Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.
Mostrando entradas con la etiqueta Abubilla. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Abubilla. Mostrar todas las entradas

21 de diciembre de 2023

Un año más

Como todos los meses de diciembre este modesto cuaderno cumple un año más de vida, y son ya 12 los años que aguantamos en este mundo virtual. Pronto seré un mozalbete adolescente. Este año no ha sido un buen año en lo que respecta a las fotografías de fauna porque no ha habido muchas fotos, o al menos no en comparación con años anteriores. Sesiones a especies clásicas desde luego ha habido muchas menos que otras temporadas, pero, además, especies fieles como el pechiazul o la tarabilla común, esta primavera me han dado calabazas descaradamente. Me pinta bien, para que mi ego no se crezca demasiado creyendo que ya domino su mundo. Pero que este año no haya echado tantas fotos en el morral, no significa que no haya habido campo. Campo ha habido, y mucho, todos ellos paisajes sanadores recorridos con las mejores compañías. Y eso es lo importante. Aire puro y fresco, monte, prismáticos y botas; y amigos con los que compartir todo eso. Así que no me voy a quejar, no tengo derecho, aunque un poco en mi fuero interno y para mis adentros sí que lo haga: como ser humano egoísta que soy, echo balones fuera como si la culpa hubiera sido de otros.

Pero si ha sido un año raro por las pocas fotografías realizadas, más extraño ha sido por lo poco que las he mostrado en el blog. O mejor dicho, por lo poco que las he podido mostrar. Falta de tiempo y mucho lío no me han dejado el sosiego necesario como para pensar en este cuaderno de recuerdos como a mí me hubiera gustado.

Pero el tiempo ha pasado y ahora ya no es 2023, sino finales de 2023. Y como en todas las postrimerías de año, os dejo un resumen de doce fotos para recordar otros doce meses más de vida. Esta vez serán imágenes que no han aparecido previamente por aquí, al contrario a como venía haciendo tradicionalmente en cumpleaños anteriores, cuando escogía una foto ya publicada por cada mes del año que expiraba. De esta forma, verán la luz algunas de esas fotos que, imperdonablemente, se quedaron en el tintero de mi disco duro. Espero que os gusten y que sigamos viéndonos por aquí otros doce meses más.














14 de diciembre de 2022

11 años ya

Un 14 de diciembre más recopilo algunas de las fotos aparecidas en este último año para celebrar un nuevo cumpleaños que añadir a este modesto Cuaderno de un Nómada. Once ya. A mí me parecen pocos para esta andadura de la que tengo la sensación de haberse iniciado mucho tiempo antes. Este año cumplido lo despido con menos fotos de fauna de las que hubiera querido, pues me han faltado muchas mañanas en el hide para lo que venía siendo habitual en años previos. Pero es que el tiempo mucha veces no está ahí para lo que quisiéramos.

No obstante, campo ha habido mucho, que es lo principal. Han sido muchos los pateos realizados por las sierras y montañas de mi zona de confort: Gredos, Béjar, sierra de Francia, de la Culebra, ... cordillera Cantábrica, ... Gallocanta, ... Y amigos, por supuesto, también ha habido muchos amigos sin los cuales el campo no hubiera sido lo mismo. Con ellos hemos gastado las suelas de las botas, hemos arrancado a caminar antes de amanecer para hacer imborrables esperas a nuestros grandes carnívoros, o hemos llegado de ellas ya de noche a nuestras furgos. Nos hemos reído y hemos hablado; ya lo creo que hemos hablado, largo y tendido, de naturaleza, de la política que afecta a nuestra naturaleza, ... y de los indeseables cuyas acciones y decisiones afectan a nuestra naturaleza. Ya lo creo que hemos hablado de todo ello y de todos ellos. Y también nos hemos reído (¿no lo había dicho ya?). Pues eso, que sin los amigos nada hubiera sido lo mismo.

Ha habido buenos momentos, pero también momentos amargos como la pesadumbre que nos provoca recorrer los grandes incendios de Zamora y de la sierra de Francia/Hurdes, cuyas cenizas hemos pisado cuando aún humeaban algunos rescoldos calientes. 

Este año no puedo ni quiero quedarme solo con los buenos recuerdos, aunque espero que sea solo una excepción. Será necesario recordar también los malos, porque olvidar nos hace tropezar de nuevo con el mismo problema, y porque olvidar nos puede hacer cómplices de que algunos desastres ambientales se vuelvan a repetir. No, no quiero olvidar, para saber a quién no he de votar.

Esta vez os dejaré, como excepción a la norma, alguna foto más de las doce con las que en otros cumpleaños he salpicado esta celebración; os dejo, pues, un bonus track. Espero que, aunque menos prolífico en lo fotográfico para mí, haya sido al menos un buen año en lo viajero para todos, porque el destino no es el objetivo, sino el camino. 

Feliz espíritu de lo salvaje, amigos.

















23 de julio de 2022

Especies fetiche

Sin lugar a dudas todos los fotógrafos de fauna tenemos algunas especies fetiche que nos suelen regalar momentos dulces en nuestro trabajo de campo. Cada uno de nosotros tenemos varias. En mi caso la cabra montés, el pechiazul, la tarabilla, la avutarda, la grulla, ... son algunas de mis especies más emblemáticas. En mi archivo acumulo de cada una de ellas un mínimo de varios cientos de fotos de calidad -de alguna incluso varios miles de imágenes que se han salvado de mis cribas-, pero regreso a ellas cada temporada. La abubilla es otra de esas especies talismán. Cercana, sencilla, amable. Y guapa, muy guapa. Fotografiar esta hermosa ave resulta para mí siempre un verdadero placer, y aprendo siempre algo nuevo de su biología y comportamiento. Voy afinando la técnica y los resultados me resultan satisfactorios. Este año he tenido unas pocas sesiones con esta belleza, pero ya tengo en mi cabeza cómo van a ser las de la próxima temporada, intentando sacar algo diferente. Ya veremos. 

De momento en esta ocasión me han mostrado cómo se alimentan ocasionalmente no solo en el suelo, como es habitual en ellas, sino también en los mismos troncos de las encinas. En ellos las he podido fotografiar a la búsqueda de dermápteros (tijeretas o cortatijeras) y hormigas, complementando así su dieta y la de sus polluelos. Es más, que capturaran estas pequeñas presas pudiera significar que sus crías eran en aquel momento aún pequeñas. De haber seguido todo el ciclo reproductor de este año quizás hubiera podido comprobar cómo las presas iban aumentando de tamaño a medida que los pollos lo hacían también.




La abubilla (Upupa epops) siempre fue tradicionalmente clasificada en la familia Upupidae dentro del orden de los Coraciiformes. Sin embargo, en la actualidad mayoritariamente es incluida en el orden de los Bucerotiformes, que incluye entre otros a los famosos cálaos, habitantes de regiones tropicales africanas y asiáticas. El nombrecito en cuestión procede del griego y hace referencia a la forma curva que tienen los picos de estas aves (como cuernos de una vaca). Este ajuste taxonómico deriva de que, según algunos estudios recientes, los miembros de Upupidae están más relacionados con Bucerotidae, mientras los restantes Coraciiformes (carracas, martines pescadores y abejarucos, entre otros) tienen un parentesco más cercano con el grupo de los pícidos (pájaros carpinteros). Así pues, aunque como siempre hay discrepancias entre los investigadores, debemos ir cambiando nuestras creencias al respecto.


Es un ave asociada muy a menudo a ambientes agrícola-ganaderos, que evita los bosques cerrados y las áreas montañosas (aunque en el Himalaya las he llegado a observar a 5.400 en un par de ocasiones, muy por encima de la línea superior de los bosques, aunque quizás se trataran de ejemplares en dispersión). Durante el período reproductor precisan de la existencia de oquedades donde realizar las puestas. Por ello, los árboles maduros y rugosos o las viejas construcciones humanas los atraen. Es una especie clásica en los ambientes mediterráneos de nuestro entorno, muy común en las dehesas de encinas donde se alimentan de invertebrados -muchas veces subterráneos- (ortópteros, coleópteros, arácnidos, larvas, pupas, ...) que capturan en el suelo por donde se mueven incesantemente. Ocasionalmente pueden alimentarse también de pequeños reptiles y otros vertebrados de pequeño tamaño. Prospectan las bases de los árboles donde la diversidad de vegetación y, por lo tanto, de presas, es mayor.



La composición varía en función de la época del año, adaptándola a los recursos más abundantes en cada momento. La prospección la realiza a munudo introduciendo su largo pico en el suelo o levantando piedras y maderas y rebuscando entre la hojarasca del suelo con él. Para ello, la longitud y forma del pico son fundamentales y hacen de él una herramienta que maneja con gran destreza.



Las abubillas ponen una nota de color en nuestros austeros campos mediterráneos durante las esperadas primaveras, y una banda sonora imposible de no reconocer en ellos con su característico reclamo. En nuestros campos, pero también en el resto de Europa, y en toda África y Asia, ya que se trata de una especie con una distribución muy amplia, faltando solo de los desiertos y las regiones más norteñas y frías (está ausente de la taiga y la tundra). En gran parte de su área geográfica se comporta como migradora, aunque en el sur de la península Ibérica se ha sedentarizado. Así, por ejemplo, en el centro ibérico ya se dejan ver ejemplares todos los inviernos, una señal más de que los hábitos migratorios están modificándose en las regiones más cálidas o templadas.



Un ave de belleza innegable, hermosa e interesante al mismo nivel, con un aspecto hasta exótico que hace que siempre resulte atractiva su fotografía. Espero tener la oportunidad de seguir documentando su biología en la próxima y añorada primavera, cuando en nuestras dehesas se vuelva a escuchar la banda sonora de este peculiar habitante.

23 de junio de 2020

Posaderos

Voy a aprovechar las sesiones que he hecho estos días de atrás a unas abubillas (Upupa epops) para hacer mención de la transcendencia que en la foto final tiene algo que es controlable por nosotros desde el primer momento y puede determinar la calidad final en la fotografía de aves. Me refiero, como ya sabéis por el título de la entrada, a los posaderos. Siempre se habla de que la fotografía es luz. Nadie lo discute y todos los que sentimos afición por retratar la fauna la buscamos con la misma intensidad que los paisajistas, por ejemplo. Cuando hablamos con compañeros de afición sobre ciertos escenarios, siempre hablamos de si las fotos son "de mañana" o "de tarde", por ejemplo, y buscamos, como todos los fotógrafos, que la luz sea lo más bonita posible. A veces deseamos días nublados para evitar contrastes, o lugares en sombra para trabajar con luz artificial, o escogemos la luz del atardecer o del amanecer más o menos a nuestra espalda cuando buscamos ambientes cálidos, ... Hasta aquí todo correcto, todo el mundo esta de acuerdo. El segundo factor es, por supuesto, el fondo. A veces nos interesa un fondo suave que no nos distraiga del sujeto a inmortalizar, o que acompañe a la especie aportando información sobre su hábitat o alimentación, por ejemplo. Un tercer factor a considerar es, por supuesto, el propio pájaro que pretendemos retratar. Cuanto más compleja sea su fotografía, más valor tendrá el trabajo resultante, aunque su valor artístico no esté siempre a la misma altura que el de fotos tomadas a especies sencillas.

Sin embargo, muchas veces vemos fotos de aves que lo tienen todo respecto de esos tres factores a tener en cuenta, pero pecan de posaderos feos o con defectos, tales como golpes, ramas rotas, o el liquen en la parte inferior de la rama (algo que en la naturaleza no se da).

Si la fotografía ha sido obtenida a salto de mata, a pecho descubierto, entonces no tenemos opciones de manipular la percha en la que se posa el pájaro. Pero resulta inaudito que, si la foto está preparada en un escenario intencionado, algunos fotógrafos aún se olviden de buscar ese posadero chulo que esté a la altura de esa foto tan pensada en su cabeza y que le ha llevado un cierto curre conseguirla. Y me parece sorprendente porque escoger un posadero adecuado es precisamente la parte más "controlable" por el fotógrafo, junto con su ubicación exacta para que el fondo sea bueno (si se trata de un escenario preparado). El resto, tanto la luz como el animal, pueden no ser los esperados el día de la sesión. Pero los posaderos sí, siempre son controlables. Busquemos, pues, siempre perchas interesantes.


Una vez que ya tenemos claro que el posadero es una parte fundamental de la imagen final, debemos plantearnos seriamente darles un solo uso. Ya sé que hay posaderos muy resultones y que dan ganas de aprovecharlos más veces y utilizarlos en varias sesiones, a veces incluso para varias especies distintas, pero esto es un error. Por mucho cariño que le hayas tomado de verlo tantos meses en un rincón de tu casa, o por haberlo llevado ya a unas cuantas sesiones en las que no se posó nada y ha regresado triste contigo, una vez usado debe desaparecer de tu vida, no es un drama, jejeje, deshazte de él. Un posadero, una vez exprimido en una sesión, por muy bonito que sea, debe ir a formar parte del campo, pudrirse y reintegrarse en la naturaleza. No debemos caer en la tentación de usarlo más veces. ¿A qué me refiero con lo de "exprimido"? pues a que si el posadero da juego para hacer fotos en vertical y apaisado, hay que hacerlas, y a ser posible con la especie en diversas posiciones, de espaldas, de frente, tanto con el macho como con la hembra si existe dimorfismo sexual, con diferentes luces, con el duplicador y sin él, etc. Todas las variaciones que se os ocurran. Esto es exprimirlo.



Lo ideal es que lo use un solo fotógrafo, aunque si invitas a un colega a la sesión no quedará más remedio que compartir imágenes similares. En estos casos la buena compañía lo compensa, sin duda. Si le invitas pero tú no vas, entonces ponle a él un buen posadero, y luego lo tiras.

Una de las cuestiones que muchas veces nos planteamos y que nos suele generar dudas es si, aprovechando el escenario en el que hemos puesto tantas esperanzas, situamos uno, dos o más posaderos, de modo que en una misma sesión tengamos más opciones. Aquí depende mucho de la especie y de las circunstancias. La experiencia nos lo irá diciendo. Si es una especie difícil, que aparece poco y que para poco posada en la percha, entonces mi recomendación es no arriesgarse y asegurar las fotos en un solo posadero. ¿Por qué? Porque Murphy andará por ahí ciscando, como siempre, y cada vez que tú tengas enfocada y encuadrada una percha el bicho cuando llegue se posará en la otra. Para cuando tu muevas despacio el objetivo y encuadres al bicho, este volará. Por mucho que no te lo puedas creer, esto te lo harán la mitad de las veces al menos; a tí se te hinchará la vena o te entrará la risa histérica porque no te podrás creer la de oportunidades que estás perdiendo, mientras ves que se te está yendo la luz buena. Si enfocas el posadero derecho el pájaro se subirá al izquierdo, y cuando después de que te haya hecho esto cinco veces seguidas tú encuadres el izquierdo, al "uyuyui" se le ocurrirá probar el derecho. De esta manera se pierden muchas oportunidades. Es preferible asegurar con especies así. Situar varios posaderos es un planteamiento bueno en bebederos o comederos donde la afluencia de aves sea numerosa, o con especies que una vez posados permanezcan mucho rato en la percha (martín pescador, por ejemplo), pero no con otras que duran unos segundos (como la abubilla). En estos casos debe prevalecer asegurar las fotos.

Bueno, aquí vemos a la abubilla en un posadero diferente al de la primera imagen, situado en el mismo punto y con el mismo fondo de encinas, aunque siempre con la precaución de modificar la posición o bien del posadero o bien del hide para que el juego de manchas del fondo varie. La luz es muy distinta dado que en la anterior tanto el fondo como el sujeto están en sombra, mientras que en esta segunda foto al fondo ya le daba el sol de la mañana.


Según estamos viendo, si queremos fotos de una especie que apenas para en el posadero, necesitaremos varias sesiones si queremos retratarla en varias perchas distintas, puesto que cada día usaremos una. En estos casos yo procedo a hacer el cambio de posadero cuando termino una sesión. Para ello hay que ser previsor y disponer de la siguiente percha que queremos ponerles al día siguiente ya preparada. Una vez acabada la sesión, en este caso matinal, el ave tiene todo el resto de la jornada para acostumbrarse al posadero (o mejor aún, varias jornadas, si intercalarais días sin sesiones). Aquí hay que decir que hay especies que extrañan más estos cambios y otras que no. A la abubilla no le preocupa en absoluto, según mi experiencia con la especie, y al momento de alejarme del lugar si le coincide está ya subida en el nuevo posadero.

Los posaderos no debemos buscarlos cuando vamos a preparar una sesión. Seguro que si no hemos sido previsores, cuando los necesitemos no encontraremos ninguno adecuado. Lo mejor es dedicar alguna excursión para buscarlos; nos pasamos un día relajados por el campo buscando palos y piedras chulos, con formas curiosas, atractivas, con musgo, o líquenes, etc. Se obtienen buenos posaderos en brezales incendiados, en donde podemos encontrar cepas como la de la última fotografía o ramas retorcidas muy chulas. También son buenos lugares para buscar palos las pozas de ríos de montaña y puntos en los que la leña (a ser posible de brezo, madroño y otras especies con ramas chulas, retorcidas, etc.) que arrastran las crecidas quedan atascadas. Aquí los palos están lavados por la erosión del agua y quedan muy interesantes. Lo mejor es tenerlos guardados, no tiene por qué ser en casa, si los tienes a la intemperie pueden ganar belleza, incluso. Por otro lado, cuando recojo piedras o ramas con musgo, las guardo a la sombra y cuando pienso en que las voy a necesitar -a veces varios meses después- las riego abundantemente (las meto en la bañera y las ducho a discrección, abundantemente y a menudo) durante varios días para que el musgo vuelva a rejuvenecer y se ponga de nuevo verde.

Mis posaderos los sitúo sobre un soporte de fabricación casera que me permite ser muy rápido y eficaz a la hora de montarlos. Tengo varios de varias alturas, según me pueda interesar. ¿Cómo los fabrico? muy simple: un cubo de plástico o similar no muy alto (20-25 cm), un tubo de PVC, unas pequeñas barritas metálicas y cemento. Con esto me hago soportes similares a los que se usan para sujetar algunas sombrillas. Hago un agujero en la base del cubo por donde meto un extremo del tubo de PVC, extremo al que previamente le he atravesado las barras metálicas para que haga cuerpo el cemento. Luego ya solo tengo que rellenar de cemento el cubo. Ya está, sencillo y efectivo.  Puedes incluso comprar empalmes de PVC en forma de "Y" para situar posaderos inclinados. El plástico llama un poco la atención en medio del campo, así que yo lo cubro con diversos trozos de corcho. Pensar que a las ramas de los alcornoques cuando llevan un tiempo en el suelo se les pudre la madera, pero no así el corcho. De este modo puedes encontrar "tubos" de corcho, huecos, de diversos diámetros que son perfectos para camuflar el PVC u otras barras similares, usadas en estos escenarios preparados.



Encima veis una ejemplo, con el soporte a la derecha y un posadero clavado en él, encintado a una barra de hierro y camuflado con corcho. Estos camuflajes pueden ser útiles más para los curiosos humanos que porque moleste a los pájaros la visión del plástico. Finalmente, si el posadero es un tocón de madera lo que hago es practicarle un taladro en la parte inferior y por detrás con una broca bastante gruesa, y será ahí donde aloje un palo recto o barra metálica que sobresalga 30-50 cms, que es la parte que introduzco dentro del tubo de PVC. Si el posadero es una rama simplemente la introduzco en el tubo o la encinto a él.


Respecto de esta última foto, poco más que añadir. Tercer posadero, esta vez una cepa de brezo, para la última sesión. Comienza a darle la sombra de una encina en la base del mismo, algo que me resulta atractivo. En esta vemos a la abubilla desde otra perspectiva, y además con la cresta enhiesta, aunque se le nota el plumaje algo desgastado. Las abubillas tienen por costumbre erizar la cresta justo en el momento de posarse. Es un segundo o dos, no más, luego la bajan y la mantienen gacha el resto del tiempo, así que hay que estar muy atento a disparar y enfocar el ojo en un instante.

Tres sesiones, tres luces, tres posaderos distintos.

25 de mayo de 2018

La sencillez del oportunismo

Aunque no sea lo habitual, en algunas raras oportunidades un esfuerzo reducido conlleva una recompensa muy superior a la esperada o, por lo menos, a la dedicación y trabajo que han sido necesarios para obtenerla. Porque, muy por el contrario, lo normal será generalmente madrugar de un modo intempestivo, o conducir hasta un enclave lejano, o cargar con un gran número de bártulos y trastos durante mucho rato, o simplemente dedicar muchas horas de espera hasta que aparezca el animal a fotografiar, en un trabajo arduo al que ya he aludido en otras entradas del blog. Solo el trabajo concienzudo y serio va a ser sinónimo, en el mejor de los casos, de recompensa y satisfacción; y a menudo ni siquiera eso. Sin embargo, y como para compensar el elevado esfuerzo desempeñado en esas jornadas en las que nos hemos vuelto para casa de vacío, en algunas sorprendentes ocasiones ocurre todo lo contrario, y con un despliegue sencillo de material y trabajo consigues regresar del campo con una amplia sonrisa dibujada en la cara.

Hace semanas que la primavera irrumpió con fuerza a golpe de chaparrones y lluvias persistentes que dejaron los paisajes intensamente saturados de verde. La explosión de amplios tapices de flores en nuestros campos parecía algo ya olvidado en esta reseca meseta, sedienta desde hacía muchos meses antes tras un otoño y un invierno rotundamente secos. Por fin los embalses se llenaron hasta necesitar soltar agua, agua que se llevó algunas porciones de las orillas del río (desprotegidas por la absurda acción del hombre empeñado en ajardinarlas, descuajándolas de su protección vegetal; aunque eso sea ya otra historia). Las aves comenzaron a desplegar todo su repertorio sonoro y la naturaleza se vio bruscamente inundada por la efervescencia de miles de criaturas que iniciaron al unísono su período de amoríos y cortejos. En aquellos días que parecieran ya lejanos, descubrí un campo cercano que se había tapizado repentinamente con una maravillosa alfombra de saxifragas blancas de porte pequeño. Perfecto por su altura para las abubillas (Upupa epops) que merodeaban por los alrededores buscando gusanos, larvas y pupas de pequeños insectos. Sin más protección que una red de camuflaje por encima y con la espalda apoyada en una gran piedra para soportar unas cuantas horas hasta el atardecer, con la sencillez que otorga el oportunismo las tres sesiones dedicadas a lo largo de una semana me depararon algunas fotografías que consiguieron ponerme esa cara de incrédulo ante la realidad. La sencillez de la oportunidad es posible. Existe.





Pasan las horas y el sol declina rápidamente, las luces se vuelven cálidas y agradables, e intensifican el tono dorado de las plumas color canela de la pareja de abubillas que deambula alrededor mío, en ocasiones a tan solo cincuenta o sesenta centímetros de mí. Me quedo entonces petrificado, completamente inmóvil y, sin girar la cabeza lo más mínimo, las miro de reojo durante largos minutos hasta que me duelen las cuencas de los ojos, temeroso de que un leve movimiento del camuflaje que me cubre las ponga en alerta y se marchen. Tranquilas ellas sin embargo, buscan comida por el suelo, a lo suyo, sondeando con sus largos y especializados picos. De vez en cuando revolotean por fin a un posadero, momento en el que una ráfaga de disparos suena como una suave e inofensiva metralleta en el prado. Puedo observar cómo el macho alimenta en varias ocasiones a la hembra tras extraer del suelo alguna larva rechoncha y nutritiva, lo que me permite distinguirlas entre sí, pues la hembra tiene despelujadas algunas plumas de la espalda-. Se la "camela" a base de regalos similares, para demostrarle que él es la pareja adecuada para sacar adelante una nidada. Otras veces el macho se planta firme en un lugar prominente y eleva su reclamo hueco a los cuatro vientos con su curioso movimiento del cuello, como si regurgitara algo, en un gesto tantas veces observado en la distancia.




En mi tercera y última tarde con las abubillas la pradera ya no presenta ni la mitad de flores que una semana antes. Sigue verde, por supuesto, pero estas delicadas plantas que eran mecidas suavemente por el aire, pierden sus pétalos velozmente. Unas pocas jornadas de calor han bastado para que cumplan su función polinizadora y se marchiten y desaparezcan casi por completo. El mullido tapizado blanco es ya un indeleble recuerdo en mis archivos digitales, como si una suave neviza primaveral hubiera visitado fugazmente la pradera. Habrá que cambiar a nuevos escenarios con otros terciopelos de colores, porque se agostan unos pero florecen otros. La primavera continúa, intensa, como hacía tiempo que no disfrutábamos; pero al igual que sucede con las flores, esta también pasa de un modo fugaz sobre nuestras llanuras y estepas.

NOTA: Imágenes en su formato original, sin recortes ni reencuadres.