Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.

13 de mayo de 2014

Paisaje humano

Esto es lo que queda detrás nuestro, una heredad asfixiada y contaminada. Baldía. Una casa estéril para la vida, desierta de criaturas. Envenenada. Este es el paisaje construido por quienes nos creemos el centro del universo, en lucha constante contra el planeta, expoliadores, egoístas y esquilmantes; corrompidos y perversos. Este es el rastro que dejamos detrás nuestro, un lugar yermo, muerto y olvidado. Un campo de batalla en el que se perdió el argumento y el criterio. Donde pereció la cordura. Esto es lo que queda, un terruño agotado donde se enterró el razonamiento y la razón.









12 de mayo de 2014

El eufemístico control de predadores

Dice el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española que "astuto" es aquel que es "Agudo, hábil para engañar o evitar el engaño o para lograr artificiosamente cualquier fin". ¿Cuántas veces habremos oído este epíteto para describir la adaptabilidad del zorro? Sin duda, innumerables. E innumerables serán las veces que lo volveremos a escuchar en el futuro. Cuando yo oigo, sin embargo, que se adjetiva de este modo al zorro (Vulpes vulpes), sólo pienso en lo injustos que somos los hombres con él y para con el resto de los animales. Tener astucia implica picardía, consciencia de que lo que se hace está mal, que causa un perjuicio a otro o le lleva a una nueva situación; ser astuto entraña conocimiento de que una acción propia provoca una consecuencia directa en otro individuo, generalmente no deseada; significa, en definitiva, tener conciencia del bien y del mal, y eso, con todos los respetos, es algo de lo que solo podemos presumir los hombres, para lo bueno y para lo malo. Somos, efectivamente, la única especie de este planeta que, a sabiendas de que nuestras acciones pueden causar perjuicios o dolor a otros seres vivos (incluidos nuestros congéneres), nos afanamos egoístamente en ellas o, incluso, nos deleitamos y complacemos con ellas (entiéndase: caza, festejos taurinos, maltrato animal en general, destrucción del medio ambiente, actividades industriales relacionadas con los animales, esquilmación de recursos naturales, guerras, delincuencia, etc).

Yo, por el contrario, cuando veo un zorro (que no zorra, nombre con el que se le nombra habitualmente en ámbitos rurales y cinegéticos) no veo a un ser astuto, deseando acabar con la población de caza menor que pueda haber por la zona, sino a un animal inteligente y adaptable, capaz de aprender de las experiencias que le afectan, y de hacerlo incluso con rapidez, algo de lo que nosotros deberíamos tomar buena nota, pues siempre tropezamos en la misma piedra y hemos continuado cometiendo reiteradamente los mismos errores durante toda la historia de la humanidad. Y veo, desde luego, un ser de una belleza incuestionable. Cercano a mi afectivamente, en cuanto que es como un perro, pero sin domar, libre, que no rehúye la presencia humana allí donde no se le persigue, y capaz, por el contrario, de pasar desapercibido donde el ser civilizado se ensaña con él. Veo un depredador necesario en el ecosistema, como lo son los meloncillos, las ginetas o las garduñas, cuya base alimenticia ha sido, desgraciadamente, apropiada por y para el hombre, lo que ha provocado no solamente el desequilibrio de los ecosistemas sino, además, el eterno conflicto entre este ser expoliador y el resto de los seres que comparten con él el planeta.

Veo zorros a menudo, y siempre que lo hago pienso en cuántos años durará ese animal que cruza por la dehesa o por la tierra de labor, perseguido y odiado, demonizado a traves de fábulas que le han colgado adjetivos y etiquetas que solo nos corresponden a nosotros. Cuando tengo la rara oportunidad de mirar de cerca a los ojos a uno de estos animales no puedo por menos de sentir tristeza. Tristeza por su más que probable trágico destino y tristeza por la enorme pobreza del alma humana.