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5 de agosto de 2022

Suma y sigue


"¿Servirá de algo que todo este lamentable suceso le haya saltado a la cara al ejecutivo autonómico? Cuando va a hacer pronto 10 años del incendio de Castrocontrigo (León) con una superficie "oficial" de 12.000 hectáreas calcinadas, 5 del que arrasó otras 10.000 más en La Cabrera (León), y ni siquiera un año del de Navalacruz (Ávila) en el que todos perdimos 22.000 hectáreas más de monte, "oficiales", la Junta de Castilla y León sigue sin aprender que tiene la obligación de conservar y defender nuestro patrimonio natural, con políticas proteccionistas y preventivas, en vez de especulativas, y siguen sin aprender en los despachos que poniendo los medios para evitar estos desastres ambientales al final se ahorra más dinero que dejando a la concurrencia de la suerte que el próximo año no vuelva a ocurrir de nuevo. El próximo año o ... simplemente dentro de unas semanas, porque el verano aún no ha llegado y se puede hacer muuuyyyyy largo todavía. No resulta descabellado temer que lo sucedido en Zamora pueda volver a suceder en cualquier otro rincón de Castilla y León y en cualquier momento. Basta ya Suarez-Quiñones de cruzar los dedos y rezar para que no te salte el siguiente desastre en la cara, dejando al azar y la chiripa que todo vaya bien."

Esto lo escribía yo el 22 de junio en la entrada que titulé Lágrimas apagando fuegos a raíz del desastre ambiental ocurrido en la sierra de La Culebra y que, en el momento de publicarla aún seguía devorando hectáreas. Como si dispusiera de una bolita de cristal, acerté de lleno cuando ponía encima de la mesa la posibilidad real de que otro incendio similar se pudiera dar en Castilla y León, y no solo ya en los años venideros, sino en pocas semanas dada la temeraria, y quizás delictiva -la fiscalía ha admitido a trámite una denuncia al respecto-, gestión que el Consejero de Medio Ambiente, Vivienda y Ordenación del Territorio de la Junta viene llevando a cabo en materia de prevención y extinción de incendios, estando en aquel momento el verano todavía por comenzar. Por desgracia hice un pleno al quince al predecirlo: tan solo un puñado de días después -el 17 de julio- el incendio de Losacio pone de nuevo al Consejero y su ya emblemática incompetencia contra las cuerdas, al convertirse en el mayor incendio de la historia de España. Sumando las superficies calcinadas en ambos desastres, contiguos uno al otro, la torpeza y chulería política de Suarez-Quiñones se llevó por delante más de 60.000 hectáreas de suelo zamorano y, lo más trágico de todo, las vidas de un pastor y un brigadista.

La petición de dimisión o cese de este sujeto sigue siendo un clamor ciudadano, mientras él tiene la desfachatez de, no solo no asumir ninguna responsabilidad política en lo ocurrido (ya veremos si la tiene judicialmente porque, desde luego, somos muchos los que estamos convencidos de ello, dado el desastre ecológico que ha propiciado con su cabezonería de no aplicar el Plan de Protección Civil ante Emergencias por Incendios Forestales a pesar de la histórica ola de calor extremo que se vivió en esas fechas), sino de implicar en ello a " ... las nuevas modas del ecologismo ... El ecologismo extremo no es la causa, pero sí uno de los elementos que tenemos que trabajar" dijo en una entrevista en la Cadena Ser. Su caradura va a formar parte de los anales de esta bendita comunidad.

Cuando aún tenemos los ojos rojos de llorar por nuestros montes zamoranos, nos golpean más incendios como si de una plaga bíblica se tratara. Así, hace tan solo unos días volvíamos a pisar tierra quemada, esta vez para seguir llorando con la devastación que ha calcinado una gran porción de la comarca extremeña de Las Hurdes y que, como todos sabéis, acabó también afectando gravemente a la provincia salmantina, amenazando el valiosísimo ejemplo de monte mediterráneo que se conserva en el valle de Las Batuecas y afectando a gran parte del Parque Natural de la Sierra de Francia, que ha quedado seriamente tocado.

La sensación que tengo al llegar al Portillo -el puerto de montaña que comunica La Alberca y el valle de Las Batuecas- es parecida a la que se siente al llegar frente a la puerta de una habitación de hospital: te da miedo cruzarla porque tu corazón no quiere enfrentarse a las malas noticias que te esperan tras ella, pero sabes que es inevitable, aunque no abras esa puerta la realidad no va a cambiar y el sufrimiento va a ser el mismo. La cicatriz del nuevo cortafuegos, trazado con prisas para evitar la posible llegada de las llamas a este lugar tan cercano al pueblo Conjunto Histórico-Artístico, te ayuda a ir asumiendo lo que esta nueva tragedia ha representado.


Batuecas se ha salvado. Solo de refilón las llamas consiguieron entrar dentro del valle, cruzar incluso el arroyo homónimo y trepar un poco por las lomas de su margen izquierda. El monasterio tuvo el fuego a tan solo unas decenas de metros, pero habrá que esperar a que la Junta deje caminar de nuevo por sus senderos habituales para comprender lo cerca que estuvo.


Ahora todo acceso al interior del valle se mantiene prohibido, pudiendo el visitante llegar únicamente hasta la puerta del monasterio, lo que supongo cambiará en los próximos días (quizás ya lo haya hecho cuando veas estas líneas publicadas) dado que el incendio ha sido ya controlado, paso previo a declararlo extinguido. Si en la imagen anterior un cartel junto a la valla que rodea el monasterio advertía a todos los visitantes de la prohibición de entrar al valle de las Batuecas, en la siguiente observamos lo cerca que llegaron a estar las llamas de la explanada que hay delante del recinto monástico del Desierto de las Batuecas.


Continuar hacia la provincia de Cáceres es chocarte de bruces con la realidad más cruda de un incendio, con la desolación de un valle devorado por las llamas que te golpea en las sienes. Por abajo, apenas si llegamos a la pequeña población de El Cabezo parando a observar la zona donde empezó todo, el punto de inicio, suficiente para comprender el alcance de este nuevo desastre. Desde arriba, sin embargo, los prismáticos nos permiten abarcar visualmente desde las alturas de la Peña de Francia una parte importante de lo arrasado. De nuevo, los pinares de repoblación se convirtieron en cerillas que ardieron sin ningún control durante días. Pequeños rodales de cultivo de pino, unas pocas vaguadas húmedas con manchas de vegetación autóctona y lo que sobrevive a duras penas entre los canchales parecen ser lo único que se ha salvado, además de los propios pueblos que llegaron a verse rodeados y a tener las llamas dentro.




El apocalipsis ambiental, social y humano que representan estas grandes calamidades nos tiene que hacer recapacitar, en especial si queremos demostrarnos a nosotros mismos que sí, que somos de verdad una especie inteligente. Si hemos sido capaces de ir y volver a la Luna, de enviar robots a Marte o de hacer fotos del nacimiento del universo, ¿cómo no vamos a ser capaces de cambiar nuestras obsoletas políticas forestales especulativas y ambientalmente insostenibles, origen final de muchos de estos Grandes Incendios Forestales (GIFs)? Aunque en este punto debo dejar constancia de que siempre he tildado de "conjetura" esa posible inteligencia humana, puesto que a lo largo de la historia de la humanidad hemos dado muestras sobradas de nuestra elocuente estupidez, lo que nos fuerza a reconsiderar dicha cuestión como una mera hipótesis aún por demostrar. No tenemos que retroceder mucho para atrás para comprenderlo, la guerra de Ucrania es un buen ejemplo de que no escarmentamos, y la pandemia nos vino a demostrar que seguimos siendo los mismos, que no cambiaremos, y que, además, seguiremos destruyendo el planeta como antes de la misma. Todo sigue igual, nuestra inteligencia sigue sin ser demostrada.


Árboles calcinados, de tronco negro. Cenizas tapizando el suelo, que acabarán en los cursos de agua. Miles de seres vivos que habrán muerto o, por lo menos, que se habrán visto obligados a desaparecer de la región. La economía de la gente afectada. Viviendas y edificaciones destruidas. La apicultura o la micología, desaparecidas. Lo mismo que el turismo de naturaleza. Erosión y pérdida de suelo. Destrucción del paisaje y de los ecosistemas. Y, por supuesto, la emisión de una enorme cantidad de gases de efecto invernadero a la atmósfera, que en el caso de nuestro país alcanza el 1% del total. Por si fuera poco todo esto, en las últimas cuatro décadas se han perdido en España casi dos centenares de vidas humanas en estos desastres ambientales, económicos y sociales. Todo destruido, aniquilado por un problema que en gran medida hemos generado nosotros mismos. Un problema generalizado que se reproduce más intensamente cada verano en todas las regiones españolas, pero que no desaparece tampoco en invierno, ni siquiera en las regiones húmedas y verdes del Noroeste peninsular, tan diferentes a los resecos campos de clima mediterráneo del centro y sur ibéricos, o del propio arco mediterráneo: más del 50% de los incendios en el Estado español tienen lugar en Galicia, el 70% si incluimos Asturias, Cantabria y Norte de Castilla y León (León y Zamora).

Nos encontramos, pues, ante un problema estructural directamente relacionado con el uso que se hace del suelo de nuestras sierras, con la especulación de nuestros montes, la rancia política silvícola del siglo pasado y la incontestable realidad de que hay quien se beneficia de las llamas -más del 50% de los incendios en nuestro país tienen una intencionalidad. La PAC intentó enmendar estos errores incentivando las reforestaciones no monoespécificas con numerosas especies autóctonas de matorral y arbolado, pero en los cálculos cortoplacistas de quienes al final gestionan los montes españoles se sigue simplificando el número de especies para ahorrar costes, planificación y mano de obra.

En definitiva, seguimos cometiendo los mismos errores de siempre.



Se hace perentoria una planificación seria de la política forestal que impida ejemplos como los de Cantabria y Asturias, donde los gobiernos autonómicos permiten la entrada de ganado a las zonas incendiadas al año de ser destruidas, lo que puede estar detrás de un número determinado de incendios, además de ser una medida completamente antiecológica pues el ganado dificulta la recuperación del ecosistema, ya de por sí empobrecido. No se penaliza, pues, el incendio, sino que, muy al contrario, se incentiva su existencia.


Señores, el monte NO ESTÁ SUCIO, basta ya de tanto analfabetismo ambiental. Ni el monte está sucio, ni las orillas de los ríos tienen que ser limpiadas, ni existe la maleza, ni las malas hierbas, ni las alimañas (excepto si nos referimos a nosotros mismos, claro), ni las aves de rapiña (ídem de lo anterior), ni, por lo general, las plagas de animales (otro ídem más). Todas estas expresiones no hacen sino educarnos en la cultura egocéntrica de un ser que se cree el centro de la existencia y la vida en el planeta, que se siente completamente ajeno a la naturaleza y que está convencido de que ella está ahí solo para ser explotada. Todas estas expresiones, además de falsas, no hacen sino desconectarnos de la realidad, como si no dependiéramos realmente del propio planeta; como si viviéramos en una burbuja, desvinculados del mundo que nos rodea. El lobo no es el malo de la historia por mucho que los cuentos de Caperucita Roja o los Tres Cerditos así nos eduquen, y por mucho que sigamos utilizando todas esas expresiones manipuladoras ni existe la maleza, ni las malas hierbas, y mucho menos la naturaleza está sucia. Estamos siendo educados en el error y la mentira. 

De nuevo la palabra educación vuelve a cobrar un significado fundamental.

Vamos a ver, no aprendemos nunca: cuanto más completo sea un ecosistema más dificil será que un incendio cobre dimensiones incontrolables, a mayor complejidad forestal mejor defensa frente al fuego. Simplificando el paisaje con monocultivos solo estamos favoreciendo el aumento de los GIFs, que dejarán paso, a su vez, a enormes extensiones de matorral (que no maleza) que con facilidad podrán volver a ser pasto de las llamas. Una mayor diversidad de arbolado y matorral, un paisaje en mosaico, con usos variados del suelo agrícola y ganadero, además de forestal, con pastoreo en extensivo, y la consecución de manchas de bosque autóctono intercaladas entre cultivos de especies madereras bien gestionadas minimizarán las consecuencias del fuego allí donde se produzca. Un bosque maduro se protege así mismo, y se regenera con mayor facilidad si sufre un incendio. Un monocultivo es simplemente yesca. Pero si la realidad se impone y los necesitamos a ambos, ¿qué nos impide diversificar el paisaje para beneficio de la sociedad?


Por otro lado, es ridículo y absurdo seguir focalizando nuestros esfuerzos materiales, económicos y humanos exclusivamente en la extinción de los incendios, mientras que desatendemos el origen del problema: conociendo las causas que los provocan, en lo que debemos invertir dinero, medios, leyes, políticas, tiempo y esfuerzo es en evitarlos y prevenirlos. Seguimos siendo unos seres miopes que solo alcanzamos a pensar a corto plazo. Invertir exponencialmente más y más en extinción cada vez que hay un gran incendio es un error político que quedará muy bien de cara a la galería, pero que nunca solucionará la cuestión. Esto es más que evidente cuando conocemos el porcentaje de incendios intencionados, en gran medida con fines agrícolas o ganaderos, pero no solo. Si no atajamos de raíz el problema los incendios forestales seguirán siendo recurrentes cada año. El abandono del campo, de algunos usos tradicionales como el pastoreo, el propio abandono de las plantaciones de madera con gran cantidad de materia combustible sin gestionar, la pérdida de paisajes en mosaico, son solo algunas de las circunstancias que favorecen la peligrosidad de los incendios actuales. Y, cómo no, el cambio climático que está favoreciendo un aumento importante de las temperaturas, provocando el estrés hídrico de la vegetación y aumentando así su inflamabilidad.

Estoy seguro que el incendio de Las Hurdes - Sª de Francia tampoco será el punto de inflexión que provoque en nuestros políticos un cambio de rumbo en los planes de prevención y extinción de incendios forestales. Seguiremos oyendo de ellos pomposamente el esfuerzo empleado en la lucha contra tal o cual GIF, con la retahíla de medios aéreos, terrestres y humanos que se habrán jugado la vida una vez más; y seguirán, además, echando balones fuera respecto de su inherente responsabilidad en la resolución de este problema, sin afrontarlo decididamente con vistas a minimizarlo a medio y largo plazo. El señor Suarez-Quiñones seguirá siendo un buen ejemplo de lo que digo, de ese aferrarse a la poltrona, y de esa desfachatez de ni dimitir ni admitir su negligencia. Vamos, lo que viene siendo un magnífico ejemplo del modus operandi de nuestros gobernantes. Ese podría ser un buen eslogan para ellos: Ni dimito ni admito.

Nosotros, ciudadanos con el enorme poder de echarlos de sus butacas, seguiremos manifestando la incongruencia de sus decisiones cortoplacistas, en Zamora, en Valladolid, en Salamanca o allí donde sea necesario. Nosotros y nuestros votos podemos cambiar cabezas. Hagámoslo.


Estamos muy cansados de oir que los incendios se apagan en invierno y, aun siendo cierto, tenemos que pensar no solo en ser efectivos a la hora de extinguirlos, sino en focalizar los esfuerzos ya de una vez por todas en evitar que se produzcan. Apagaríamos muchos fuegos antes de que se iniciaran con un cambio sustancial de modelo en la gestión forestal de nuestros montes y con una planificación territorial que tenga en cuenta este problema y el agravamiento importante que vamos a padecer como consecuencia del propio cambio climático, con la ventaja de que, aún así, aquellos que finalmente se produzcan tendrán sin duda unas consecuencias mucho menores. Los incendios los apagaremos con medios, cierto, pero los evitaremos con Leyes.

Necesitamos PAISAJES CORTAFUEGOS.

(¡Ah!, y también se apagan con nuestro voto, castigando en las urnas a quien se ha reído de todos nosotros al no asumir su parte de culpa, a la par que la descarga en las "modas ecologistas". Político patético).

20 de septiembre de 2020

Incendios y caza

Todos conocemos y hemos leído artículos o visto crónicas televisivas en las que se habla de la relación directa que hay en España entre los incendios y ciertos intereses económicos. Unas veces están relacionados con el uso del suelo, la facilitación de pasto para el ganado o el aprovechamiento de la madera quemada. En otros casos se provocan como resultado de las riñas y odios personales entre vecinos con afán de venganza. En otras muchas ocasiones como consecuencia de una irresponsable negligencia humana: una colilla tirada desde la ventanilla de un coche, una barbacoa, un vehículo a motor que en su trasiego por algún camino emite una chispa que resultará fatal, un vidrio tirado en el monte que hace de lupa, ... 


Así las cosas, todos sabemos que los incendios generados por la propia naturaleza representan un porcentaje muy pequeño en comparación con aquellos en los que la mano del hombre está detrás. Alguna tormenta eléctrica ocasionalmente acaba provocando uno de ellos, pero la abrumadora realidad es que la mayoría de los fuegos tienen un origen antrópico. Si entre 2001 y 2015 en España se produjeron un total de 85.583 incendios de más de una hectárea, 41.581 de ellos lo fueron de manera intencionada, quemando 963.343 hectáreas, y 18.609 lo fueron como resultado de alguna negligencia, arrasando otras 425.698 hectáreas, mientras que solo 1.892 fueron provocados por la caída de rayos, quemando 101.769 hectáreas. La diferencia de esta suma con respecto del total de siniestros se adjudican a otros conceptos como "Causas desconocidas" o "Incendios reproducidos" (lo que implica que una parte de estos últimos también son resultado de la intencionalidad y/o negligencia). 


Todas estas cifras desvelan una trágica realidad: el hombre está detrás del 70,33% de los incendios, frente al 2,21% de los que tienen un origen natural (el 27,46 % restante se adjudica a los otros dos conceptos ya señalados). Si acotamos aún más el origen de estas catástrofes medioambienteales buscando la intencionalidad del responsable, podemos concluir que el 48,58 % de ellos han sido provocados premeditadamente. Esta cifra aumenta al 55% si se incluye el total de los incendios registrados, sumando el 58% de las hectáreas afectadas según la Estadística General de Incendios Forestales del Ministerio de Agricultura, Pesca, Alimentación y Medio Ambiente, actualizadas a 2018.


Los incendios se pueden agrupar en tres categorías, en función de su origen, y por su importancia en cuanto a número de siniestros y de superficie carbonizada, podríamos muy bien ordenarlos de la siguiente manera: primero los intencionados, segundo los que derivan de actuaciones negligentes o fortuitas sin premeditación, y finalmente los de origen natural. En el siguiente mapa correspondiente a una pequeña porción de nuestro territorio nacional se puede apreciar de un simple vistazo la diferencia entre el número de incendios provocados intencionadamente -puntos rojos-, así como su magnitud -tamaño de los puntos-, y los originados por negligencias, causas naturales, etc. y que se puede consultar en el siguiente enlace de España en Llamas (pasando el cursor por los diferentes puntos correspondientes a los incendios registrados nos emerge información específica de dichos siniestros). Apenas vemos puntos verdes que corresponden a los incendios provocados por la caída de algún rayo, y prácticamente todos son puntos rojos. Un mechero está detrás de cada uno de ellos por alguna motivación premeditada.


Se suelen calificar como Grandes Incendios Forestales aquellos que sobrepasan las 500 hectáreas calcinadas. En el decenio comprendido entre 2007 y 2016 se produjeron 196 de estos grandes incendios, de los cuales 83 fueron intencionados, 53 se originaron por negligencias (fumadores, maquinaria agrícola y forestal, quemas agrícolas, hogueras, maniobras militares, líneas eléctricas), 37 de ellos seguían aún en estudio cuando se publicó la estadística, solo 9 tuvieron como germen un rayo, en 8 concluyeron las pesquisas sin poder determinar la causa, quedando reflejadas como desconocidas, y en otros 6 casos más se reprodujeron a partir de incendios previos.


Esta tragedia resulta aún mayor si a estas devastadoras cifras añadimos los muertos y heridos que los incendios han provocado en ese período de tiempo: los intencionados causaron 20 fallecidos y los producidos por una negligencia 32, a los que habría que sumar otras 4 personas que perdieron a vida en aquellos fuegos cuya causa resultó imposible de esclarecer, más 1 deceso incluido en los producidos por rayo. 57 muertos, casi todos a las espaldas de los delincuentes e irresponsables, y más de 600 heridos, tragedias personales que han cambiado para siempre la vida de muchas familias. Una verdadera barbaridad. 

Es muy triste que esta lacra que arrasa nuestros montes cada verano, y que causa la muerte no solo de nuestros bosques y los seres vivos que en ellos medran, sino también en ocasiones de personas y que provoca además numerosos dramas humanos para quienes lo pierden todo entre sus llamas, incluidas casas y recuerdos, sean principalmente provocados alevosamente. Nos encontramos ante un tipo de delincuente organizado, que con premeditación estudia cómo aprovechar las circunstancias para causar la mayor devastación posible. Y es más triste, si cabe, porque las autoridades generalmente no dan con el autor, que seguirá caminando como un vecino más en alguno de los pueblos de la zona afectada, e incluso irá como un vecino más a alguno de los funerales que él mismo haya provocado. Porque, señores, estos delincuentes que trabajan con el mechero y la cerilla no suelen ser pirómanos que dan rienda suelta a un desequilibrio mental que les arrastra a chiscar el monte, no, son paisanos de la misma comarca que incendian y que, por un motivo o por otro, se benefician de las llamas. 



Una vez analizadas las motivaciones que llevan a estos terroristas medioambientales a prender el monte intencionadamente, la caza se sitúa en una poco desdeñable séptima posición según las cifras recogidas en la Estadística General de Incendios Forestales que maneja el Ministerio de Agricultura, Pesca, Alimentación y Medio Ambiente. Es cierto que, en general, los incendios perjudican la actividad cinegética y son pocas las oportunidades en las que algunos cazadores desaprensivos se benefician del cerillazo, pero estos casos se dan y en ciertos lugares y situaciones están aumentando. Veremos por qué. Según el MAPAMA no menos de 2.629 incendios tuvieron lugar entre 2001 y 2015 con un interés directamente relacionado con la gestión cinegética, y se llevaron por delante 40.021 hectáreas, suponiendo el 2% de los fuegos intencionados y el 4,1% de la superficie devorada por las llamas. Sin embargo, a pesar de estas importantes cifras, esta motivación para prenderle fuego a nuestros campos no es tan conocida por el gran público. A falta de que las autoridades judiciales esclarezcan la autoría y/o los fines que hay detrás del incendio provocado en la sierra de Gredos hace unas pocas semanas en los parajes de la Reserva Natural de la Garganta de los Infiernos, y que acabó afectando a las comarcas del Jerte y La Vera, todo parece indicar que se trata de un ejemplo flagrante de la vinculación de la gestión cinegética con el origen del mismo. No soy el único en pensarlo, como podéis ver en este otro enlace.


Si históricamente y hasta tiempos recientes las quemas controladas que siempre se han venido haciendo en estas sierras tenían como objetivo final reducir la superficie de matorral y propiciar la aparición de pasto para el ganado doméstico, en las últimas décadas los réditos que deja en los terrenos cinegéticos acotados la caza de la cabra montés son mucho más lucrativos y con un menor esfuerzo de gestión. Si históricamente y hasta tiempos recientes las quemas controladas periódicas que siempre se han venido haciendo en esta sierra se solían realizar de día y afectaban a pequeñas superficies, siendo una práctica normalizada, los incendios actuales se provocan al caer la noche, en varios focos y en días de fuerte viento y/o altas temperaturas. La intención ha cambiado. Ya no se busca pasto para las vacas, sino arrasar los terrenos colindantes a los tuyos para que la cabra montés sea abatida allí, en tus predios, y así ser tú el que se lleve el beneficio. Así, el primer foco del fuego que arrasó la cabecera de la Garganta de los Infiernos tubo lugar en la periferia de la Reserva Regional de Caza "La Sierra", que gestiona la Junta de Extremadura. Esto no es una casualidad: evita que las cabras se desperdiguen por terrenos de otros propietarios. Si por cazar un macho montés se puede pagar 4, 5 o 6.000 € os podéis imaginar lo jugoso del negocio para el propietario del terreno en el que es abatido, puesto que el 70% de esa cantidad que paga el cazador va a parar a la cuenta corriente del propietario de la finca (el 30% restante para la Reserva Regional de Caza). Las tierras que conforman la reserva y las colindantes que hasta hace pocos años no valían nada, se han revalorizado en las últimas décadas gracias a un negocio que te puede reportar unos jugosos beneficios sin salir del bar del pueblo.

Vélez-Muñoz (1981) llegó a elaborar una fórmula matemática por la cual calculaba la pérdida cinegética que se podía derivar de un incendio, pero con aquella fórmula se puede ahora calcular igualmente la ganancia económica que reportaría a los terrenos colindantes no incendiados, ya que se desviaría a ellos las ganancias detraídas de las fincas arrasadas. En definitiva, un terreno cinegético incendiado es un competidor menos. Así de claro. 

El incendio de Gredos se iniciaba el 27 de agosto a las 20:30 aproximadamente en el collado de las Yeguas, en plena sierra de Tormantos. Calcinó a lo largo de varios días más de 4.000 hectáreas, afectando a siete términos municipales y áreas de alto valor ecológico que se encuentran protegidas por la Red Natura 2000 y que, sospechosamente, ya se vieron afectados por otro incendio intencionado en el año 2016. Tejos, abedules y enebros son algunas de las especies arbóreas más relevantes que han sucumbido pasto de las llamas, junto con más de 1.400 hectáreas de robledal, y bastantes más de 2.000 de matorrales típicos de la alta montaña, un ecosistema de gran valor, refugio de diversas especies que tienen en ellos su principal hábitat reproductor.

Mucho nos tememos que este tipo de incendios van a aumentar con el paso de los años y la vergonzosa ausencia a nivel nacional de unas leyes eficaces que atajen de una vez por todas las motivaciones económicas de quienes se benefician de las llamas. Mientras haya quien se beneficie del fuego, estos serán recurrentes en nuestro país, ¿cuándo querrán enterarse nuestros legisladores de una vez por todas?



1 de marzo de 2019

Los viajeros que llegaron del Gran Norte

De entre las citas que naturalistas, biólogos y documentalistas inexcusablemente tenemos cada final de año con la vida salvaje una resulta especialmente llamativa y espectacular. Con un trompeteo familiar que asociamos a los cortos días invernales, las tropas en formación de unas aves inconfundibles nos sobrevuelan cada otoño reclamando nuestra atención, fieles a su cita migratoria. Nómadas del Paleártico, del enorme y lejano Gran Norte, las grullas comunes (Grus grus) nos han visitado un invierno más, escogiendo nuestros campos adehesados, las tierras de labor con el incipiente brote de sus simientes y algunos humedales para recalar con nosotros durante los días más crudos del invierno, dejando por unos meses silenciosas sus regiones de reproducción, en el norte de Europa y Asia. Apunto ya de abandonarnos (muchas ya lo han hecho) vamos a repasar algunas fases de la vida de estas grandes viajeras como tributo a su fidelidad.


DESCRIPCIÓN
La grulla común es un ave del orden de las Gruiformes y de la familia de las Gruidae, y si aún queremos afinar más podríamos decir que pertenece además al género Grus, junto con otras nueve especies de grullas. Tiene un tamaño similar o algo superior a nuestra familiar cigüeña blanca, y su envergadura alar puede superar cómodamente los dos metros. Se trata, pues, de un ave de gran tamaño, de alrededor de cinco kilogramos, pero de aspecto muy estilizado y esbelto, con cuello largo y delgado, y patas finas y no menos largas, perfectas para moverse en las marismas y turberas que forman parte de su hábitat, y presentando un aspecto menos corpulento y macizo que el de las citadas cigüeñas. A su apariencia estilizada contribuye, sin duda, sus andares elegantes y pausados, como de refinadas criaturas. No presenta dimorfismo sexual, machos y hembras son indistinguibles a simple vista y solo mediante medidas biométricas con el ejemplar en mano se podría determinar su género, aunque un observador experimentado podría llegar a diferenciar a los miembros de una pareja por su comportamiento durante el cortejo. El plumaje general es de color gris ceniza en los adultos y pardo claro en los juveniles. La cabeza de los primeros presenta una combinación de colores blanco, negro y rojo muy característica: el píleo se muestra desprovisto de plumas y con un significativo color rojo, que puede ser de diferente tamaño y longitud según los individuos, desde un simple cuadrado a una larga ceja que cae hacia la nuca. Los ojos generalmente son naranjas o rojos, pero con excepciones, no siendo extraño observar algunos ejemplares con el iris en tonos ambarinos o crema claros. Pollos y juveniles los tienen de color castaño oscuro.





Por la frente, entre el pico de tonos verde oliva y los ojos, y descendiendo por la parte delantera del cuello presenta una gran franja gris oscuro. Además, contrastando con ella, desde la posición de los ojos arrancan sendas franjas blancas que se juntan tras la nuca y bajan por la parte posterior del cuello. Detrás, la piel desnuda del píleo rojo y otra pequeña porción de plumas gris pizarra en la nuca.


La cabeza de los juveniles muestra un pico de color rosado en su base y no presenta ese patrón de colores gris y blanco altamente contrastado que vemos en la cabeza de los adultos, ni la calva roja del píleo, siendo en general acorde con los tonos pardos y apagados del resto del cuerpo. Como ya hemos advertido, los iris de sus ojos son de color marrón más o menos oscuro. Sin embargo, estos pollos, aproximadamente cuando llegan a nuestro país en su primer viaje migratorio -octubre o noviembre- realizan una primera muda parcial del plumaje y durante el final del invierno otra segunda, también parcial. Esto, unido a la diferencia de edad de cada ejemplar, hace que se pueda observar un amplio abanico de combinaciones en los colores del plumaje -en general, y en los de la cabeza en particular- intermedios entre el propio de un juvenil y el definitivo de un adulto, que se alcanza completamente pasados dos o tres años.






Así, podemos ver ejemplares que parecen adultos pero no ostentan en este momento la mancha roja de la cabeza, ni el blanco puro de las mejillas y parte posterior del cuello.


O nos podemos encontrar con ejemplares que combinan en el plumaje general del cuerpo los normales tonos pardos de los juveniles con el patrón de colores clásico de los adultos en cabeza y cuello, incluida la calva roja del píleo.


En otras ocasiones podremos observar animales con el plumaje de un ave adulta de color gris ceniza típico, en el que solamente asoma la incipiente mancha roja de la cabeza.


En vuelo las plumas primarias y secundarias de los adultos se muestras negruzcas, como una franja oscura respecto del gris claro general del resto del cuerpo.



Los adultos ostentan, además, unas curiosas y llamativas plumas terciarias, despelujadas y colgantes, fácilmente confundibles con una "cola" desordenada, de color gris y extremos negros, que pueden erizar a voluntad durante el cortejo. Se podría pensar en un primer vistazo que se trata de las rectrices de la cola o de las supracobertoras caudales, pero es cuando abren las alas cuando el observador atento puede darse cuenta de que realmente no es así, sino que, por el contrario, se trata de las mencionadas plumas rémiges (también llamadas remeras) terciarias las que dan forma a esta peculiar "cola".




DISTRIBUCIÓN Y RUTAS MIGRATORIAS
La grulla común ocupa un amplio territorio en el norte de Europa y Asia, abarcando desde Noruega a gran parte de Rusia y norte de Mongolia. Su población es migratoria y abandona cada año sus regiones de reproducción para invernar en el sudeste chino, India, regiones de Oriente Próximo, algunos pocos enclaves del este y norte de África, así como en el sur de la península ibérica y humedales concretos de Francia (Lac du Der-Chantecoq y Arjuzanx).


El grueso de su población occidental, la que a nosotros nos incumbe pues parte de la misma es la que nos visita cada temporada, presenta varias rutas migratorias principales, aún sin olvidarnos de que un número reducido de ejemplares "ataja" entre ellas. Los ejemplares que se reproducen en Noruega, Suecia, Dinamarca y norte de Alemania, junto con un porcentaje pequeño de grullas finlandesas que se desvían hacia el oeste de su ruta principal y una minoría inapreciable procedente de las repúblicas bálticas y Polonia, son los que, tras hacer alguna escala en diversos puntos de Francia, sobrevolarán finalmente los Pirineos y se establecerán en la Península. Esta ruta, como si de una amplia cinta transportadora de unos 300 km de ancho se tratara, es una de las dos autopistas principales que utilizan en el sector más occidental de su área de distribución. Algunas de estas grullas cruzarán el estrecho de Gibraltar e invernarán en el norte de África, en un número muy reducido y cada vez probablemente menor. En diciembre de 2013, por ejemplo, se censaron 90.085 grullas invernando en Francia, 223.639 en España, 6.546 en Portugal y 326 en Marruecos. El período que dura la migración puede ser muy variable dependiendo principalmente de la disponibilidad de alimento y de las condiciones climatológicas, pero grullas marcadas en Alemania, por ejemplo, han dedicado entre solo tres días y casi un mes (28 jornadas) en alcanzar sus cuarteles de invernada en España.


Dos factores son decisivos a la hora de concentrar los flujos migratorios de las grullas hacia el sur: por un lado las propias condiciones meteorológicas y por otro la disponibilidad de alimento, siendo desde mediados de octubre a principios de diciembre el período de tiempo en el que se concentran la mayor parte de los desplazamientos hacia la península ibérica. Tras superar los Pirineos por Navarra o Aragón, el grueso de las grullas recala actualmente en la laguna de Gallocanta, extenso humedal ubicado a caballo entre las provincias limítrofes de Zaragoza y Teruel, aunque también algunas usan el embalse de la Sotonera (Huesca) para hacer un primer descanso tras el salto de la cordillera pirenaica. Y digo "actualmente" porque hace unas cuantas décadas era un ave completamente desconocida en las comarcas de Jiloca y Daroca; así, hablando con gente de los pueblos que circundan Gallocanta te cuentan cómo de niños no veían nunca estas aves. En la actualidad hay ejemplares que se quedan todo el invierno en esta laguna endorreica, pero la gran mayoría, tras descansar y reponer fuerzas en ella durante un período de tiempo muy variable que oscila entre un solo día y más de cuarenta, continúa camino hacia las dehesas y tierras de labor que tapizan el SO peninsular, especialmente a las dehesas extremeñas.



Estas rutas migratorias son conocidas ampliamente tras años de anillamientos científicos y gracias al seguimiento y estudios que numerosos investigadores han llevado a cabo desde hace varias décadas. Según las normas establecidas y coordinadas por el European Crane Working Group para el marcaje de las grullas se procederá a colocar en la tibia izquierda de las aves tres anillas de diferentes colores en función del país en el que se haya realizado el anillamiento, mientras que aquellas que abracen su tibia derecha individualizarán al ejemplar concreto del resto de congéneres. Así mismo, un reducido número de ejemplares han sido equipados con emisores GPS para su localización vía satélite.


Según las combinaciones de colores que observamos en la tabla superior podemos comprobar cómo el juvenil de la imagen inferior en base a las anillas que porta en su tibia izquierda fue anillado en Alemania, mientras que el adulto del recuadro lo fue en Finlandia. Ambas imágenes fueron obtenidas el 14 de febrero de este 2019 en Bello, en la parte turolense de Gallocanta, y a través de la plataforma iCORA que recoge todos los datos sobre el anillamiento de las grullas y de la Asociación Amigos de Gallocanta que me los remitieron muy amablemente con posterioridad, podemos saber mucho más acerca de estos dos ejemplares. Por ejemplo, que el pollo es un macho anillado el 7 de julio de 2018 al NE de Berlín, en Alemania, en una lugar rodeado de lagos, bosques y campos cultivados conocido como Senftenhütte, en Brandemburgo. Formaba parte de una nidada de dos pollos. Hasta el 17 de octubre fue localizado en otras 10 ocasiones siempre por la región (Althüttendorf), y siempre a pocos km. del lugar de anillamiento. Algo más de un mes después, el 23 de noviembre, fue visto de nuevo tras su primera migración, esta vez en Bello (Gallocanta, Teruel) a 1.768 km de distancia formando parte de la unidad familiar al completo. Con posterioridad se le ha podido seguir observando en otras tantas ocasiones por la zona.

Por su parte, si el ejemplar del recuadro es el que esos días se dejó ver por la zona de la laguna de Gallocanta, a pesar de que no se le ven las dos anillas inferiores de su tibia derecha, sería un ejemplar de sexo desconocido anillado en Maaninka, Finlandia, un 22 de julio de 2013 a 3.128 km. Desde entonces se tiene medio centenar largo de registros de este ejemplar, generalmente en Suecia y Alemania, con un par de citas de invernada la temporada 2015-16 en Francia (Campuzan, Midi-Pyrénées), otra en Aragón en la invernada de 2017-18 (Farasdués) y unas pocas más en la presente invernada 2018-19 en Bello (Gallocanta).

Sin lugar a dudas, conocer algo más de la vida de los ejemplares que fotografiamos y observamos en el campo no deja de representar un importante interés en sí mismo, un foco más de curiosidad añadida a nuestra pasión por la fauna.

La migración suele hacerse a menudo en grupos familiares, pues se mantienen aún estrechos lazos de unión entre los miembros de una misma familia durante el primer invierno. Los adultos, por ejemplo, muestran todavía un alto grado de atención hacia sus pollos de la temporada, lo que conlleva un aumento del tiempo que dedican a la vigilancia en detrimento del empleado en su alimentación con respecto del estudiado en congéneres adultos sin crías a su cargo. Suele ser muy normal ver a las unidades familiares compuestas por los dos adultos y uno o dos juveniles, que permanecerán acompañando a sus progenitores hasta su total independización al año siguiente.


En general los individuos suelen ser fieles a sus lugares de invernada, especialmente si son adultos, regresando a los mismos lugares cada año, siendo precisamente los juveniles los que pueden variar estas rutas o sus paradas de descanso con mayor facilidad. También se ha observado que los adultos cambian estas rutas cuando se emparejan por primera vez, aunque no se ha podido estudiar de qué modo se producen estos cambios.

Durante el regreso a sus áreas de reproducción en el norte de Europa el tiempo de permanencia que emplean las grullas en los puntos y zonas de paso migratorio depende únicamente de las condiciones climatológicas y no de la disponibilidad de alimento -como sí sucedía en el descenso otoñal-, frenando o acelerando el viaje hacia el Norte en función de la meteorología. De este modo, durante la migración prenupcial una grulla puede permanecer entre 5 y 8 días en Gallocanta antes de continuar su ruta. El momento en el que el gran bando de miles de grullas decide dar el pistoletazo de salida hacia la etapa pirenaica oscila entre las 9:00 y las 12:00 de la mañana, cruzando la cordillera mayoritariamente por los altos collados de los valles de Roncal, Ansó y Hecho.

¿CUÁNTAS GRULLAS INVERNAN EN LA PENÍNSULA?
Es difícil de calcular, pero en estas últimas décadas en las que se ha censado la población parece probada una tendencia positiva desde aquella primera estima mediante encuestas que realizó Bernis en un ya lejanísimo 1960, cuando se calcularon con una metodología a todas luces insuficiente unas 10.000 aves. Si en 1980 Fernández-Cruz M. et al. estimaron 14.000 individuos, en 1985 fueron 31.945 (Alonso et al.), y alcanzaron los 65.000 en 1995 (Alonso y Alonso), los 80.000 ejemplares en 1998 (Sánchez et al.,), las 151.423 grullas en 2007 (Prieta y del Moral), y las 223.639 de 2013 (Román et al.). Este incremento del número de grullas ha ido acompañado también de un incremento paralelo en el número de áreas de invernada y, por añadidura, de un incremento parejo en el número de individuos en cada una de dichas áreas. Así, como ya hemos mencionado arriba, Gallocanta hace unas cuantas décadas no era lugar de parada y fonda para esta especie, y sus habitantes no la recuerdan de niños. En Salamanca, como ejemplo anecdótico, muchos naturalistas recordamos la novedad que suposo la aparición de los primeros bandos de grullas en la provincia, a los que íbamos a observar a las dehesas donde se alimentaban y al embalse de Santa Teresa donde tenían el primer dormidero conocido.




De la misma forma, gracias al seguimiento que se tiene actualmente de la especie, se viene observando desde los años 80 un desplazamiento general de las áreas de invernada cada vez más al Norte, quizás debido a la suavización del clima y a la disponibilidad de alimento en áreas más septentrionales. El seguimiento mediante raiotelemetría de ejemplares jóvenes parece indicar que son estos los que antes o después interrumpen su ruta migratoria tradicional y que hicieron una primera vez acompañando a sus progenitores hacia el sur de Europa o norte de África, y optan por pasar el invierno en áreas menos meridionales de la propia península ibérica (caso de Gallocanta) o incluso más norteñas como en el caso de Francia (Landes de Gascogne, Lago Der Chantecoq).

HABITAT
Algo que desconoce gran parte del público en general es que históricamente criaron en la propia península ibérica, aunque probablemente en números muy pequeños y en enclaves concretos de algunas provincias andaluzas (marismas del Guadalquivir, laguna de La Janda, etc) y en la palentina laguna de La Nava. En 1895 Irby menciona una población de 30 o 40 parejas reproductoras en la provincia de Cádiz, mientras que la última pareja que nidificó lo hizo según Bernis en 1954 en la laguna de la Janda, Cádiz.

En España prefieren utilizar para su invernada áreas adehesadas con diferentes usos del suelo, desde pasto para el ganado, cereal, maíz o matorral disperso. Esta llegada a sus cuarteles de invierno en el SO peninsular coincide con la maduración de la bellota y con la siembra del cereal de invierno. En general la rotación de cultivos favorece la heterogeneidad del paisaje y la disponibilidad y variedad de alimento para los grandes bandos de grullas, como el que se ve en las fotografías inferiores de unas dehesas charras con grupos alimentándose de bellota y brotes de trigo, compartiendo alimento, en este caso concreto, con piaras de ganado porcino, aunque también más comúnmente lo hacen con manadas de ganado vacuno. Este tipo de áreas de alimentación son intercaladas con campos abiertos dedicadas al cultivo intensivo.



Aparentemente se aprecia una selección positiva de áreas adehesadas menos alteradas en las familias con pollos de esa temporada, que se agrupan además en bandos más reducidos, en contraposición con la selección que hacen los grupos mucho más numerosos de adultos no reproductores y subadultos de grandes campos de cultivos intensivos. Quizás esta diferente selección del hábitat donde se alimentan y del número de individuos que conforman los bandos tenga una relación directa con las interferencias y agresiones que se dan entre las mismas grullas, lo que llevaría a las familias con crías a mantenerse en grupos menos numerosos y en áreas más protegidas. Sea como fuere, cada atardecer los diferentes grupos de grullas que se han repartido por un amplio territorio de alimentación se desplazan a ciertos humedales cercanos para reunirse y dormir en la seguridad de grandes y ruidosos bandos, generalmente con las patas dentro del agua para protegerse de posibles depredadores nocturnos. Debajo el embalse de Borbollón en el norte de la provincia de Cáceres.




RUTINAS DIARIAS
Como sucede en el resto de fauna silvestre, la actividad diaria de una grulla suele presentar un patrón regular. Este, por regla general muestra claramente dos picos de actividad importantes a primera hora de la mañana y a última del día, en los cuales se concentra el tiempo dedicado a la búsqueda de alimento. Para ello abandonan muy temprano con las primeras luces del día y mucho antes de que despunte el sol el humedal donde se han concentrado para pasar la noche y, en diversos grupos de diferente tamaño, se desperdigan por los alrededores en pos de esas zonas de alimentación.






Estos desplazamientos pueden oscilar desde apenas unos pocos kilómetros hasta varias decenas (entre 2 y 30 Km). Además, la composición de estos grupos puede variar entre las pocas decenas de individuos y varios cientos de ellos, quizás en función de la disponibilidad de alimento y/o, como decíamos anteriormente, de que estén formados por unidades familiares o individuos sin pollos a su cargo. De hecho, es sencillo observar familias comiendo por separado, manteniendo las distancias con otros grupos similares y con los grandes bandos, aunque casi siempre conservando por razones de seguridad un contacto visual o sonoro con ellos.

Pasado ese primer pico de actividad, dedican durante las horas centrales del día un tiempo más o menos prolongado a descansar, beber, bañarse o arreglarse el plumaje, lo que las obliga ocasionalmente a realizar algunos desplazamientos hasta algunos puntos de agua o de descanso.




Los hábitos alimenticios de la grulla durante la invernada en España están obviamente condicionados por la actividad agrícola humana. En regiones adehesadas del SO la bellota de encina representa, junto con los bulbos una parte fundamental de su alimentación, así como la ingesta de semillas y brotes de cereal u otros cultivos según su disponibilidad (leguminosas o rastrojeras de arroz en los regadíos de Orellana, por ejemplo), el maíz o el girasol derramado en el suelo durante la cosecha, o los restos de patatas y remolacha que quedan abandonados en los campos. En Túnez, por ejemplo, es fácil verlas comer aceitunas. Complementan su alimentación con la captura de insectos y pequeños vertebrados que son igualmente consumidos, aunque componen un porcentaje muy reducido del conjunto de su dieta.

La grulla es un ave eminentemente gregaria durante la migración, con un comportamiento muy esquivo y tímido, que levanta el vuelo mucho tiempo antes de que el observador o el posible peligro se acerque demasiado al grupo. Tienen en realidad pocos depredadores al ser animales de gran tamaño y mantener la costumbre de dormir en zonas encharcadas, pero, sin embargo, la presencia de grandes rapaces las asusta y si su aparición sucede mientras están en tierra el grupo de grullas cierra filas apelotonándose en bandos muy densos, con numerosos reclamos de alerta. Se dan casos esporádicos de águilas reales atacando a estos bandos, pero en general son escasos este tipo de sucesos. Cuando están alerta se mantienen expectantes con el cuello muy estirado, durante mucho tiempo si es necesario. Si la amenaza se acerca más aún levantan el vuelo sin dudarlo. Las molestias que hacen levantar el vuelo a los bandos de grullas suelen tener como causa directa la presencia humana, que toleran solo en distancias muy amplias.








COMPORTAMIENTO REPRODUCTOR
Es un ave monógama que cría entre abril y junio en el norte de Europa y Asia en turberas y zonas pantanosas, donde construye un nido en el suelo en el que pone generalmente dos huevos, y ocasionalmente tres. En esta época son territoriales y las parejas se separan y dispersan por amplias regiones. Esto es algo que nosotros por el momento no podremos volver a observar hasta que no se diera la hipotética circunstancia de que volviera a reproducirse en la Península. Sin embargo, sí podemos disfrutar de sus primeros comportamientos de cortejo, cuando a mediados de febrero observamos ejemplares caminando muy erguidos con el cuello estirado y las plumas de "la cola" levantadas, el pico mirando al cielo y reclamando. Abren las alas y dan saltos. Se exhiben con un caminar especial.











La grulla común es sin lugar a dudas un ave llamativa que reclama la atención incluso de quien no es apasionado por la naturaleza y la fauna, de quien no es ornitólogo. Sus vuelos en "V", su griterío, su tamaño, sus exhibiciones son un foco de interés que nos asombra a todos. Sus costumbres también, su vida nómada, la gran viajera que nos visita cada invierno desde el lejano Gran Norte hace que muchas personas concurran en los puntos de entrada a sus dormideros en muchos atardeceres de invierno, y no necesariamente gente naturalista u ornitóloga. Gentes que simplemente son capaces de comprender la belleza inherente de estos bandos ruidosos recortados sobre un cielo rojo tras la puesta del sol.

Por todo ello, en estas fechas en que regresan de nuevo a sus áreas de reproducción no podemos despedirnos de ellas sin incluir esta entrada en nuestra cuaderno, quedándonos todos a la espera de que vuelvan a visitarnos con su trompeteo inconfundible. Lo echaremos de menos durante los próximos meses.

NOTA: Todas las imágenes que acompañan esta entrada, exceptuando aquellas concretas que muestran detalles de su plumaje o anatomía, se adjuntan en su formato original, sin la eliminación o clonado de ejemplares en los bordes de la fotografía u otro tipo de edición o manipulación en ordenador.