugar decrépito, se trasladaron fuera de las murallas, dejando intramuros un pesado vacío en el hogar donde crecieron, hermoso en su decadencia, marchito en el crepúsculo donde, en su postrera expiración, fenecieron. Ya no escucharemos arengas a los vecinos alrededor del pelourinho convocados, ni oiremos el cacareo de las gallinas ni los ladridos de los perros por sus calles husmeando; tampoco el chirriar de los carros puliendo el empedrado de granito en surcos paralelos. En su lugar, el turista caminará por entre casuchas derruidas al abrigo del silencio, esforzándose en imaginar cómo de dura era la existencia en la frontera del Côa frente al reino de León, mil años atrás. Mil años, se dice pronto, con sus meses y sus días, con sus horas, sus minutos y segundos. Tic, tac, tic tac, con esos segundos que, irremediablemente, se siguen deslizando entre las raíces del mundo que conocemos.













13 de enero de 2014

El trompeteo de las dehesas

Ya clarean las primeras luces matinales cuando nosotros entramos en los hides dispuestos a pasar, si el día nos lo permite, toda la jornada entre las grullas. Tenemos delante de nosotros una finca verde que en varias oportunidades ya hemos visto tapizada de grullas como si de un rebaño de ovejas se tratara. Sabemos que el gran bando de viajeras tiene una insistente querencia a esta amplia vaguada y esperamos que ello nos permita hacer un buen trabajo fotográfico (o, cuanto menos, correcto) para lo cual el propietario de la dehesa colindante nos ha permitido acceder a su interior (muchas gracias Javier, muchas gracias Ángel).

Nos acomodamos, pues, nosotros dos y el montón de bártulos necesarios -debidamente camuflados en el interior de nuestros chajurdos de tela- junto al alambre de espino que delimita las dos fincas y con la intención de aguardar todo el día si la jornada se da bien. Que por intentarlo no quede, nos decimos impacientes, aunque bien sabemos que el pronóstico climatológico no es nada halagüeño. Al poco tiempo de entrar en los hides el bullicioso trompeteo de la bandada nos sobrevuela y nos envuelve. Se posan en la ladera que tenemos delante poco tiempo antes de que los primeros rayos de sol hagan su aparición. Aunque sería bastante más exacto decir que hagan su "fugaz" aparición, porque al poco de amanecer se nubla, antes incluso de lo que anunciaban las predicciones meteorológicas. Junto con el cielo también se nos van nublando las expectativas que habíamos puestos en la jornada. Alrededor de tres centenares de fotografías generales constituyen mi pobre resultado de la mañana, ya que las grullas ni siquiera llegaron a acercarse a nuestra posición como en alguna otra oportunidad. De todas ellas sólo un tercio han pasado a formar parte del archivo. El cielo se encapota del todo y comienza incluso a chispear a última hora de la mañana, lo que hace que al final de la misma aprovechemos la lejanía del gran bando para recoger y regresar a nuestra casa. Nuestros helados pies en la fría y húmeda mañana de enero nos lo agradecieron, sin duda.

Sin embargo, no nos vamos decepcionados aunque una mueca de rabia se adivine en nuestra conversación. Como siempre, el resultado ha sido positivo. Y no solo porque por fin pudimos calentarnos los pies y terminar así con aquella pequeña tortura, o porque en cada espera se aprende algo, tanto de la fotografía en sí como del comportamiento de la especie que anhelas fotografiar, o por ese pequeño puñado de imágenes que me guardo, que al fin y al cabo siempre serán irrepetibles, sino porque hemos pasado una mañana más inmersos en la naturaleza sin que la fauna advirtiera nuestra presencia, lo que implica una extraña y agradable sensación interior, y porque, en definitiva, siempre será un recuerdo imborrable la experiencia de ver evolucionar de un modo natural a estas gráciles e incansables nómadas del Gran Norte.