Paso la mañana en el escondite observando los campos de alrededor sin que la fauna sea consciente de mi presencia. Espero pacientemente, pero no se acercan las especies que busco. Nada, pues, que no entre dentro de lo imaginado: mucho tiempo que a alguno le parecerá perdido. No a mí. Los riñones se resienten tras las horas, buscando por las ventanucas camufladas del chajurdo, con posturas contorsionistas que me permiten mirar por los huecos que quedan a ambos lados del equipo fotográfico, por los laterales o por detrás de uno mismo. Los pajarillos dejan que me entretenga con ellos, revolotean sobre mi hide, se posan, reclaman, cantan, y van y vienen sin pensar que estoy bajo sus patitas. En tardes aciagas como esta una simple foto puede ser más que suficiente. Eso debió pensar esta hembra de tarabilla norteña (Saxicola rubetra) que se apiadó de mí sin ella saberlo, y se prestó a que la retratara mientras iba y venía con insectos en el pico. Se barruntan los meses duros del otoño que ya llegó y del invierno que llama a la puerta, y comienzan a retornar a nuestras tierras vecinos que nos dejaron meses atrás con la llegada de la primavera, al tiempo que comienzan a marcharse aquellos otros migradores que necesitan latitudes más cálidas. Estamos en una época de profundos cambios que vuelven, si cabe, más apasionante la naturaleza que nos rodea. Y yo no quiero perdérmelo.
Preciosa. Besitos.
ResponderEliminarGracias de nuevo, Teresa.
EliminarUn beso.