Vivir es un tránsito, un camino en donde todos somos nómadas. Que la travesía merezca la pena, depende de ti.
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14 de diciembre de 2015

Mi cuarto cumpleaños

Un año más me siento delante del teclado para celebrar un nuevo cumpleaños de "Cuaderno de un Nómada", pues tal día como hoy de hace cuatro años flotaba por fin en la telaraña virtual de la red de redes la primera entrada de este blog.

Este dos mil quince ha sido un año difícil, sin embargo. Raro, intermitente, con demasiados paréntesis, con demasiados descansos e interludios. Un año extraño. Roto, discontinuo y con una notable reducción del número de entradas.

Sea como fuere, han pasado otros doce meses y, como en anteriores aniversarios, os dejo doce imágenes para ver, tocar y sentir. Imágenes de texturas, de piedras viejas, de rincones oscuros, de callejuelas estrechas. He querido que fueran fotografías que contrastaran con mis anteriores entradas, dedicadas cada vez más a menudo a la fauna que nos rodea. Postales de monumentos, ermitas y yacimientos. De capiteles, puertas y claustros. De estancias y pueblos por los que pasara en uno de mis últimos viajes.

Espero que, además de disculpar mis treguas, las instantáneas os gusten. Ese es mi deseo. Salud, amigos.













17 de noviembre de 2015

Hombre y naturaleza

En lo más profundo de su ser, el hombre tiene un impulso incontenible por regresar a la naturaleza de la que, sin embargo, paradojas de la vida, parece quererse desvincular.

Esa necesidad de regresar a la naturaleza y a nuestros orígenes la podemos observar en la felicidad que siente un niño cuando juega con cualquiera de sus más cotidianos elementos -palos, piedras, agua, árboles, animales,...- o en el regreso a la misma a través de cualquiera de las actividades que, ya de mayores, desarrollamos en el medio natural, desde la mera contemplación, a su estudio e investigación; desde aquellos deportes y actividades que se desarrollan en los rincones más apartados de las regiones más remotas, y que nos ayudan no solo a explorar aquellos lejanos lugares, sino nuestros propios límites humanos, hasta nuestra introspectiva actividad fotográfica que nos liga, además de al paisaje y a la fauna en sí mismos, también a la búsqueda de la belleza que nos rodea. El ser humano, cuanto más próximo vive la naturaleza más feliz es y más en paz consigo mismo se siente. Por el contrario, cuanto más alejado de la misma se encuentra, más pobre su alma se vuelve.

Somos parte del planeta, formamos una pieza esencial de la Madre Tierra, un engranaje clave de la gran maquinaria planetaria. La Pachamama como hoy la conocemos depende de nosotros y nosotros de ella. De ser conscientes de ello dependerá en un futuro, más próximo que lejano, nuestra propia supervivencia.

Pero soy pesimista y creo realmente que nuestra ceguera es tal, que ni agonizando entre estertores nos daremos cuenta de nuestra propia e inminente expiración.






25 de diciembre de 2013

Otros doce más ...

... y ya suman veinticuatro los meses de vida de este blog. Ya me parecían muchas casi diez mil visitas durante el primer año de recorrido, y en este segundo me habéis regalado más de quince mil. Gracias por todo ello. Si para celebrar aquellos primeros doce meses de vida os mostré doce hermosas montañas, ahora lo haré con doce momentos vividos a lo largo de este año dos mil trece que ya se nos marcha. Gracias por vuestra compañía, sin la cual este blog no tendría ninguna razón de ser.













11 de diciembre de 2013

Mi compañero

Ahí lo tenéis, buscando detalles y perspectivas, con los que muchas veces me sorprende. Experimentando y exprimiendo la cámara. Aprendiendo y creciendo como fotógrafo y como persona. Compañero de fatigas, en definitiva, además de la alegría de la huerta: LaculpanoesdePablo.com


8 de diciembre de 2013

Siete grados y medio bajo cero

8:30 a.m. en un pinar perdido de la provincia segoviana. La niebla nocturna se ha transformado en un velo blanco de fina escarcha sobre el paisaje. Siete grados y medio bajo cero suelen dar pereza, pero en esta oportunidad no. Al menos no a mí. O al menos no a mí en esta precisa ocasión. Salgo disparado de la furgo y de su calefacción estática y, dejando a la familia aún acostada entre edredones de pluma, me sumerjo en el frío ambiente matinal. El desayuno puede esperar. No tengo prisa. La niebla alta impide que los rayos del sol derritan las filigranas blancas depositadas sobre los tallos de las plantas, filigranas que durarán buena parte de la mañana. Nos zambullimos en el bosque mi trípode, mi cámara y yo. A lo lejos oigo algún vehículo pasar por una carretera no muy distante, así como los trágicos sonidos con los que algún cazador trae la muerte. Yo me evado con la belleza que me rodea. Blanco sobre el verde. Blanco sobre el rojo. Blanco sobre el marrón. Blanco sobre el gris. Blanco. A mi alrededor todo está en mayor o menor medida pincelado de blanco, de escarcha y niebla helada. De relente congelado. De gotitas de agua heladas, gélidas, glaciales.









25 de abril de 2012

Persiguiendo el cielo, siguiendo las nubes

La gente se me queda mirando un desapacible y nublado día de abril:

-¿Qué hace ese tío ahí con el trípode y la cámara sin hacer nada?, lleva más de media hora en esa esquina parado, de pie, viendo las nubes pasar.

Sin hacer nada, dicen. Dicen los que, como las nubes, pasan de largo, cuando en realidad sí que hago algo: ¡espero!.

Espero ese momento mágico en el que el sol, un rayo suyo, uno sólo, sale por el resquicio de unas nubes, antes oscuras, macizas y densas, y ahora deshilachadas en flecos caprichosos. Espero. Simplemente, pacientemente. Espero mi recompensa.

De pronto el hueco se abre, el rayo penetra y me ilumina la escena. Las prisas se suceden, pues quizás mi luz sólo dure dos, tres, cinco segundos antes de que el velo se cierre y una sombra plana envuelva de nuevo el lugar. Sin tiempo para medir la cambiante intensidad de la luz, disparo varios fotogramas a distintas velocidades y aseguro la foto. Con suerte, si el claro en el cielo dura unos minutos, me da tiempo a correr apresuradamente hasta un nuevo emplazamiento -ya estudiado previamente- para encuadrar de forma distinta el mismo rincón. Así hasta que el nubarrón se cierra definitivamente. Si has “exprimido” el lugar, te marchas a buscar el siguiente escenario. De lo contrario, sigues esperando. Y esperas mientras la gente sigue pasando extrañada:

-¿Pero qué hace ese?, parece que esté viendo las nubes pasar.

 Monsaraz, Alentejo, Portugal.
Canon EOS 7D. Objetivo EF 24-70 / 2.8 L USM. F/9 - 1/100 sg. 100 ISO. Manual

Crómlech de Xerez, Telheiro, Reguengos de Monsaraz, Alentejo, Portugal.
Canon EOS 7D. Objetivo EF 24-70 / 2.8 L USM. F/10 - 1/80 sg. 100 ISO. Manual

Castillo de Alburquerque, Badajoz. Extremadura, España.
Canon EOS 7D. Objetivo EF 24-70 / 2.8 L USM. F/14 - 1/40 sg. 100 ISO. Manual


Coria, Cáceres, Extremadura, España.
Canon EOS 7D. Objetivo EF 24-70 / 2.8 L USM. F/13 - 1/60 sg. 100 ISO. Manual

Granadilla, Cáceres, Extremadura. España.
Canon EOS 7D. Objetivo EF 24-70 / 2.8 L USM. F/11 - 1/40 sg. 100 ISO. Manual

Ermita de San Frutos, Parque Natural de las Hoces del Duratón, Segovia, Castilla y León, España.
Canon EOS 7D. Objetivo EF 17-40 / 2.8 L USM. F/8 - 1/100 sg. 100 ISO. Manual

Pedraza, Segovia, Castilla y León, España.
Canon EOS 7D. Objetivo EF 17-40 / 2.8 L USM. F/8 - 1/160 sg. 100 ISO. Manual

Las fotos que acompañan esta entrada están obtenidas a lo largo de dos viajes realizados durante el presente mes de abril. Dos salidas en las que el paso de diversas borrascas han encapotado y oscurecido el cielo, además de humedecido algo nuestros campos. Algunos fotógrafos se desesperan al ver que el pronóstico del tiempo anuncia la llegada de un nuevo frente de bajas presiones cuando todavía no ha acabado de marcharse el anterior. Sin embargo, estos, generalmente cuando llegan o cuando se retiran, pueden representar la diferencia entre una fotografía normal, con un clásico cielo azul, y una bonita imagen, con una atmósfera especial, a veces extraordinaria, dramática. Por supuesto, estar en el lugar adecuado con una gran dosis de perseverancia no será siempre sinónimo de regresar a casa con una gran foto; pero habrá otras raras oportunidades en las que tu persistencia sí obtendrá su premio y tu instantánea tendrá un valor añadido. Esos días inestables de otoño o primavera, así como las tormentosas tardes estivales, son sin duda momentos clave en los que bien merece la pena colgarse la cámara al cuello, armarse con mucha, mucha paciencia, y caminar bajo el cielo encapotado en busca de un instante mágico. Quizás los hados te sean propicios y abran un claro en el oscuro nubarrón. Quizás incluso lo hagan a esa hora dulce en la que el declinar del sol calienta los colores del orto o del ocaso.  Habrá merecido la pena y entonces obtendrás tu compensación.