Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.

30 de marzo de 2014

La hora del planeta

Un año más nos sumamos a esta advertencia simbólica contra el despilfarro de los recursos energéticos del planeta, por un lado, y contra el cambio climático provocado por el hombre como consecuencia de la expulsión a la atmósfera de gases de efecto invernadero, por otro. Este evento mundial promovido por WWF, tuvo sus inicios en la ciudad de Sidney en 2007, y en la actualidad convoca a cerca de dos centenares de países de todo el mundo, a varios miles de ciudades y a millones de particulares. Aunque la voracidad de la especie humana y su canibalismo nos haga sentirnos pesimistas sobre la posibilidad real de conseguir un verdadero cambio de actitud en gobiernos e industrias, lo cierto es que no nos podemos quedar de brazos cruzados ante la realización de advertencias como esta. Así pues, nosotros nos hemos sumado un año más a la Hora del Planeta, ¿y tú?.


28 de marzo de 2014

La vieja fábrica de harinas

Aparco cerca de la esclusa y apago el motor en este rincón apartado de las miradas de todos, lejos de cualquier pueblo y rodeado de campos de cereal. Un tractor destartalado y su ronroneo pasan por el camino empolvando el paisaje reseco en este día de invierno. Yo me quedo en el asiento y comienzo a picar algo de comer mientras observo lo que me rodea. La mayoría de los que hasta aquí llegan miran y caminan junto al canal, pero a mí la vista se me escapa al viejo edificio de ladrillo, quizás de finales del XVIII o principios del XIX. Destartalado, vacío, arruinado. Las palomas entran y salen por sus ventanas huecas, y un nido de cigüeña se ha encaramado en lo alto de uno de sus muros, con la cubierta del tejado medio hundida. "Peligro, No Pasar" reza un cartel clavado en una puerta. Las ventanas inferiores permanecen tapiadas de ladrillo moderno y cemento. Los viejos farolillos de chapa agonizan sin bombillas, oxidados, con un cableado que no llega a ningún sitio. Todo muerto y olvidado. La vieja fábrica de harinas no sale en las fotos del turista. Está ahí, molestando, estorbando a la belleza pausada y amable del agua mansa, verdecina, que se desliza entre la arboleda.



24 de marzo de 2014

Bosques

Los robles, aún sin yemas ni hojas en esta incipiente primavera, tapizan los valles serranos haciendo que las laderas tomen un aspecto mullido y esponjoso. El sol penetra hasta el suelo entre las ramas desnudas del bosque y calienta el suelo donde florecen ya las prímulas y los narcisos. Nosotros atravesamos lomas observando cómo la fuerza de la naturaleza se va poco a poco adueñando del suelo que siempre fue suyo, asfixiando y arrinconando algunos pinares residuales de aquellos tiempos obsoletos de aterrazamientos y bulldozers, ahogando los pensamientos productivistas y esquilmantes de la bárbara mentalidad que imperaba en la gestión forestal de esta piel de toro no hace tantas décadas, y que aún hoy en día coletea en nuestros montes. El robledal abraza y acaba fagocitando algunas fincas hoy olvidadas, con sus cercones de piedra musgosa, en donde muchos años atrás se acumulaba la paja en forma de ameales. Pájaros cantando, indicios de la existencia de algunos tímidos mamíferos, un cielo azul límpido, arroyos saltarines y cristalinos: todo parece equilibrado y estético. Como si tras el desastre de la deforestación, los incendios y los brutales cultivos de pinos y eucaliptos que arrasaron como caballo de Atila gran parte de nuestras montañas, se hubieran asentado las cosas, como si los monstruos hubieran muerto por fin y todo buscara ser como debía ser. Parece como si las aguas del río intentaran volver a su cauce, al fin.

Parece, al menos.

Nosotros, por lo pronto, somos testigos de la paulatina recuperación ecológica de muchas de las laderas de nuestras sierras, aún mucho menos diversas que las originales, pero no menos bellas.






22 de marzo de 2014

La primavera

Llegaron las primaveras, amigos, tanto la oficial como la real. Sale el sol un poquito más temprano cada día, y cada día se oculta un poquito más tarde. Dos minutos más de sol diario se suman rápidos y en apenas una semana comprobamos cómo tenemos un cuarto de hora más de rayos solares. Una hora en un mes. Los pájaros están como locos cantando y algunas especies ya están incluso incubando. De los árboles brotan jóvenes yemas tiernas y los trigos crecen verdes. Ha llegado otra primavera.

20 de marzo de 2014

Lo que a unos les sobra ...




Esta es una imagen de una flor de orquídea con doble aparato reproductor, que curiosamente ha crecido junto a otra flor contigua atrofiada y que presenta exclusivamente los pétalos de la misma y la columna. En fin, como la vida misma, lo que a unos les falta a otros les sobra. Por misterios de la informática me ha sido imposible añadir una imagen de la flor atrofiada en clave alta

18 de marzo de 2014

Los ojos de Kill Bill

Paseo por los viejos muros de mi ciudad, de esa otra ciudad olvidada que no se parece a la idealizada capital que venden los folletos turísticos y las guías de viajes, pero que, sin duda, es más palpitante, mucho más viva que la de esos museos y monumentos engominados en los que todo está prohibido y encorsetado: no puedes tocar, no puedes hacer fotos, no puedes entrar si no pagas, tu perro se ha de quedar fuera, las cámaras te vigilan, cordoncitos de bonito color rojo te menosprecian el paso y carteles de No Pasar aparecen por doquier; monumentos muertos en donde te ven, en definitiva, o con cara de dolar, o con cara de delincuente. Paseo, pues, por esos otros rincones desheredados pero vitales y encuentro numerosas miradas que me observan entre desconchones de pintura y enmohecidos jarreados. Veo algunos personajes conocidos junto a otros que ya conozco solo de pasar junto a ellos una y otra vez, y me detengo delante de su mirada estropeada, de su cara agrietada por el hostigo de las inclemencias, y con los pómulos despellejados por el transcurrir del tiempo. Ella no me mira a mi, lo hace de reojo, como siempre, esperando a quién sabe qué. Quizás, ¿por qué no?, observando a esa otra ciudad adornada e imaginaria, la de la vitrina y el escaparate.

13 de marzo de 2014

El baile de los estorninos

Se apagan las últimas luces de esta tarde solitaria, un viernes cualquiera en las postrimerías del invierno. Los tonos rosados del ocaso se reflejan en las mansas aguas de la palentina laguna de La Nava, entre carrizos y juncales. Llevo varios días viajando solo en mi casa con ruedas y recalo en estos campos amplios este atardecer pausado y tranquilo, suave, con los mejores colores aterciopelados del día. Estoy solo. Los aparcamientos están vacíos y el silencio me recarga de energía. Disfruto de esta soledad en el campo. Las fochas se persiguen aún con los últimos escarceos amorosos de la jornada, aunque mañana, sin duda, habrá más. Escucho los reclamos de los patos. Algún grupito pequeño de ánsares aún me sobrevuelan en un par de ocasiones, perezosos ante la inminente migración, no en vano el grueso de sus compañeros ya iniciaron hace días el largo regreso a sus cuarteles estivales. Los últimos vuelos del aguilucho lagunero baten el terreno una última vez, provocando el miedo en los habitantes de la laguna. El espectáculo indescriptible del atardecer en el humedal se ve culminado por los vuelos acrobáticos de los grandes bandos de estorninos, dibujando figuras blandas y garabateando esponjosas bolas negras que se estiran y se encogen, se unen y se separan, elásticas, mullidas. Pasan sobre mi cabeza con el ruido denso del aleteo de miles de alas. Van y vienen, posándose y levantándose de nuevo, para, instantes después, volverse a posar, en lo que parece ser el acto final de la jornada. Poco a poco, lentamente, muere sin hacer ruido la levedad rosada de este cuadro apaisado en los lavajos de La Nava. Agoniza el día y crecen las sombras de la noche.





10 de marzo de 2014

Tierra de Campos

El viento sopla con ráfagas intensas y hace que las nubes pasen veloces, como no podía ser de otra manera. Soporto los últimos coletazos de esta enésima borrasca embozado en mi abrigo de plumas, en un día verdaderamente desapacible, esperando que un rayo de sol se deslice furtivo por un resquicio del cielo encapotado e ilumine de manera precisa el palomar junto al que me encuentro de pie, esperando pacientemente. Veo cómo algunos escuetos rayos de sol intermitentemente iluminan los campos a mi alrededor, mientras pasan los minutos. A veces observo cómo se acercan burlones desde la lejanía hacia mi posición, pero una y otra vez, para cuando quieren alcanzarnos a mi y al palomar la rendija entre las nubes da un cerrojazo y me exige más paciencia todavía.

Entre tanto, paseo alrededor de mi, ya amigo, palomar, y ubico mentalmente desde dónde voy a poder hacer la siguiente foto: cuando llegue el rayo que tanto se hace desear, tendré apenas dos o tres minutos para aprovechar su luz, e intentar al menos un par de tomas distintas de la construcción de adobe. Cuando uno de esos claros parece ser más amplio de lo normal, me anima incluso a correr todo lo rápido que el trípode desplegado y la cámara me permiten y alcanzo fatigado por las rastrojeras blandas y semiencharcadas un nuevo palomar. ¡Premio! he llegado a tiempo y el cielo plomizo ha sido condescendiente conmigo y me ha dejado realizar una nueva foto de otro palomar diferente. Soy feliz. Me lo he merecido. Ahora me voy a por otro, ya con más calma, aprovechando que se ha vuelto a nublar.