Hasta cuatro adultos de gaviota patiamarilla (Larus michahellis ) me sobrevuelan gritando a no mucha altura sobre mi cabeza. Sin lugar a dudas, algunos de sus miméticos y nidífugos pollos estarán cerca de mí entre la vegetación y las rocas que me rodean mientras yo intento hacer algún plano diferente de otro ejemplar. La foto tampoco va a ser la pera, así que no merece la pena incomodar a los padres y recojo por enésima vez el equipo en la mochila, plego el trípode y continúo por el sendero hacia el interior de la isla, alejándome de la zona de nidificación de estos individuos tan preocupados por mi parada. Acostumbradas a las lonjas de pescado, a los puertos pesqueros y a las playas atestadas de bañistas entre cuyas pertenencias rebuscan y roban al menor descuido bolsas de comida, bocadillos envueltos en papel de aluminio y chucherías, no presentan especial temor por la cercanía de la gente, lo que a mí me sirve para fotografiarlas sin mucha dificultad moviéndome alrededor suyo -si el acantilado me lo permite-, buscando el fondo adecuado cuando se puede, la orientación de la luz o la composición.
Acostumbrado como estoy a verme en la necesidad de permanecer oculto dentro de un hide, disfruto como un niño de la presencia confiada de estas aves de espectaculares y acrobáticos vuelos a mi alrededor, en una de las mayores colonias del mundo de esta especie. Se persiguen ariscas, oportunistas, audaces y agresivas cuando alguna de ellas logra algo de pitanza, y a veces llegan a casi rozar mi cabeza con las puntas de sus alas. Yo, que soy de secano, me evado como en un sueño con la algarabía y diversidad que pueden llegar a presentar los ecosistemas costeros. En un momento dado, bajo la superficie del agua emerge un enorme congrio (probablemente mayor que yo mismo) deslizándose como un ser telúrico entre las algas y las rocas, para desaparecer en cuestión de segundos. Por encima del dosel que forman los pinos y eucaliptos de repoblación, el insistente reclamo del halcón peregrino resuena poniendo en alerta a todas sus hipotéticas presas. No llegamos a verlo, pero su voz me es tan familiar que, sinceramente, no lo necesito para sentir la satisfacción de su presencia. Por último, entre las grandes aves marinas los cormoranes moñudos vuelan de allá para acá, raso sobre la superficie del agua, formando el colofón final de este interesante elenco de seres que durante una jornada nos han rodeado.
Nos alejamos de la isla y del oleaje golpeando contra sus rocas observando algunos delfines surcar las aguas que nos separan del continente, y con el recuerdo imborrable de las patiamarillas, con ese pico bestial y esos ojos claros rodeados de un estético anillo rojo (que, dicho sea de paso, a mí me traía viejos recuerdos de jornadas pasadas años atrás fotografiando al quebrantahuesos).
Dejo atrás el bullicio de la colonia con la seguridad de que regresaré en un futuro no muy lejano.
Dejo atrás el bullicio de la colonia con la seguridad de que regresaré en un futuro no muy lejano.
Desde la azotea de mi casa de Barcelona podia ver decenas de ellas sobre el tejado de la lonja de pescado. Pasados los a#os ahora me doy cuenta de que son realmente bellas. La penultima foto es increible. Un Bellezon. Gracias una vez mas por compartir tu camino.
ResponderEliminarViejos recuerdos de la Barcelona de otros tiempos. Las gaviotas, sin embargo, no han cambiado nada, siguen siendo unas preciosas piratas.
EliminarLos caminos siempre se cruzan, se alejan, se separan, se vuelven a juntar,... Intentaré seguir el mío con la mayor dignidad posible y cuantos más me acompañéis en él, más llevadero será.
Un beso.