Por olvidada y ... por grande, ambas cosas.
Eso es lo que rápidamente se me viene a la cabeza cuando hablamos de la fotografía de cigüeñas blancas (Ciconia ciconia), que bien pudiera llevarse el premio a la gran olvidada por los fotógrafos de fauna. Lo primero que muchos pueden pensar a la hora de plantearse la fotografía de esta familiar compañera de pueblos y urbes es que no tiene mucho mérito hacerlo, ya que darán por sentado que está más que acostumbrada a nuestra presencia, como frecuente comensal del hombre que es. Sin embargo, esta esbelta zancuda es tan elegante como desconfiada, y sería ingenuo negar la necesidad de planificar muy bien las sesiones para obtener alguna cosa interesante.
Lo cierto es que se trata de una ave bastante recelosa cuando se haya en cualquier pradera, terreno de cultivo o humedal comiendo, y no es tan sencilla su fotografía como pudiera pensarse, si exceptuamos las fotos hechas en nido, claro. Come andando, y para hacerlo puede escoger cualquier campo. ¿Dónde esperarla, entonces? La respuesta es: ¡a saber!
Si tienes suerte, quizás, mientras esperas a otro bicho coincida que se paseé delante tuyo y consigas una foto aceptable, incluso buena, pero si esto sucede no será generalmente por un trabajo dedicado específicamente a ella, sino fruto de la casualidad. Es decir, ¿mérito? ... ninguno.
Pues bien, hoy nos vamos a centrar por una vez en algunos aspectos de la biología de esta belleza olvidada, y no, no será desde luego por mi saber hacer, sino por el suyo propio ya que la mayoría de las fotografías que mostraré serán en nido, o lo que es lo mismo: he ido a lo fácil y seguro.
Como todos sabemos, las cigüeñas blancas utilizan una gran variedad de soportes para ubicar las enormes plataformas sobre las que sacan adelante a su descendencia, desde los clásicos árboles a las grandes torres de líneas eléctricas, pasando por algunos roquedos y las sempiternas edificaciones humanas: castillos, iglesias, catedrales, silos de grano, etc.
Incluso en alguna ocasión en estructuras extrañas como esta escultura del Museo Vostell Malpartida (Malpartida de Cáceres), que forma parte de la numerosa colonia existente en el Monumento Natural de Los Barruecos y alrededores.
Aquí sería bueno aclarar que se podría hablar perfectamente de la existencia de una "cultura de nidificación", puesto que las colonias de cada zona o comarca tienen sus nidos situados en unos u otros soportes concretos. Así, los pollos que nacen en torres eléctricas, o en postes de teléfonos, o en árboles, o en rocas, o en monumentos criarán a su vez, una vez adultas, en ese mismo tipo de estructuras sobre las cuales crecieron. Esto se puede apreciar muy bien cuando, viajando a lo largo del país, observamos alguna colonia cuyos nidos se congregan todos sobre las torres eléctricas a lo largo de la carretera, por ejemplo, mientras que más adelante desaparecerán de dicho soporte y comenzarán a ser habituales en otro diferente, como árboles o edificaciones.
Bueno, nosotros vamos a acompañarlas en algunos aspectos de su período reproductor visitando una de las colonias de cigüeña blanca más atípicas que existen, precisamente por ser la única en el mundo que se ubica en unos acantilados marinos.
Para ello nos hemos acercado ex profeso a la fachada atlántica de nuestros vecinos portugueses para visitar la peculiar colonia existente en la Costa Vicentina. Esta parte de su litoral meridional es famosa por sus olas, recibiendo un turismo importante en los meses estivales dirigido en gran medida a la práctica del surf y otros deportes acuáticos. Pero también es destino de un gran número de excursionistas ávidos de paisajes, ya que un sendero de largo recorrido permite conocer la costa entre el norte y el sur caminando -que es la mejor forma de conocer un lugar- y hospedándose en pequeños pueblecitos pesqueros. Además de todo ello recibe, obviamente, el turismo más clásico de playas y chiringuitos.
Pero por si fuera poco ya el atractivo de su belleza natural, este litoral presenta, como ya hemos adelantado anteriormente, la peculiaridad de albergar esa única colonia de cigüeña blanca existente en el mundo que anida en acantilados costeros, lo que la vuelve especialmente interesante para cualquier amante de la vida salvaje. Acantilados, playas y calas pueden estar salpicados por los voluminosos nidos de esta zancuda tan familiar, sobre las mismas olas del mar. Generaciones y generaciones de cigüeñas han utilizado estos casi inexpugnables cantiles para traer al mundo a su descendencia, agrandando anualmente algunos de sus nidos hasta tamaños ya importantes, como el de las siguientes fotografías, ubicado en un pináculo que la erosión marina ha dejado aislado sobre la playa de una pequeña cala, a la que se accede solo andando y con cierta dificultad, destrepando por alguna debilidad del roquedo.
La base de la torre sobre la que las aves han levantado este nido se cubre por las mareas dos veces al día, y dos veces al día algún mariscador se pega a su base cuando las rocas quedan al descubierto. Y mientras uno de estos paisanos rasca en las rocas del gendarme, ahora solo acariciadas por el agua turquesa del Atlántico, la gente no deja de pasar por el sendero que circula a todo lo largo del borde superior del cantil. Excursionistas con sus mochilas y bastones de trekking recorren esos 125 kms. del camino balizado conocido como Trilho dos Pescadores.
Las distancias de casi todos estos nidos a la gente que pasa por el borde del acantilado suele ser lo suficiente para que las cigüeñas no sientan temor alguno ante la continua presencia cercana de personas, además de que esta parte del litoral está incluida en el Parque Natural do Sudoeste Alentejano e Costa Vicentina, y la gente se muestra respetuosa con la fauna. A esto hay alguna excepción y nosotros encontramos al menos dos plataformas -sin visos de haber sido usadas esta temporada reproductora- a las que se podría llegar sin ningún problema y sin jugarte la vida, simplemente andando. Con todo, se hace siempre imperioso recordar y advertir que se debe mantener el máximo respeto hacia estos nidos para no molestar durante el desarrollo de los pollos, y especialmente durante la incubación de los huevos. La prudencia y el sentido común deben prevalecer en estas situaciones.
Pero entremos de lleno en cómo transcurre la vida en estos nidos. Las tres fotografías siguientes están realizadas hace ya muchos años desde una ventana camuflada en lo alto de una edificación, no en esta colonia portuguesa sino aq
uí, en España, pero me sirven para documentar el número de huevos que suelen componer las puestas de las cigüeñas. En las dos primeras podemos ver a tres hermanos y dos huevos aún sin eclosionar en lo que podríamos calificar como una puesta normal.
Generalmente las cigüeñas ponen entre 3 y 5 huevos, y en algunas ocasiones menos (1 o 2) o más (6). Cuando son muy pequeños siempre hay al menos un adulto en el nido, protegiendo a los pollos de los depredadores o de las inclemencias del tiempo, además de dándoles calor.
Pero a medida que van creciendo y sumando semanas de vida los adultos van pasando más tiempo fuera del nido en busca de alimento, espaciando cada día un poco más las estancias en él.
Si dejamos pasar el tiempo no será extraño ver al final del período de nidificación solo 2 o 3 pollos desarrollados en la mayoría de los nidos. Y es que es bastante común que alguno se quede por el camino debido a que la incubación se inicia desde la puesta del primer huevo, lo que provoca que los pollos que nacen en último lugar arrastren una significativa diferencia de desarrollo físico con respecto de sus hermanos mayores, y con ello una clara desventaja a la hora de disputarse la comida con ellos. Esto hace que poco a poco los últimos en eclosionar vayan perdiendo la batalla por la vida en favor de sus otros hermanos mayores, que acabarán recibiendo así más alimento. No es raro, pues, que en estas situaciones los más pequeños acaben muriendo. En la imagen siguiente los dos cigüeños parecen estar mirando pensativos a su hermano muerto en el borde derecho del nido, consumido y seco, pero aún reconocible.
La vida no es fácil en la naturaleza, y a veces es más sencillo morir que seguir viviendo. Quizás las inclemencias meteorológicas acabaron con la vida de este pollo; o quizás el peligro se encontraba dentro del propio nido, con unos hermanos mayores que sistemáticamente acaparaban la mayor parte de la comida haciendo que el pequeño se debilitara; o puede que un parásito o una enfermedad le hicieran hincar la rodilla; ¿quién sabe?, o a lo peor fue a nacer en un mal año de alimento, poniendo difícil a los padres la tarea de conseguir suficiente comida para todos; o incluso pudiera haber sucedido que uno de los progenitores perdiera la vida por los azares propios de vivir y que al otro le fuese imposible hacerse cargo él solo de conseguir alimento suficiente para todos los hermanos. ¡Hay tantas variables que pueden hacer que un pollo no llegue nunca a la edad adulta, o que un adulto no llegue a hacerse viejo! La vida en la naturaleza no es sencilla, y mucho menos aún segura, por eso siempre será un prodigio del que maravillarnos.
Y poniendo los pies en el suelo y viendo algunos de los nidos situados a menor altura sobre las olas del mar nos preguntábamos si algunos de ellos no se verían afectados, aunque solo fuera de vez en cuando, por el embate de los temporales procedentes del océano, poniendo en grave peligro a las nidadas a consecuencia de ello. Me puedo imaginar olas de grandes dimensiones rompiendo contra los acantilados y lanzando cantidades enormes de agua salada a gran altura empapándolo todo, en medio de fuertes vientos y bajadas de temperatura. No debe ser nada fácil la vida allí esos días y esas noches de borrascas marinas, no.
Se hace innecesario insistir en que la época de cría resulta un período de sus vidas particularmente fatigoso para los padres, puesto que sacar adelante a una prole siempre hambrienta no suele ser sencillo. En el caso de las cigüeñas, cuando eclosionan los huevos el esfuerzo que deben hacer los progenitores es, sin duda, arduo.
La llegada de los padres a casa provocará, como si de un resorte se tratara, una frenética actividad en los pollos que esperan hambrientos. No es raro que los adultos aprovechen el viaje al nido con el buche lleno de comida para las crías llevando, además, algo más de material con el que tapizar el centro del mismo, manteniendo así su confort e higiene. Con edades como las de los polluelos de esta entrada, los padres hacen acto de presencia principalmente para traerles comida y cebarlos (y para descansar un poco), espaciando paulatinamente su permanencia en el nido a medida que su prole crece, hasta que acaban yendo prácticamente solo a darles de comer. Con edades avanzadas los pollos permanecen mucho tiempo solos en los nidos, esperando. Cuando por fin llega alguno de los adultos los pequeños cigüeños despliegan un comportamiento típico que estimula la regurgitación del alimento por parte de los adultos, adoptando una postura clásica, agachándose y desplegado las alas con unos movimientos similares a un torpe aleteo, y mirando hacia el centro del nido, lo que se aprecia mejor cuando son tres o cuatro los hermanos. Apoyados sobre los tarsos-metatarsos, los pollos esperan que caiga en el centro de la plataforma el alimento que la cigüeña va a regurgitar desde su buche para lanzarse sobre él y engullirlo antes de que lo puedan hacer sus hermanos: la vida en la naturaleza es una constante lucha por sobrevivir. Obviamente también los veremos intentando comer directamente desde el pico del adulto.
El adulto comienza a hacer un extraño movimiento con el cuello, encorvándolo; entreabre finalmente el pico e inicia la regurgitación de restos medio digeridos de invertebrados diversos, como lombrices de tierra, larvas, o artrópodos como escarabajos, saltamontes, etc. y/o de pequeños vertebrados como ranas, salamandras, pequeños reptiles, ratoncillos o peces, sin olvidarnos que estas aves son grandes basureras y a menudo encuentran su sustento rebuscando entre los desperdicios humanos, en Centros de Tratamiento de Residuos Urbanos y basureros, siendo estos en parte los responsables de que cada vez se vean menos obligadas a migrar a África (pensemos que no es realmente el frío en sí lo que determina la migración de muchas de las aves del planeta, sino que el frío limita la abundancia de su alimento principal, que es lo que al final las obliga a migrar a regiones más amables).
Tras el acto de regurgitar la comida, las cigüeñas suelen realizar una especie de "esponjonamiento" de las plumas del cuello, cabeza, espalda y pecho, como vemos en las imágenes de debajo. Y es que regurgitar no dejará de ser un acto incómodo para el organismo y puede explicar ese acto reflejo una vez terminada la acción, lo que a mí me recuerda a un escalofrío que les pusiese el vello (las plumas) de punta.
Cuando los adultos han depositado el alimento en el nido o lo han regurgitado directamente sobre los picos de sus crías, a menudo se separan por un momento a descansar en el borde del nido o junto a él, a escasos metros de distancia, lo que pudimos observar en varias oportunidades, incluida a la cigüeña de la siguiente imagen, que aparentaba un gran cansancio y fatiga, con el plumaje sucio y la alas caídas, como si las fuerzas le faltaran, no solo para asearse, sino incluso para sostener las alas junto al cuerpo.
Tras el reposo, a menudo levantarán el vuelo para seguir con la ardua tarea de buscar alimento para su prole, pero en un par de ocasiones observamos que se desplazaron hasta la parte superior del acantilado y caminaron engullendo pequeñas piedrecitas que les ayudarán a "moler" los alimentos ingeridos, lo que les facilitará el proceso de digestión. Estos gastrolitos, que es como se les denomina técnicamente y que también encontramos en los fósiles de los dinosaurios, así como en otros reptiles (otro vestigio de los orígenes de las aves), se alojan en el estómago o molleja de algunas aves, principalmente granívoras (me acuerdo ahora de la extraordinaria experiencia de observar grandes bandos de ánsares comiendo arena en algunas dunas de, P. N. de Doñana, hace ahora muchos años). Las cigüeñas de las dos siguientes fotografías dedicaron unos minutos a recorrer las cercanías del nido seleccionando pequeños guijarros que ingirieron con dicho fin.
Regresando a la vida en el nido, y como decíamos antes, la mayor parte del tiempo los pollos con estas edades ya permanecen solos la mayor parte del día. A comienzos de junio en toda la península ibérica -también aquí, a orillas del Atlántico- los pollos de cigüeña ya están practicando los aleteos que les proporcionarán la fortaleza muscular y habilidades suficientes como para realizar sus primeros vuelos. ¡Y van a necesitar practicar muy duro, pues en este entorno no se pueden permitir el lujo de aterrizar en el agua en sus primeros vuelos! No todas las crías tienen el mismo nivel de desarrollo físico, pero lo normal es que estas torpes prácticas sean ya comunes en todos y cada uno de los nidos.
Viéndolos aletear pareciera que les pesaran las alas. Esto es debido a que las plumas de vuelo aún se encuentran sin desarrollar del todo, pudiéndolas observar en la fotografía inferior emergiendo aún de su estuche azulado. Hasta que las remeras primarias y secundarias no se hayan desarrollado definitivamente y liberado de dicha funda sus grandes alas planeadoras no tendrán la sustentación suficiente para darles la gracilidad propia de estas aves. Entre tanto, mientras esperan una nueva llegada de comida estas prácticas se vuelven cada día más habituales en el ático de las cigüeñas.
Veo a los pollos practicando cómo funcionan esas cosas grandotas que aún no controlan y que denominamos alas, mientras observan la pericia que con ellas tienen otras criaturas voladoras de su entorno, incluidas las propias cigüeñas adultas. Y, como si fuera la historia de Juan Salvador Gaviota, me las imagino soñando con emular un día en lo más alto del cielo esos vuelos perfectos de sus padres y del resto de aves de los acantilados -gaviotas, halcones, grajillas, palomas, cormoranes, ...-, planeando ingrávidas y describiendo círculos sobre nuestras cabezas.
Se acerca ese día y entonces se convertirán todas ellas en elegantes cigüeñas blancas que cubrirán nuestros cielos con su grácil vuelo; esbeltas y bellas compañeras de pueblos, ciudades y campos. Esperemos que la mayoría de ellas lleguen a viejas y sean capaces de prolongar en el tiempo la intensa vida de esta extraordinaria colonia. Y es que por muchas cosas la Costa Vicentina no te dejará indiferente, seguro.