Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.
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9 de diciembre de 2024

El protagonista

Fue sin duda el protagonista de la jornada.

Todos conocemos los testarazos tan bestias que se arrean los machos de las distintas especies del género Capra. En el recuerdo de muchos de nosotros estarán siempre grabadas aquellas secuencias de la serie documental de El Hombre y La Tierra en la que dos ejemplares de la subespecie Capra pyrenaica hispanica de las sierras de Cazorla se golpeaban con una violencia extrema y, agotados por el esfuerzo del combate, respiraban agitadamente para tomar algo de resuello antes de continuar. A mí no se me olvidarán por mucho tiempo que pase sin ver aquel capítulo de la serie.

Con aquellos recuerdos en la cabeza y con las observaciones que vamos realizando sobre el terreno, nos parecerá mentira que sus cabezas y sus cerebros no se destrocen con semejantes topetazos. Nos sorprenderá que puedan sobrevivir a estas embestidas. Pero lo hacen, sobreviven a estos combates que forman parte de su ritual anual. Y lo hacen porque las adaptaciones que han desarrollado en sus cráneos amortiguarán los impactos sin que estos les provoque lesiones letales. Y nunca verás un cuerno roto.

Bueno, mejor dicho, casi nunca, porque muy raramente puede llegar a suceder que veamos a algún ejemplar de esta guisa.


Este individuo fue el centro de nuestra atención durante toda aquella jornada. Lo que no parecía que pudiera llegar a suceder a él le sucedió: en alguna desafortunada arremetida una de las fundas de sus cuernos tronchó y se partió por su parte central. Quién sabe si algún problema de salud, alguna deficiencia en algún nutriente importante, mineral, vitamina, o quizás alguna infección del interior lo ha debilitado, haciendo que en uno de esos choques el cuerno se le partiera.



Cuando hacemos fotos de la subespecie Capra pyrenaica victoriae en Gredos el proceso es siempre el mismo: se comienza por buscar un grupo en el que haya numerosas hembras y varios machos grandes -lo que en ocasiones no es tan sencillo, pues parecen haberse volatilizado del lugar-; después te aproximas al rebaño, siempre dejándote ver desde lejos para que no se asusten; y finalmente permaneces con él durante el tiempo que creas suficiente, acompañándolo y buscando las fotos soñadas, a menos que ellas -las hembras- decidan largarse, en cuyo caso no podrás seguirlas. Si las cabras hembra se van lejos los machos las seguirán como corderitos y tú, por muy hábil que seas caminando por terreno malo, te acabarás dando por vencido. Por eso, este macho con el cuerno roto acabó siendo el protagonista de la jornada, dado que el rebaño se quedó sedimentado por una zona muy buena y nosotros permanecimos bastantes horas acompañándolo, lo que permitió que en numerosas ocasiones se nos presentara la oportunidad de retratarlo.



Volviendo al animal en cuestión, podríamos pensar que este macho ha tenido mala suerte, que la vida le ha tratado mal, que le ha jugado una mala pasada y que, en adelante, llevará una dura vida de paria, un desheredado sin poder competir con el resto de machos por el derecho a cubrir a las hembras. Nada más lejos de la realidad. Porque probablemente este individuo se haya salvado de ser ejecutado por un cazador que habrá pagado miles de euros (algunos machos -categoría A1- tienen un precio de salida de 4.500 € a lo que hay que sumar la cuota complementaria en función de la puntuación final del trofeo, pudiendo llegar hasta los 49.973 € si se ajusticia un macho con puntuación de 300, aunque suelen rondar cantidades entre los 3.000 € y los 16.000 €) para disfrutar acabando con su vida, precisamente porque su tara lo hace un ejemplar no "aprovechable" cinegéticamente. Es la mercantilización de la fauna salvaje.

Además, la falta de parte de uno de los cuernos no le impide en absoluto luchar por el favor de las hembras contra otro macho, como pudimos constatar al poco de "acoplarnos" al rebaño. Efectivamente, no llevábamos mucho rato cerca del grupo de hembras y machos que pastaban en la pradera cuando este ejemplar se enzarzó en una batalla con otro ligeramente más joven haciendo que nuestras cámaras entraran en calor. Aún en la pradera donde habían estado pastando comenzaron los primeros topetazos.



Pero inmediatamente se encaramaron a grandes rocas, donde prosiguieron dirimiendo su posición jerárquica. El individuo con el cuerno roto presentaba una capa más canosa que lo diferenciaba claramente del contrincante con el pelaje más marrón.




En un momento dado nuestro protagonista fue lanzado de la gran roca donde se peleaban cayendo a plomo tres metros más abajo, sobre la pradera. Tras encaramarse de nuevo a la roca le devolvió la jugada y al cabo de unos minutos fue el ejemplar más marrón el que fue empujado de un topetazo en el costado y lanzado al vacío.


Los machos cuando se están peleando van moviéndose por el espacio que les rodea. He visto peleas que han durado casi una hora en las que los contendientes han subido por completo la ladera perdiéndose de vista al volcar sobre la cima de la misma hacia la vertiente opuesta. En esta ocasión los dos adversarios descendieron de nuevo a la pradera para, a continuación, volver a subir por los roquedos de alrededor, buscando piedras elevadas para dejarse caer con más fuerza sobre el contrario. Así siguieron unos minutos más, empujándose, dándose empellones laterales y testarazos. 






Desde luego nuestro protagonista con cuerno y medio no tenía ni el más mínimo problema para defenderse y atacar. Su defecto físico no le suponía ningún inconveniente para dar un golpe sobre la mesa y dejar claro que ahí estaba él, dispuesto a luchar con quien hiciese falta. Tal fue así, que al cabo de otros pocos minutos más observamos un cambio de comportamiento que ya conocíamos de anteriores ocasiones: el ejemplar marrón -el que había sido derrotado- comenzó a caminar seguido muy de cerca por nuestro macho protagonista. La batalla había terminado. El perdedor se alejaba de la zona, acosado y empujado por el que parecía más viejo de los dos, que literalmente se frotaba la testuz y la cara contra el corpachón del perdedor. Así lo seguiría durante un largo trecho, hasta desaparecer ambos de la zona donde pastaba el resto del rebaño. Había que echarlo del lugar y dejarle claro que él, el del cuerno roto, era el ganador. 




Como no podía ser de otra manera, durante el resto de la tarde le pudimos hacer de nuevo fotos relajadamente, detalles de la cornamenta, de su mirada y de su aspecto potente. Fue sin pretenderlo el protagonista de aquella tercera sesión a las cabras en celo de este 2024, a cuál más productiva desde el punto de vista fotográfico.



Y viendo esta última fotografía que os muestro ¿alguien podría negar que se trata de un animal increíblemente hermoso, incluso sin parte de su cuerno derecho?

Espero sinceramente volvérmelo a encontrar en otras ocasiones por la sierra, será señal de que la vida le ha sido complaciente y que no habrá formado parte de uno de esos lotes de la muerte de la Reserva Regional de Caza de la Sierra de Gredos, insensibles e inhumanos. Matar de un tiro a animales que se te acercan hasta permitirte hacerles retratos de sus caras es una cobardía asquerosa, que en nada se diferencia a tirotear a una res doméstica dentro de un corral. Eso no es caza, señores verdugos, son ejecuciones. Es demostrar la crueldad y la frialdad del ser humano. Una atrocidad. Una salvajada. Estaría muy bien que este macho montés se librara de la ejecución a manos de unos seres que se mal-definen como "humanos", y si ha de morir antes de llegar a viejo que lo haga bajo las leyes de la naturaleza, tras el ataque de los lobos, de una enfermedad o por los rigores del invierno y la montaña, pero no como demostración de la barbarie de una criatura que no deja de demostrarse a sí misma su brutalidad y su impasibilidad. No a manos de un hombre sin corazón.

8 de diciembre de 2024

Siluetas

Estamos acostumbrados a ver por este blog a mis amigas las cabras monteses (Capra pyrenaica vitoriae), generalmente de la sierra de Gredos porque es a donde me suelo acercar cada año, por lo menos una vez en la época de celo y, si puedo, más veces en otras épocas diferentes. Las tengo más cerca, en la sierra de Francia, por ejemplo, pero el paisaje gredense me gusta especialmente por el magnífico ambiente alpino que se dibuja en él. Esta vez he subido a la sierra en tres ocasiones a lo largo de noviembre y entrado diciembre en pos de inmortalizar su comportamiento nupcial. La falta de nieve y las temperaturas templadas de este 2024 no han estropeado su celo, en contraste con las últimas temporadas de celo que fueron bastante sosas y apagadas en los años previos. Nos hemos divertido mucho con la cámara, hemos ampliado el archivo y hemos disfrutado de momentos realmente buenos. Ha habido combates entre machos, ha habido cortejos y posturas nupciales e incluso una cópula que, aunque no pudimos fotografiar por el lugar en el que tuvo lugar, siempre es un hecho interesante para cualquier naturalista. Hemos aprovechado especialmente a realizar tomas de siluetas, que resultan efectistas e interesantes. Hacía tiempo que quería realizar una variedad de fotos de este estilo, y este año se han alineado los astros. Os dejo aquí una pequeña selección de fotos de estas bellezas, espero que las disfrutéis tanto como yo lo hice retratándolas. Me ayudan a revivir los momentos. 














28 de julio de 2024

Patiamarilla

Para los que somos de tierra adentro y más montunos que los brezos, la identificación de las gaviotas es un enorme maremagnum (del latín mare y magnum, cuyo significado literal es "mar grande") de plumajes en función de las edades de los individuos, lo que nos dificulta la identificación de las numerosas especies existentes, y que se complica aún más cuando atendemos a la existencia de subespecies. Es decir, un enorme mar en el que fácilmente podemos naufragar la mayoría de nosotros, un completo galimatías.


En esta imagen vemos una gaviota hoy conocida como patiamarilla, pero que no hace tantos años era considerada como una subespecie más de la clásica gaviota argéntea, de la que se puede diferencia por pequeñas características. Visualmente lo más sencillo será fijarnos en el color de sus patas -amarillo en esta especie y rosadas en la argéntea-, así como en la mancha roja del pico, de mayor tamaño en la patiamarilla. Por si fuera poco, y como si quisiera alguien complicarnos más aún las cosas, de esta especie se describen tres subespecies distintas, a saber: la nominal L. m. michahellis en la cuenca mediterránea, L. m. atlantis en la fachada atlátida de la península ibérica, y L. m. lusitanicus en la costa cantábrica, grosso modo. Atendiendo a su área de distribución esta gaviota que pudimos fotografiar en junio debería corresponder a Larus michahellis atlantis, dado que la imagen está tomada en la misma Costa Vicentina donde realizamos el reportaje de la entrada anterior sobre la colonia de cigüeñas blancas que anidan en los acantilados costeros.

Desde luego, siempre que veo de cerca alguna de estas aves marinas, en especial cuando presentan el plumaje ya definitivo, no puedo por menos de fijarme en su innegable belleza, con ese anillo ocular y ese pico tan llamativos. Se trata de una criatura realmente hermosa e interesante, a partes iguales, con un comportamiento decidido y valiente que no nos dejará nunca indiferentes. Muy adaptable como especie, tanto en lo que respecta a los requerimientos tróficos como a los hábitats que escoge para vivir, la veremos a menudo muy ligada a las actividades humanas, en tanto que muchos de sus recursos alimenticios los encuentra en los basureros de nuestras poblaciones o en los descartes que la actividad pesquera genera.

En definitiva, unas aves, las gaviotas, siempre atractivas por su estilo de vida y su interesante comportamiento, además de por su propia belleza. 

26 de julio de 2024

La gran olvidada

Por olvidada y ... por grande, ambas cosas. 

Eso es lo que rápidamente se me viene a la cabeza cuando hablamos de la fotografía de cigüeñas blancas (Ciconia ciconia), que bien pudiera llevarse el premio a la gran olvidada por los fotógrafos de fauna. Lo primero que muchos pueden pensar a la hora de plantearse la fotografía de esta familiar compañera de pueblos y urbes es que no tiene mucho mérito hacerlo, ya que darán por sentado que está más que acostumbrada a nuestra presencia, como frecuente comensal del hombre que es. Sin embargo, esta esbelta zancuda es tan elegante como desconfiada, y sería ingenuo negar la necesidad de planificar muy bien las sesiones para obtener alguna cosa interesante.



Lo cierto es que se trata de una ave bastante recelosa cuando se haya en cualquier pradera, terreno de cultivo o humedal comiendo, y no es tan sencilla su fotografía como pudiera pensarse, si exceptuamos las fotos hechas en nido, claro. Come andando, y para hacerlo puede escoger cualquier campo. ¿Dónde esperarla, entonces? La respuesta es: ¡a saber!



Si tienes suerte, quizás, mientras esperas a otro bicho coincida que se paseé delante tuyo y consigas una foto aceptable, incluso buena, pero si esto sucede no será generalmente por un trabajo dedicado específicamente a ella, sino fruto de la casualidad. Es decir, ¿mérito? ... ninguno.


Pues bien, hoy nos vamos a centrar por una vez en algunos aspectos de la biología de esta belleza olvidada, y no, no será desde luego por mi saber hacer, sino por el suyo propio ya que la mayoría de las fotografías que mostraré serán en nido, o lo que es lo mismo: he ido a lo fácil y seguro. 

Como todos sabemos, las cigüeñas blancas utilizan una gran variedad de soportes para ubicar las enormes plataformas sobre las que sacan adelante a su descendencia, desde los clásicos árboles a las grandes torres de líneas eléctricas, pasando por algunos roquedos y las sempiternas edificaciones humanas: castillos, iglesias, catedrales, silos de grano, etc.






Incluso en alguna ocasión en estructuras extrañas como esta escultura del Museo Vostell Malpartida (Malpartida de Cáceres), que forma parte de la numerosa colonia existente en el Monumento Natural de Los Barruecos y alrededores.


Aquí sería bueno aclarar que se podría hablar perfectamente de la existencia de una "cultura de nidificación", puesto que las colonias de cada zona o comarca tienen sus nidos situados en unos u otros soportes concretos. Así, los pollos que nacen en torres eléctricas, o en postes de teléfonos, o en árboles, o en rocas, o en monumentos criarán a su vez, una vez adultas, en ese mismo tipo de estructuras sobre las cuales crecieron. Esto se puede apreciar muy bien cuando, viajando a lo largo del país, observamos alguna colonia cuyos nidos se congregan todos sobre las torres eléctricas a lo largo de la carretera, por ejemplo, mientras que más adelante desaparecerán de dicho soporte y comenzarán a ser habituales en otro diferente, como árboles o edificaciones. 

Bueno, nosotros vamos a acompañarlas en algunos aspectos de su período reproductor visitando una de las colonias de cigüeña blanca más atípicas que existen, precisamente por ser la única en el mundo que se ubica en unos acantilados marinos.


Para ello nos hemos acercado ex profeso a la fachada atlántica de nuestros vecinos portugueses para visitar la peculiar colonia existente en la Costa Vicentina. Esta parte de su litoral meridional es famosa por sus olas, recibiendo un turismo importante en los meses estivales dirigido en gran medida a la práctica del surf y otros deportes acuáticos. Pero también es destino de un gran número de excursionistas ávidos de paisajes, ya que un sendero de largo recorrido permite conocer la costa entre el norte y el sur caminando -que es la mejor forma de conocer un lugar- y hospedándose en pequeños pueblecitos pesqueros. Además de todo ello recibe, obviamente, el turismo más clásico de playas y chiringuitos. 





Pero por si fuera poco ya el atractivo de su belleza natural, este litoral presenta, como ya hemos adelantado anteriormente, la peculiaridad de albergar esa única colonia de cigüeña blanca existente en el mundo que anida en acantilados costeros, lo que la vuelve especialmente interesante para cualquier amante de la vida salvaje. Acantilados, playas y calas pueden estar salpicados por los voluminosos nidos de esta zancuda tan familiar, sobre las mismas olas del mar. Generaciones y generaciones de cigüeñas han utilizado estos casi inexpugnables cantiles para traer al mundo a su descendencia, agrandando anualmente algunos de sus nidos hasta tamaños ya importantes, como el de las siguientes fotografías, ubicado en un pináculo que la erosión marina ha dejado aislado sobre la playa de una pequeña cala, a la que se accede solo andando y con cierta dificultad, destrepando por alguna debilidad del roquedo. 




La base de la torre sobre la que las aves han levantado este nido se cubre por las mareas dos veces al día, y dos veces al día algún mariscador se pega a su base cuando las rocas quedan al descubierto. Y mientras uno de estos paisanos rasca en las rocas del gendarme, ahora solo acariciadas por el agua turquesa del Atlántico, la gente no deja de pasar por el sendero que circula a todo lo largo del borde superior del cantil. Excursionistas con sus mochilas y bastones de trekking recorren esos 125 kms. del camino balizado conocido como Trilho dos Pescadores.

Las distancias de casi todos estos nidos a la gente que pasa por el borde del acantilado suele ser lo suficiente para que las cigüeñas no sientan temor alguno ante la continua presencia cercana de personas, además de que esta parte del litoral está incluida en el Parque Natural do Sudoeste Alentejano e Costa Vicentina, y la gente se muestra respetuosa con la fauna. A esto hay alguna excepción y nosotros encontramos al menos dos plataformas -sin visos de haber sido usadas esta temporada reproductora- a las que se podría llegar sin ningún problema y sin jugarte la vida, simplemente andando. Con todo, se hace siempre imperioso recordar y advertir que se debe mantener el máximo respeto hacia estos nidos para no molestar durante el desarrollo de los pollos, y especialmente durante la incubación de los huevos. La prudencia y el sentido común deben prevalecer en estas situaciones.


Pero entremos de lleno en cómo transcurre la vida en estos nidos. Las tres fotografías siguientes están realizadas hace ya muchos años desde una ventana camuflada en lo alto de una edificación, no en esta colonia portuguesa sino aquí, en España, pero me sirven para documentar el número de huevos que suelen componer las puestas de las cigüeñas. En las dos primeras podemos ver a tres hermanos y dos huevos aún sin eclosionar en lo que podríamos calificar como una puesta normal. 



Generalmente las cigüeñas ponen entre 3 y 5 huevos, y en algunas ocasiones menos (1 o 2) o más (6). Cuando son muy pequeños siempre hay al menos un adulto en el nido, protegiendo a los pollos de los depredadores o de las inclemencias del tiempo, además de dándoles calor.


Pero a medida que van creciendo y sumando semanas de vida los adultos van pasando más tiempo fuera del nido en busca de alimento, espaciando cada día un poco más las estancias en él.

Si dejamos pasar el tiempo no será extraño ver al final del período de nidificación solo 2 o 3 pollos desarrollados en la mayoría de los nidos. Y es que es bastante común que alguno se quede por el camino debido a que la incubación se inicia desde la puesta del primer huevo, lo que provoca que los pollos que nacen en último lugar arrastren una significativa diferencia de desarrollo físico con respecto de sus hermanos mayores, y con ello una clara desventaja a la hora de disputarse la comida con ellos. Esto hace que poco a poco los últimos en eclosionar vayan perdiendo la batalla por la vida en favor de sus otros hermanos mayores, que acabarán recibiendo así más alimento. No es raro, pues, que en estas situaciones los más pequeños acaben muriendo. En la imagen siguiente los dos cigüeños parecen estar mirando pensativos a su hermano muerto en el borde derecho del nido, consumido y seco, pero aún reconocible.


La vida no es fácil en la naturaleza, y a veces es más sencillo morir que seguir viviendo. Quizás las inclemencias meteorológicas acabaron con la vida de este pollo; o quizás el peligro se encontraba dentro del propio nido, con unos hermanos mayores que sistemáticamente acaparaban la mayor parte de la comida haciendo que el pequeño se debilitara; o puede que un parásito o una enfermedad le hicieran hincar la rodilla; ¿quién sabe?, o a lo peor fue a nacer en un mal año de alimento, poniendo difícil a los padres la tarea de conseguir suficiente comida para todos; o incluso pudiera haber sucedido que uno de los progenitores perdiera la vida por los azares propios de vivir y que al otro le fuese imposible hacerse cargo él solo de conseguir alimento suficiente para todos los hermanos. ¡Hay tantas variables que pueden hacer que un pollo no llegue nunca a la edad adulta, o que un adulto no llegue a hacerse viejo! La vida en la naturaleza no es sencilla, y mucho menos aún segura, por eso siempre será un prodigio del que maravillarnos.


Y poniendo los pies en el suelo y viendo algunos de los nidos situados a menor altura sobre las olas del mar nos preguntábamos si algunos de ellos no se verían afectados, aunque solo fuera de vez en cuando, por el embate de los temporales procedentes del océano, poniendo en grave peligro a las nidadas a consecuencia de ello. Me puedo imaginar olas de grandes dimensiones rompiendo contra los acantilados y lanzando cantidades enormes de agua salada a gran altura empapándolo todo, en medio de fuertes vientos y bajadas de temperatura. No debe ser nada fácil la vida allí esos días y esas noches de borrascas marinas, no. 

Se hace innecesario insistir en que la época de cría resulta un período de sus vidas particularmente fatigoso para los padres, puesto que sacar adelante a una prole siempre hambrienta no suele ser sencillo. En el caso de las cigüeñas, cuando eclosionan los huevos el esfuerzo que deben hacer los progenitores es, sin duda, arduo. 


La llegada de los padres a casa provocará, como si de un resorte se tratara, una frenética actividad en los pollos que esperan hambrientos. No es raro que los adultos aprovechen el viaje al nido con el buche lleno de comida para las crías llevando, además, algo más de material con el que tapizar el centro del mismo, manteniendo así su confort e higiene. Con edades como las de los polluelos de esta entrada, los padres hacen acto de presencia principalmente para traerles comida y cebarlos (y para descansar un poco), espaciando paulatinamente su permanencia en el nido a medida que su prole crece, hasta que acaban yendo prácticamente solo a darles de comer. Con edades avanzadas los pollos permanecen mucho tiempo solos en los nidos, esperando. Cuando por fin llega alguno de los adultos los pequeños cigüeños despliegan un comportamiento típico que estimula la regurgitación del alimento por parte de los adultos, adoptando una postura clásica, agachándose y desplegado las alas con unos movimientos similares a un torpe aleteo, y mirando hacia el centro del nido, lo que se aprecia mejor cuando son tres o cuatro los hermanos. Apoyados sobre los tarsos-metatarsos, los pollos esperan que caiga en el centro de la plataforma el alimento que la cigüeña va a regurgitar desde su buche para lanzarse sobre él y engullirlo antes de que lo puedan hacer sus hermanos: la vida en la naturaleza es una constante lucha por sobrevivir. Obviamente también los veremos intentando comer directamente desde el pico del adulto.



El adulto comienza a hacer un extraño movimiento con el cuello, encorvándolo; entreabre finalmente el pico e inicia la regurgitación de restos medio digeridos de invertebrados diversos, como lombrices de tierra, larvas, o artrópodos como escarabajos, saltamontes, etc. y/o de pequeños vertebrados como ranas, salamandras, pequeños reptiles, ratoncillos o peces, sin olvidarnos que estas aves son grandes basureras y a menudo encuentran su sustento rebuscando entre los desperdicios humanos, en Centros de Tratamiento de Residuos Urbanos y basureros, siendo estos en parte los responsables de que cada vez se vean menos obligadas a migrar a África (pensemos que no es realmente el frío en sí lo que determina la migración de muchas de las aves del planeta, sino que el frío limita la abundancia de su alimento principal, que es lo que al final las obliga a migrar a regiones más amables).



Tras el acto de regurgitar la comida, las cigüeñas suelen realizar una especie de "esponjonamiento" de las plumas del cuello, cabeza, espalda y pecho, como vemos en las imágenes de debajo. Y es que regurgitar no dejará de ser un acto incómodo para el organismo y puede explicar ese acto reflejo una vez terminada la acción, lo que a mí me recuerda a un escalofrío que les pusiese el vello (las plumas) de punta.



Cuando los adultos han depositado el alimento en el nido o lo han regurgitado directamente sobre los picos de sus crías, a menudo se separan por un momento a descansar en el borde del nido o junto a él, a escasos metros de distancia, lo que pudimos observar en varias oportunidades, incluida a la cigüeña de la siguiente imagen, que aparentaba un gran cansancio y fatiga, con el plumaje sucio y la alas caídas, como si las fuerzas le faltaran, no solo para asearse, sino incluso para sostener las alas junto al cuerpo. 


Tras el reposo, a menudo levantarán el vuelo para seguir con la ardua tarea de buscar alimento para su prole, pero en un par de ocasiones observamos que se desplazaron hasta la parte superior del acantilado y caminaron engullendo pequeñas piedrecitas que les ayudarán a "moler" los alimentos ingeridos, lo que les facilitará el proceso de digestión. Estos gastrolitos, que es como se les denomina técnicamente y que también encontramos en los fósiles de los dinosaurios, así como en otros reptiles (otro vestigio de los orígenes de las aves), se alojan en el estómago o molleja de algunas aves, principalmente granívoras (me acuerdo ahora de la extraordinaria experiencia de observar grandes bandos de ánsares comiendo arena en algunas dunas de, P. N. de Doñana, hace ahora muchos años). Las cigüeñas de las dos siguientes fotografías dedicaron unos minutos a recorrer las cercanías del nido seleccionando pequeños guijarros que ingirieron con dicho fin.



Regresando a la vida en el nido, y como decíamos antes, la mayor parte del tiempo los pollos con estas edades ya permanecen solos la mayor parte del día. A comienzos de junio en toda la península ibérica -también aquí, a orillas del Atlántico- los pollos de cigüeña ya están practicando los aleteos que les proporcionarán la fortaleza muscular y habilidades suficientes como para realizar sus primeros vuelos. ¡Y van a necesitar practicar muy duro, pues en este entorno no se pueden permitir el lujo de aterrizar en el agua en sus primeros vuelos! No todas las crías tienen el mismo nivel de desarrollo físico, pero lo normal es que estas torpes prácticas sean ya comunes en todos y cada uno de los nidos.

Viéndolos aletear pareciera que les pesaran las alas. Esto es debido a que las plumas de vuelo aún se encuentran sin desarrollar del todo, pudiéndolas observar en la fotografía inferior emergiendo aún de su estuche azulado. Hasta que las remeras primarias y secundarias no se hayan desarrollado definitivamente y liberado de dicha funda sus grandes alas planeadoras no tendrán la sustentación suficiente para darles la gracilidad propia de estas aves. Entre tanto, mientras esperan una nueva llegada de comida estas prácticas se vuelven cada día más habituales en el ático de las cigüeñas.


Veo a los pollos practicando cómo funcionan esas cosas grandotas que aún no controlan y que denominamos alas, mientras observan la pericia que con ellas tienen otras criaturas voladoras de su entorno, incluidas las propias cigüeñas adultas. Y, como si fuera la historia de Juan Salvador Gaviota, me las imagino soñando con emular un día en lo más alto del cielo esos vuelos perfectos de sus padres y del resto de aves de los acantilados -gaviotas, halcones, grajillas, palomas, cormoranes, ...-, planeando ingrávidas y describiendo círculos sobre nuestras cabezas.

Se acerca ese día y entonces se convertirán todas ellas en elegantes cigüeñas blancas que cubrirán nuestros cielos con su grácil vuelo; esbeltas y bellas compañeras de pueblos, ciudades y campos. Esperemos que la mayoría de ellas lleguen a viejas y sean capaces de prolongar en el tiempo la intensa vida de esta extraordinaria colonia. Y es que por muchas cosas la Costa Vicentina no te dejará indiferente, seguro.