Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.

31 de enero de 2022

El lobo, i-responsable

 "El lobo es incompatible con la ganadería, no existe más solución que erradicarlo"; publicado en La Nueva España, el 21, de noviembre de 2013.

"Los ganaderos consideran incompatible el lobo con las explotaciones en régimen de extensivo. El sector, reunido en Torrefrades, recoge firmas para pedir el "desalojo" del cánido", publicado en La Opinión, El Correo de Zamora, el 12 de marzo de 2016.

"El lobo acabará con el mundo rural si la Junta y los políticos no lo remedian"; publicado en Tribuna de Salamanca, el 22 de noviembre de 2018.

"El lobo no es compatible con la ganadería extensiva. No puede existir en territorios donde no es rentable y no causa más que estragos", en palabras de un veterinario y publicado en www.zamoranews.com el 22 de febrero de 2021.

"Barbón: si no se controla al lobo, los que se van a extinguir son los ganaderos"; publicado en La Voz de Asturias el 1 de octubre de 2021.

Y así podríamos seguir con decenas de titulares similares en los que se describe un panorama desolador de la ganadería por la presencia del lobo en el campo. El hartazgo que supone leer constantemente cabeceras de prensa apocalípticas similares a las anteriores desde hace décadas es tan grande como la ficción en la que viven quienes las mantienen. Cientos de noticias iguales a estas las llevamos leyendo desde hace muchos años a pesar de que el paso del tiempo y la realidad desmienten que el sector colapse como consecuencia de la especie. Es todo un enorme teatro con consecuencias nefastas para el depredador. Hablemos claro, los problemas verdaderos de la ganadería, que los tiene, por supuesto, y muy serios, poco tienen que ver con los daños que le pueda infligir el cánido, sino con la globalización del sector, con los precios de venta muy por debajo del coste de producción impuestos por grandes distribuidores y comercializadores, por la competencia de los productos importados desde el extranjero o procedentes de macrogranjas y por el escaso apoyo y defensa del producto de proximidad.

En este concurso maquiavélico de ver quién es más irresponsable, tiene un papel protagonista la irresponsabilidad de los políticos por mentir y manipular a la sociedad, por criminalizar al lobo usándolo como cabeza de turco de la crisis que vive el campo, por oponerse a la protección de la especie y, por lo tanto, a la conservación de nuestra biodiversidad con fines políticos y electoralistas, por matar lobos a cambio de votos en el medio rural y por arengar a la gente del campo contra un animal que, no solo no es el verdadero problema que tienen nuestras gentes del campo, sino que incluso actúa como un aliado como ya hemos visto aquí en otras ocasiones y como veremos más abajo.

También compite en este concurso a la negligencia y la insensatez la irresponsable actitud beligerante y radical de los sindicatos agrarios que parecen pretender con ello "rascar" beneficios de las administraciones, presionándolas con manifestaciones continuas, tanto en la calle como en los medios de comunicación, y buscando con ello la simpatía de sus asociados y/o justificarse ante los mismos.

Y de enormemente irresponsable solo puede ser calificada la actitud de aquellos ganaderos que no solo no ponen los medios necesarios para evitar daños en sus explotaciones, adaptándolas al regreso del depredador allí donde había desaparecido, sino que además exigen el exterminio de la especie, olvidándose interesadamente de algo que conocen muy bien: las ayudas que cobran a fondo perdido y que les pagamos entre todos los europeos (incluidos los conservacionistas a los que nos niegan el derecho a opinar sobre el manejo que se hace del campo y la naturaleza con nuestro dinero) llevan aparejados unos condicionamientos de sostenibilidad ambiental que implican la conservación de la biodiversidad. Vamos, que exigir por un lado el "desalojo" del lobo y, por otro, cobrar la PAC son dos cuestiones incompatibles. A ver si dejan de echarle tanta caradura al asunto. Es evidente que hay que encontrar soluciones para minimizar los ataques al ganado, pero tras siglos de aniquilamiento de la especie sin que de ese modo se haya atajado el problema debería hacerles ponderar que hay que buscar otra alternativa más efectiva, y que esa nueva estrategia pasa necesariamente por la prevención. Ya lo he dicho en más de una ocasión aquí: más cerebro y menos testosterona, más pensar y menos linchar.

Siguiendo con la lista de irresponsables en el concurso, no menos lo son todos esos medios de comunicación y profesionales del periodismo (que no del periodismo medioambiental) que solo buscan carnaza populachera y replican la que podría ser siempre la misma noticia publicada cientos de veces. Hasta las fotografías que acompañan estos artículos parecen clonadas. Se vuelven así en inestimables amplificadores de la cizaña social que políticos y sindicatos han fomentado; se transforman en cooperadores necesarios de la polarización del conflicto. La prensa amarilla se ha convertido de esta forma en la máquina de propaganda de eslóganes baratos, de frases muchas veces mentirosas y de demagogias manipuladoras. Puro y duro sensacionalismo al servicio de una visión sesgada y parcial del problema, profundamente subjetiva.




Y para irresponsabilidad, la mayor de todas, la de los propios lobos, porque en referencia al apocalipsis y colapso total que dicen vive el campo desde luego ellos "NO SON LOS RESPONSABLES" de las penurias que se les achaca. Veamos algunas cifras.

La ganadería en España

En nuestro país ha descendido el número de explotaciones ganaderas en los últimos años. Esto es un proceso global que afecta a todo el territorio nacional y que nada tiene que ver con la presencia del lobo en una quinta parte del mismo. Es un problema que está estrechamente relacionado con el envejecimiento de la población y la falta de relevo generacional, con la penuria y aislamiento digital en el que todavía viven abandonados muchos de nuestros pueblos, con las penosas vías de comunicación que vertebran algunas de estas comarcas, con el no menos obsoleto transporte público que las comunica, así como con unos servicios públicos esenciales (educación, sanidad, dependencia, servicios bancarios, ... ) que solo pueden ser calificados "de segunda". En definitiva, con el olvido al que nuestras instituciones públicas y, en última instancia, nuestros políticos tienen abocado al medio rural. Los jóvenes se van del campo en busca de una vida "normal" en las ciudades, más acorde a los tiempos que vivimos, abandonando un entorno rural sin apenas incentivos. El número de explotaciones ganaderas ha descendido de la misma manera en que lo ha hecho la población en el medio rural. Ni más ni menos. Pretender relacionarlo con la supuesta expansión del lobo es simplista y manipulador, aunque tengo que reconocer que les da muy buenos resultados a los demagogos populistas que rigen los destinos políticos de las comunidades con presencia del cánido, arrastrando a los ingenuos que los creen.


También el número de cabezas de ganado ha registrado un descenso similar. Así, por ejemplo, el número de ovejas ha ido paulatinamente disminuyendo en las dos últimas décadas desde los 24.927.000 animales censados en el año 2000, a los 22.749.483 de 2005, los 18.551.642 de 2010, los 16.026.374 de 2015 y los 15.439.218 de 2020, último ejercicio del que he encontrado estadísticas completas. Pero estaréis conmigo en que si fuera responsabilidad del lobo, como viene esgrimiendo la propaganda "fake" de quienes piden su exterminio, sería de sentido común que este descenso se reflejaría únicamente en los territorios loberos, y deberíamos entonces esperar por lógica aplastante una reducción relevante en sus cifras solo en aquellas CCAA con presencia del animal. Sin embargo, esto no sucede así. El descenso del número de ovejas en España es generalizado en todo el territorio nacional y no existe ninguna correlación con la presencia o no del cánido en las distintas regiones. Esto queda patente a poco que cotilleemos en las estadísticas anuales que publica el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación. Así, desde 2002 -primer año en el que aparecen estadísticas por comunidades autónomas- a 2020 la pérdida de cabezas de ovino se ha producido, en mayor o menor medida, en 16 de las 17 regiones autónomas. Solamente en la Región de Murcia aumentó ligeramente. Los porcentajes de pérdidas de cabezas de ganado son abrumadoras en casi todas las circunscripciones autonómicas, como podemos ver debajo.

Analizando los datos arriba sintetizados es sencillo darse cuenta que el porcentaje de pérdida de cabezas de ovino no es uniforme en las cuatro principales comunidades autónomas en cuyo territorio se asientan el 95% de la población de Canis lupus signatus: Castilla y León se sitúa en cuarto lugar, Cantabria en octavo, Asturias en el duodécimo y Galicia en el puesto décimo cuarto. Pero es que si sumamos la pérdida de cabezas de ovino en estas cuatro regiones, por un lado, y en el resto de comunidades autónomas sin presencia de la especie, o con una presencia casi testimonial (sin contar Murcia), por otro, comprobaremos que la pérdida de ovejas ha sido incluso superior en aquellas regiones que quedan fuera del área de distribución del lobo -un 38,05 %- respecto de la sufrida por las cuatro CCAA que concentran el grueso de la población lobuna -35,36 %-. Como pueden ver los propios ganaderos, presencia de lobo y crisis ganadera no tienen ninguna relación directa.

Además, esta crisis parece afectar solo a la cabaña de ovino, ya que el vacuno ha mantenido sus números estables en estas dos últimas décadas en torno a los seis millones y medio de cabezas. En 2002 se censaron 6.477.895 animales y en 2020 fueron 6.636.428, con algunas moderadas oscilaciones anuales, con un pico máximo de 6.651.203 en el ejercicio de 2003 y un mínimo de 5.802.218 vacas en 2013. 


Entonces, todos nos preguntamos ... si la cabaña de ovino desciende en todas las regiones aunque no cuenten con la especie, e incluso un poco más en aquellas donde no existe, y si la de vacuno no muestra ninguna variación en los últimos 18 años ... ¿cómo se puede mantener que sea el lobo el responsable de la crisis que está atravesando la ganadería?, ¿lo vamos a culpar también, por ejemplo, de que en Valencia se hayan perdido un 41,60 % de cabezas de ovino?, ¿o que en Cataluña y Aragón lo hayan hecho en más del 50 %?

Un poco de seriedad, señores. Llorar porque el lobo va a acabar con la ganadería es pura farándula. Un bulo malintencionado más, que no ayuda en absoluto a solucionar los verdaderos problemas del sector, ya que desviando la atención y los esfuerzos hacia elementos que no tienen responsabilidad en la crisis solo se prolongarán los problemas reales, además de empujar a la polarización del conflicto social.

Solo una última apreciación más al respecto de esta mentira tantas veces repetidas; el FAPAS describe muy bien la realidad en su nota titulada "Cuando el ganadero llora a causa del lobo ¿tiene razón?"; sin desperdicio alguno el vídeo que se incluye en la noticia, no os lo perdáis, viéndolo comprenderemos muchas cuestiones de por qué estamos donde estamos.

Las pérdidas achacadas al lobo

En palabras de Vicente González Eguren, de la Academia de Ciencias Veterinarias de Castilla y León, en su documento "La ganadería y el lobo en España" (2015) ya nos advierte de que "En la actualidad, no se dispone de un conocimiento global y preciso de las pérdidas generadas por los daños atribuidos al lobo, aunque se estima que supone menos del 1% anual de la cabaña ganadera explotada en sistemas extensivos". En esta misma línea otros autores (J. Talegón y X. Gayol, 2010) utilizan este mismo porcentaje máximo para hablar de las pérdidas que el lobo provoca en la cabaña ganadera española; y como también vemos en el documento "El Lobo en los medios", publicado por ASCEL, donde, además, podemos leer que " ... Solo las enfermedades y la muerte natural del ganado generan pérdidas económicas muchísimo más elevadas, incluso campañas de saneamiento oficiales realizadas de manera deficiente suponen pérdidas extraordinariamente superiores". Debajo, medicando al ganado contra parásitos intestinales dentro de las campañas anuales que cada ganadero debe mantener pare reducir las pérdidas por enfermedades.


En ese mismo documento la ONG se hace eco de los daños oficiales de EEUU donde sí hay recogidas estadísticas sobre estas cuestiones: "En otros lugares, como EEUU donde existen datos oficiales fiables sobre un censo de 94 millones de vacas (2011), los 1.700 lobos existentes mataron 7.800, mientras que los perros mataron 23.400, los problemas digestivos causaron la muerte de 507.000 reses y los respiratorios 1.014.000 de cabezas muertas". Aunque en España faltan esas estadísticas globales, homogéneas y serias (realizadas con pruebas de la autoría mediante ADN, en el caso de los ataques), sí encontramos algo de información que deja entrever la realidad. Así, por ejemplo, leemos en el Diario.es lo siguiente: "Al mismo tiempo, el sector insiste en que esta especie salvaje es "incompatible" con su actividad. Sin embargo, los datos oficiales no sostienen esa supuesta realidad. Los recuentos que llevan a cabo las Comunidades Autónomas reflejan unos daños ínfimos a la cabaña ganadera en comparación con el número de cabezas contabilizado por el Ministerio de Agricultura. No llegan, en todo el territorio al 1 %. En alguna provincia la cifra para 2015 es del 0,003 % ... / ... En la vecina Galicia los avisos sumaron 1.134 cabezas, entre vacas, ovejas y cabras. Un 0,09 % de los más de 1,1 millones totales (intensiva y extensiva)". Aunque en este artículo se redondean al público los números totales de la cabaña ganadera, para Castilla y León en 2013 los daños ascenderían al 0,04 % del total aproximadamente.

Estos son los datos, y no parecen apoyar en absoluto la magnitud del conflicto social que genera la simple presencia del lobo, dicho lo cual no es menos cierto que no hay que restar gravedad a las consecuencias que para un pequeño ganadero pueden suponer las bajas causadas en su explotación, aun cuando esta ya sea una cuestión que requiere un tratamiento diferente al planteado por la dicotomía lobo-ganadería, al que pretenden llevarnos sindicatos agrarios e instituciones. Desde luego resulta patético que no existan en España unas estadísticas serias que reflejen todos estos datos con solidez, puesto que para afrontar un problema lo primero que se necesita es conocerlo, y aquí, señores míos, la afectación que la existencia del lobo causa realmente en la ganadería es algo que aún desconocemos. Esto es así, le pese a quien le pese.

Las pérdidas por enfermedades 


Es bien sabido, y ya hemos hecho mención a ello más arriba, que las enfermedades causan más pérdidas económicas en las explotaciones que los propios ataques de lobos. Esto queda patente en las propias demandas de las organizaciones agrarias que buscan compensaciones por los sacrificios de animales a los que se ven abocados en ocasiones para sanear sus explotaciones, dentro de su lucha contra esas enfermedades. De esta forma, la Unión de Pequeños Agricultores y Ganaderos (UPA) pedía al Ministerio en 2017 que se atendiera con urgencia los problemas de movilidad de los animales debido a los brotes de tuberculosis, exigiendo soluciones para "cientos de explotaciones afectadas". Este mismo sindicato afirmaba que "... solo matando vacas no acabaremos con la tuberculosis y sí se llevará a la desaparición a los ganaderos". Así, por ejemplo, lo describen en el documento "La depredación del lobo sobre el ganado vacuno, caracterización del conflicto y propuestas para reducirlo", redactado a partir de un estudio financiado por la Comisión Europea, y elaborado en 2013-14, titulado "Exploring traditional husbandry methodos to reduce Wolf predation on free-ranking cattle in Portugal and Spain": "En la Cordillera Cantábrica, la causa principal de mortalidad del ganado fueron las enfermedades y los despeñamientos"

Aun sabiendo que las bajas por enfermedad superan ampliamente las producidas por el lobo, y que lo mismo sucede con los daños a los cultivos ocasionados por la sobreabundancia de herbívoros silvestres, todos estos daños son asumidos con normalidad, sin generar la crispación mediática que deriva de las acciones del cánido, económicamente mucho más insignificantes. Es paradójico que, mientras los ganaderos exigen el exterminio de este depredador apical, sus presas provoquen perjuicios económicos mucho más cuantiosos transmitiendo enfermedades al ganado y originando graves daños en la agricultura. Aquí falta algo de inteligencia, me parece a mí. Así describía la gravedad de esta transmisión la UPA en 2016: "Las enfermedades objeto de las campañas de saneamiento ganadero están muy vinculadas a la interacción entre fauna salvaje y ganadería ... / ... La presión sobre los ganaderos es altísima y existen algunos factores ajenos a las explotaciones, tales como la fauna silvestre, que en algunas áreas están influyendo de manera relevante en extender la enfermedad". Por su parte la Asociación Agraria de Jóvenes Agricultores (ASAJA) se quejaba así de los daños de la fauna silvestre a los cultivos: "... la superpoblación descontrolada de fauna salvaje -sobre todo jabalíes, conejos de monte, cabras montesas y corzo- que este año ha ocasionado unas pérdidas récord de 35 millones de euros en la Comunitat Valenciana". Son solo dos ejemplos de los daños que genera en el medio rural la alteración de los ecosistemas. Pero ahora extrapolemos la gravedad de estos perjuicios al conjunto de la península ibérica y comparémoslos con las pérdidas económicas achacadas al lobo, que según un estudio de Juan Carlos Blanco de 1990 ascenderían, para 2.000 lobos, a 1 millón de dólares aproximadamente (algo menos de 900.000 €).

Como ellos mismos deberían comprender, el lobo es un eficacísimo aliado del sector agro-ganadero como cortafuegos para esos dos problemas: son desproporcionadamente irrelevantes las pérdidas que pueda ocasionar en comparación con los beneficios ecosistémicos que les proporciona.


En este mismo sentido, por ejemplo, se advierte en el capítulo de Conclusiones del "Informe sobre resultados del programa nacional de vigilancia en fauna silvestre 2018", elaborado por el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, que la enfermad de "la triquina tiene una prevalencia significativamente mayor en jabalíes que en cerdos domésticos, con tendencia temporalmente estable en los dos últimos años". Además, los programas específicos de vigilancia de enfermedades en esta especie de ungulado silvestre advierten que "No obstante, considerando las posibilidades en ascenso encontradas en jabalíes en algunas zonas, ... / ... los jabalíes tienen un papel importante en la transmisión de la tuberculosis al ganado bovino doméstico en determinadas zonas", mientras que respecto de la brucelosis identificada en estos suidos salvajes el informe advierte que "... se observa que la infección se encuentra distribuida por todo el territorio nacional". En cuanto a la transmisión de estas enfermedades desde el ciervo al ganado bovino dice que " ... los cérvidos pueden tener un papel reconocido como reservorio de la tuberculosis, aunque este no tiene el protagonismo que alcanza en los jabalíes".

Debajo un ciervo fotografiado en estado salvaje en una sierra del sur de la península con una claramente mala forma física, muy delgado y con una cornamenta que ha crecido desigual, con cuatro puntas en un lado y cinco y deformadas en el otro. Más abajo otro ejemplo de un macho montés con alguna infección o tumor en la mandíbula en la sierra de Gredos.


Peste porcina, enfermedad vesicular porcina, enfermedad de Aujezsky, tuberculosis, brucelosis, pestivirosis, sarna sarcóptica, turalemia o hidatidosis son algunas de las enfermedades que pueden afectar al ser humano o a sus intereses económicos y que se desarrollan en mamíferos silvestres. Así pues, deberían quedar zanjados los beneficios que para el mundo rural puede representar la presencia del lobo en los ecosistemas compartidos con el ganado doméstico y la agricultura. 

Daños provocados por perros

Ningún amante o estudioso de este depredador discute que el lobo provoca un número indeterminado de ataques al ganado doméstico; es algo que no se puede negar, es incontestable y supone un perjuicio real muy importante para las familias concretas que sufren los daños (no así para el conjunto de la ganadería, como hemos visto anteriormente). A dicho problema hay que buscarle soluciones de carácter preventivo, dado que las basadas en el tiro limpio nunca solucionaron el problema y hoy en día, además, no son aceptadas por la sociedad. Estos ataques al ganado se minimizan, o incluso desaparecen del todo, con el pastoreo de los rebaños, con el uso de mastines y en número adecuado, recogiendo en recintos debidamente protegidas las vacas que vayan a parir, con la utilización de corrales nocturnos custodiados por perros, y con medidas disuasorias, pastores eléctricos, etc. 


Pero igual que es cierto que los lobos atacan y matan ganado, generando con ello una problemática personal y económica para las pequeñas explotaciones familiares, no lo es menos que los perros son igualmente causantes de numerosos ataques. Así lo refleja V. G. Eguren: "... debe prestarse especial atención a las pruebas periciales cuando se examinan los daños al ganado doméstico, no descartando la autoría de perros simplemente porque en la zona haya presencia de lobos (Echegaray y Vilá, 2010). Es más, los perros protagonizan muchos de estos ataques (Talegón, 2004) ... / ... Así, una investigación en nuestro país con perros asilvestrados demuestra que son capaces de atacar y causar daños casi de la misma manera en que lo harían los lobos (Duarte et al., 2014). En las poblaciones de lobos de Europa es importante el control de perros asilvestrados y abandonados que compiten con los lobos por los alimentos y el espacio". Por lo tanto, ante esta evidencia la sociedad se pregunta qué responsabilidad corresponde a cada cual, para no seguir culpando al lobo por inercia de todos los sucesos.

Pues bien, resulta ser una pregunta de imposible respuesta ya que no existe, ni ha existido nunca, una clara intención de nuestras instituciones públicas en cuantificar semejante dato y poner algo de luz sobre este aspecto concreto del conflicto. Resultaría sencillo delimitar responsabilidades y elaborar unas conclusiones que se ajustaran fielmente a la realidad si los peritajes que realizan nuestras administraciones incluyeran muestras de ADN (Matthew A. Mumma et al., 2012; Onorato et al., 2006; Romolo Caniglia et al., 2012; ASCEL, en El Lobo en los Medios; Talegón y Gayol, 2010). En la actualidad los datos que se manejan parten, siempre y solo, de los peritajes que con mejor o peor interés se realizan en base a meros "indicios" localizados en el lugar del suceso, utilizados como "prueba de cargo": mordeduras, excrementos, pelos, la presencia o no de lobos en la zona, avistamientos recientes de ejemplares, ... Las conclusiones finales de estos peritajes dependen totalmente de la buena voluntad y pericia del que visita y atiende la reclamación de daños, y en ningún caso de datos científicos, ya que no hay pruebas genéticas que discriminen si el autor ha sido lobo o perro. En definitiva, un ataque al ganado en nuestro país es o no de lobo en función de lo que el funcionario "crea o suponga" basándose en indicios.

Sin poner en duda a priori la buena voluntad de estos peritos, no podemos olvidar que, en función de estas evaluaciones personales, se ha dirigido siempre la gestión letal sobre la especie. Matar cientos de ejemplares, como se ha hecho durante años, usando como información de partida algo tan poco riguroso como los peritajes resulta muy atrevido y peligroso. Debemos tener claro que solo las técnicas moleculares pueden certificar con un rango de seguridad importante quién es el autor real de un ataque.

A pesar de lo que estamos viendo, en España, como todos sabemos, por norma, todo ataque al ganado que se haya producido en territorios con presencia del lobo es considerado causado por este último, generando una alarma social de gran magnitud y cargando a lomos del depredador las pérdidas que también provocan los perros. En estos territorios, que un medio de comunicación, un político o una asociación agraria generalice como "ataque de cánido" o, en su caso, hable directamente de ataques de perros es puramente anecdótico, cuando no ciencia ficción.

Sin embargo, estos daños provocados por perros ocurren, y mucho más de lo que algunos megáfonos del apocalipsis lobuno desearían reconocer, como veremos enseguida. 


En España hay varios millones de perros registrados. En 2015, por ejemplo, fueron 7.438.689, según refleja el "Análisis y caracterización del sector de los animales de compañía, Informe de Resultados" elaborado por el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación. En general, la inmensa mayoría de ellos están controlados, muchos son animales de compañía y no suponen nunca -ni supondrán- un riesgo para el ganado. No obstante, una mínima fracción de ellos deambula en plena naturaleza sin control, bien porque son perros de la propia gente del campo -donde es muy habitual tener los perros sueltos-, o porque son animales extraviados o abandonados. A estos se les suma otro pequeño número de canes ya asilvestrados que no tienen ninguna dependencia del ser humano y que viven en la naturaleza como cualquier manada de lobos. Según este informe en España, desde 2006 a 2014 se abandonaron (o extraviaron) 769.809 perros, o lo que es lo mismo, la barbaridad de 109.972 perros al año. Para 2020 la Fundación Affinity, que elabora las estadísticas más completas de este problema en España usando para ello la información aportada por 387 protectoras y centros de recogida de animales, estimó que esta cifra ascendía a 162.000, relacionando además el cierre de la temporada de caza con el abandono o extravío de perros destinados a la misma en un 10 % del total de los casos calculados. Además, en su informe advierten que el 72% de los perros recogidos por estas protectoras de animales no tenían el obligatorio microchip, lo que es un número desorbitado que delata el estado de abandono en el que muchos perros viven y el grado de irresponsabilidad de sus dueños. Aunque gran parte de estos animales terminan afortunadamente en centros de recogida donde pueden ser adoptados por otros ciudadanos, lo cierto es que estos datos refrendan la escandalosa realidad de que hay un número mucho más elevado de perros pululando descontrolados -sean dependientes del ser humano o no- por el campo que de lobos, y que algunos de ellos pueden provocar daños en las explotaciones ganaderas, debido tanto a su poca pericia como cazadores como a su habitual vida al lado del ser humano, al que no temen, moviéndose con soltura en un medio humanizado del que siempre han sido comensales.

El ejemplar descontrolado de la siguiente imagen, al que se le ve perfectamente el collar metálico que delata que se trata de un perro con dueño, quedó fotografiado a varias horas de distancia del pueblo más cercano, en una sierra del centro peninsular. Este tipo de imagen, lejos de ser anecdótica, es recurrente, por ejemplo, en los trabajos que se realizan para el seguimiento y conservación de la fauna silvestre mediante fototrampeo.

Por poner otro ejemplo, en la siguiente fotografía vemos a un braco alemán fotografiado un fin de semana, en temporada de caza, en una sesión a las grullas que realicé hace unos años en el interior de una dehesa donde no se estaba cazando. Iba y venía desorientado y claramente desesperado, buscando a su dueño sin conseguirlo, cruzando incluso una carretera cercana.

Con dueño, pero descontrolados, abandonados intencionadamente, extraviados por accidente o naturalizados en el ecosistema formando a veces incluso manadas, lo cierto es que suman un número importante de perros que pueden causar graves daños en la ganadería y que, por sistema, se imputarán al lobo. Muy buen ejemplo de la problemática que suponen los ataques de perros fue el caso de un vídeo en el que se veía a una vaca avileña atacada por un grupo de perros, pero que durante un tiempo corrió como la pólvora en las redes sociales como si de una depredación de lobos se tratara. Así lo viralizó sin ningún complejo la revista cinegética Jara y Sedal haciendo gala de su impúdica línea editorial, a pesar de que en las fotos se podía comprobar perfectamente que se trataba de perros, como vemos en las pertinentes capturas de pantalla:


Cuando ya no se pudo ocultar por más tiempo la realidad del suceso ante la reacción de parte del público, se tuvo que reconocer que en realidad fueron perros de rehala los causantes del ataque:


Podríamos hablar así de múltiples ejemplos respecto de los daños que ocasionan los perros en la ganadería tanto aquí, en España, como en el extranjero. Sin embargo, tomaremos como muestra un botón, eso sí, incontestable al tratarse de un territorio donde no se puede culpabilizar al lobo: las Islas Baleares. Allí no hay lugar para las dudas sobre quiénes son los autores verdaderos de los ataques, teniendo que reconocer, por lo tanto, que nuestros fieles amigos tienen su cuota de responsabilidad cuando están descontrolados, algo de lo que no quieren ni oír hablar en las CCAA con presencia de lobo ibérico. En un artículo publicado en Diario de Mallorca en junio del año pasado se habla de que solo en 2018 en esta isla fueron 52 los sucesos de estas características que acabaron con 331 ovejas muertas, otros 50 hubo en 2019 saldándose con 467 animales muertos, en 2020 se repitieron 28 ataques más muriendo 185 reses, y solo en los seis primeros meses de 2021 perecieron otras 80 más en 17 nuevos ataques. De media, los 147 ataques al ganado en Mallorca se saldaron con la muerte de 1.063 cabezas de ganado (sin contar las heridas), lo que supone 7 ovejas muertas por ataque. Obviamente, el "modus operandi" de estos perros y de los lobos tienen grandes parecidos, y las temidas "lobadas" pueden ser obra, no solo de los lobos, sino también de nuestros perros. Otro ejemplo indiscutible de esto que decimos lo encontramos en Ibiza, donde los ataques de perros descontrolados parecen estar detrás -aunque no sea la única razón- de la disminución de un 50 % en el número de cabezas de ovino de la isla.

Bueno, bueno, amigos, parece que en España no todos los daños achacados invariablemente al lobo en aquellas comunidades en las que prospera deben ser obra suya, ¿no os parece? Y ellos lo saben. Los políticos mediocres que nos gobiernan, los sindicatos agrarios que radicalizan su mensaje, y gran parte de los propios ganaderos que miran para otro lado lo saben, aunque por diversos intereses todos ellos se niegan a reconocer que los perros son responsables también de considerables pérdidas económicas. ¿Será porque da mucha más pena decir que el autor de los daños es el malo del cuento, sí, ese villano que se quería comer a la abuelita en la casa del bosque?

En internet encontramos numerosa información sobre los daños causados por perros en el ganado en los cinco continentes. Aquí en Europa es bien conocido el caso del Reino Unido, que ha sido utilizado en numerosas ocasiones como ejemplo. Allí varios miles de ovejas mueren anualmente por ataques de perros, como bien indica la Sra. Minette Batters, Presidenta del Sindicato Nacional de Agricultores en una comparecencia del 9 de noviembre del año pasado, ante el comité que trataba el Proyecto de Ley de Bienestar Animal: "Nos enfrentamos a una situación en la que cada años mueren 15.000 ovejas".

No, en Castilla y León, Galicia, Asturias y Cantabria no hay ataques de perros al ganado, en España tooooodos los ataques al ganado son obra del lobo.

Debajo una hembra de mastín ajena a la explotación ganadera que pasta en la zona alimentándose de un cordero.


¿Se puede diferenciar el ataque de un perro del de un lobo?

Obviamente no es sencillo. En el informe "El lobo y la ganadería, guía para su tratamiento informativo" Ecologistas en Acción lo dejan claro con el siguiente párrafo: "Por otra parte, es necesario recordar que parte de los daños atribuidos al lobo son producidos por perros asilvestrados, errantes o domésticos. Discernir si un ataque ha sido realizado por lobos o por perros es complejo, a menos que se utilice un análisis de ADN. En algunas zonas se ha comprobado, utilizando estas técnicas moleculares, que un importante porcentaje de daños achacados a los lobos eran en realidad ocasionados por perros". Así pues, según Ecologistas en Acción, distinguir sin análisis genéticos al autor real de un ataque al ganado resulta harto difícil basándose solo en los indicios recabados en el lugar de los hechos, cuando no imposible, lo que coincide plenamente con la autorizada opinión de Javier Talegón (comunicación personal), biólogo experto en el lobo que, entre 2000 y 2003 realizó más de 600 peritajes de reclamaciones en el oeste castellano leonés.

Así lo explican el propio J. Talegón y Xurde Gayol -experimentado guarda de medio ambiente del Principado de Asturias que también ha peritado cientos de ataques- en el capítulo titulado "El uso de estadísticas de predación sobre ganado en la gestión y conservación del lobo en la Península Ibérica" del libro editado en 2010 por ASCEL "Los Lobos de la Península Ibérica, Propuestas para el diagnóstico de sus poblaciones": "... la escasa unanimidad en los criterios y en los métodos de peritación de los daños, así como la insuficiente y desigual formación del personal encargado de realizar las labores de peritaje, son algunos problemas aún pendientes de resolver, en relación a la recogida de información ... / ... una carencia importante es la escasez de equipos de trabajo especializados; lo habitual es que el agente de la zona (rural, forestal, celador, etc.) visite el daño aplicando su criterio particular ... / ... En España la formación del personal encargado de las peritaciones es escasa y desigual, aunque se han realizado cursos específicos sobre ello".

Leyendo este texto, vemos que, en aquellos años en nuestro país no existía ni formación del personal, ni protocolos, ni metodologías comunes en los peritajes, lo que impide analizar estadísticamente la información al no ser ni rigurosa ni comparable. Y esto sucede a pesar de que diferenciar entre perros o lobos en un daño resulta imprescindible para reducir la animadversión que suscita la presencia del depredador entre la gente del campo. Estos dos autores insisten en la necesidad de conocer la "incidencia real" generada por Canis l. s., discriminándola de la causada por perros. Solo mediante la estandarización de los protocolos de peritaje, el uso discrecional de pruebas de ADN y la formación especializada del personal será posible evaluar, por ejemplo, la idoneidad de las medidas preventivas utilizadas y la verdadera incidencia de la especie desde un punto de vista biológico, social, económico, temporal o geográfico.

En este mismo sentido apunta el documento "Declaración del Grupo Campo Grande para el tratamiento del conflicto en torno al lobo" al observar sobre los peritajes que " ... los instrumentos que hay actualmente para conocer los ataques de cánidos a las explotaciones ganaderas no son efectivos de cara a una cuantificación precisa, por lo que la información que proveen actualmente no es un reflejo fiel de la realidad. Por un lado, los criterios que se usan en las distintas comunidades autónomas son diferentes y la información que genera es poco comparable de unas regiones a otras (con protocolos para los agentes medioambientales a veces poco claros). Además, con las evidencias que se obtienen es casi imposible distinguir los ataques de lobo de los de perros asilvestrados ... / ... También, las relaciones personales del ganadero con la guardería pueden mediatizar el procedimiento e incluso, ocasionalmente, se han encontrado casos de fraude en los procedimientos". Este grupo de trabajo apunta, además, a "... que no existe un acceso transparente a la información sobre ataques, daños e indemnizaciones que gestionan las distintas administraciones autonómicas", lo que sin duda facilita una manipulación del conflicto.

Como muy bien apuntan en la declaración anterior, no debemos menospreciar la subjetividad de las peritaciones cuando el propio guarda o celador encargado de realizarlas es, a su vez, ganadero, o cuando existe una relación personal (de amistad o de enemistad) entre el perito y el afectado por el daño, situaciones todas ellas que son relativamente comunes y que obligan a tomar el conjunto de resultados con muchas reservas y prudencia. Tal es así que J. Talegón y X. Gayol en su estudio recomiendan que, para evitar presiones del afectado, la notificación del resultado de la inspección no se haga nunca en el lugar de los hechos. Es tan evidente que los peritajes adolecen de excesiva inseguridad científica que numerosos investigadores, a la hora de usar las dispares y poco homogéneas estadísticas de daños como parte de la información preliminar de sus trabajos, hacen siempre especial mención a la necesaria cautela con la que se han de tener en cuenta (Blanco et al., 1990a y 1990 b / Llaneza, 1995 / Uzal y Llaneza, 2010 / Barrientos y Rico, 1993 / Barrientos et al., 1995).

Visto todo lo anterior, es sencillo concluir que nunca ha sido muy relevante para las autoridades conocer el alcance "real de la incidencia real", valga la redundancia, lo que ha generado durante años un perverso e injusto aumento del rechazo social hacia la especie, y el consiguiente exterminio de cientos de lobos que han pagado con su vida las pérdidas producidas por perros, enfermedades, accidentes o fraudes. Pero si las administraciones nunca se han mostrado proclives a presentar el problema de los daños en su justa medida, es decir, achacando al lobo solo lo que es del lobo y diferenciándolo de los daños con otros orígenes, si que se ha preocupado de alentar, muy por el contrario, el uso de la especie como cabeza de turco, estimular el victimismo del mundo rural y la necesidad de elegir entre el lobo y la ganadería y, en última instancia, entre el lobo y el ganadero. 

En el trabajo de J. Talegón y X. Gayol se expresa claramente algo que parece de primero de carrera, pero que nuestras instituciones ni se lo plantean: "Por otro lado, es deseable disponer de técnicas genéticas como método para obtener información sólida de la autoría de un daño, discriminando así entre lobos y perros". Invertir en hacer estudios genéticos de las reclamaciones de daños es invertir en el conocimiento de la magnitud real del problema, y es invertir en la reducción de la confrontación social gracias a una mayor información sobre la autoría de los daños. Las partidas presupuestarias destinadas a este cometido deberían ser prioritarias y con facilidad se financiarían -al menos en parte- con el propio ahorro de aquellas indemnizaciones que en la actualidad se vienen abonando indebidamente a numerosas reclamaciones fraudulentas, que prácticamente dejarían de existir, acabando de paso, también, con las valoraciones subjetivas y los muy probables errores humanos en las labores de peritaje. Además, que no exista una formación especializada en el análisis de los daños y unos protocolos y plazos generalizados en todo el área de distribución del lobo dificulta el uso de los datos oficiales. Solo homogeneizando unos peritajes serios y profesionales la información obtenida sería uniforme, objetiva y comparable, lo que sí nos permitiría conocer el alcance "real de la incidencia real" del lobo en la ganadería, por fin.

El fraude en la declaración de daños

Entramos aquí en otro tema espinoso que parece levantar también sarpullidos a más de uno. Si políticos, sindicatos agrarios y ganaderos no quieren ni oír hablar de la responsabilidad de los perros descontrolados o asilvestrados en los daños a la ganadería, qué se puede decir de los fraudes que rodean algunas reclamaciones de daños y que manchan la honestidad del resto del colectivo. Aquí el sector ganadero siempre mira para otro lado y parece como si el tema no fuera con él, volviéndose cómplices de la estafa, recordándome mucho a cuando el sector cinegético tira balones fuera cada vez que se menciona la palabra furtivo. En 2010 el periódico on-line El Comercio se hacía eco de un estudio realizado por biólogos y agentes medioambientales de sobrado prestigio en el conocimiento de este depredador (nuevamente Xurde Gayol y Javier Talegón, esta vez junto a otros dos reputados conocedores de la especie: Ángel Nuño y Jorge Echegaray), y publicado en septiembre de dicho año en el Cuaderno 295 de la revista Quercus, en el que se indica que el 10, 13 y 15 % de los daños reclamados sobre una amplia muestra de 473 expedientes revisados y originados en tres regiones distintas de Zamora y Asturias, fueron fraudulentos. Las dos primeras frases del artículo son lapidarias: "El lobo es un depredador al que se imputan más víctimas de las que causa. La picaresca y la posibilidad de sacarle un dinero extra a la Administración motivan reclamaciones falsas, a veces desarrolladas con sorprendente inventiva". Efectivamente, la existencia de fraudes no es negada por nadie, y lo deja de nuevo meridianamente claro V. G. Eguren en su documento de 2015 ya mencionado cuando escribe "Aunque el pago de compensaciones por daños que provoca el lobo es una exigencia de justicia social, también fomenta la picaresca, originando abusos por parte de algunas personas (Blanco el al. 1990a)", o el propio Juan Carlos Blanco cuando escribe en 2002 que "En algunos sitios la picaresca es tan grande que desfigura por completo el significado de las estadísticas".

Desafortunadamente muchos autores, divulgadores y periodistas aún continúan utilizando el término "picaresca" para referirse a estos fraudes (yo reconozco haberlo usado también en el pasado), lo que induce a banalizar la gravedad de los mismos. Es, desde mi punto de vista un error que no volveré a cometer, pues trivializa hechos que generan un importante aumento de la animadversión hacia la especie, además de suponer un quebranto de las arcas públicas y un hecho delictivo en sí mismo. Pretender que el fraude y la picardía sean sinónimos tiene tan poco sentido común, como pretender que un delito y una travesura lo sean, pues eso es lo que son el uno y el otro. 

En cualquier caso, saber hasta qué punto están generalizadas estas reclamaciones fraudulentas de daños por lobo y en qué medida forman parte del problema las propias peritaciones no es sencillo de conocer. Ni siquiera sería justo extrapolar los porcentajes arriba indicados al resto de regiones, porque igual que podrían ser menos, criminalizando entonces injustamente a gran parte del colectivo, también podrían ser realmente muy superiores, restando gravedad a esta problemática. El artículo publicado en El País en julio de 2016, titulado "El negocio sucio que rodea al lobo" describe las investigaciones e imputaciones que el SEPRONA llevó a cabo sobre un entramado delictivo constituido por guardería y ganaderos para cobrar indemnizaciones fraudulentas. Mucho más conocido es el fraude, ya clásico en Asturias, de los potros comprados en Portugal o Galicia por 50-100 € y abandonados en el monte asturiano para que los lobos los mataran y cobrar indemnizaciones que rondan los 800 €. Independientemente de lo que se termine demostrando en los juzgados, es voz populi que estos hechos son mucho más comunes de lo que finalmente acaba haciéndose público. La problemática que engendran estos delitos representa un factor relevante a tener en cuenta, ya que es el estafador y no el lobo el que engorda la bronca social. Una vez más se crucifica mediáticamente a un animal que, al menos en esos casos, ha sido inocente, y que puede acabar en un control letal.

En definitiva, estos fraudes sobredimensionan la problemática real, amplificando tanto la crispación social como el perjuicio económico, y esto es así ante la opinión pública, ante las administraciones y ante el resto de ganaderos.

A pesar de todo lo expuesto, durante años estos hechos dolosos no han estado en el punto de mira de las administraciones regionales, y hay un consenso general respecto de que se ha sido demasiado flexible e indulgente en la valoración de muchos de los expedientes a la hora de adjudicar la autoría de un ataque finalmente al lobo en vez de al perro, con el fin de acallar el malestar de la gente del campo mediante indemnizaciones, ayudar a familias de economías modestas o incluso evitar que algunos ganaderos se tomaran la justicia por su cuenta. Si no ha habido un serio interés en perseguir estas estafas, y si además se ha sido poco riguroso a la hora de valorar la reclamación tenemos que, con seguridad, en demasiadas ocasiones se le ha achacado al lobo un daño que no ha realizado realmente o que, al menos, no ha estado suficientemente demostrado. El resultado final es el de siempre, se culpabiliza a la especie por inercia cultural, porque es lo más sencillo y porque alguien obtiene algún tipo de beneficio. 

Todo estos hechos y dudas que rodean las reclamaciones de daños hacen que, en definitiva, los peritajes tal y como se hacen en nuestro país NO SIRVAN para saber con seguridad la causa de la muerte de una res.

Resumen

Así pues, con todo lo que hemos venido comentado hasta ahora nos podemos preguntar: ¿qué sabemos con seguridad? Pues con seguridad ...

- Sabemos que el lobo puede ser un inmejorable aliado del ganadero, reduciendo las poblaciones de herbívoros -y eliminando a los animales enfermos- y así minimizando la transmisión de enfermedades al ganado.

- Sabemos que el lobo causa un número indeterminado de bajas en la cabaña ganadera.

- Sabemos que el perro también causa un número muy importante de bajas.

- Sabemos que los ataques de perros al ganado suponen un problema grande también en regiones y países donde no existe el lobo.

- Sabemos que los ataques de cánidos (perro y lobo) afectan a menos del 1 % de la cabaña ganadera.

- Sabemos que solo los análisis genéticos pueden determinar con seguridad al autor de un ataque.

- Sabemos que en España no se realizan estos análisis genéticos de forma general, solo muy puntualmente.

- Sabemos que la valoración de un daño es, en general, una apreciación personal y particular, no científica.

- Sabemos que no existe, en general, una especialización de los peritos que visitan las reclamaciones.

- Sabemos que no hay una formación, metodología y protocolos homogéneos en todo el territorio nacional, siendo muy desigual entre regiones.

- Sabemos que existe un fraude importante en la reclamación de daños.

- Sabemos que las enfermedades son mucho más letales que los daños provocados por cánidos.

- Sabemos que la problemática que afecta a la ganadería es de otra índole (coyuntural, económica en un mundo global, ausencia de relevo generacional, abandono de las instituciones del medio rural, etc.)

En definitiva, "sabemos que no sabemos" cuánta responsabilidad hay que imputarle al lobo y cuánta a otros factores -perros, fraude, etc.-, pero que es, desde luego, muy inferior a la que se le achaca. Y sabemos, por lo tanto, que el lobo no es el caballo de Atila que va a acabar con la ganadería en España.

Parafraseando aquel dicho popular que dice que "no es oro todo lo que reluce" a la vista de todas estas cuestiones podemos asegurar que NO ES LOBO TODO LO QUE SE DICE.

4 comentarios:

  1. Gracias otra vez....envidio tu tesón.Un artículo preciso de la realidad de una joya ibérica perseguido sin piedad. Saludos

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    1. Pues gracias a tí, por pasar por aquí y por tu palabras de ánimo, que agradezco. Creo que poco a poco van cambiando las cosas, pero cierto es que es una lucha difícil, pues luchamos contra la incultura, la insensibilidad y el poder (del dinero y del social).

      Un saludo, Javier.

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  2. ...que más se puede decir...sin palabras...enhorabuena (lo leeré, reeleré y anotaré...).

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    1. Pues me alegro mucho que opines asciéndalas. Ojalá lo leyera mucha gente con la mente abierta y con seriedad para opinar por uno mismo, sin inercias. Un saludo.

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