Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.

12 de noviembre de 2014

Celo

No es hasta que regresamos a primera hora de la tarde a la plataforma de Gredos que vemos por fin un grupo de hembras y algunos machos a lo lejos, en lo alto de una loma, a nuestra altura pero enfrente de nosotros. Entre medias tenemos el valle y nos planteamos si arriesgarnos a subir hasta ellos sin la seguridad de que se presten a posar para nosotros tras el esfuerzo de llegar hasta donde se encuentran. Llevamos toda la mañana pateando por la sierra, teñida inesperadamente de blanco por la nevada de esta noche, y apenas hemos visto, y siempre de lejos o muy lejos, a dos machos grandes y solitarios, o las huellas de algún otro ejemplar. Durante la bajada al valle tomamos la decisión de ascender hacia el rebaño de cabras monteses (Capra pyrenaica victoriae). Nos arriesgamos, pues.

Nuestro calzado cede ante la persistencia de la nieve y ya ascendemos con los pies mojados. Ganamos altura entre escobonares cubiertos de blanco y canchales desagradablemente camuflados por unos pocos centímetros de nieve. Con cuidado para no tener un accidente entre las piedras resbaladizas y los huecos escondidos entre ellas, vamos subiendo hasta ponernos a la altura del rebaño. Abajo, muy abajo, queda la carretera que remata en la plataforma.

Buscamos los machos grandes que adivinábamos con los prismáticos desde la loma situada ahora del otro lado del valle. El rebaño sigue con sus tareas cotidianas y se desplaza a tirones. Nosotros lo seguimos sin prisas, buscando piedras planas que nos hagan más cómoda la fotografía. Poco a poco nos vemos inmersos por fin entre las cabras. Nos centramos en los encuadres y las luces. Y cuando sale el sol intentamos aprovecharlo.

Cuando ya se alejan demasiado para andar corriendo detrás de ellas, Pablo escucha no muy lejos nuestro el ruido de un testarazo. Paramos y escuchamos. Un segundo testarazo nos indica la dirección a seguir. A no mucha distancia aparecen dos ejemplares grandes que se han alejado del rebaño. Están solos. A lo suyo. Midiéndose. Empujándose. Uno rojizo y el otro negro. Ambos muy oscuros. No encuentro lugar para situarme a suficiente distancia. No me entran en el encuadre con el potente objetivo que he traído, y aunque voy de un lado a otro, me resulta imposible. La orografía me impide separarme lo suficiente, y si me alejo se ocultan. Aunque no consigo hacer ni una sola foto realmente atractiva de la pelea, los observo de muy cerca a través de los prismáticos y disfruto como nunca observando su respiración cansada, los golpes secos de sus cornamentas, fatigados, extenuados. Uno presenta la nariz ensangrentada. En el otro vemos sus defensas manchadas de la savia roja del contrincante. Pasan los minutos y se acercan a nosotros hasta poco más de diez metros de Pablo. Impresionante. Abandonan definitivamente la arena de la contienda y van subiendo la ladera. Parece que uno no ha resistido más y el otro lo sigue, apabullándolo y expulsándolo.

Más de media hora de confrontación, no ha estado mal. Y como queriendo despedirse la sierra de nosotros, dos ejemplares de águila real nos sobrevuelan tranquilos a unos quince metros de nuestras cabezas. Puedo mirarles a los ojos según planean y nos observan. ¡Qué más se puede esperar de un día como hoy en el que, como un mal presagio, desde que salimos de casa a las cinco de la mañana no había dejado de llover durante todo el viaje en carretera! Con la mirada de aquel inmaduro de águila real guardada en nuestras retinas nos despedimos de Gredos una vez más, hasta que también una vez más podamos regresar. ¿Podremos hacer un nuevo intento al celo de las monteses esta temporada?

Yo cruzo los dedos.






















Podéis ver fotos de la lucha de estos dos titanes en el blog LaculpanoesdePablo.com

4 de noviembre de 2014

Globalización

Regreso a las orillas del Tormes acompañado por Pablo otra mañana soleada de este otoño amable. El viejo embarcadero nos recibe al mismo tiempo que los rayos del sol comienzan a acariciar las aguas mansas que se deslizan hasta el molino y su aceña, allí donde diversas ardeidas esperan perezosas a iniciar su jornada y donde los martines pescadores tienen algunos de sus posaderos. Como en otros puntos del río, no tardan en aparecer repentinamente un par de visones americanos (Mustela vison) y, como si fuéramos invisibles, pasan entre nosotros persiguiéndose y peleándose. Una vez dirimidas sus disputas se queda uno de ellos por la zona cotilleando nuestra mochila, los trípodes e incluso el hueco oscuro del parasol de mi objetivo; hueco en donde llega introducir toda la cabeza para averiguar a dónde diablos va a parar esa "madriguera" extraña. Una vez aclarado todo, vuelve a sus tareas cotidianas, trasteando por los alrededores, a lo suyo, zambulléndose en el agua y saliendo de ella, inquieto, nervioso, con el cuerpo encorvado típico de los mustélidos. Con su pequeño tamaño, este precioso animal se ha convertido sin quererlo en el azote de diversas cuencas hidrográficas de la Península Ibérica desde la última mitad del siglo pasado. Desde entonces hasta nuestros días, y siempre aprovechando el curso de los ríos, se ha expandido de modo imparable por gran parte del territorio nacional, ocupando cinco núcleos poblacionales en Galicia, País Vasco, Meseta Norte, Cataluña y Comunidad Valenciana-Teruel, y sin que las autoridades competentes hagan nada verdaderamente serio para controlar la expansión y la hipotética erradicación de esta especie invasora. En estas regiones es la causante de la disminución alarmante de especies de aves ligadas a los medios acuáticos que nidifican en el suelo, como gallinetas, fochas, rascones o cigüeñuelas, ejerciendo de la misma manera una fuerte presión predatoria sobre especies tan sensibles como la rata de agua o el desmán de los pirineos, así como sobre el cangrejo autóctono y diversos anfibios y peces. Por si fuera poco, es un difícil competidor para otros pequeños carnívoros autóctonos, como visones europeos y turones principalmente, a los que desplaza por tamaño y agresividad, así como por éxito reproductor.







Que un animal tan peligroso para la conservación de los ecosistemas ibéricos como este se desenvuelva con la soltura que lo hace entre nosotros, parece delatar el nulo interés que las administraciones competentes tienen en materia de conservación. Y es que no se puede entender de otra forma que no se lleven urgentemente a cabo tareas adecuadas de erradicación y control del visón americano en toda su área de distribución. En nuestro caso, aquí, en la comunidad autónoma de Castilla y León, es verdaderamente aberrante que se institucionalicen los continuos "controles" de predadores (generalmente deberíamos hablar de "masacres") sobre diversas especies de carnívoros a través de numerosos métodos de captura (trampas, lazos, cacerías, ...), incluso en casos tan polémicos como el del lobo en el interior del mismísimo Parque Nacional de los Picos de Europa, empleando en ello, además, grandes esfuerzos y excusas políticas, y provocando un fuerte enfrentamiento social con una inmensa mayoría de la sociedad española que no apoya la caza, y que por el contrario se inhiban de su obligación cuando se pone sobre la mesa la necesidad imperiosa de realizar trabajos serios y prolongados de control de, por lo menos, algunas de las especies invasoras más peligrosas para la conservación de los ecosistemas españoles que podemos hoy en día encontrar en nuestro territorio.

Entre tanto yo pienso en estas cuestiones, el visón me deleita con sus idas y venidas por el entablado de la orilla del río, olisqueando e investigando cada resquicio de su nuevo mundo. Me lamento, pero parece que el visón americano ha venido para quedarse definitivamente.